Domingo 29 de junio 2025

Acá estamos: nadie queda afuera

Redaccion Avances 29/06/2025 - 06.00.hs
Dibujo digital. Arte de Agravada.

Durante todo junio, Caldenia mantuvo viva la llama de NI UNA MENOS. A través de palabras e imágenes, veintiocho autores y autoras y cinco ilustradoras dieron alma a este espacio colectivo.

 

Ángeles Alemandi *

 

Es tanto lo que tenemos para decir. Tanto. Durante cinco domingos leímos escritos pampeanos llenos de furia y de amor, de violencias y de ternura, con retazos de las banderas que hace siglos impulsan las mujeres y las disidencias, y ecos del grito más reciente, el que apenas tiene diez años, pero adquirió un coraje indomable y repiquetea constante en el pecho. Late fuerte NI UNA MENOS.

 

Acá estamos. Nunca nos fuimos. Acá seguimos quienes levantamos el lápiz para escribir o para dibujar -como nos demostraron también las obras de las artistas pampeanas que ilustraron este espacio-, construyendo en cada oración, cada verso, cada trazo, otro futuro posible: uno que no duele, que no avergüenza, que no excluye, que no lastima, que no apuñala, que no nos odia.

 

*Periodista y escritora. Integra la Red Federal de Periodistas y Comunicadoras Feministas.

 

 

No me lo contaron

 

Silvia Viglianco. Inédito

 

2014. Tarde de calor en el oeste. En diciembre, la cita era obligatoria. Cena, charlas, anécdotas del año terminado y baile sin diferencias de clases ni de puestos empresariales. Elisa dudaba en asistir. Cansancio, depresión, fatiga, eran sus palabras más recurrentes las últimas semanas. Y tal vez presentimiento.

 

Su compañera y amiga, Mariana, la quería convencer. Le había alcanzado una camisa blanca y un suéter liviano color beige. Un pantalón negro, sencillo, de su guardarropas sería el complemento para su vestuario. Mariana se paró a su lado.

 

Se miraron en el espejo y sonrieron. Las palabras, a veces, pesan más que los gestos.

 

- ¡Te paso a buscar a las 20! -le dijo Mariana con voz enérgica.

 

- No. Te prometo que voy, pero caminando, así paso a saludar a Mimí que hoy estaba con un poco de fiebre.

 

- Ok. Nos vemos más tarde. Si no llegás a las 20.30 vengo a tu casa y te llevo a los empujones- salió riéndose mientras Elisa cerraba la puerta con llave de su casa de barrio.

 

Volvió a mirarse en el espejo y vio la imagen de una mujer de casi cincuenta años derrotada. Corrió el mechón del flequillo mal cortado que le tapaba sus ojos verdes.

 

Conociendo a Mariana, decidió que sería puntual. No dudaba que iría a buscarla si no llegaba a la hora señalada. No quería ser arrastrada a los empujones por su amiga. Ella no la juzgaba por su amorío y festejaba su ruptura con Hernán porque lo consideraba un mal tipo.

 

Mientras se cambiaba, maquillándose apenas, recordó cuántos años hacía que eran amigas. Veinte años. Sus hijos eran pequeños y eso le había agregado un plus a la amistad. Partidos de fútbol, campeonatos de hockey, conciertos, cines, pijamadas y muchas horas de mates.

 

Agarró su bolso, revisó su celular. Eran las 20:02.

 

Después de meses, se sintió plena, linda y caminó feliz con la decisión de divertirse.

 

Merecía olvidar su mala racha en el amor. Hacía un par de años se había divorciado legalmente y Hernán había estado en su vida unos meses. Sus cuatro hijos vivían en la capital. Aún le faltaban años de aportes y los dos más chicos dependían económicamente de ella. Por eso debía quedarse en el pueblo aunque la soledad la torturara.

 

Cuando llegó a la esquina, vio el auto. No le dio importancia porque sólo disminuyó la velocidad. Su corazón comenzó a latir fuerte.

 

Pasó mirándola de reojo. Hacía un par de meses que no se veían, pese a las insistencias de sus llamados, mensajes intimidantes, regalos que aparecían en su trabajo, los mensajes anónimos.

