Miércoles 27 de marzo 2024

Educar en el feminismo

Redacción Avances 19/09/2021 - 07.00.hs

La escritora, novelista y dramaturga nigeriana plantea en su libro “Todos deberíamos ser feministas”, una educación más allá de las expectativas de género. El peso de la palabra y cómo la crianza forma a niños y niñas en todo el mundo.

 

Mariana de Dios Herrero *

 

El feminismo no es una buena carta de presentación. Podemos definirnos como rebeldes, transgresoras, ¿políticas?, ¿críticas?, defensoras de los derechos de las mujeres, historiadoras o investigadoras de los estudios de la mujer… pero “feministas”, ¡nunca!. Las chicas buenas no son feministas. Esa connotación negativa y los estereotipos en los que deriva, son desarticulados por Chimamanda Ngozi Adichie en “Todos deberíamos ser feministas”.

 

La fuerza del texto se la otorga su voz, en primera persona y sin adornos lingüísticos. Un texto potente y además colorido, ilustrado con vivencias y anécdotas propias. Desde una perspectiva amplia, derivada quizás de su propia historia, educada en Nigeria y luego en Estados Unidos, logra borrar las distancias culturales.

 

La narrativa, en la que se muestra a sí misma, a la vez, funciona como un espejo donde nos miramos. Como si algún rasgo nuestro, algún gesto de lo que nos define como mujer u hombre apareciera reflejado. Nos reconocemos. Y aquellos hilos sutiles del patriarcado que obraron en nuestra historia, a través de la educación en el ámbito familiar y la escuela, quedan al descubierto. ¿Qué sucedería si educáramos de otra forma, con otras ideas, otorgando otros sentidos y significados a las cosas, a las situaciones, con otras expectativas? Dice, a mitad del ensayo: “El género importa en el mundo entero. Y hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres, más felices y más honesto consigo mismos. Y esta es la forma de empezar, tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos”.

 

Cómo educar.

 

El cierre del libro es una apertura que interpela nuestras narraciones vitales y nos posiciona de cara al futuro. ¿Cómo educar de una forma distinta, sin que nos derrote la terquedad de la costumbre o nos seduzca la tranquilidad de lo conocido? En otras palabras: ¿cómo educar en el feminismo?

 

La respuesta de Chimamanda no se hace esperar, la encontramos en “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo”. Este nuevo ensayo, escrito como una carta dirigida a su amiga Ijeawele, madre primeriza de una niña, consiste en quince sugerencias, a través de las cuales aborda cuestiones nodales del feminismo, despojadas del halo teórico, pero sin que pierdan textura y consistencia.

 

En un clima íntimo, transita por la experiencia conocida, desgarrándola, hasta dejar al desnudo las creencias que habitan ocultas en la rigidez de la memoria. La lectura funciona en dos sentidos, como revelación y como rebeldía.

 

El primer capítulo, lo dedica a un tema considerado tan “femenino” como feminista: la “maternidad”, término que inconsciente o conscientemente se ha asociado a la abnegación, el sacrificio y hasta al dolor o sufrimiento. Lejos de esos significados, Chimamanda le aconseja a su amiga: “Por encima de todo, céntrate en seguir siendo una persona plena […] beneficiará a tu hija […] Nunca te disculpes por trabajar. Te gusta lo que haces, y que te guste lo que haces es un regalo fantástico para tus hijos”.

 

En las páginas siguientes, se refiere a la “crianza”, en sus inicios, los primeros días del recién nacido. Momento en donde la vida de una mujer se transforma. Su vida ya no es propia, ahora vive para el otro, alguien que depende totalmente de ella. El peso de la responsabilidad y la culpa, agobian, no resulta extraño que muchas mujeres, en este período, padezcan depresión postparto. Chimamanda, con su consejo, aliviana esa carga.

 

“Durante estas primeras semanas de maternidad trátate con indulgencia. Pide ayuda. Espera recibirla. No existen las superwoman. La crianza es cuestión de práctica y amor […] concédete espacio para fracasar. Una madre novata no tiene necesariamente que saber cómo calmar a un niño que llora”.

 

El peso de la palabra.

 

El texto sin perder el tono amistoso e informal de la carta, desgrana uno a uno, conceptos arraigados en nuestro pensamiento, como el de las tareas “domésticas” y del “cuidado”. Cuestionadas desde el discurso, pero que en la práctica continúa asumiéndolas la mujer, como una responsabilidad inherente a su condición femenina.

 

Que el cuidado de los hijos e hijas son tareas compartidas, que ambos, padre y madre, tienen responsabilidad sobre ellas… Sus afirmaciones no son novedosas, no obstante, sus argumentos tejidos en la simpleza del lenguaje familiar, transparentan las diferencias de género presentes en nuestros escenarios cotidianos.

