Martes 30 de abril 2024

Dentro de casa el bosque

Redaccion Avances 25/06/2023 - 06.00.hs

“Dentro de casa el bosque” es el nuevo libro de poemas de Ana María Lassalle. La selección de los textos corresponde a su hija Anamaría Mayol, quien también es poeta.

 

Gisela Colombo *

 

En una tónica similar a su último libro “Lápices Rojos”, Lassalle retrata la mirada sabia de una mujer cuyo desafío fue la integración de los distintos haces que componen la luz de su actividad poética. En efecto, su vocación de historiadora, atenta al pasado, su compromiso social, tienden a operar junto con lo que fue una creatividad artística que se manifestó muy joven en ella y aún da frutos.

 

Por otra parte, en el ámbito familiar una innegable vocación de integrar logra amalgamar un concepto más tradicional de los vínculos familiares con la reivindicación del papel femenino, y la impronta de un creciente matriarcado.

 

Esta vocación de unidad que está presente en muchos de los grandes poetas de la humanidad se da cita aquí, en varias direcciones. En la estética vemos esa fragua entre el habla cotidiana, las tareas más vulgares y el lenguaje sagrado de la poesía: “tendría que estrujar mi cerebro/ como trapo de piso…”

 

La experiencia de la autora supuso haber atravesado muchas de las décadas más mutables de la historia. En efecto, la aceleración de las comunicaciones y los cambios ideológicos y culturales crecientemente extremos, habrían podido transformarse en escollos importantes para alguien como ella. Éste sin dudas no es el caso de Ana María Lassalle.

 

Entre las diversas caras que ofrece la experiencia, la poeta permanece “Una”, gracias a la gran coherencia de su espíritu.

 

No será la única vez que la poesía se torne un proceso integrador para el poeta y una elucidación de sentido para la experiencia toda. “Una no es sólo una/ sino varias/ es preciso ocultarlo/aunque nadie lo ignora”.

 

Imaginario.

 

Desde el principio, en el poema que da nombre al libro, se hace visible cierto animismo, por el cual los objetos dejan de ser inertes y encarnan un alma también: “la escalera libera a los barrotes/ellos saltan/ llaman a las persianas/ y escapan al jardín.”

 

En un poema que se titula “Dormida en el Colón” la voz poética establece un paralelo entre la naturaleza y el espectáculo teatral/la actividad artística. “nunca me sucedió allá en el caldenar/cuando los pájaros/ levantan el telón y cantan// yo supongo/que es culpa de la mise en scéne//es demasiado bella/ y no puedo perdérmela.”

 

A la luz de esta analogía todo se torna tan real como metafórico. Por eso mismo el imaginario será nuestra vía de acceso para comprender la naturaleza del poemario.

 

Entre las imágenes que prevalecen con su presencia, están los pájaros, que ya ganaban espacio en poemarios anteriores, cada vez más aéreos.

 

Pájaros.

 

Desde las palomas, con tácita significación milenaria, “veo pasar las palomas/mueven las alas/ y de a ratos planean/ seguramente cuando se fatigan/ todos necesitamos hacer un alto en el camino.” Hasta el águila que recoge a la poeta en “Llevada por un águila” como ocurre a Dante en una de las cornisas de la Escatología cristiana. Allí como en este poemario, lo onírico y la realidad se funden y confunden: “y orientarme// sucede últimamente/que no sé dónde estoy/ al despertar/ si en la Tierra/ o dormida.” Y luego, “un águila me llevó en su espalda/ y estaré en otro mundo/ cuando abran las ventanas?”.

 

La referencia insta a regresar sobre la cita del Purgatorio donde el sueño vence a Dante. En el canto IX, Dante cae dormido en un Valle florido. Cuando está por amanecer sueña un águila con plumas doradas. Todo es tan vívido que despierta abruptamente. Ya despabilado, Virgilio le explica que fue tomado no por un águila sino por Santa Lucía, símbolo de la gracia iluminada, quien lo asciende a la entrada del Reino de la Esperanza, donde cualquier dolor y desapego tiene sentido porque redunda en beatitud.