 

Dudó en avanzar pero su instinto le aconsejó apurar el paso.

 

El auto que había dado la vuelta a la manzana, volvió a aparecer cuando ella llegaba a la esquina de la calle Belgrano.

 

El motor del vehículo en marcha. No supo en qué momento, del pequeño Fiat blanco, el hombre se bajó rápidamente impidiendo que ella continuara la marcha. Se acercó con violencia. Sin hablar.

 

Hernán se interpuso entre el tapial y su cuerpo. Su boca olía a fiereza, su piel transpirada, la respiración agitada y los ojos desorbitados.

 

La agarró de un brazo y ella intentó alejarse. Forcejearon. Solo lograba que él se enfureciera más y le gritara. Su cara sobre la suya en actitud desafiante y fiera.

 

El cuerpo del hombre sobre ella. Sus brazos apretando su cuello. Esas manos que antes la habían acariciado, ahora querían asfixiarla. Elisa comenzó a llorar.

 

Intentó gritar pero no podía. Se arrodilló sintiendo cómo cedía la tela de las rodillas del pantalón negro. Hernán la tomó de los cabellos y la obligó a ponerse de pie.

 

Sintió su espalda golpear fuertemente sobre el tapial de dos metros y los ladrillos se marcaron en sus huesos. El hombre transformado en bestia la golpeaba contra la pared. El botón de la camisa blanca salió disparado hacia el suelo. El suéter beige, ajeno a la situación, permanecía cubierto de tierra, bajo los pies de Hernán.

 

Siempre andaban los chicos en bicicletas, las vecinas chusmeaban en las veredas simulando tomar mate. Pero esa tardecita nadie aparecía. Ni las monjitas que ahora deseaba ver entrando en la iglesia.

 

No podía gritar. Sentía la sangre de sus labios entrar por su esófago y sintió náuseas.

 

Alcanzó a suplicarle: -Por favor, hablemos.

 

Con violencia Hernán la subió al asiento delantero del auto a los empujones, similares a los que su amiga le había prometido. …“Mariana, si tan solo vinieras a buscarme…”

 

Los rudos brazos seguían rodeando su cuello. En el auto intentó bajar el vidrio pero sintió el tironeo del brazo derecho sobre su espalda y otro golpe fuerte sobre ella.

 

Pisó el acelerador dirigiendo el auto hacia la ruta. En cada metro que avanzaban, Elisa sentía que alejarse significaba acercarse a su final. Sus ojos se nublaban por los golpes y la impotencia.

 

Miró a su derecha por la ventanilla viendo a Juan en el lavadero. Levantó la mano y la saludó. Tantas veces habían pasado por esa calle y se habían saludado que esta no era la excepción. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

 

Intentó abrir la puerta pero el brazo derecho de él la sujetó con firmeza.

 

Violentamente sintió otro tirón de cabello llevando su cabeza muy cerca de la palanca de cambios.

 

Cuando sus palabras salían de su boca eran para decirle: “Pará. Hablemos”. Nada salía de la boca de Hernán.

 

Como último intento quiso agarrar su teléfono y marcar emergencia, pero ya estaban en la ruta. Sin señal.

 

Cuántas veces le había dicho que esa historia estaba terminada.

 

Ahora ella entendía que nunca la había escuchado. Los animales salvajes heridos y abandonados, no miden fuerzas ni consecuencias.

 

Intentó convencerlo con voz más calma, suplicando, llorando, prometiendo. Se sintió culpable por haberlo dejado.

 

Elisa cerraba los ojos cuando las luces de los vehículos que venían en dirección contraria estaban sobre ellos. Escucharía el impacto. Pensaba en sus hijos. En Mariana. El ruido de los neumáticos sobre las piedras de la banquina era ensordecedor. Escuchaba los bocinazos de los camiones. Tenía miedo. En cada metro que el vehículo avanzaba pensaba cómo salir de esa situación. Ya no sentía culpa por haberlo dejarlo.

