Lunes 05 de mayo 2025

Campo de batalla

Redaccion Avances 13/04/2025 - 12.00.hs

Hace un tiempo cruce la barrera de los 40. Y con la nueva década vinieron cambios que, poco a poco, hicieron que mi cuerpo comience a hablar un nuevo idioma que recién ahora empiezo a descifrar. Había entrado en la perimenopausia.

 

Nadia Villegas *

 

Será posible? Otra vez me olvidé de mandar el informe de las 18 horas. Son las 20.30 y, como ocurre casi todos los días, ya quiero estar en la cama. Pero estoy empanando rodajas de berenjenas y allá se escuchan las risas de mi niño de 3 años que todavía tiene energía para un par de horas más.

 

Siento que dejé atrás el puerperio y llegó algo que aún no sé como explicar. Ya no soy la que era. Y todo este cambio, me hace sentir en un campo de batalla. Donde a medida que avanzo, cada paso que doy, es un riesgo, una mina oculta bajo la piel, esperando ser detonada.

 

Solo encuentro explicación en conjeturas bélicas. Son las adecuadas para describir las sensaciones que trato de enumerar. Hay días que me miro en el espejo, así como al pasar, y no quedan rastros de la versión de los 30, o 35. Eso, a veces, me provoca un llanto cargado de angustia. Una sensación de duelo.

 

Vuelvo a las berenjenas empanadas a ver si, en una de esas, puedo acostarme antes de las 23 horas y ganarle un ratito al insomnio que me visita últimamente, a eso de las 4 de la mañana.

 

Si me vuelvo a dormir rápido, el día será apacible. Pero si eso no ocurre, me anuncio ante la humanidad con precaución porque el no dormir me convierte en una sombra de mí misma, y mi paciencia se quiebra como un vidrio finito con el mínimo roce.

 

Algo dentro de mí se desarma y se reconstruye con materiales que aún no reconozco. ¿Sigo siendo yo? ¿O esta nueva piel, este nuevo ritmo, esta mente está creando a otra mujer?

 

Y mientas continúo cocinando, pienso. Antes, caminaba con cierta seguridad, con la confianza de quien conoce su propio territorio. Hoy, me ocurre que un recuerdo insignificante me sume en una tristeza absurda. Tan absurda que desaparece segundos después.

 

Niebla mental.

 

Pasé toda una tarde revolviendo la memoria en busca de una palabra. La tenía en la punta de la lengua, suspendida en el aire como un eco que nunca llega. “Portalámpara”, era “portalámpara”. Pero no aparecía. Se escurría entre mis pensamientos, como agua entre los dedos. Se deshacía antes de alcanzar la boca. Como si alguien, dentro de mí, se dedicara a borrar lo que intentaba decir, a desconectarme de lo que sabía.

 

Y cuando, al fin, la palabra asomó -demasiado tarde, como una respuesta inútil a una pregunta que ya nadie hace-, la bronca me subió por la garganta. Una furia áspera, densa, me recorrió el cuerpo. Porque no era solo una palabra. Sino todas las veces que algo se me escapa, que me quedo a medias, que la mente me traiciona. Y eso, eso duele. ¿Es un olvido o una transformación? Tal vez estoy perdiendo el rumbo. ¿O estaré aprendiendo a orientarme de otra manera?, me pregunté.

 

Síntomas.

 

Hace unos días, luego de la consulta ginecológica, me puse a buscar más información. Es curioso como de la mano del silencio, vienen un montón de etiquetas asociadas a características negativas de este periodo que llega después de la llamada “etapa reproductiva”.

 

El término síntoma me atraviesa y al mismo tiempo provoca un fuego interno cargado de enojo. Como si estuviéramos hablando de una patología o de una enfermedad.

 

Páginas sobre salud femenina, ilustradas con fotos de mujeres con rostros sufrientes, llenos de malestar, donde se enumeran esas señales que abren la puerta a la perimenopausia: menstruación irregular, falta de deseo sexual, cambios en el estado de ánimo, síntomas similares al síndrome premenstrual, entre otros.

 

A todos les di la tilde. ¡Sí! ¡Esa soy yo hoy! Me dije en ese momento mientras estiraba las piernas cansadas y mi hijo daba tregua con una siesta en el caluroso verano pampeano.

 

Que, dicho sea de paso, tengo más calor que de costumbre. Sí. También tengo ese “síntoma”.

 

Desde que llegaron todos estos cambios, hay un instante en el día en el que tengo que detenerme. No es una decisión; es una rendición. Mi cuerpo lo exige con la urgencia de quien ya no puede más. Me obliga a frenar, a quedarme quieta, a escuchar lo que hasta ahora ignoraba. Es un pedido de tregua silencioso, pero contundente: un peso que cae en los hombros, un latido más lento, una respiración que busca acomodarse en este nuevo tiempo.

 

Con este envase nuevo, con este ritmo incierto, también intento atrapar el deseo. Volver a encenderme. ¿Dónde quedaron los encuentros con urgencia? ¿Dónde los que eran llenos de suavidad? Las hormonas juegan con mi deseo como un péndulo caprichoso: a veces lo encienden, a veces lo apagan, y otras lo dejan flotando en un limbo de indiferencia.

 

No sé qué mujer seré cuando termine de atravesar esta etapa. Pero quiero creer que, al otro lado de esta incertidumbre, me espera alguien más libre, más en paz conmigo misma.

 

* Periodista

 

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