 

En efecto, en aquel relato el ave no es sino Santa Lucía que toma al poeta y lo asciende hasta un sitio más alto, mucho más cercano cumbre de la montaña del Purgatorio. Aquí el ave es expresión de los auxilios divinos al peregrino espiritual.

 

La simbología de los pájaros está presente en muchos imaginarios poéticos. En general resalta de estas figuras el elemento aire, la libertad del espíritu, el deseo de transitar los cielos representativos de un universo trascendente que rebasa los límites del cuerpo. Chevallier y Gheerbrant, en su “Diccionario de Símbolos”, señalan un sentido universal: los pájaros son un puente entre el cielo y la tierra. Por ello, desde el primer momento aparecen dos perspectivas: la aérea/espiritual y la que, por medio de las sogas de la experiencia y la razón, se apega a la sustancia del mundo vivible y perceptible por los sentidos.

 

En “¿Sin levantar el vuelo?”, “las perdices se mimetizaban/ abrazadas al suelo// si alguna decidía/ huir hacia lo alto/ era hora de taparse las orejas/ con ambas manos// ¿será posible/ atravesar el tiempo/ la existencia/ sin levantar el vuelo?”.

 

Aquí la autora parece confirmar lo aéreo como un modo de mirar la vida desde un punto de vista más amplio que el que concibe la cotidianidad. Un modo que Lassalle, en el poema “Bienvenida”, comparte: “Entramos en bandada/ parece que aleteamos”...

 

Al decir “era hora de taparse las orejas/ con ambas manos” se reeditan temores existenciales. El poema recrea un poco ese pánico antiguo de que con una mirada semejante es difícil sobrevivir. Tal vez sea clarificador el mito de Perséfone y Hades que está en la tradición occidental ayude a observar bien este peligro. Raptada la joven hija de Deméter, Perséfone, le está vedado volver a la vida. Eso se debe a que en su estadía en el inframundo la joven conoce secretos incompatibles con la vida. Esa ampliación de saberes que el mito metaforiza en el acto de comer la granada del Hades es lo que hace muy difícil la vida del que los porta después. Por dolorosa que sea la condición humana sometida a la muerte y fuga inexorables de todas las cosas, la visión redunda en la comprensión más espiritual de la experiencia.

 

De tal modo, la mirada aérea, en su carácter espiritual, dota de presencia a lo invisible. Los poetas que partieron están activos en las aves del poemario. Pero también los vivos se aventuran en iluminaciones fugaces a esas verdades, por medio de la actividad poética.

 

Los “pájaros” se convierten en metáforas de los artistas, especialmente de los poetas. Porque, como quienes ya conocen el “inframundo” (Perséfone), porque la muerte les quitó las vendas de los ojos, también los poetas vivos están “despiertos” al sentido de la vida y a los secretos del más allá. Quien logra, desde su arte, la iluminación también surca los cielos y despega de la tierra. A uno de ellos se refiere cuando dice: “lo echaré en falta amigos/mi benteveo/ me cuenta por las tardes/ lo que vio en vuelo.”

 

Cuando la autora dice “suelo observar los pájaros/ buscar su nombre.” dedica sus palabras a Ernesto del Viso por ser él quien, desde su actividad musical, rescata a los poetas que se han dormido.

 

En el caso de otros poetas, es la religión la que obra esa metamorfosis de visión, una especie de conversión de la mirada. Aquí lo religioso no se presenta más que como la expresión de una especie de moral natural que indica que siempre ha de estarse del lado de los “buenos”. Como si fuera una herramienta de convivencia para el aquí y ahora. El sentimiento religioso se presenta casi como un dogma social, más inmanente que trascendente, según el cual la ética será guía para inclinar la balanza en el actuar: “ruego a la luz celeste que me cuida/ no me dejes caer en la tentación/ y líbrame del mal/ de ponerme algún día/del lado de los malos.”

 

Arboles.

 

En la misma vía aérea, hay otro símbolo que superpuebla el libro: los árboles.

