Herederos del fuego
La poesía de Marcelo González del Río tiene la particularidad de reunir múltiples haces de la existencia en un discurso que legitima desde lo más sutil e inaprehensible hasta lo más instintivo.
Gisela Colombo *
Marcelo González del Río es psicólogo, desarrolla la docencia universitaria, se desempeña en el ámbito de la investigación y ejerce la actividad profesional. Pero principalmente es poeta. La poesía de Marcelo González del Río tiene la particularidad de reunir múltiples haces de la existencia en un discurso que legitima desde lo más sutil e inaprehensible (“no es fuerza de gravedad, es amor en estado gravitatorio”) hasta lo más instintivo (“El sexo es el chirrío de la cama en el vaivén; o cuando se refiere el amor como gases). Por eso el sujeto lírico aparece como una expresión de lo orgánico, de lo uno, de una conciencia en la que confluyen muchos haces.
Es, más que un manifiesto de adhesión a una escuela literaria u otra, más que una ordenación a tal o cual credo poético, un testimonio de humanidad que busca, por medio de la poesía, “decirse” completamente.
Como ocurre en las sociedades posteriores a la llegada de la Edad Moderna, aquí el pensamiento racional se presenta como la única posibilidad comunicativa seria y rigurosa hasta el momento en que irrumpe la poesía.
Aquello que se desprende del texto revela el predominio previo de un tipo de pensamiento objetivo, montado en las ciencias. Eventualmente, madres y padres representan, en no pocas ocasiones literarias, las expectativas de una educación respecto al desarrollo de sus hijos. Aquí la madre no reconoce a su hijo desde que ingresa la poesía.
En virtud del prestigio del autor como profesional de la salud, lo esperable respecto a las concepciones desplegadas en el texto es que fueran eminentemente científicas. La formación profesional de González Del Río pudo haber teñido su obra de esa visión porque es ingrediente constitutivo de su propia concepción de la realidad.
En efecto, el “habitus” que propone Pierre Bourdieu, refleja “el modo en que el conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él como esquemas generativos generalmente se definen como “estructuras estructurantes estructuradas” son socialmente estructuradas porque han sido conformados a lo largo de la historia de cada agente y suponen la incorporación de la estructura social, del campo concreto de relaciones sociales en el que el agente social se ha conformado como tal. Pero al mismo tiempo son estructurantes porque son las estructuras a partir de las cuales se producen los pensamientos, percepciones y acciones del agente”. El “habitus” del autor, conformado por aquello que ha experimentado, por su formación, ejercicio profesional y otros tantos vectores que construyen y son construidos por las nociones sobre la naturaleza del hombre, sus mecanismos psicológicos, aspiraciones, deseos, se manifestarán en su producción.
El caos de corrientes que atraviesan a todo sujeto, especialmente a aquel que aspira a la conciencia, tal vez explique la irrupción de la poesía, que acude en defensa de la sensibilidad, de la inclinación al misterio, de la intuición y de la sed de comprender las conductas y experiencias, más allá de la mirada racional.
Cierto escepticismo respecto a reducir al hombre a tendencias explicables hace de este libro una colección diferente. El científico opera para resolver lo que la teoría le aconseja, pero el poeta que hay en el sujeto lírico sabe que nada de eso alcanza para dar respuestas a un hombre que se dice la verdad, que reconoce que sus deseos rebasan lo humano.
Como si el científico que es, previamente hubiera dejado en sombras una serie de percepciones, que se viven, se sienten, reflejan lo más íntimo del ser. Tendencias que fueron necesariamente silenciadas para no afectar la seriedad profesional, ahora emergen por la poesía. La poesía gritando desde una especie de tiniebla, de sitio desconocido, ctónico, indeterminado, por más que ésa sea la raíz desde donde emana toda la energía manifiesta.
De tal modo, aquí, en la obra de este autor, está ese sustrato de la ciencia, pero se presenta como aquello que ha sido superado. Está el psicólogo, que es quien concibe la necesidad de una identidad que nuclee todos los haces de la existencia. El nuevo lenguaje que pueda lograrlo será la poesía.
En efecto, el primer poemario se ordena a dejar hablar a la poesía. Lo nuevo. El lenguaje de las imágenes puras que, como ya mencionamos, no abarcan solamente la estética de lo sublime, sino que convocan también al costado menos idealizado del hombre, lo más instintivo, porque la unidad de la experiencia humana es lo que persigue, al abordar la del sujeto lírico.
La poesía es hija del silencio, según se desprende de esta obra. Del silencio del discurso racional y atrapable, por ello, “Un poema es tu silencio”. Esto indica una especie de regreso a lo primigenio, a lo anterior al lenguaje, como arma de civilización, a la indeterminación original donde radica la fuente de lo humano.
Como si González del Río replicara el método de revisión del psicoanálisis, todo lleva una reversión a partir de la retrospectiva, de ir hacia atrás en las causas, de retornar a los núcleos conflictivos que constituyeron la conciencia. Expresión de ello es el modo en que se titulan los poemas: no por el primer verso, lo cual es la práctica habitual en la poesía, sino por el último de los versos de cada creación.
