Vocación megalómana
En su declarado afán por “hacer nuevamente grandes a los Estados Unidos”, Donald Trump trata desenfadadamente de volver a dar vigencia a la doctrina Monroe, intención puesta de manifiesto en un primer acto de prepotencia contra Brasil (que supo rechazarlo con dignidad) a lo que se sumó después la actual y progresiva agresividad contra Venezuela, que –si prosigue— apunta a consecuencias gravísimas.
Pero ahora, un par de semanas atrás, a esos dudosos méritos ha agregado uno más, expresivo de su megalomanía, desprovista de cualquier asomo de humildad. Es que el antiguo “Instituto de la Paz”, una organización no gubernamental que bregaba por el entendimiento entre los pueblos, pasó a ser designado con el nombre del Presidente, o sea: pasó a llamarse “Instituto de la Paz Donald J. Trump”. Con más de treinta años de existencia, el ente redenominado funcionaba con fondos del Congreso estadounidense, sin fines de lucro, y se abocaba a prevenir y resolver conflictos internacionales, operando como una suerte de institución académica en la materia.
Lo insólito es que entre los argumentos para justificar el cambio de denominación está la autocalificación de Trump de ser “el mayor negociador de nuestra historia” y el discutible mérito de haber promovido la finalización de ocho conflictos internacionales en poco más de un año. En esas consideraciones para nada se tuvo en cuenta su actitud indiferente ante la masacre de Israel contra el pueblo palestino.
Por lo que se sabe, la tirria presidencial contra la institución data de tiempo atrás, cuando emitió una orden ejecutiva “que buscaba desmantelar el instituto. El presidente de la organización fue retirado de la sede por las fuerzas del orden, y despidieron a casi todo su personal en Washington”, según medios estadounidenses. El sucedido generó un conflicto político-judicial que todavía se prolonga. Resulta evidente que Trump “se percibe a sí mismo como un pacificador y aspira a ganar el desprestigiado premio Nobel de la Paz”.
En realidad esta muestra de megalomanía trumpista reconoce antecedentes absurdos, tales como el de renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra y el absurdo y ridículo cambio de nombre al Golfo de México por el de Golfo de América (en alusión a los Estados Unidos) una imposición que impuso como orden a Google, que así lo nomina en sus mapas. Si bien jurídicamente cabe la reasignación de nombres geográficos (para un país en cuestión) haberlo hecho con un topónimo como ese, refrendado por una muy fuerte tradición histórica y cartográfica obedece –según los medios especializados- a un “infantilismo imperial”
Se puede pensar que así como otros países del subcontinente giran políticamente hacia la derecha, la vocación megalómana del norteamericano también se extiende: vaya como ejemplo lo ocurrido en latitudes más cercanas, donde un Presidente –casualmente admirador de Trump— distribuyó entre sus partidarios miniaturas de un busto de su persona.
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