 

Diez kilómetros dijeron los peritos que habían transitado en dirección oeste. Diez kilómetros. Muchos por la banquina.

 

No recuerda mucho más que el auto de Juan que se acercó por la izquierda, a alta velocidad, maniobrando entre la banquina y los vehículos que circulaban por la ruta, rogándole a su amigo que detuviera la marcha. Al verlo, totalmente sorprendido, bajó la velocidad. Elisa pudo abrir la puerta.

 

Subió al auto con ayuda de Juan huyendo del lugar, de la furia de Hernán que había sido descubierto y de un final predecible.

 

Entre el desconcierto y el llanto escuchó la voz firme de su amigo diciéndole: -Hacé la denuncia. No tenés otra oportunidad. Esta vez zafaste.

 

La llevó al hospital e inmediatamente llegó la policía. Revisó su celular. Eran las 21.30 hs.

 

Recordó por mucho tiempo sus lágrimas con sabor a sangre, sus cabellos esparcidos por el piso, el sonido de las piedras en la banquina, los bocinazos y la figura de Hernán conducido al calabozo.

 

A veces prefiere olvidar. Otras no puede hacerlo por todas aquellas que no tuvieron un Juan en sus vidas. Elisa agradece estar en las marchas “Ni Una Menos” y no ser un número más.

 

Elisa fue la primera en denunciar un intento de femicidio en un pueblo pequeño del oeste pampeano, culturalmente machista, misógino y autoritario. Logró visibilizar la problemática de abuso y violencia.

 

Fue la primera. No fue la última.

 

A veces, en primera persona, escribe para recordar.

 

 

Esta mujer que ves reír

 

Susana Slednew. Inédito

 

Esta mujer que ves reír

 

es triste en realidad, debo aclarar

 

estornuda y anda callada

 

en un rincón de la casa o de sí misma, la ves?

 

es clara en su composición

 

un mamífero al decir de Vallejo, un ser que peina

 

baña come canta (mientras nadie la escucha)

 

(en la brevedad feliz)

 

compone y recompone diálogos, escucha su nombre

 

en la boca de un hombre tierno a veces

 

la nombra y ella

 

se cree a sí misma nombrada en esa boca

 

así sucede el reír y luego no

 

y luego sí, y

 

luego el relato del tiempo que nos atrasa

 

los trabajos a entregar, el auto que se rompió

 

la lejanía

 

la esposa que tuve lo que dejé volar el hijo vibrante

 

el nieto tal vez las sombras de la vida formándole sobre la cara

 

un aleteo de hojas de tilos en la mañana

 

esta mujer, sus desperdigados signos vitales

 

en el poema, tregua, prueba de fe.

 

 

Miércoles

 

Bárbara Barruenzo. Inédito

 

Sabe que va a morir. En varias ocasiones había escuchado que por la cabeza de una persona de su edad los recuerdos pueden mantenerla de pie o pueden ser su perdición. También le dijeron que los principales acontecimientos de la vida desfilan vertiginosos y hoy, que sabe que está por morir se acuerda de cosas olvidadas: la cara y las palabras de su madre cuando le decía que no podía dejar las bombachas tiradas por cualquier lado, que las tenía que lavar cada vez que se bañaba y que siempre que saliera de la casa fuera con una limpia porque nunca se sabe lo que puede pasar, y piensa en el costurero de su madre y en todas las veces que se sentaban a la mesa a remendar ropa, a zurcir bombachas, medias, calzoncillos y pantalones para los bebés y los hombres de la casa. Vuelve una y otra vez al plato hirviendo que le servía primero a su padre y después tenía que servirle a cada uno de sus hermanos. Su madre era la última en sentarse, en verdad nunca se sentaba, y era siempre la primera en ponerse de pie. También piensa en sus manos gastadas, en los surcos en los dedos, en los tajos de las uñas, en los moretones y en la sangre, toda la sangre, cada vez que su madre frenaba los golpes para que su padre, su padre. Y cuanto más cerca está de la muerte, más se mezclaban los recuerdos antiguos con los recientes, ella arrastrando los pies, el bastón por delante, la plaza por delante, el cordón de los porfiados hijos de sus madres, las sirenas, los cascos, las cachiporras y los escudos, todos serios, todos duros y los gritos mandándoles, mandándole que se quite del medio, que se apure, que se calle la boca, que se vaya, que vaya. Los encierran, como todos los miércoles, igual que ese miércoles en que su madre cerró la puerta y no dejó pasar a su padre.

