Drogas y alcohol: El camino de vuelta
Todo pasó muy rápido", comienza Guillermina (18). "A los 14 años ya consumía alcohol y a los 15 empecé en la droga. El hermano de un amigo, hijo de una amiga de mi mamá, consumía alcohol y todo tipo de drogas, ácidos, pastillas y ya estaba en el pozo, nos miraba desde abajo. Y después de él comenzaron a consumir algunos chicos de mi grupo de amigos".
El relato de Guillermina es ágil, veloz, como los hechos que pasaron en su vida. "Un día estábamos con unas amigas en la pileta y este chico, el hermano de mi amigo, me dijo 'te voy a hablar como tu hermano mayor', y me dijo que la marihuana salía de la madre tierra, que era curativa, sana, que en realidad la sociedad lo tenía escondido y por eso la policía era mala y decía que no había que consumir. Me empezó a explicar cómo se hacían ciertas sustancias y me lo contaba de una manera que yo creí que todo era bueno, que era lo que yo tenía que hacer. Ahí empecé a fumar marihuana y pasó todo muy rápido", vuelve a insistir Guille.
"En un mes había probado la mitad de las cosas que él consumía. Llegué a un estado que me descolocó completamente; un día estaba depresiva, al otro día estaba re contenta. Empezás con un cigarrillo y después es cada vez peor. Salía al boliche viernes y sábado y terminaba completamente borracha, y después consumía otras cosas porque eso ya me aburría", continúa.
El camino que empezó a transitar Guillermina fue muy vertiginoso. Y quienes compartían sus días con ella enseguida percibieron que algo no andaba bien. "Mi mamá notó un cambio en mí. Yo entraba a mi casa sin decir ni hola, iba a mi pieza, me cambiaba y me iba. Y pedía plata y más plata. Andaban bien económicamente mis papás en ese momento, pero preguntaban '¿En qué se gastó la plata la nena? ¿Se compró cosas?", relata.
Confesión a medias.
Un día Guille llegó a su casa sintiéndose muy mal. En busca de sentirse mejor decidió irse a bañar. "Me metí a la bañera con ropa ¡mirá qué estado de inconsciencia! Y cuando me fui a agarrar de la cortina, me resbalé, me caí y me golpeé la cabeza. Ahí mi mamá vino a ver qué me pasaba, yo estaba en el piso y el agua rebalsando la bañera. Un panorama horrible", recuerda.
Fue en ese momento en que Guillermina le confesó a su mamá una pequeña parte de la historia. "Estoy consumiendo marihuana", le dijo. "Ella ya sabía, porque los hijos de su amiga también fumaban. Y a partir de ahí me dejé de juntar con ellos".
Por aquel entonces, ella ya había cambiado su grupo de amigos. Aquellos con quienes había compartido su infancia ya no la veían como antes. "Mis amigas lloraban, se sentían re mal al verme así y me decían que no me junte con tal y tal. Esos otros eran 'los amigos de droga' como yo los llamaba, porque no sabía ni cómo andaban, ni quiénes eran ni dónde vivían, sólo sabía que yo me juntaba con ellos a fumar y a hablar pavadas".
"Mi mamá se daba cuenta que yo usaba otro lenguaje, con palabras que antes no usaba, se estudió a todos los amigos que yo tenía y sabía que estaba todo mal. Era horrible llegar a mi casa y ver la mirada de mi papá y de mi mamá. Me miraban como si vieran a alguien enfermo. ¡Es horrible que te miren así!", dice Guille, mientras los ojos se le llenan de lágrimas.
Recuerdos oscuros.
Son muchas las anécdotas que recuerda de aquella época. La vez que su mamá la obligó a hacerse un análisis de sangre para comprobar qué consumía; las visitas a barrios a los que nunca había ido para comprar droga, los riesgos que corría -sin darse cuenta- al quedarse tomando una cerveza con el que le vendía la droga; las veces que su mamá la siguió hasta esos lugares y después le preguntaba '¿qué fuiste a hacer a tal barrio?'. "Estaba en un estado en que no creía en nada. Lo único que quería era conseguir plata para comprar droga", reconoce. Y continúa: "se consume en todos lados, en el boliche, a la vuelta de tu casa... Si querés, te emborrachás en el matinée; si querés, fumás marihuana dentro del baño de un boliche; si querés, aspirás cocaína en el boliche y hasta puede aparecer uno que diga '¿me convidás?'".
