Viernes 20 de junio 2025

Al sur del sur, el camino argentino al polo

Redaccion Avances 05/01/2025 - 06.00.hs

El 5 de enero del 2000, la última expedición polar argentina arribaba al punto que reconocemos como límite austral de nuestro territorio; una buena ocasión para recapitular los esfuerzos realizados.

 

Omar N. Cricco *

 

Así como a nivel mundial consideramos como “Época Heroica” de la exploración antártica al período comprendido entre 1898 (expedición de Gerlache) y 1922 (muerte de Shackleton), también podríamos considerar en la historia antártica argentina nuestra propia época heroica; una etapa que coincide exactamente con la segunda mitad del siglo XX; se inicia con el Plan del entonces Coronel Hernán Pujato y concluye, en enero del 2000, con la última expedición argentina al polo sur que liderara el entonces Teniente Coronel Víctor Figueroa.

 

Un extenso periodo al cabo del cual se realizaron riesgosos recorridos de reconocimiento, se formó personal capacitado para emprender tales desafíos y se acumuló una vasta experiencia que le permitió a nuestro país alcanzar logros significativos que reforzaron nuestra presencia antártica.

 

El Ejército Argentino al materializar el Plan Pujato dio ese gran y oportuno salto adelante al ampliar la primitiva zona insular y periférica tempranamente frecuentada por la Armada. Al proyectarse hacia el sector continental incursionó en todo un amplio territorio reclamado por nuestro país, pero prácticamente desconocido e inexplorado para la humanidad.

 

Mientras que en 1951, al sur del círculo polar antártico y al oeste de la península antártica el general Pujato fundó la Base San Martin, en 1955, una vez que logró contar con el imprescindible rompehielos, estableció la Base Belgrano al este de la península, en los confines del Weddel. La base Belgrano habría de ser el primer peldaño argentino al polo.

 

Primeros intentos.

 

Para mediados de los 50 el sur del Weddell seguía siendo un lugar apartado, inaccesible e inexplorado; salvo escasas referencias como los nunatak Bertrab y Molke aportadas por la expedición alemana de Filchner (1913), muy poco más se conocía de la gran barrera y menos aún del interior profundo, donde cada paso adelante era el primero del hombre en esas regiones.

 

Desde la base Belgrano, en 1955, Pujato y sus hombres iniciaron el reconocimiento aéreo del sector, siendo el primero en visualizar y ubicar cartográficamente distintos elementos de aquel virginal paisaje; aparecían allí extensos campos de hielos con sus traicioneras y extensas grietas, gigantescos glaciares que bajaban de la meseta antártica, pero también nunatak (afloramientos rocosos) que quedaron bautizados por los argentinos.

 

Sin embargo, cuando casi dos años más tarde la expedición inglesa de V. Fuch -muy seguramente más preocupados por la presencia y avances argentinos en la zona que por cumplir el sueño de Shackleton- y los norteamericanos que aparecieron desde el oeste aerocartografiando la cordillera antártica, impusieron al mundo su propia toponimia.

 

Solamente el noruego-americano Finn Ronne, cuyo nombre perpetúa la continuación occidental de la barrera Filchner y con quien Pujato compartió sus descubrimientos teniéndolo como huésped en Belgrano, reconoció en sus escritos las labores y denominaciones previas dadas por los argentinos.

 

Aquellas remembranzas de argentinos por su tierra natal: Santa Fe, Rufino, Los Menucos, Entre Ríos, Diamante y algunos otros topónimos más, no fueron considerados por los organismos internacionales. Tan sólo con un mínimo honestidad el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) denominó como parte del encadenamiento Pensacola una Argentina Range, asignando sobre ella varias referencias que evocan a antárticos argentinos: Giró, Vaca, Sosa… hasta un Pujato Bluff; aunque el emblemático y referencial Monte Santa Fe, en ese mismo encadenamiento, aparece rebautizado como Mont Sparn.

 

Sin embargo no fueron las adversidades antárticas las que doblegaron al general Pujato.

 

Como se sabe, la falta de apoyo y la inmerecida desconsideración hacia su persona de los gobiernos posteriores a la revolución de 1955 terminaron privando al país de su honrosa, virtuosa y capacitada persona.

 

El tiempo perdido por nuestro país no dejó de ser un lamentable contratiempo aprovechado por los ingleses que en 1957-58 llevaron adelante su Expedición Transantártica por esa misma ruta.

 

Argentinos llegan al polo.

 

Aunque detalle poco conocido, el primer argentino en pisar el Polo Sur fue Mario Giovinetto. Este glaciólogo, al servicio de los EEUU, llegó en avión en 1958 y una vez más en 1961 formando parte de una expedición terrestre que se realizó hacia la base polar Amundsen-Scott.

