Lunes 05 de mayo 2025

El talismán

Redaccion Avances 02/06/2024 - 09.00.hs

En este capítulo de La Maga, Alberto César Pacinotti, quien ya ha sido publicado en esta columna literaria, trae un cuento de fútbol, “amuletos de la suerte” y costumbres de amigos.

 

Gisela Colombo *

 

No sé qué carajo nos pasa, viejo! ¡Perdemos puntos con cada tronco!”. Se quejaba, con mucha razón, la Oveja en la mesa del viejo bar. Estaba muy concurrida, opinaban por igual jugadores e hinchas, todos amigos. No se encontraba la razón por la cual practicando un fútbol vistoso, que permitía establecer notoria superioridad en el juego, no siempre se ganaban los partidos.

 

Todos opinaban y la disparidad de opiniones hacía que el debate fuera subiendo de tono, es más, se escuchó algún que otro insulto cuando se empezaba a personalizar la discusión cuestionando alguna participación individual.

 

Fue el Indio el que puso paños fríos a su modo: “Muchachos yo me agarro a piñas con cualquiera menos con un amigo… pero hoy tengo ganas de darle un sopapo a más de uno. Lo único que falta es pelearse por un puto partido de fútbol.”

 

El llamado a la cordura apaciguó los ánimos. El turco dueño del bar lo felicitó: “Menos mal que calmaste los gritos porque si no los echaba yo. Si quieren discutir se van a otro lado y no molestan al resto de los clientes.”

 

Enojados entre nosotros cruzamos a la canchita de la Iglesia donde participábamos del campeonato. Jugaban equipos de clubes de barrios cercanos, entre otros, Caballito Juniors, Condal, Ciclón, Paternal, Unión Marchigiana, Fulgor de Villa Crespo y más de un equipo representando a otras parroquias. Era un verdadero éxito de convocatoria y cada vez que había partidos se juntaban más de doscientas personas que pagaban religiosamente su entrada. Se jugaba de noche durante la semana y los sábados, por la tarde, hasta que empezaba la misa de 7.

 

Ya en el sótano que hacía de vestuario la discusión empezó de vuelta y no terminó hasta que fue la hora del partido.

 

El comienzo no fue bueno. Rostros serios, miradas de reproche cuando alguno hacía una macana, prácticamente no nos hablábamos.

 

Cómo no podía ser de otra forma íbamos perdiendo por dos goles.

 

 

En un momento fui a efectuar un lateral y escuché una voz entre la multitud que me decía: “Nada bueno puede salir de la desunión y la pelea, jueguen como lo que son, amigos”. Justo terminaba el primer tiempo y se lo comenté al resto.

 

Rápidamente todos estuvimos de acuerdo y nos abrazamos en un costado.

 

Entre la multitud reconocimos al que había dado tan sabio consejo. Era un flaco desalineado, vestido de jean gastado, zapatillas y un buzo. La capucha tapaba parte de su barbado rostro morocho. Tenía las manos en los bolsillos.

 

Ya en el segundo tiempo, el Indio llevado por la impotencia metió un patadón terrible que casi le cuesta la expulsión de la cancha.

 

La Oveja que estaba cerca del lateral escuchó al de capucha. “Decile a Daniel que se tranquilice, el problema no son los contrarios sino ustedes que se olvidaron de hacer lo que más saben: jugar la pelota contra el piso. Andá y decíselo a tus compañeros.”

 

El consejo del flaco surtió su efecto y empezamos a manejar el encuentro. El dominio, como no podía ser de otra manera, mejoró nuestro juego y empatamos el partido.

 

Fui a patear un tiro de esquina y escuché al barbeta de capucha, siempre con sus manos en los bolsillos, que me dijo: “Amagá dársela corta al Indio y centreá largo a la cabeza de Tino.”

 

Instintivamente le hice caso y para alegría de todos Tino hizo el tercero de cabeza. Lo busqué para agradecerle el consejo y con una sonrisa me hizo un guiño cómplice.

 

Terminado el partido lo invitamos a que viniera al bar a comer una pizza y tomar unas cervezas. Se excusó diciendo que lo esperaban en su casa, pero si queríamos, a la salida, por la calle Espinosa íbamos a encontrarnos con un hombre que no tenía techo y bien podíamos darle una mano para que coma algo esa noche. Así lo hicimos.

 

El próximo partido ahí estaba con su buzo con capucha, las manos en su jean gastado y sus zapatillas. Nos hizo un gesto con la cabeza a manera de saludo.

 

Ya en el partido, estando cerca del lateral derecho me chistó y me dijo: “Cambiá de punta con Tino, vas a tener más chances con el defensor de ese lado”. Así lo hice y, demostrando lo certero del consejo, la táctica, funcionó.

 

Gambeteé al defensor e hice el gol. Al rato repetí la maniobra y le di el pase a Tino para que marcara el segundo.

 

A la salida se repitió nuestra invitación a comer, pero el flaco se volvió a excusar. Dijo que si no teníamos problemas nos mandaba a una viejita al bar para que la ayudemos para que se compre unos remedios. Cumplimos.

 

Al tercer partido el consejo del flaco fue hacia los defensores para que hicieran un pequeño ajuste en las marcas.

 

Evidentemente el tipo sabía.

 

Pasaron ochos partidos con otros tantos triunfos. El flaco siempre estaba ahí, callado, con sus manos en los bolsillos y su capucha. Sólo hablaba para darnos alguna que otra indicación táctica.

 

Nosotros salíamos a la cancha y lo primero que hacíamos era buscarlo con la mirada. Nos daba confianza su presencia.