"Yo sabía que necesitaba algo que me frene. Y gracias a Dios me frenaron mi mamá y mi papá. Fue cuando ellos se separaron que yo me descarrilé completamente. Era muy fácil ir a la casa de mi papá a pedirle plata y dos minutos antes le había pedido plata a mamá", cuenta la joven, mientras reconoce que "mi mamá nunca tomó la postura de 'mi hija eso no lo hace'. ¡Al contrario! Mi mamá decía 'mi hija sí, y capaz que fue la primera en tirar la idea'. ¡Ella sabía lo que era yo!".
Pasaron dos años de una vorágine inexplicable en la que cayó casi sin darse cuenta. "Tenía un vacío, una insatisfacción que me hacía pensar 'después de esto tiene que haber algo más'.
Hallazgo.
Un novio que tenía Guille por ese entonces la invitó un día a "Music of joy", un espectáculo de música y danza de la India que iba a ofrecer Sahaja Yoga en Santa Rosa. "Fui y enseguida me di cuenta que eso era lo que tenía que hacer para sentirme bien", asegura.
Sin embargo, no fue tan fácil. Ese encuentro con la meditación le sirvió para darse cuenta de que había otras formas de sentir bienestar, sin necesidad de caer una y otra vez en el alcohol y las drogas.
Pero había pasado demasiado tiempo consumiendo sustancias, y el cambio no era de un día para otro.
"Yo salía de meditación y decía 'no tengo que fumar', 'no tengo que tomar alcohol', y era cada vez peor. El único día que me sentía bien era el viernes, cuando iba a meditar. Si iba. Porque algunos viernes estaba en un estado que no podía ir", cuenta Guillermina, que se replanteaba todo el tiempo "¿por qué no voy a meditación? ¿por qué no medito en casa? Si encontré esto que para mí es la verdad y que me va a solucionar mi problema ¿por qué no lo hago?".
Un día en que llegó tarde y apurada a meditación fue cuando Guillermina logró mayor concentración y energía. "Me encontré con unas amigas y pensaba no ir, pero fui y subí la energía completamente, fue el día que más atención puse en clase. Porque hasta ese momento no podía estar en clase, cerraba los ojos dos segundos, abría los ojos y quería salir corriendo. No podía quedarme quieta, miraba para todos lados... ¡no podía! Era parte del estado que me producía el consumo", explica.
En pocos días de meditación, Guillermina logró dejar de consumir drogas y alcohol. "Fue más rápido de lo que hubiera imaginado", dice, mientras recuerda una vez que volvió a tomar alcohol y sintió que ya no le gustaba más. "Tenía un sabor ácido, verdaderamente eran células muertas lo que estaba consumiendo. Ahora me da asco. Y la última vez que fumé hasta sentí una depresión adentro mío", confiesa.
Madurez.
Ahora, Guillermina ve las cosas a la distancia y se sorprende de todo lo que vivió en tan poco tiempo. "Conocí muchas sustancias que otras personas han probado en más años. Me zarpé mal -reconoce-. Tenía una insatisfacción emocional que quería tapar con droga, con alcohol o comprándome ropa todo el tiempo".
Al revivir su historia, hasta puede comprender los miedos y las preocupaciones de su mamá y valora enormemente su ayuda incondicional. "Mis amigas me dicen 'tu mamá es re hincha, te llama todo el tiempo, es re miedosa con vos, pero ¡mirá las cosas que tuvo que ver! ¡como para que no sea así!", explica.
Alejada de las drogas y el alcohol, pudo encontrar el bienestar que tanto buscaba. Pudo recuperar a sus viejas amistades y comprender a su familia. "Yo sentí un deseo puro de cambiar y encontré en la meditación lo que tanto buscaba", concluye.
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Leticia Bertotto, especialista en meditación
El sentido de la vida
La meditación enseña a mirar para adentro, a autocorregirse y a buscar el equilibrio. Muchas personas que buscan ese bienestar se alejan de las drogas y el alcohol porque encuentran este camino que los lleva a sentirse plenos.
Los padres ni se imaginan lo metida que está la droga en la sociedad. Lo más importante es hacer fuerte a nuestros hijos con amor y ellos mismos van a discernir. La ley antidroga va a salir de adentro, de mentes equilibradas", sostiene Leticia Bertotto, representante de Sahaja Yoga en La Pampa.