 

Sin embargo, oficialmente, nuestro país recién alcanzó el polo sur con las expediciones aéreas del vicealmirante H. Quijada (1962) y la del vicecomodoro M. Olezza (1965).

 

Seguía pendiente el desafío de poder hacerlo por tierra; por lo que estando el Coronel J. Leal a cargo de la División Antártica del Estado Mayor General, recibió de sus superiores la orden de planificar y ejecutar dicha expedición terrestre al polo.

 

A la propia, Leal sumó la vasta experiencia de otros antárticos como el Capitán Gustavo Giró, quien poco antes había conducido la expedición que unió, en pleno invierno polar, las bases Esperanza, Matienzo y San Martin; unos 2000 km, ida y vuelta, que incluyeron el cruce de los Antartandes con trineos tirados por perros.

 

En la denominada Expedición 90, Giró fue el encargado del reconocimiento inicial y de adelantar los suministros; tareas que incluyeron, más allá de los 81º LS y al pie de la meseta polar, el armado y fundación de la base de apoyo Dr. Sobral a 400 km de Belgrano.

 

Los 10 integrantes de la expedición salieron a fines de octubre en 6 tractores de nieve (Snow Cat) y luego de 45 días de marcha, salvando peligrosos sectores de grietas (Gran Grieta, Paso Saravia), incómodos campos de sastrugi (campos de hielo erosionado por el viento) y adversas condiciones climáticas, alcanzaron exitosamente el polo el 10 de diciembre de 1965.

 

El penúltimo punto del Plan Pujato se había cumplido. Actualmente, como recuerdo de aquella primera expedición argentina, se consigna al mástil levantado por Leal y sus hombres en el polo sur como el número 1 en la lista de Sitios y Monumentos antárticos mundiales.

 

Un nuevo intento.

 

Finalizando el siglo XX, a casi 35 años de la primera expedición terrestre, surgió en el entonces comandante antártico, Coronel M. Perandones la inquietud por recuperar esa faz exploratoria que nuestro Ejército tuvo en Antártida.

 

Surgieron voces contrarias, pero con el decisivo apoyo de la empresa Pérez Companc se consiguieron los suministros y las flamantes motos de nieve con las que la expedición se pudo movilizar hasta el polo. Curiosamente la misma empresa nacional, que medio siglo antes y sin costo alguno, facilitó al general Pujato el Santa Micaela, barco con el que pudo llegar a fundar la Base San Martin.

 

Sobre el terreno, si bien las referencias de Pujato seguían inalterables y el camino había sido ya íntegramente recorrido por Leal y Giró, el cambiante mundo antártico no garantizaba una marcha relajada. Se imponían nuevas exploraciones, precauciones y adelantar una nueva línea de suministros a las que hubo que agregar, al inicio del año, el traslado de todos los suministros anuales de la base y los de la expedición desde más de 150 km; las condiciones del Weddell ese año impidieron al rompehielos acercarse a la base Belgrano II.

 

Llegar al polo desde la base Belgrano II supone no sólo salvar 1348 kilómetros sobre hielo, sino también 3000 metros de desnivel. Un medio donde, a furiosas ventiscas que suelen prolongarse por días y temperaturas que puede descender a 45 ° bajo cero o más, se debe agregar la peligrosidad de grietas e incomodos sastrugis.

 

A diferencia de 1965 los tractores de nieve sólo se usaron parcialmente en el primer adelanto de combustible; incluso como muestra de los grandes riesgos, en un serio incidente, uno de ellos término perdiéndose en una grieta, pudiendo con suerte recuperarse desde las profundidades algunos materiales imprescindibles y sobre todo al personal sin lesiones serias.

 

Lo que a la distancia podría parecer un simple paseo, es en realidad un serio desafío en los que no siempre el éxito está garantizado; vale recordar que por la misma ruta, en 1993 una experimentada expedición Noruega fracasó cuando uno de sus integrantes cayó en una grieta y no pudo ser recuperado.

 

La Expedición Científico-Técnica-Año 2000, comandada por el entonces Teniente Coronel Víctor Figueroa, estuvo integrada además por N. Bernardi, J. Dobarganes, R. Celayes, L. Cataldo, J. Brusasca y D. Paz. Este experimentado grupo logró alcanzar el polo después de 37 días, el 5 de enero del 2000. Con alguna demora por ventiscas, reparaciones y el monótono acarreo de combustible se totalizaron al final más de 5000 km. de recorrido neto en más de 50 días de campaña.

 

Para sorpresa de la dotación polar norteamericana, no solamente no se contó con abastecimiento y retorno aéreo, sino que regresó por la misma ruta y con los mismos medios terrestres, hecho poco frecuente en el ámbito polar.