 

La escuchó rogar, la escuchó caer y vio por debajo de la puerta un susurro rojo.

 

Durante la madrugada su madre la despertó con un rezo, le había preparado una pequeña valija de ropa, dos bombachas nuevas, algo de comida, el poco dinero que había podido guardar y con lágrimas en los ojos le dijo que se fuera antes de que se despertara el padre y ella, tan obediente, se fue. Obediente antes, ahora habla, grita, pregunta ¿por qué atacan? ¿por qué hacen eso? ¿no tienen madre, no tienen abuelas?, ¿por qué no se buscan otros trabajos? Algunos escuchan, ninguno habla y con la manito: vaya, vaya, vaya. Ella no se va. Desfila vertiginosa, hasta que ve el palo en mano, el palo arriba, el palo en su cabeza y mientras cae también le tiran algo en la cara. Arde. Arde ese miércoles que se puso una de las bombachas nuevas y en la puerta la saludaban los tajos en las manos de su madre, y salió de su casa y nunca la buscaron y nunca volvió. Arde también este miércoles que ve en sus lágrimas el llanto de su madre, la mirada en el piso y piensa en sus hijas y en sus tres nietas y en todas las personas que amó. Cruzó en la esquina, la luz verde del semáforo, la demora y hablar, gritar y preguntar. Mientras cae sabe que está en la plaza y que caer es lo único que puede hacer y también piensa en que hoy salió como una tromba y que no hizo caso a los consejos de su madre y que si muere ahora se va a hablar de esta vieja loca que murió con una bombacha senil. Cae, igual que una escoba contra el piso y, aunque se desmaya, no muere, hoy miércoles, en la plaza.

 

 

Que los abrazos puedan

 

Veró Mac Lennan. Inédito.

 

Se pone una minifalda roja

 

medias negras con borceguíes

 

se pinta la cara de verde

 

y el pelo

 

se revoluciona.

 

3 de junio de 2015

 

las hilachas del alma

 

le cuelgan de las pestañas

 

decide pasarles rímel

 

para engañar

 

a otras miradas.

 

Le duele el pecho

 

y el aire apenas le entra

 

Las amigas la esperan

 

son su motor de arranque

 

con sus aerosoles

 

enchastradores

 

de verdades

 

La plaza, la avenida, la rotonda

 

la Casa de Gobierno, las bengalas, las danzas

 

los corazones al unísono

 

laten con los tambores

 

y las que están cantan

 

por las que ya no están.

 

Cada historia es única

 

la suya la encuentra

 

10 años después

 

en el recuerdo del dolor propio

 

enlazado con los muchos peores

 

dolores ajenos.

 

Esos sufrimientos otros

 

son los que sacan a tantas

 

de algún destierro

 

Las lanzan a las calles nuevamente

 

les forja el grito en la garganta

 

les levanta los brazos en pañuelos.

 

Cada muerta es el fuego de una viva

 

que sigue dando la pelea.

 

Cada viva es gota

 

de la marea verde que subleva

 

Cada femicida es el horror

 

que se asfixia en abrazos

 

multiplicados en ciudades

 

que se despiertan.

 

 

Sabido es que las complicidades

 

le dan color a los arcoíris

 

que las tormentas se quedan mudas

 

por breve tiempo

 

Que recuperan el habla odiante

 

cada vez que pueden:

 

cuando la denuncia

 

se torna tibia

 

cuando la fuerza

 

se hace esquiva.

 

Que no se callen nunca

 

las pibas

 

las mujeres

 

las disidencias

 

Que las hilachas

 

sean tejido fuerte

 

que las mareas inunden

 

que se ahoguen las violencias

 

que los abrazos puedan

 

salvarnos a todes

 

Que nadie

 

se quede afuera

 

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