Un penoso ejemplo
En su amplio frente de lucha contra todo lo estatal, el presidente Milei la ha emprendido ahora contra las universidades, públicas y nacionales. Apelando a sus habituales y lamentables armas retóricas, ha acusado a los directivos universitarios de “sucios y delincuentes” que tratan de evitar auditorías las que, dicho sea, ellos no rechazan, negándose a considerar el problema de los bajos salarios y haciendo notar que “para ampliar el funcionamiento de las casas de estudio el año que viene deberían recortar la obra pública.
La postura fuertemente negativa del mandatario para con las universidades acaso únicamente se explica por la paranoia que lo afecta en cuanto a cualquier organismo de índole colectivista, por mínimo que este sea y, en el fondo del tema el arancelamiento, tal como se da en sus admirados Estados Unidos.
Ante semejante actitud, podría decirse que en su condición de “experto en crecimiento económico” -según obraba en sus presentaciones previas a la asunción del alto cargo- el Presidente ignora que en la generalidad de esa actividad la Educación (así, con mayúscula) no es considerada un gasto sino una inversión, normalmente con producción de dividendos a futuro.
En gran medida es esa actividad, en todos sus niveles, la que engrandeció la Argentina y que provocó la emulación de otros países en el mismo aspecto. Por de pronto, en su empecinada actitud, lo único que Milei ha logrado ha sido un plan de resistencia por parte de la universidades y algunas disidencias en su propio partido por parte de quienes ven más allá de tan errado proceder.
Precisamente, esa actitud ha vuelto a revivir un hecho ya conocido por el pueblo argentino: el éxodo de técnicos y científicos, hartos del manoseo, el maltrato y las bajísimas remuneraciones. La circunstancia repite las similares de los gobiernos militares que tampoco supieron ver el error al que los inducían otros ministros liberales. Los que se van son los mismos que fueron capaces de diseñar satélites artificiales, avances en química y biología o centrales eléctricas movidas por energía nuclear. Son los que fueron capaces de ver y planificar la perspectiva de un gran país, abierto a las capacidades de todos a través de la educación.
¿Se habrán preguntado el Presidente y su equipo de funcionarios cuánto le costaron al país formar esas capacidades que ahora otras naciones reciben con los brazos abiertos, apreciados en sus probadas capacidades? El encuadre y la perspectiva macroeconómica en la que pretenden considerar cualquier actividad en el país tiene sus límites, lógicos y prácticos y son ellos quienes deberían saber hasta dónde puede llegar esa aplicación y dar por sentado que la economía es importante pero que no basta para el desarrollo de una nación en su concepción integral.
Un penoso ejemplo de lo expuesto es la reciente renuncia de un miembro del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas a quien, en sus propias palabras, se le pidió la renuncia “por objetar la persecución ideológica a becarios e investigadores”. El director renunciado había sido propuesto nada menos que por la Sociedad Rural y obraba en representación del agro. Ante una actitud tan necia por parte de las autoridades del Conicet (¿a instancias de quién?), en su carta de renuncia el hombre tuvo la dignidad de hacer constar que nunca podría callar su voz “cuando se intentara cometer algún acto de persecución por ideas científicas, políticas o religiosas”.
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