 

El hogar es el lugar que conserva el machismo con más fuerza y donde las mujeres siguen oprimidas. Y en alguna medida, atravesadas por el convencimiento del “deber ser”, se vuelven cómplices de su propia sumisión. Usar el término “ayuda” para describir la participación de los hombres en la tarea del cuidado, es un ejemplo.

 

En este tramo de la lectura la autora hace una advertencia substancial, las palabras con la que nombramos cosas, acciones o personas: importan. Hay que elegirlas cuidadosamente, sobre todo aquellas con las que nos dirigimos a nuestras hijas e hijos. Es en el uso del lenguaje donde pone la lente, y muestra a través de situaciones conocidas cómo ese es el canal por el cual las creencias, prejuicios y presupuestos, se transmiten.

 

El texto avanza, y a su paso arrasa con los mandatos, esos que se derivan de los roles de género, los que prescriben cómo tenemos que ser desde nuestra infancia; por ejemplo que las mujeres deben saber cocinar, que las niñas se visten de rosa y los niños de azul o que las niñas juegan con muñecas y los niños con trenes o coches. Y concluye: “Si no les ponemos a nuestros hijos la camisa de fuerza de los roles de género les dejamos espacio para que alcancen su máximo potencial”.

 

Difícil evitar sentir con ese párrafo la rabia y el resentimiento, nos miramos de nuevo retrospectivamente, descubriéndonos en determinados momentos de nuestras vidas, en los que hubiéramos querido “ser”, sin la presión de los mandatos. Sabemos que no hubiera sido sencillo ir en contra de los roles impuestos, pero es casi imposible pensar por fuera de ellos.

 

No queremos lo mismo para nuestras hijas e hijos. Impulsados por la fluidez del discurso, vamos convenciéndonos de la necesidad de educar más allá de las expectativas de género.

 

Mujeres realizadas.

 

El feminismo, a esta altura de la lectura, nos tocó y nos habla al oído, y el tono de su voz sube cuando hace referencia a los consejos en relación a la crianza de una niña. Por ejemplo dice, en vez de enseñar “roles”, enseñar a “ser” independiente, a valerse por sí misma. Afirma: “Encuentra maneras de aclararle que el matrimonio no es un logro ni algo a lo que desee aspirar. Un matrimonio puede ser feliz o desgraciado pero no es un logro […] Enséñale a rechazar la obligación de gustar. Su trabajo no es ser deseable, su trabajo es realizarse plenamente”.

 

Habitamos un mundo patriarcal, en el que no enseñamos a nuestras niñas, algo que sí hacemos con nuestros niños: ser independientes. A ellos no se les inculca esa aspiración por el matrimonio, tampoco es trasmitido como un logro personal.

 

Quizás sea por ello que el efecto del “relato romántico” es mayor en las mujeres. El ideal del amor asociado a la felicidad no está tan presente en los anhelos masculinos.

 

Lo mismo que al matrimonio se aplica a la maternidad. La realización de la mujer pasa por ser madre, no es lo mismo que se espera de los hombres. Aunque tampoco ellos están libres del rol que le impone el patriarcado. En este sentido, un rasgo del feminismo de esta autora es la inclusión de los perjuicios que esta sociedad machista, acarrea para los hombres también.

 

El cambio es posible.

 

Este texto resulta ser una verdad incómoda que nos posiciona a mirar desde otros puntos de vista. Por todo lo que dice y más aún por lo que despierta, resulta recomendable como una lectura imprescindible para profesores y estudiantes. En Suecia se ha incorporado a las escuelas “Todos deberíamos ser feministas” como un libro más para los adolescentes.

 

Por qué no hacer lo mismo aquí en Argentina, en donde intentamos desde hace más de diez años y en el marco de una ley que dispone la enseñanza de la Educación Sexual Integral, instalar en las escuelas, temas vinculados a la sexualidad desde una perspectiva de género.

 

La propuesta de una educación que vaya más allá de las expectativas de género, y hasta a contrapelo de ellas, es el mensaje de Agachi, en sus dos ensayos. La autora destaca que los roles aprendidos, y sus estereotipos derivados, son dañinos tanto para las mujeres como para los hombres.

 

Y a esta conclusión arribamos después de leer estos pequeños manifiestos que presentan texturas por donde el pensamiento se va puliendo, lectura tras lectura hasta llegar al final con la sensación de que es posible el cambio, que podemos aspirar a una sociedad más justa e igualitaria en un futuro no lejano, si logramos enfocar la educación, desde una perspectiva feminista. Y esa es la razón por la que todos debemos ser feministas. Las mujeres, las malas, las buenas y las no tanto… y todos los hombres también.

 

* Investigadora en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, UNLPam.

 

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