Gabriel García Márquez y el naufragio de la emoción
Claudio Gómez *
Un estudio desarrollado por la Universidad de Barcelona y el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge, junto con expertos canadienses, y publicado en la revista Current Biology, concluye que existen personas que no sienten nada al escuchar el Nessun Dorma de Puccini y, sin embargo, sí liberan dopamina, la “hormona de la felicidad”, ante la posibilidad de ganar dinero.
Así, la ciencia le pone punto final a una discusión que ya estaba saldada en la calle y con un slogan popular: “sobre gustos no hay nada escrito”. Pero la emoción no es un gusto que los individuos puedan procurarse fácilmente. Digamos que la emoción llega y nos embarga. O no llega.
Es decir, la emoción es una reacción -la medicina la define como psicofisiológica-. Se trata de un sentimiento intenso de alegría o tristeza producido por un hecho, una idea, un recuerdo, un objeto u otros asuntos.
Como seres sociales, estamos en condiciones de situarnos de frente a una circunstancia emocionante, pero esa ubicación no garantiza que la emoción nos vaya a vulnerar el corazón.
Y es, en ese sentido, el arte la mejor manifestación que forjaron las mujeres y los hombres para emocionar a las mujeres y los hombres. Otras expresiones que emocionan son productos de la naturaleza. O de las conductas animales. Pero eso es harina de otro costal.
Desde la literatura, la emoción no ha sido el único motor de búsqueda. Digamos que las letras enfocan historias de todo tipo, se meten con el universo, con el individuo como objeto social y con diversos asuntos, con infinitos asuntos. No obstante, para emocionar al público, el escritor pergeñó un género al que los años no le han quitado contundencia. Es un puñetazo a la mandíbula de los románticos. Pero no sólo de ellos.
Y un duro pegador de esas lides ha sido sin dudas, un contemporáneo, que supo pintar con su prolífica imaginación, los paisajes más calurosos, las relaciones más sinuosas, los pueblos más fantásticos y las alegorías mágicas. También las profundas confidencias íntimas de los personajes que la psiquiatría colocaría del lado de adentro del loquero.
Ese hombre es Gabriel García Márquez, quien nacía un día como hoy de 1927, “a las nueve de la mañana”, en Aracataca, Colombia.
Ya partió de este mundo y también del mundo que supo crear con maravillosa pericia: un universo mágico, pletórico en su resplandor de extrañas historias que nunca sucedieron, pero, que, de algún modo, nos identifican y nos definen.
Sus obras lo superan, así como el canto de un cardenal es el canto de todos los cardenales, así como una estrella fugaz es una esperanza o un deseo, o ambas cosas. Su tema literario central fue la emoción.
Es cierto que García Márquez no se agota en ello, no culmina en la portentosa tarea de crear sensaciones de ahogo en los lectores. Su vida es mucho más amplia y profunda. Política, denuncias, periodismo inundan sus días. Su referencia como pensador es ineludible. Pero que sean otros quienes se ocupen de esas valiosas facetas.
De los sueños sólo nos quedan retazos al despertar; de los escritores, esos escondrijos fraseados que salvamos del olvido.
Del agujero que es la memoria, donde se van a pique los momentos que sólo existen con el objeto de ubicarse entre recuerdos, surgen textos persistentes como desde la punta de un ovillo de seda parten instantes imborrables.
(…) Y la miró por última vez para siempre jamás con los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: -Sólo Dios sabe cuánto te quise.
¡Ah miércoles! Hay que escribir así. Es muy difícil. No se trata de juntar palabras y rimbombarlas, sino de hacer de cada eslabón una cadena de sentidos y revocarla con aromas y sonidos: -Sólo Dios sabe cuánto te quise…
Esa no es una frase, esa es una saeta que vulnera los corazones más férreos. Así como la Biblia es el último refugio de los incurables, la imploración de aquel hombre platónico constituye, a la vez, el amor de todos los hombres y de ninguno. No es Fermina Daza la destinataria. Lo son todas las mujeres de todos los tiempos.
La mujer es el amor y Dios es el testigo de ese amor. Pero la emoción inflama a los seres igual que lo hace la muerte o el descuido. Por eso, el remordimiento fundamental es la infelicidad, pero nunca el desconsuelo. Porque la infelicidad es irreversible, pero el desconsuelo es una forma de esperanza. Es una aguja que se ensaña contra el pecho, un infarto, un parto, un pacto con lo que no pudo ser, pero, quizás, será.
El amor en los tiempos del cólera, cuando la gente muere de amor. Eso es la emoción. Una emoción que le debemos a aquel escritor colombiano que inventó un pueblo, a un puñado de desventurados y a los naufragios en los que todos habitamos, llenos de vientos y tormentas, pero con un sol que indefectiblemente saldrá una mañana por el horizonte. Así, como García Márquez lo supo contar.
* Periodista, profesor de la UNLPam.
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