Historias bajo la lupa
Mansilla -que llegó a transitar las rastrilladas en “Una excursión a los indios ranqueles”- las describe como “surcos paralelos y tortuosos que en sus constantes idas y venidas han dejado los indios en los campos”.
Omar N. Cricco *
Aquellos antiguos caminos de la pampa que unían sabiamente los mejores sitios de pastos y aguadas, alguna vez, internándose en el desierto, cruzaron nuestro valle con rumbo a Chile. Para quien avanzaba desde las pampas, el inicio de la travesía al río Negro estaba indicado de manera inconfundible por el sistema de sierras ubicado al norte del río Colorado y que, por ofrecer a la vista del viajero aquella inconfundible imagen del avestruz echado, fue bautizada por los nativos como Choique Mahuida (sierras del avestruz). Los blancos, en cambio, más impresionados por la pronunciada vuelta que las sierras imponen al río, denominaron al sitio “Codo de Chiclana”, en recuerdo del agrimensor que durante la campaña de Rosas tuvo a su cargo el reconocimiento del área. Este antiquísimo sector de cruce, después de las varias horas que duraba la travesía, salía frente a la isla de Choele Choel. Quizás, sin haber sido la única senda que unía ambos ríos, el camino vecinal que en la actualidad sale del extremo norte del pueblo de Darwin, y que con ese rumbo llega al río Colorado, coincida con una de las varias rastrilladas utilizadas por los nativos, para salvar esta distancia entre los dos grandes cursos fluviales de la Norpatagonia. La existencia de un sector de rastrilladas, más que una única huella, no sería una novedad; así lo especifican militares en 1879 y ya el mismo Villarino lo consigna casi cien años antes en su diario, “ni tampoco Choelechel se entiende un solo paraje determinado, pues tiene muchas leguas y varios caminos de un río a otro”.
La elección de este sector estuvo condicionada, por ser el indicado uno de los puntos en donde más se aproximan los citados ríos. Se agrega, además, la existencia de algunas lagunas intermedias que, aunque temporales, fueron de gran valor, sobre todo en antiquísimos tiempos en que, al no disponer del caballo, aquellos cruces debían efectuarse a pie.
Tránsito desde antiguo.
Estas ocasionales aguadas aún guardan abundantes restos líticos que testimonian el tránsito y ocupación aborigen ya en aquellos tiempos pretéritos.
Como ejemplo vale referir que sobre el camino mencionado -de unos cuarenta kilómetros que en la actualidad, y yendo hacia el norte, alcanza el río Colorado- se encuentran dos lagunas, hoy conocidas por los lugareños como la del “Bajo Hondo”, a la izquierda, y la “Del Veinte” algunos kilómetros más adelante y a la derecha. Aunque, intentando replantear la marcha consignada por las expediciones de 1879, la huella utilizada a partir de entonces parece haber estado desplazada algunos kilómetros al este.
Teniendo en cuenta los relatos de marcha de Fotheringham, Olascoaga y especialmente Zeballos, queda en claro que la ruta seguida por el ejército en 1879 tuvo que ser una huella hoy borrada -aunque algo distanciada, casi paralela a la línea férrea- y que curiosamente también pasa por otras dos lagunas temporales -hoy en los lotes 22 y 1- al oeste y sudoeste respectivamente de la abandonada estación Zorrilla. Remontándonos a las primeras referencias históricas, encontramos en Hernando Arias de Saavedra -Hernandarias- al primer europeo en arriesgarse por estas latitudes, por entonces totalmente ignoradas, y tal vez el primer blanco que recorrió esta senda indígena con la consecuente carga de misterio y riesgo que suponía la empresa.
Los motivos de Hernandarias.
No debe desconocerse que el principal motivo de Hernandarias para entrar a lo desconocido lo constituía el espejismo de Los Cesares, muy en boga por esa época en que las vacas no despertaban tanto interés como las leyendas y el oro fácil. Esta expedición realizada durante 1605 parece haber alcanzado el río Negro siguiendo la ruta que nos ocupa o, en su defecto, alguna no muy apartada, pues nos deja la descripción de un paisaje de bardas, islas y del río mismo, muy familiar para quienes habitamos esta región. Dice Hernandarias haber llegado después de varios días a un río al que se dio en llamar “Turbio”, probablemente el Colorado en proximidades de su unión con el Curacó.
Cruzándolo y ahora con rumbo sur una jornada y media dice llegar a otro río que distingue como “Claro” y que describe como “caudaloso y hondable que no se puede pasar ni vadear y poblado de islas y arboledas”, precisamente las particularidades de nuestro medio.
Falkner: leguas y lenguas.
Años más tarde el padre Falkner, “que recorrió tal vez pocas leguas, pero recogió muchas lenguas” -a decir de Luis Franco- fue quien desde su lejana misión describió, por informes de su amigo el cacique Cangapol, toda nuestra región, incluyendo esta rastrillada que aparece en su mapa como “horse road” y de la que en su libro agrega: “Allí se pasa, dejándose ver desde las montañas más altas (después de una jornada directamente al mediodía por unos parajes peñascosos, ásperos y cubiertos de bosques donde apenas hay lugar para descansar) el río Negro, o Segundo Desaguadero […] El paraje por donde le pasan desde el primero al segundo desaguadero, Choelechel”.
