El mandado
El dramaturgo y titiritero Aldo Umazano comparte con los seguidores de Caldenia, el cuento “El mandado”.
Juan Aldo Umazano *
Ya vuelvo-, dijo Perico, y salió de la casa. Antes de irse le pidió a Ramona que lo espere mirando el televisor; le traería lo que le había pedido con urgencia para terminar de hacer la comida. Dejó a Ramona mirando una película por televisión. Pero enseguida recordó que Ramona tenía todos los largometrajes guardados en su memoria. Y ver películas repetidas, la aburría. Entonces, se volvió, y para que descanse, la dejó recostada como muerta en un sillón. De paso ahorraría energía, que había subido de precio, lo mismo que las baterías; nada dejaba de subir en este mundo.
Tomó la calle caminando apurado y apenas llegó a la esquina se encontró con Pancho, que hacía tiempo no veía.
Los dos se alegraron.
- ¿No me digas qué vas a mi casa?-, preguntó el amigo.
- No, voy a comprar zapallitos y sal fina-, contestó Perico.
- En mi casa mando yo-, le recordó el amigo, sonriendo algo burlón.
-No, mi señora está en la oficina. La que está en casa es Ramona.
El amigo recordó que la señora estaba a punto de jubilarse. Su trabajo en la oficina lo haría una nueva computadora que la habían terminado de bautizar con el nombre de “Maravilla”, y ella estaría todo el día con Ramona.
- Y cómo andan las cosas-, preguntó su amigo.
Las cosas andan como las hemos hecho funcionar nosotros.
-Tenés razón. No le podemos echar la culpa a nadie.
- Nosotros somos los responsables-; el amigo tosió con la naturalidad de quien lo hace solamente para acomodar su garganta. Después preguntó. -¿Seguís escribiendo?-.
- Publico todas las semanas en un suplemento.
- ¿Sobre el mismo tema?
- Sí. Puede que algún día vivamos en paz.
- Es que son grandes los intereses que chocan.
- Eso es un problema cultural.
- Los derechos de uno, comienzan donde empiezan los del otro.
- Esa formación, comienza en cada hogar.
- En las escuelas.
- En los recreos.
- La lista es larga.
Dejaron de buscar culpables, porque darían la vuelta al mundo y terminarían chocando entre ellos.
- Así es ¡che! -, dijo Perico y se tocó la panza-. Se me hace tarde. Le prometí a Ramona que volvería enseguida-. Y se alistó para continuar con el mandado. Además, necesito comprarle un destornillador-. Miró al amigo y agregó dos detalles-. Tiene que ser largo y finito porque el tornillo que tiene que apretar está en el fondo de un tubo largo y la única manera de hacerlo es con un destornillador así.
- ¿Y quién no tiene flojo un tornillo?
- Todos-, y rieron.
- Lo único bien atornillados de la Pancha; son los bolsillos.
- No se rompe los vidrios de su casa.
Y volvieron a reír.
- ¡La Ramona! -, recordó el amigo-. ¿Y cómo está la Ramona?
- Bien-, contestó Perico.
- Esa sí que no envejece.
- No envejece ni tiene problemas. Nunca se queja de nada. Y cuando le sonreís te sonríe.
- Tiene una buena educación.
- No le falla nada.
Por momentos ni habla; está como en la nube; sólo se mueve.
- Y ella lo sabe.
- Por supuesto.
- Es responsable-, dijo su amigo.
- Obediente.
- Respetuosa.
- Inteligente.
- Inteligente y con músculos de acero-. Perico se tocó los gemelos: después recorrió sus brazos, el cuello; dando a entender donde estaba la fortaleza física de la Ramona. Después miró al amigo: - Deberíamos vernos más seguido.
- Pero no tengo tiempo-, dijo su amigo.
Hicieron un largo silencio, y el amigo agregó:
- Lo que tendríamos que hacer es encontrarnos y comer un asado: tomar un buen vino, mantener una larga charla y ponernos al día con los chismes. Y que al asado lo haga la Ramona. ¿Sabe?
- ¿Si sabe? Hay que decirle a qué hora querés comer, y a esa hora está el asado.
- Ella lo sala.
- Sabe que tiene que ponerle poca sal.
- Bueno. Entonces qué se gane el vino que chupa mientras asa.
- Puede tomar todo lo que le das, pero nunca se mama. Es como echarle agua a una vizcachera.
Silencio.
- ¿Sabés qué me hiciste acordar?-, dijo el amigo. Que por más que pase el tiempo y la tecnología avance, hay refranes que permanecerán vigentes.
Silencio.
- Es cierto.
Otro silencio.
- Che, cambiando de tema. ¿Jugás siempre al fútbol?
- No, ya estoy viejo.
El amigo se había quedado pensando sobre la cantidad de refranes que no desaparecerán.
- Otra cosa a favor de la Ramona, es el tiempo que no pasa ni pasará.
- Estará siempre igual.
Rieron.
- Bueno cada persona es como es.
- Vos jugabas al arco-, recordó su amigo.
- ¡Qué épocas aquellas!-, dijo Perico.
Otro silencio.
- ¡Huy!-, y miró la hora en el reloj de pulsera. Se me ha hecho tarde. Nos vemos. Hablame.
- Espero llegar a tiempo con las cosas que me encargó la Ramona. No sé cómo va a reaccionar cuando llegue.
Continuó apurado hasta el super, mientras pensaba que la humanidad estaba en transformación permanente. Los seres humanos deberán aprender de nuevo a comunicarse para convivir mejor. Apenas entró a la casa con la mercadería pero sin el destornillador…
- ¿No te dije que me trajeras las cosas en menos de diez minutos?- dijo la Ramona. Y le pegó una patada en el culo que fue a parar al medio del comedor con los zapallitos y la sal fina.
Con la Ramona no había que joder; estaba hecha de inteligencia artificial.
* Actor, titiritero, dramaturgo
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