 

Nunca le preguntamos cómo se llamaba. Lo empezamos a llamar El Talismán dado que jamás perdimos desde que lo conocimos. Siempre, después de los partidos, íbamos al bar previa ayuda a algún necesitado.

 

 

Pero llegó una noche en la que jugamos contra el equipo de la Parroquia María Madre de la Iglesia que queda del otro lado de Rivadavia. Salimos a la cancha y el flaco, nuestro hincha más fiel, nuestro talismán, no estaba.

 

Pese al amplio dominio que ejercimos durante todo el partido no pudimos hacer un solo gol. Pegaron cuatro pelotas en los postes del arco rival y más de una vez algún defensor contrario la sacaba desde la línea de gol.

 

Algo increíble. Empatamos cero a cero.

 

Ya en el bar, previo a ayudar a la señora de los remedios comentábamos sobre la ausencia de nuestro talismán.

 

Tino con cierto sarcasmo comentó: “Pegó el faltazo, pero igual nos mandó a manguearnos”. Risotadas entre cervezas por la ocurrencia, pero ya habíamos incorporado el hábito de ayudar a alguien los días de los partidos.

 

El partido siguiente se jugaba un sábado. Salimos a la cancha y ubicamos al flaco entre la gente. Estaba vestido como siempre, humilde, con sus manos en los bolsillos. A la distancia lo saludamos y nos respondió con un ligero movimiento de cabeza.

 

Esa tarde ganamos nuestro partido con comodidad. No hubo ninguna indicación táctica de nuestro hincha más fiel.

 

Terminado el partido, nos fuimos enseguida, pensando más en la cerveza y en la pizza que lo que había pasado esa tarde.

 

La Oveja se retrasó, quizá el más gentil de nosotros, se fue a conversarlo al de barba.

 

Estábamos parados en la esquina de Espinosa y Gaona, esperando al Oveja para cruzar todos juntos en dirección al bar.

 

Lo vimos venir pálido como un muerto, los ojos llorosos y balbuceante. No podía hilvanar palabra. Estaba conmovido. Con Tino lo sujetamos, uno de cada lado, temiendo se desvaneciera. Cruzamos al bar. Le pedimos al turco un vaso de agua para ver si la Oveja reaccionaba. Siempre fuimos de los que creen en los poderes milagrosos del agua para curar cualquier contusión física o sacudón emocional.

 

Cuando el Oveja se repuso y pudo hilvanar dos palabras seguidas le preguntamos qué era lo qué le había pasado que lo tenía tan conmovido.

 

Transpirando sudor frío, nos contó que fue a hablar con el morocho de capucha. Éste le comentó que era el último partido que nos venía a ver. Era requerido en Santa Fe, donde las inundaciones del Paraná habían dejado un montón de gente sin techo. Prometió volver, porque lo divertía mucho el futbol bien jugado, con la pureza del amateurismo, y era lo único que le distraía de sus múltiples responsabilidades.

 

Perdíamos nuestra cábala más preciada. Después de todo habíamos vuelto a ganar con su regreso a la hinchada.

 

Si bien la noticia era importante para el equipo le reproché al Oveja que no era para ponerse así.

 

Rápidamente me sacó de pista con un ademán y luego de tomar otro vaso de agua milagrosa empezó a hablar como pudo.

 

“Le dije que estaba bien, que lo íbamos a extrañar y me contestó que pasase lo que pasare siguiéramos jugando para divertirnos, como amigos y que no castigásemos a los rivales por nuestros errores”.

 

“El tipo es un gaucho”, acotó el Indio siempre sensible a estos temas y reconociendo que la parte del mensaje de no golpear a los rivales, lo involucraba.

 

Retomó la Oveja su relato: “Le reproché que no había venido el partido anterior y que, creer o reventar, no pudimos ganar”. Y entonces me dedicó una mirada que desbordaba de calidez y ternura y me dijo “¿Qué querés que hiciera?, jugaban contra el equipo de mi vieja. Me despido porque ya empieza la misa y tengo que estar sí o sí, no puedo faltar”.

 

Tino, difícil para exteriorizar sus emociones comentó “Y… está bien, pero ya está grande para hacer lo que le pide su mami…”.

 

Fue entonces cuando la Oveja, parándose de su silla y alzando la voz dijo:” Yo sé que ustedes son unos pelotudos, que son más cabuleros que creyentes, pero después de que me dijo esto, sacó sus manos de los bolsillos y las puso hacia arriba encogiéndose de hombros, con una sonrisa inocente, como queriendo decir ¿Qué querés que haga?, ¡la vieja es la vieja!. Entonces le miré las palmas. ¡Tenía en ambas manos unas terribles cicatrices!”.

 

La Oveja rompió en un sollozo, los demás quedamos aturdidos. Ya el turco traía las cervezas. Muchos decían que la Pécora había tenido un rapto de misticismo. Yo lo vi tan emocionado que le creí.

 

Comimos esa noche en silencio y, vaya a saber uno porqué, nunca jamás volvimos a hablar de este asunto.

 

 

Alberto César Pacinotti nació el 10 de marzo de 1952 en Ciudad Autónoma de BuenosAires. Confiesa tener tres pasiones: la lectura, la historia y el fútbol. Es contador y Licenciado en Administración de la UBA, casa en que fue docente también. Incursionó como tipógrafo en la industria de la imprenta. Trabajó para una gran empresa agropecuaria, en la que escaló hasta el directorio.

 

Tuvo emprendimientos inmobiliarios. En 2020 partió su esposa y decidió, por consejo de su hija, abrir un blog para canalizar la pérdida y abrazarse a un propósito vital. Allí es donde comparte lo que escribe: blog theuglybherald.wordpress.com

 

* Docente y escritora. Compiladora

 

'
'