Lunes 05 de mayo 2025

Un lustro de aquel infierno

Redacción 13/03/2025 - 01.03.hs

Cinco años después, nos gobierna una fuerza política que propone exactamente lo contrario, esto es, el individualismo extremo, y la destrucción del Estado, la seguridad y la justicia sociales.

 

JOSE ALBARRACIN

 

El día de ayer, 12 de marzo, se cumplió el silencioso aniversario de un hecho que aparentamos haber olvidado, pero que de varias maneras ha redefinido nuestra vidas. Se cumplió un lustro del día en que el entonces presidente Alberto Fernández dictó el Decreto 260/2020, declarando la emergencia sanitaria en Argentina debido a la pandemia de Covid-19, un día después de que la Organización Mundial de la Salud le diera esa definición al brote del virus SARS-CoV-2 originalmente detectado en China.

 

ASPO.

 

El efecto inmediato de aquella medida gubernamental fue el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) que, en medio del pánico y el desconcierto, proporcionó inicialmente la extraña sensación de que, por fin y para siempre, se estaba haciendo realidad aquel lugar común de "tirar todos juntos para adelante" o, si se prefiere la referencia literaria clásica, aquello de que "los hermanos sean unidos" porque "si entre ellos pelean, los devoran los de afuera".

 

Cinco años después aquella utopía parece ridícula, pueril. Nos gobierna una fuerza política que propone exactamente lo contrario, esto es, el individualismo extremo, y la destrucción del Estado, la seguridad y la justicia sociales. Hace menos de una semana se produjo una catástrofe climática que destruyó buena parte de Bahía Blanca, causando muertes y pérdidas materiales incalculables que requerirán un gran esfuerzo solidario apenas para ser mitigadas: en ese distrito, el actual gobierno obtuvo el voto de dos tercios de la población.

 

Los argentinos nunca fuimos ajenos al temperamento egoísta. Pero probablemente nunca la sociedad había estado tan vaciada de altruismo, tan violenta, tan transaccional, tan desconfiada. Y como expresión de esa tendencia emocional, se ha producido el ascenso político de una derecha salvaje, que amenaza destruir las instituciones republicanas consagradas en la Constitución. Pretenden revisar, cuando no revertir, los grandes consensos nacionales como el repudio a la última dictadura y sus crímenes. Y, no contentos con eso, en nombre de la autonomía individual, promueven el escepticismo sobre el conocimiento científico médico, y sobre la mera aptitud del Estado para enfrentar las amenazas como la que nos asoló cinco años atrás. Hasta intentan privarnos de la membresía a la OMS.

 

Zoom.

 

Parte del problema tiene un origen tecnológico: en el confinamiento, la única oportunidad de interacción social y laboral la daban las plataformas de video-conferencias en internet. Esa facilidad técnica, paradójicamente, no permitió reforzar la unión entre las personas, sino, por el contrario, generar una sensación de extrañeza, de desconfianza. Y la gran invención reciente, la inteligencia artificial, promete llevar nuestros cuerpos aún más profundamente hacia la virtualidad, como si el mundo de la computación estuviera exento de virus.

 

De vez en cuando, un cartel en una estación de servicio o en alguna oficina pública nos recuerda la obligación de utilizar máscaras vigente en aquellos tiempos aciagos, pero hemos desarrollado una extraordinaria habilidad para ignorar esos recuerdos, pese -o quizá, debido- a las decenas de miles de compatriotas que fallecieron víctimas de la enfermedad. Entramos en pánico con las primeras muertes, nos llenamos de solidaridad con el avance del fenómeno, y finalmente dejamos de contar, con nuestra conciencia adormecida por el trauma.

 

Se dio la paradoja de que, mientras nos repetíamos que el aislarnos era un gesto solidario, hasta de amor, lo que en realidad ocurrió es que nos fuimos distanciando, y en buena medida, también, la posibilidad de contagios aumentó la desconfianza entre nosotros.

 

Desde luego, en nada contribuyó la actitud de los funcionarios de todo nivel -y hasta el más alto de ellos- que violentaron las estrictas normas que se estaba imponiendo al conjunto de la sociedad, lo cual coadyuvó, a su vez, para incrementar la sensación de divorcio entre la sociedad y su clase política: las elecciones de 2023 no admiten una lectura que no contemple estos hechos.

 

Darwin.

 

En este "sálvese quien pueda", no sólo olvidamos a nuestros muertos, sino que también pretendemos desconocer los extraordinarios avances de la ciencia que impidió que la catástrofe fuera mucho mayor, y hasta les dimos la espalda a los países que, efectiva y solidariamente, nos proporcionaron vacunas con la celeridad que el caso requería.

 

En lo que constituye otra paradoja, estas muertes masivas, lejos de provocar un resurgimiento de la espiritualidad, han tenido, aparentemente, el efecto contrario: más materialismo, menos comunidad.

 

En lo que constituye un dato todavía imposible de mensurar, hubo toda una generación de adolescentes que, en lugar de beneficiarse con el efecto socializante del sistema educativo -público o privado-, se vieron más sumergidos aún en las redes sociales, con sus perniciosas incitaciones al odio, a la estigmatización, a la discriminación de los cuerpos diferentes, y, por si fuera poco, hizo caer a muchos de ellos en el mundo infernal de las apuestas virtuales.

 

No es de extrañar, si la economía argentina -ya desde antes de la pandemia- se asemejaba mucho más a un casino -con sus lebacs, sus lelics, y últimamente, con sus bitcoins- que a un sistema que permita la producción y distribución de bienes necesarios para mejorar la vida humana.

 

No es arriesgado aventurar que los tiempos que nos tocan vivir son aún peores, un lustro después, por todo lo que hemos perdido en el camino. Pero también, en la medida que se resista la tentación del olvido, y se le de a este fenómeno el análisis serio y profundo que merece, y la dirigencia actúe en consecuencia, hay esperanza de reconstruir los tejidos sociales que pueden salvarnos de la desintegración total.

 

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