 

Por un lado, los árboles son la metáfora de un sentido que reconoce la trascendencia como destino de todo lo vivo. El árbol tradicionalmente retrata esa vocación ascensional, por la constitución de su fisonomía. Pero al tornarse símbolo refiere a esa misma dinámica en el hombre. Es la visión que puede adquirirse de la sola observación de la Naturaleza. Las raíces en tierra, la copa apuntando el cielo. La verticalidad, la tendencia a desear la ascensión, es lo que en los árboles de la poesía se manifiesta.

 

Mientras “los aromos/ castañetean los dientes.”, carolinos, álamos y caldenes pueblan el bosque de su horizonte. “En cuanto a los caldenes/levantando los hombros/se sonríen//en su mundo y el mío/las batallas se ganan/esperando.”

 

El sabio caldén ha aprendido a esperar, esperar los ciclos de agua y guardar las reservas de humedad que luego necesitará por la falta de lluvias. Como una conciencia sabia similar la poeta se le parece y el mundo en que vive el uno y la otra son el mismo.

 

No obstante, el carácter metafórico de los árboles, como ocurre con otras tantas imágenes utilizadas en la obra, no es sólo el árbol simbólico sino también el árbol físico. Más allá del símbolo, esas criaturas están destinadas a integrarse a la vida del hombre y se tornan peldaños o barandas de la escalera, listones del piso crujiente, y aun la risa juguetona de los jóvenes.

 

“los abetos son demasiado jóvenes/ y se tapan la boca/para esconder la risa. Los pisos crujen/ las puertas/desperezan sus ramas/ y aspiran el perfume de la pinotea. el nogal de la cómoda se calla/ yo aprieto bien los ojos/ finjo que estoy dormida.”

 

Respecto a los árboles sirven en un sentido mucho más prosaico donando su madera a los hombres, a la familia, a la casa que es, naturalmente, el bosque.

 

Los nietos.

 

La familia es un tema esencial en el poemario. Y entre esos vínculos, el de los nietos es el núcleo de esta aproximación. “Entonces era esto?” “festejar esas vueltascarnero/ ocultando el miedo/ de que se hagan daño.” “no era un cuento/ esto de la familia// entonces/Papá Noel existe?”

 

En “¿Me recuerdas abuela?” la autora piensa en su vínculo con la abuela a la que no conoció y sin embargo tiene presente, a partir de ello piensa su enlace con los nietos. Si la conexión existe incluso sin haberse conocido, ¿cuánto más fuerte será la de ella con sus nietos, con los que interactúa permanentemente? “está el retrato/ de mi abuela Lola// Ya les dije que murió muy joven/tal vez porque era demasiado bella/ y no me vio nacer […]/ella se lo perdió y eso me apena/ es por eso/ que la llevo conmigo dondequiera.”

 

Esa interacción entre pasado y presente es parte de lo que la poeta ha conseguido sintetizar.

 

A los fantasmas de seres queridos se alude directa o indirectamente por medio de aquello que el tiempo se llevó para siempre, en este caso, serán los caballos quienes relumbren en la oscuridad del pasado: “el silencio resuena como el gong/con que mi abuela/nos llamaba a almorzar// no se oyen los relinchos/ ni los cascos/ sin embargo/ ellos están ahí.”

 

El viento al soplar por las noches y el tren hacia el Oeste, que como el verbo latino está ligado a la muerte de la luz (del verbo occiderer, caducar, caer), aparecen relacionados con la magia, aquello que el hombre no domina y sin embargo lo gobierna. “estos vientos de agosto/tendrán/una varita mágica?” “y por las noches/llama al viento/ hasta la madrugada.” Y como los vientos que soplan “El tren que va al oeste sería un gran mago/ de los que habitan los atardeceres?”.

 

Los lectores habremos de esperar, como el caldén, que esa magia se desentrañe el sentido de esta obra. Ahora, llegado el momento de despedirnos, lo haremos con la satisfacción de haber trazado un recorrido “a vuelo de pájaro” por las claves que nos ofrecen una aproximación a los temas y el imaginario de un libro, “Dentro de casa el bosque”, que se lee con placer.

 

* Docente y escritora

 

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