“Herederos del fuego” es la reunión de dos poemarios diferentes. Y retrata un mecanismo de incorporación de lo nuevo. En el primer conjunto nombrará lo nuevo con un discurso en imagen, netamente metafórico: es la irrupción de la poesía propiamente dicha. Mientras en el segundo conjunto se intenta la interpretación, la asimilación de lo novedoso para dar a luz a un sujeto transformado por la emanación poética.
En este segundo conjunto se extenderá el pensamiento metafórico, al anclaje en la experiencia. De tal modo que, esas imágenes puras van cobrando un significado experimental que nos acerca a la comprensión del acto de metaforización que poeta ejerce con su experiencia, de lo que resulta la imagen pura. Luego vendrá la deseada re-metaforización que ocurre cuando el lector recarga las metáforas con su propia experiencia y hace propio el poema.
No parece casual el cambio de un poema versificado y suelto que caracteriza al primer poemario, hacia la estética del poema en prosa, que permite el ímpetu narrativo y la ilación necesaria para comprender. Como un psicoanálisis del discurso.
Lo destacable de este trabajo es la profunda verdad que refleja.
Detrás de todo este proceso que propone el texto está la acción de mirarse al espejo, de conocerse, pero también de autodeterminarse. El imaginario roza el concepto de la palabra como fundadora. El tópico poético del Logos que, al nombrar, da vida.
Primer poemario.
En este primer apartado, el libro exhibe una originalidad destacable.
Inicia con “El Magma Primordial” donde es posible observar la idea del poeta-Atlas, que carga con todo el peso del mundo sobre sus ramas. Árboles y pájaros son imágenes tradicionales del ejercicio poético y aquí se hacen presentes. La poesía carga con una misión salvadora en estos primeros versos. Y el tópico La lluvia será imagen de lo infuso, lo imponderable e inevitable, que viene de un orden desconocido por el hombre. Por ello, de acuerdo con lo que proponga ese devenir inmanejable es que la poesía se manifestará positiva, fertilizante o inclemente. Es llamativa y sumamente original la categoría de “oblicuo”, mencionada realmente muchas veces en éste y en el otro poemario. Lo oblícuo parece ser, además de una sensación dolorosa, también la visión que une y entrelaza, que hace coherentes las distintas esferas de la realidad o de la identidad del ser. Y es dolorosa en la medida en que la verdad se busca cuando se sufre y, muchas veces es penosa en sí misma.
Tal vez por eso: “Hay un frío y dos caminos/cada vez que voy hacia un lado, me observo venir del otro./ ¡Cuánto frío!” Y esto refleja el descubrimiento de la noche en la propia naturaleza. No será la primera vez que lo oscurecido de la naturaleza humana refleje los mismos límites que se expresan en la caducidad natural de la vida. Si se piensa en clave bíblica, precisamente la muerte es una consecuencia del lado oscuro. Llega cuando Adán y Eva obran mal. Motivo por el cual la tradición nos habla de un deseo de infinitud innato, pero también de limitaciones humanas, cuya consecuencia de mayor alcance, es la muerte.
La luz, por momentos, es imagen de lo esperanzado “y lo que amanece conmigo […] es otra vez la esperanza”.
Si una impresión deja este imaginario es la de no estar cerrado aún. Quizá esa indefinición que reasigna sentidos distintos a las imágenes surja de la creación de poemas en distintos momentos del proceso interior del artista, y la conciencia interpretativa que operará luego, aunque subjetivamente, no desee intervenir las imágenes puras para no vulnerarlas.
No extrañaría que, como paso ulterior de este viaje llegara una hermenéutica objetiva y no subjetiva y ligada a lo experiencial. Será el momento en que el mismo autor sistematice las imágenes de su imaginario.
Imaginario.
Si Gastón Bachelard guiara esta especie de reseña, diría que el punto de partida es el fuego. “Herederos del fuego”, entendido por la tradición como energía indeterminada que opera en las transformaciones, revela en el mismo título lo que anima la obra.
Guiados por este elemento podríamos pensar en que el primer libro es un proceso de transformación, de paso por el fuego de la poesía, para recuperar las partes sumergidas de la personalidad.
Segundo poemario.
Aquí prevalece el develamiento de las experiencias que llevan a las imágenes puras del poemario anterior.
La madre que desconoce a su hijo poeta, la muerte del padre, los nacimientos de los hijos, la sensación de séptimo día del poeta, al finalizar la creación; la realización y el final del amor, entre otras tantas circunstancias, se congregan aquí. Asimismo, la voz poética revela algunas fuentes de las cuales abreva el autor y con las cuales conversa su creación. Algunas incluso aclaran imágenes del poemario anterior. Tal es el caso de la Rosa del olvido, del Cristo de la mano rota de Marechal, de “Seminare”…
En suma, el resultado es una obra compleja pero humanamente cercana, en la medida en que invita a hacer propia la poesía del autor: a que el lector se aventure con ello a su espejo interior y, con suerte, descubra qué vertientes se esconden en su “hábitus” existencial.
* Docente y escritora
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