Jueves 25 de abril 2024

El hacha que rompe el mar helado

Redacción 29/05/2022 - 00.04.hs

El escritor trenelense Eduardo Senac presentó en Madrid su libro "El viento que pasa". La publicación reúne una especie de ensayos a las que el autor denomina "prólogos ficticios".

 

Gisela Colombo *

 

En las últimas semanas ocurrió un hecho importante para nuestra literatura. El Ministerio de Cultura de Madrid convocó al escritor trenelense Eduardo Senac, a presentar su libro "El viento que pasa" en el Centro de Artes del Libro, Madrid. En rigor, el Ayuntamiento de la Ciudad fue la entidad que convidó a la presentación de su último texto tanto al escritor y periodista cuanto a un público que debió disfrutar mucho los comentarios respecto a la génesis y la originalidad de la que es dueño.

 

El libro reúne una especie de ensayos, aunque el autor confiesa que se trata de "prólogos ficticios". El corazón del ejercicio escritural suele ser un permanente contrapunto entre la tradición. "El viento que pasa" explicita más que ninguno esta dinámica y, con ello, revaloriza el poder de los clásicos.

 

El prólogo como género (esas primeras páginas que introducen al lector en el universo de lo que vendrá) en muchos casos alerta sobre los motivos que hacen relevante la lectura de lo prologado. En ocasiones, la introducción informa lo que la crítica opina y a veces incluye polémicas. Es un medio por el cual recoger el guante del pasado, en el presente, para usarlo en la literatura del futuro.

 

El mecanismo novedoso de escribir prólogos ficticios reconoce un antecedente en Borges. Ya el autor de "El Aleph" se había propuesto escribir cien prólogos a los libros que más disfrutó. Siguiendo el proyecto trunco de Borges, Senac edifica sus textos como declaraciones de lo que hace interesantes esas lecturas según su perspectiva. El autor es, en más de un sentido, un continuador.

 

Quien permanezca atento a la selección de obras prologadas sabrá que en eso está presente Borges. Camus, a León Bloy, Swedenborg, Schopenhauer, Faulkner, Gorki, Bukowski, Pascal, Castaneda, Melville, Kafka, Hesse, Rilke, Lobsang Rampa, Confucio, Hölderlin, entre otros, revelan también una estética borgeana.

 

¿Por qué?

 

Pocos autores conceden tanta gratitud como Borges a la larga lista de creadores y pensadores que dio la historia de la humanidad. Por ello se enorgullece, no de lo que ha escrito, sino de lo que ha leído. Para él, la tradición significa mucho más que un compendio de aportes individuales. Considera, entre sus juegos filosóficos, que cada escritor podría ser un amanuense, que presta su mano a una especie de "Espíritu", el verdadero creador. Ese "Espíritu" se manifiesta a lo largo de los siglos por medio de la sucesión de voces diferentes. Sin hacerse eco explícitamente, Senac aprehende y reproduce el sentido sagrado que tiene la tradición.

 

Así el libro del periodista, director de revistas culturales y escritor pampeano, logra acercar el acceso a lecturas lejanas en tiempo y geografía, aunque en esencia, bien próximas. El secreto de la cercanía es su universalidad. Es ésta precisamente la llave del tiempo. Sólo un texto que haya calado en lo hondo del ser humano, puede permanecer más allá de la batalla urgente de la que surgió.

 

Esas riñas coyunturales tendrán que ser un marco. Una edición más del conflicto que retorna eternamente bajo distintas circunstancias. A ello se refiere Borges cuando menciona "la cíclica batalla de Waterloo". O Cortázar, cuando resalta en el título de su cuento, que "todos los fuegos" son "el fuego" fundamental, que todas las versiones del incendio son la misma pira que reaparece en distinto tiempo y lugar.

 

"El viento que pasa", en su correr incesante, nos habla de eso: del tiempo sucesivo puesto en la innovación y el tiempo detenido, eterno retorno de la tradición. Cuanto más profundo es un conocimiento más retorna esencialmente, aunque lo haga bajo distinta apariencia. Quienes sólo observan los datos circunstanciales, se quedan en la mirada fragmentaria de la sucesión permanente.

 

Los prólogos exhiben una sensibilidad poética que los distancia del vicio presuntuoso de cierta escritura académica, que pretende la objetividad. La imagen, la metáfora, el símbolo son herramientas fundamentales del estilo del autor.

 

Quizá el mismo título del libro ("El viento que pasa") se explique por la relación explícita entre viento, soplo (Espíritu) e historia. "Así y todo creció fuerte junto a sus libros y sus páginas sopladas por ese antiguo viento". Ese espíritu que el viento trae del pasado sobrevuela a los autores de hoy, susurrándoles al oído. Guía a quienes se muestran dóciles, a los que se dejan instruir por él.

 

Detrás de la opinión sobre estéticas y cosmovisiones de diversos textos, están el imaginario y la filosofía del autor. "Entre [los hombres] apenas vi este puñado de autores que escribieron los libros de mi vida y que conforman esta biografía salvaje, ese viento que pasa erizándome la cara".

 

El autor de los prólogos deja adivinar su propia percepción de mundo. Quizá hasta su propia historia, detrás de esta "biografía salvaje". La concepción de la literatura se va desnudando en detalles y, de algún modo, explica la selección.