 

El documental Camino al polo (Diego D’Angelo, 2001) y el interesante libro de Juan Brusasca, La ruta del sastrugi, documentan detalladamente los pormenores de esta expedición.

 

Se habían recorrido una vez más los confines de la patria, un mundo familiarmente argentino: estaban allí vestigios de la Base Dr. Sobral, continuaba presente la riesgosa geografía del Paso Saravia o la inmutable silueta de las montañas Ruffino, Los Menucos o la referencial presencia de los monte Santa Fe o Buenos Aires bautizados por Pujato medio siglo antes.

 

Para quienes protagonizaron otros tiempos, fue una alegría renovada; refiere el Coronel Perandones que para el ya muy anciano general Pujato fue una gran alegría ver cumplido por segunda vez su sueño de una expedición terrestre argentina al polo.

 

De los hielos al caldén.

 

Víctor Figueroa, quien tuvo a su cargo esta última expedición argentina al polo, reside hoy entre nosotros como vecino de Toay, y es sin dudas uno de los sobrevivientes de nuestra época heroica en Antártida.

 

Nativo de la vecina provincia de Mendoza, egresó del Colegio Militar como subteniente de artillería en 1978. Paracaidista, topógrafo, escalador, esquiador -llegó a representar al Ejército y a nuestro país en numerosas competencias internacionales, entre ellas en los Juegos Olímpicos de 1984 en Sarajevo-, aunque los años y la vocación lo llevaron siempre al mundo antártico.

 

Como jefe invernó en distintas bases antárticas, incluso con su familia en Esperanza.

 

Luego de su participación en la expedición al polo del año 2000, siguió ligado al quehacer antártico como jefe de la Patrulla de Búsqueda y Rescate y como tal, en 2005, tuvo a su cargo dos complejas operaciones de rescate en grietas del glaciar Collins y otras en cercanías del refugio Abrazo de Maipú; sitios desde donde recuperaron los restos de los accidentados, en el último caso por solicitud de Chile.

 

A Figueroa le tocó vivir una rica experiencia antártica en un muy dinámico cuarto de siglo; una época de transición, de profundos cambios, donde la moto de nieve vino a reemplazar al trineo de perros, el GPS al teodolito, Internet a la radio y así otras tantas novedades que acabaron con aquel ya lejano y romántico mundo con el que la vieja Antártida se le presentó en los años 80.

 

Como si estos intensos años de vida antártica no hubiese sido suficiente, en 2016, al frente de un equipo donde no estuvo ausente su comprovinciano L. Cataldo, logran conquistar el polo norte; siendo al parecer y hasta el momento, los únicos argentinos en pisar ambos polos.

 

Junto a los múltiples reconocimientos nacionales e internacionales, Víctor Figueroa alcanzó el grado de general de nuestro Ejército en el año 2010. Actualmente, ya retirado, podríamos decir que ha cambiado los desafíos y riesgos de los hielos australes por la serenidad del caldenal pampeano.

 

Distante e hinóspito.

 

Este rincón patrio al cual hoy hemos hecho referencia, es quizás, uno de los más alejados y menos conocido de nuestro país. Sin embargo, no debemos olvidar que allí, palabras de Pujato, fuimos primeros ocupantes y descubridores en esta región.

 

En este olvidado y virginal rincón del mundo Pujato estableció su aeródromo Ceferino Namuncurá y bautizo sus principales accidentes, más tarde allí mismo Giró fundó la base Sobral, por allí transitaron Leal y Figueroa camino polo.

 

Historias desconocidas, de un mundo desconocido; un país para el cual este sur sigue siendo un espacio distante y desconocido, un medio sobre el que han quedado pocas huellas humanas, pero la mayoría de ellas son argentinas. Huellas, ejemplos que ojala alienten a nuevas generaciones argentinas a poner rumbo al pico Santa Fe, al Buenos Aires o al mismo polo sur.

 

Frente a los desafíos de estos nuevos tiempos, el Ejército Argentino, ha sido desde hace tres cuarto de siglo de labor pacifica, el garante del apoyo logístico al científico argentino; demostrando una vez más con la expedición al polo del año 2000 estar capacitado para operar aún en los más apartados rincones de la Patria, en este caso uno de los espacios paradójicamente más rudos y hostiles, pero a la vez más bellos y más frágiles del planeta.

 

 

Fuentes:

 

- Quevedo Paiva, Adolfo. Historia de la Antártida. Argentinidad, Bs As, 2012.

 

- Brusasca, Juan. La ruta del sastrugi. Autores de Argentina, Bs As, 2020.

 

* Colaborador

 

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