Lunes 29 de abril 2024

La vida bajo cero

Redacción 04/12/2013 - 04.41.hs
Caminatas sobre el mar congelado o en un glaciar, juegos con pingüinos o paseos en trineo eran los pasatiempos de Jésica Jatip en la Antártida, el lugar donde vivió durante un año antes de llegar a Toay.

La temperatura media anual oscila en los 17º bajo cero y los vientos helados alcanzan los 200 kilómetros por hora. El paisaje es dominado por el color de la nieve y el hielo -que todo lo abarca- por eso lo llaman el "continente blanco". Un lugar que la naturaleza no ideó para la vida humana pero que durante los 365 días del año tiene a decenas de argentinos siguiendo una rutina como la de cualquier otro, porque allí, en ese extremo del mundo, trabajan, estudian, juegan y se divierten.
"Es una experiencia increíble, el lugar, el paisaje, la convivencia. Es algo que no te olvidás", aseguró Jésica Jatip, de 13 años, quien durante un año vivió junto a su familia en la Antártida y hoy reside en Toay.
Jésica estuvo en la Base Antártica Esperanza, una estación científica argentina que durante el invierno tiene una población estable de 60 personas. Junto a sus padres Diego y Clara y su hermana Daiana (9) -el hermano varón es esperado para estos días de diciembre- compartió meses de una experiencia apta para pocos pero que, según parece, deja una marca imborrable.
"Es difícil de explicar pero yo extraño y me encantaría volver allá, no lo dudo. Igual, después de un año todos los que vivieron en la base tienen que volver; las familias no pueden estar más de ese tiempo", explicó Jésica en una sala del nuevo colegio secundario de Toay, el flamante establecimiento educativo que le abrió las puertas para continuar sus estudios tras su paso por la Antártida.
Diego Jatip es militar y cuando vivía en el partido de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, le llegó el pase para instalarse en la Antártida. Antes de trasladar a toda su familia, viajó tres veces solo y luego sí, en febrero de 2012, se mudaron todos juntos.
"Me acuerdo de que teníamos una gran expectativa porque antes de que nos dieran la noticia pensábamos que mi mamá estaba embarazada o que íbamos a cambiar el auto, pero estaba lo de la Antártida. Yo no conocía nada así que enseguida empecé a investigar, a mirar fotos. Era pleno diciembre con un calor bárbaro y nosotros nos probábamos la ropa para ir allá", recordó risueña.

 

En la base, todas las construcciones están hechas con material especial para evitar que el viento destruya las viviendas. En esa "mini aldea" blanca funciona un correo, un Registro Civil, una enfermería, una capilla, una antena que recepciona los canales de TV, una emisora de radio y una escuela en la cual Jésica compartía sus horas matinales junto a otros 20 chicos de distintas edades que se juntaban en un solo grado.
"Después del colegio iba a almorzar y a las 14.30 me juntaba con el resto de los chicos. Andábamos en culipatín, en trineos, en cuatriciclos de nieve. También salíamos a caminar por el glaciar y una vez cruzamos por encima del mar que estaba todo congelado. Los sábados a la noche se hacían pizzas para todos y se jugaba al ping pong y a juegos de mesa", detalló. Así pasaba su día a día en un lugar donde en verano hay luz solar hasta la madrugada y el invierno es dominado por la penumbra durante cada jornada. Vale un dato para situarse un poco más en el clima antártico: en julio de 1983 se registraron 89,2° bajo cero, la temperatura más baja de la historia.
En la base no hay kioscos ni tiendas de ropa. Tampoco bares o boliches. No hay lugares para gastar dinero, en realidad. Quienes se instalan en ese punto extremo de la geografía lo hacen para realizar investigaciones científicas o para efectuar tareas de mantenimiento y reparación, como el caso del padre de Jésica. La comida y lo necesario para la supervivencia llega en aviones y helicópteros de cargamento. La comunicación se puede entablar por teléfono o por internet.
"Hay más de 20 países que tienen bases. Argentina tiene una presencia permanente y la otra estación muy conocida es la Base Marambio", indicó Jésica, que en el colegio toayense captó la atención de compañeros y docentes apenas se conoció su historia.
La vida en la Antártida también tiene sus peligros e inconvenientes. La presencia de los leopardos, un paseo por un suelo congelado que se rompe o un caño tapado por el hielo que no deja pasar el agua son peripecias que la joven, nacida en Comodoro Rivadavia (Chubut), hoy tiene en su cuaderno de anécdotas.

 

"Un día una chica cayó al agua porque se abrió el suelo congelado. Obviamente la rescataron enseguida porque no se puede aguantar mucho tiempo en esas condiciones. Los animales que se ven son focas, pingüinos, lobos de mar, aves y leopardos", describió Jésica. También recordó que en alguna oportunidad debieron descongelar nieve para obtener agua ya que los caños se habían congelado.
Las postales ofrecen imágenes del mar en combinación con témpanos, montañas, valles, glaciares y lagos. Un paisaje imponente y extraordinario. "Todavía me cuesta acostumbrarme; siempre pienso en lo lindo que sería volver. Me mantengo en contacto con el grupo de amigas y amigos con el que conviví allá y todos pensamos igual", sostuvo Jésica, cargada de nostalgia por una etapa de su vida que la marcó: la etapa de vivir bajo cero.

 


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