Una posibilidad latente
Cincuenta años atrás todavía se miraba con cierta aprensión la novela 1984, del inglés George Orwell. Inspirada en una idea ya vigente antes de 1949 (fecha de aparición de la novela) el libro plantea la vigencia de "una sociedad donde se manipula la información, junto con la vigilancia masiva y la represión política y social". El planteo está referido a una humanidad por entonces futura -el año 1984- y su argumento hizo que la palabra "orwelliano" tentara a intelectuales en general y sociólogos en particular para designar una sociedad gobernada en forma totalitaria y condicionada a la vigilancia de un "gran hermano", vigilancia que se articula a través de los medios de comunicación con el complemento de represiones a los disidentes. Los integrantes de esa sociedad constituyen la burocracia del aparato estatal "y viven sometidos a un control asfixiante y a una propaganda alienante que les impide pensar críticamente".
Por varias razones el libro tuvo vigencia y venta durante muchos años y se difundió bajo distintas formas (cine, historietas, televisión), hasta que la fecha anticipada por el título se superó y la distopía fue quedando en un relativo olvido.
El porqué de esta remembranza literaria tiene un motivo valedero que se basa en un hecho dado a conocer recientemente: una ONG estadounidense reveló que el Departamento de Seguridad Nacional y sus agencias realizaron "compras masivas" de datos, para rastrear los movimientos de los ciudadanos a través de telefonía celular. La compra se hizo con algunas empresas del rubro de las comunicaciones y representó varios millones de dólares. Todo sin orden judicial alguna.
Los usuarios de la telefonía celular, que son millones, comprenderán la trascendencia -y el peligro- de este acto que avanza sobre lo más hondo de la intimidad -la información más privada- de los ciudadanos.
Pese a que las leyes del país norteamericano resguardan los datos relativos a la ubicación de teléfonos móviles, las agencias gubernamentales la pasaron por alto. Conocida la noticia, se la pretendió justificar en la aplicación de la Ley de Inmigración, pero cualquiera advierte que, conjuntamente, permite la ubicación y datos confidenciales de los ciudadanos que quieran ser rastreados por el gobierno. De cualquier modo que se las utilice, las cifras de los teléfonos abiertos a esta posibilidad de espionaje son impactantes: más de mil millones de señales de ubicación diarias de más de 250 millones de dispositivos móviles.
Como se advierte, la comparación con la obra de Orwell no es forzada y evidencia un paso más para con la alienación y vigilancia planteada en el libro, a complementarse con la ya vigente en buena parte de la sociedad norteamericana: el suministro de información falsa o con verdades a medias.
Los usuarios de teléfonos celulares agregarán a la posibilidad de que el gobierno tenga acceso a sus comunicaciones más personales, el temor que el hecho mismo genera una forma de desequilibrio.
El lector puede pensar que si el gobierno norteamericano opera de este modo para con sus propios ciudadanos, qué es lo qué queda para el área de influencia de su "patio trasero" latinoamericano, y tendrá razón en su pensamiento.
Como se advierte, la fecha propuesta por Orwell ha sido largamente superada, pero la posibilidad que implica su argumento sigue, por decirlo así, latente.
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