Lunes 05 de mayo 2025

El Tucho Rodríguez

Redaccion Avances 26/01/2025 - 15.00.hs

En este artículo recordamos a Armando “Tucho” Rodríguez, un personaje entrañable de nuestra ciudad. Su primer trabajo fue como distribuidor de este diario, fue vendedor de diferentes artículos y un cantor admirado.

 

Juan Aldo Umazano *

 

El primer trabajo que tuvo el Tucho, fue como distribuidor del diario La Arena, que llegaba hasta Ingeniero Luiggi. Lo hacía en un Citroen 3cv.

 

Este cantor se había formado en las calles; vendió hasta papel higiénico casa por casa. Para toda conversación, él siempre citaba algún refrán o contaba algún cuento; aunque solo hubiese dos o tres personas. Siempre me pregunté de dónde los sacaba. Cuando contaba algo, estaba lejos del número de espectadores que lo escuchaban, porque lo que le importaba era contar o citar algún refrán. Antes de irse a Salta, creó el Dúo Los Matreros. Nombre que venía del negocio llamado El Matrero, del señor Vitale: que vendía pilchas gauchas, guitarras y otros instrumentos. El Matrero los vestía de gaucho para las presentaciones. Hacían el repertorio de Los Fronterizos. En ese dúo, estaba el Negro Navarro que punteaba con la guitarra, y él, acompañando. Había un tercer integrante que era Ramos, que sólo tocaba el bombo. Después que el dúo desapareció, el Tucho se instala en Salta, porque lo que más le gustaba hacer en la vida, era cantar. Si bien yo lo conocía, me hice amigo después que vino de esa provincia-según él, por problemas laborales, aunque pienso que en el fondo extrañaba La Pampa-. Fue el primero que nos habló de Zamba Quipildor. Trajo de esa provincia canciones que no todos habíamos escuchado. A las zambas carperas se le “apilaba” a la guitarra como queriendo volar.

 

Había que escuchar: -“Carpas de Salta, vinito pa’ tomar , Rama de albaca verde, olor a Carnaval…

 

Al recordarlo me suena La Galponera, milonga de Osiris Rodríguez Castillo, que con su vozarrón, despertaba la admiración de todos cuando cantaba en El Camaruco: “La llaman la galponera y es milonga de fogón, que lo mismo suena a campo, si le cierran el galpón. La arrastró la montonera/cuando el llano corcoveó/Y hubo un ñudo de orientales/Lanza, trabuco y facón.”

 

Y otra milonga recién creada por Chela Gentile: “Que no me llore El Cristiano/No quiero su lagrimear,/Si el que se muere es un pobre/Porqué lo van a llorar”

 

Uno de los grandes secretos cuando cantaba, era que sabía lo que cantaba; recalcaba la palabra más importante del verso, entonces a uno lo llevaba por ese mundo mágico que construía, un aura lo envolvía mientras interpretaba la canción. Y eso nos llegaba a todos.

 

Cuando trabajó en Juan Carlos Suárez; negocio que vendía artículos para el hogar, era simplemente un vendedor. Nunca empezaba la venta mostrando la mercadería; apenas entraba el cliente, le hablaba de algún hecho que habían vivido juntos, o un comentario de cualquier cosa sucedida, hasta que le indicaba donde estaba la mercadería que debía llevar. Su simpatía era la presencia del negocio. Los clientes, cuando decíamos dónde habíamos hecho la compra, no nombrábamos en lo de J.C. Suárez, sino en lo del Tucho. Su presencia era mayor que la del dueño del negocio.

 

Compartió también la casa de Gustavo Pérez Iza, que estaba en la calle Ameghino, donde siempre había una guitarra y algo para comer. Perteneció al grupo de amigos que éramos habitué y al grupo Alpataco que editó por primera vez a Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

 

En este momento se me viene a la mente el día que en la Plaza Martín Fierro -en ese entonces no estaba el escenario, para esa fiesta se armó uno especial, y él cantó canciones de Coco Díaz- le habíamos pintado la punta de la nariz colorada, lo que transmitía una alegría de payaso. El público no quería que se bajara.

 

En los años de El Camaruco, lo escuchábamos con el mismo fervor que hoy se lo escucha a Goyeneche. Tenía una personalidad avasallante y pura, por eso Juan Falú le canta a su persona en “Amigo Tucho Rodríguez”. La verdad, escucharlo, era refrescante. Se detenía la noche cuando descubrían que estaba en el salón y alguien que le gustaba determinada canción que interpretaba, le pedía que la cantara.

 

Una noche, como una excepción, fue hasta una mesa donde había una mujer muy bonita, y le cantó Sombrero de Saó: “A esta pelada/ yo le regalaré para las fiestas un sombrero de Saó, para que se tape y tape a mí también, debajo el Mocoró”.

 

Cuando regresó a la mesa y le dijimos que esa hermosa mujer a la que le había cantado Sombrero de Saó, usaba una peluca porque era pelada, se quería morir. Pasado un momento se acercó de nuevo y le cantó, Trago de Sombra. Terminada la interpretación aplaudimos como locos.

 

No sé qué pudo haber pasado por la mente de la joven mujer, pero al Tucho, que tenía gran sensibilidad, seguro le hizo bien, porque le ayudo a ignorar la metida de pata que había hecho sin querer.

 

Sus cuentos y sus canciones estaban entre los momentos más esperados de la noche; aunque en los cuentos, como en algunas canciones, se pasaba de tono. Pero su inocencia, lo alejaba de toda guaranguería: incluso decía algunos versos en un español antiguo: y tanto las mujeres como los hombres, lo disfrutábamos. Incluso, se lo pedíamos: “Majestad, Majestad. Los infantes de Aragón Han…”

 

Como no tengo esa inocencia artística, doy por terminada esta nota y si algún lector recuerda como terminan estos versos, que lo pase de boca en boca, porque esa fue la primera manera de trasladar la literatura en este mundo.

 

* Dramaturgo, titiritero, actor

 

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