Leticia conoce el mundo de las drogas y sus códigos. Habla con los adolescentes con absoluta sinceridad y les hace mirar hacia su interior para cuestionarse y corregir los errores de cada uno. Y los ayuda a encontrar una salida.
Monotemáticos.
"La droga es otro mundo. Es hablar siempre de lo mismo: dónde la escondés, cómo la comprás, mirá el olor que tengo en el bolsillo, me quedó un resto, mirá si lo encuentra mi vieja, buscar el dealer, que es el puntero que la vende en la calle... Es hablar y reírse continuamente de eso. Y reírse de los que no consumen. Y reírse de las cosas que hacen en los momentos máximos de locura, de inconsciencia. Porque el alcohol y las drogas bajan el nivel de conciencia y hacen hacer cosas que ni siquiera saben qué hicieron. Terminan en estados que no saben ni con quién pasaron la noche. ¿Eso es gozo?", plantea Bertotto.
Es a partir del replanteo sincero, que Leticia reflexiona con los adolescentes y los invita a buscar a través de la meditación un estado de bienestar puro. Pero para llegar a la meditación es necesario que la misma persona busque una salida. O que alguien lo ayude a salir de ese peligroso camino de las drogas y el alcohol.
"Algunos padres dicen 'no voy a andar siguiendo a mi hijo'. ¡Seguilo si es necesario! Cuando hay una mentira hay que exponerla al máximo para poder llegar a buen puerto. La meditación ayuda, pero ¿cómo se llega a buscar la meditación? ¿De dónde sacás el impulso? La clave es el amor, es llegar a un punto en que la abuela, la madre, el padre, estén juntos o separados, digan 'te amo', 'te puedo ayudar', 'no te voy a juzgar', '¿qué podemos hacer?', '¿cómo salimos de esto?'", sugiere Bertotto.
Autocorregirse.
"Cada uno tiene el poder de estar en el centro y no necesitar nada para estar bien, ya está dentro de cada uno. Hay que encontrar el sentido de la vida. Cuando le encontrás sentido a la vida la droga es una pavada, pelearte con otro, estar mal, enojado, no tiene sentido en ese estado de conciencia", explica Leticia, mientras se enorgullece de muchos chicos que "en un mes cambiaron y ya no consumieron más. Es muy poco tiempo. La meditación es un método tan puro, tan eficiente, tan perfecto... enseña a mirar para adentro, a autocorregirse".
"La ley impuesta no sirve, la ley está adentro y es lo que se llama 'los principios', que se desarrollan a través de la introspección. Si en la humanidad se han perdido principios, si en nuestras familias no nos han transmitido todos los principios que hay que transmitir, uno tiene que formarlos. ¿O le vamos a estar siempre echando la culpa a papá, a mamá, al abuelo? Cambiemos ahora. Desarrollemos los principios que están latentes adentro nuestro", propone.
"La droga y el alcohol te quitan la pura atención. Cuando querés focalizarte en algo no podés más de cinco minutos, te aburrís, querés moverte, mirás el celular, escribís un mensajito. No podés disciplinar tu atención y focalizarla en algo para después concentrarte. A muchos les costó al principio concentrarse para meditar porque necesitás una pura atención y que la cabeza no se te dispare. Muchos decían ¿cómo hago?", recuerda Leticia, que les aconsejaba buscar "un momento del día en el que no hayan consumido ni siquiera tabaco, por ejemplo a la mañana temprano, y en esos momentos poder meditar, porque hay ciertas técnicas para limpiar tu atención, para purificarla".
Son muchos los adolescentes con problemas de drogadicción y alcoholismo que han concurrido al Taller de Meditación que coordina Leticia en el Centro Municipal de Cultura. Algunos han podido dejar atrás sus adicciones, otros están en camino de lograrlo. "No hay que forzarlo porque si no, da el efecto rebote. Es un proceso natural de comprensión y de conciencia, te van cayendo las fichas naturalmente, solas, como caen las hojas en otoño y vuelven a brotar en primavera. Lo mismo hace la meditación, produce que uno mismo diga 'yo así no voy ni para atrás ni para adelante, estoy destruyendo a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos, me estoy destruyendo yo'. Y de un día para otro te encontrás dejando cosas que vos creías que nunca las ibas a dejar", relata.
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