Pocos años antes de que concluyera el dominio español por estas tierras el piloto de la Real Armada B. Villarino y Bermúdez, reconociendo el río Negro, nos dice: “Ya habíamos pasado el Choelechoel que es una loma que está en la cuchilla... pero que el paso de las indiadas esta más arriba”, confirmando en algún sentido la llegada al valle de la rastrillada casi sobre el extremo oeste de la isla, senda que para mayor confirmación ubica en ese sector en su mapa identificándolo como “Camino de los Aucas y otras Naciones al Río Colorado Sierras de Bocar y pampa de Bs. Aires...”; camino que, por entonces y según lo confirma el piloto español en su viaje, ya era usado por éstos para arrear animales, producto de sus malones en las pampas.
La expedición de Rosas.
Con los primeros años de la Patria se incrementó este tráfico de ganado a Chile, a tal punto que para 1833 y dispuesto a acabar con los perjuicios de los malones, Juan Manuel de Rosas realizó la campaña en la cual, y evitando la ruta de nuestro tema, envió a su vanguardia por el inusual camino de Patagones, buscando con ello y según sus propias palabras sorprender al astuto Chocori, que mantenía a sus bomberos sobre aquella senda. Por el diario de la expedición se sabe que el general Pacheco, jefe de la vanguardia rosista, ya sobre la isla “se ha movido desde el Potrero de los Corrales hasta las huellas del camino de las Manzanas que atraviesan del Río Negro al Colorado donde se ha situado al pie de las cuchillas”. Y para más detalle se agrega: “Dice el señor mayor general que este camino es muy ancho y trillado”. El material cartográfico elaborado como complemento de esta campaña por Descalzi también confirma en proximidades del actual Darwin la ubicación de la ruta al río Colorado, pues el navegante italiano la dibujó aguas arriba del “Accampamento Principale”, como él llamó al campamento de Pacheco (Encarnación). Ya en épocas de los españoles se probó la existencia de otras rutas o rastrilladas utilizadas por los indígenas del sur de Córdoba y norte de Buenos Aires, pero éste siguió siendo el principal recorrido por el cual fluía el producto de los malones de una amplia zona bonaerense que abarcaba las sierras de Tandil, Ventana y campos adyacentes. Fue tan utilizada que a lo largo de sus muchos kilómetros se han llegado a identificar importantes infraestructuras, como los corrales de piedra en la Sierras del Tandil y diques artificiales en la zona del departamento pampeano de Caleu Caleu.
Infraestructuras y tránsito.
En nuestro medio la misma naturaleza hizo innecesarias estas construcciones, el agua es abundante y no menos lo son los pastosos rincones e islas formadas por el río, y tan importante era este punto para los indígenas que el propio Calfucurá hizo sentir su oposición y enojo por el intento de ocupación del lugar durante la presidencia de Sarmiento. “Si se retiran de Choele Choel no habrá nada y estaremos bien”, dice el gran toqui en la conocida carta a Alvaro Barros. Pero diez años más tarde en vano protestaría Chacayal ante Moreno: “Los huesos de nuestros amigos, de nuestros capitanes asesinados por los huincas, blanquean en el camino del Choleachel y piden venganza”. La suerte estaba echada, al año siguiente el general Roca estaba a las puertas, en Choique Mahuida, dispuesto a cruzar la travesía para quedarse ya definitivamente. Así, la tarde del 23 de mayo de 1879 encontramos al comandante Fotheringham, a cargo de la avanzada de Roca, acampando frente al Codo de Chiclana y descubriendo, ya sobre la noche, “varias sendas en dirección sud”. Obligado por el apuro, el cruce lo realizó esa misma noche, pese al intenso frío. Por Olascoaga, que marchó de día, tenemos mayores detalles de la rastrillada, que según confirma “es sur con poca inclinación al oeste”. El camino se encontraba muy marcado con señales de un tránsito continuo y varias sendas señaladas por infinidad de huellas vacunas, huesos, carroña y restos de repetidos campamentos abandonados.
Entre Ríos del Sur.
Después de dejar atrás una de las lagunas secas “que se ve de lejos” y de andar a “marcha muy tendida” a no menos de dos leguas por hora y, con algún corto resuello, llegaron finalmente a las bardas a las 4:30 de la tarde. Meses más tarde, con posterioridad a los trágicos sucesos del invierno, Zeballos realizó su “Viaje al País de los Araucanos” y en la oportunidad describió también el cruce del “Entre Ríos del Sur” -un país seco y de pobre hospitalidad según sus palabras- y luego de pasar bautizando las lagunas secas llegó también a las bardas y dijo, repitiendo el trabajo ya realizado por el agrimensor Chiclana en 1833, “la cadena acusaba 7 leguas y 4.315 metros, o sea, 8 leguas de barranca a barranca [...] De la barranca 4.148 metros al este estaba el campamento de la división”. Con lo que queda claro que el camino se ubicaba, por entonces, saliendo entre Choele Choel y Darwin. Tras la ocupación militar la vieja rastrillada pampa se transformó en huella de carretas y de tropas que abastecían la nueva línea militar del río Negro. Más tarde las galeras de Vallée la cruzaron por el tiempo de gracia que les dio el ferrocarril y cuando éste llegó -a fines del siglo XIX- su traza se apartó algo de la vieja rastrillada y mucho más la actual ruta 22. Con el desarrollo ganadero de la región volvieron a revitalizarse algunos de los viejos caminos y hoy, algo mejorados y engalanados con algunos guardaganados, siguen prestando su utilidad ligada a la ganadería, tal vez un poco más olvidados, pero testigos de una larga y en gran parte desconocida historia.
* Colaborador
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