 

Respuestas.

 

Eduardo Senac, luego de la presentación madrileña, accedió a responder a algunas preguntas que vale la pena compartir:

 

- ¿Cómo fue la experiencia de la presentación, tan lejos de casa?

 

Fue bastante extraño, resulta algo diferente a lo que es nuestra costumbre. A decir verdad todo fue distinto, el recibimiento y las ganas que mostraron de conocer este libro, sobre todo algunos escritores españoles. Llegó mucha gente, se llenó la sala, y todos fueron puntuales, lo que ya quiere decir mucho. En un principio fue algo solemne, sobre todo porque se esperaba la presencia de la Infanta Elena, quien finalmente no concurrió por protocolos de seguridad según dijeron, eso ayudó a que pueda distenderme un poco más. Y digo que fue extraño porque hay que tener en cuenta que soy de Trenel, vivo en Trenel, y aún no lo pude presentar allí, este libro no produjo ningún interés en mi pueblo, cosa que no critico, al contrario, pero resulta llamativa la disparidad.

 

- ¿Cómo fue la acogida del libro en tu visita?

 

Creo que salí airoso, a mí me cuestan mucho las presentaciones por razones de pudor, pero escuché buenas críticas e incluso al terminar de hablar, una persona del público se levantó y leyó para todo el auditorio fragmentos del libro que había subrayado, lo cual no esperaba y agradecí muchísimo para mis adentros, porque corrió la atención para otro lado y porque se tomó el trabajo de leer seriamente el libro, que es mi máxima ambición.

 

- Tu obra es una ponderación de la tradición. ¿Qué relación tenés vos con la tradición hispana, con los autores de la tradición española?

 

La verdad que no demasiada a excepción de Cervantes, o debería decir a excepción de "El Quijote", porque todo lo demás que escribió Cervantes es horrible. Pero con Don Quijote es suficiente para sostener la literatura de todo un país, incluso la literatura de todo el mundo puede sostenerse en andas de Rocinante. Pensemos que aunque se destruyan todos sus libros, todas sus estatuas, Don Quijote ya no puede olvidarse, es parte de la memoria de la humanidad. No es que tenga palabras contrarias a Juan Ramón Jiménez, a Machado, a Quevedo, Unamuno, incluso Lorca, o Cela, pero me interesan más otro tipo de escritores, más existencialistas, los rusos del siglo XIX, por ejemplo...

 

- ¿Hubo alguna opinión por parte del público o de los organizadores que te haya llamado la atención? ¿Notaste la preferencia por alguno de los autores que abordan tus prólogos?

 

Sí, hubo algunas que me hicieron días después por escrito, largas críticas de largos fundamentos, que agradecí especialmente. Palabras instantáneas hubo algunas también, sobre todo para el prólogo que hice sobre el libro de Klaus Kinski "Yo necesito amor", y al de Fernando Pessoa también. Por suerte hubo muchas preguntas, diálogos con el público y no necesité leer demasiado del libro, así resultó más fluido, alejándome de las tediosas y solemnes presentaciones de libros habituales.

 

- Más allá de la calidad innegable de tu trabajo literario y crítico, ¿Cuánto de la admiración que motivó tu convocatoria del Ministerio de Cultura de Madrid atribuís a la universalidad de los textos prologados?

 

Posiblemente ése haya sido el factor principal, la universalidad, y también el ocuparme de los escritores gigantes de la humanidad que ante tanto bosque editorial ya no ven el sol, muy a pesar que no hay un nuevo Kafka, no hay un nuevo Borges, no hay un nuevo Gorki. Y el otro motivo, según me dijeron, es una especie de reacción que aún no podemos llamar movimiento, hacia ciertos libros como el mío que están muy alejados de la literatura comercial. Hace décadas que se escribe de una manera muy atomizada o bien muy comercial, y es natural que algunos lectores se harten de la vacuidad, la literatura no es popular porque la inteligencia no es popular.

 

- ¿Qué temas dirías que son denominador común entre todos los textos prologados, a pesar de tratar una gran diversidad de creadores?

 

Lo que hay de fondo en este libro es mi propia opinión del mundo, viajando solapada quizás, saltando de prólogo en prólogo, pero puede leerse también como una suerte de puzzle que da una forma final, un dibujo hecho con marca de agua, no muy notable. Por ejemplo, en el prólogo de Hölderlin, lo que hago es hablar asimismo de mi propia torre, escribir sobre la Torre de Hölderlin fue la puerta para salir de ella. Uno puede escribir sobre cualquier cosa, lo que no se puede nunca es esconderse del todo.

 

- ¿Qué valorás vos en un producto literario ajeno? ¿Y qué buscás en tu propia obra?

 

Yo escribo cuando ya no tengo alternativa, me resulta mucho más serena y útil la lectura. Y cuando tengo que hacerlo me retumban unas palabras de Kafka, cuando decía que un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay en nosotros. Escribo para cumplir con esa premisa, y leo para cumplir con esa premisa también. Entiendo para qué se escribe la literatura pasatista, pero yo quiero estar realmente vivo mientras me encuadernan los dos silencios.

 

* Docente y escritora

 

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