Lunes 05 de mayo 2025

La botella detrás de algunos famosos

Redaccion Avances 12/01/2025 - 06.00.hs

Quien más, quien menos, podría decirse que todos hemos conocido en alguna época de nuestras vidas, alguien demasiado inclinado al trago, un borrachín, como quien dice, más o menos criticado por el barrio y con motivaciones que, verdaderas o falsas invitaban a compadecerlo.

 

Faustino Rucaneu *

 

Esa afición, en todas sus formas pero especialmente al vino, no es cosa de los tiempos modernos: se remonta muy atrás, a épocas lejanas, demostrando de paso que prácticamente todos los pueblos han elaborado su alcohol con lo que tenían a mano.

 

Se podría comenzar con la Biblia, libro respetado que, sin embargo, abunda en ejemplos de excesos en el empinamiento del codo. Allí nomás están las hijas de Lot, que en su afán por tener descendencia emborrachan a su padre y lo empujan al incesto. Algunos exégetas irreverentes hasta arriesgan que el mismo Jesús, en su condición humana, no le mezquinaba al vino y que sus palabras de la última cena son algo más que una metáfora. Después de todo el Libro pontifica sabiamente: “El vino bebido con templanza es regocijo del alma y alegría del corazón. Dad vino a quienes están en tristeza de corazón”.

 

También el Corán, el texto sagrado de los musulmanes, reniega del alcoholismo pero esa negación, probablemente, apunta a la condición viciosa porque en una de sus 114 suras precisa que en el paraíso de los creyentes, en armonía con las huríes de hondos ojos, corren arroyos de vino.

 

Por la misma época en que se dieron esas referencias, o acaso antes, también los chinos tuvieron lo suyo pero trasformando la ingesta de alcohol en una suerte de épica poética, especialmente a cargo de Li Po, quien hacía profesión de fe al decir que “Rodeado de flores, ante un jarro de vino,/ libo solo, sin compañera./ Alzo la copa, y convido a la luna./ Ella, mi sombra y yo, venimos a ser tres amigos”, dice en “Libación solitaria bajo la luna”.

 

Un estudioso del tema, Mark Forsyth, apunta que una de las primeras alusiones a la borrachera está en los textos filosóficos. En el comienzo de El banquete, Platón dice que uno de los personajes se queja de la resaca que padece por haberse embriagado.

 

A través de las Edades.

 

Más allá de la esquematización de la Historia en Edades, todo el transcurrir humano parece estar acompañado por la bebida, vino fundamentalmente, pero también otras ingestas, más potentes quizás pero menos significativas. En la Edad Media al parecer quien después fuera Santo Tomás de Aquino meditó teológicamente sobre el beber vino y su relación -o no- con el pecado, después, claro está de haber probado las cualidades de esa bebida.

 

Pero es en la llaada Edad Moderna donde la práctica etílica pasa a tener presencia en lo social, en lo económico y hasta en lo político. Forsyth, un teórico sobre el tema, destaca que “la difusión del gin en Inglaterra a partir del siglo XVII “generó algunos hechos espeluznantes en gentes que se habían excedido en ese alcohol.

 

Grandes bebedores.

 

Otro historiador, Fernand Braudel, revela cómo la difusión del cultivo de la vid fue parte de la conquista española de América y destaca que “el aguardiente, el ron y el alcohol de caña fueron los regalos envenenados” de los expedicionarios en su plan para someter a los pueblos indígenas.

 

Con semejantes fundamentos vale la pena ejemplificar la influencia del alcohol en personalidades destacadas en distintos ámbitos.

 

Pedro el Grande de Rusia, que gobernó el país en el siglo XVII, tomaba tanto como lo que le imponía a los demás. Las historias sobre cuánto bebía varían y son muy difíciles de creer. Una tradición dice que tomaba una pinta de vodka y una botella de jerez al desayuno; después otras ocho botellas para continuar con su día. Otro relato tiene las mismas cantidades solo que el brandy reemplaza al vodka. Tenía una especie de club donde cabían mil personas y cada festín comenzaba con un brindis tras otro para asegurarse de que todos estuvieran completamente intoxicados antes de que llegara la comida.

 

Romodanvosky, el jefe de la policía secreta de Pedro, era también un borracho que imponía borracheras. Tenía un oso amaestrado que ofrecía a los invitados una copa de vodka y estaba entrenado para atacarlos si se rehusaban.

 

Churchill y Stalin.

 

El siglo XIX fue prodigo en artistas de trascendencia pero también de borrachos y afectos al alcohol. Honoré de Balzac, al señalar los estragos de la bebida en el pueblo parisino decía que “La embriaguez pone un velo sobre la vida real, acalla los dolores y las penas, adormece el intelecto. Es fácil comprender, entonces, para qué la emplean los grandes genios y por qué el pueblo se entrega a ella”.

 

En la misma tierra rusa el notable escritor Fedor Dostoievsky, vivió acomplejado por la muerte de su padre, quien había sido obligado a beber vodka hasta morir.

 

También en Rusia, pero ya en épocas más cercanas Iosif Vissariónovich Dzhugashvil,, más conocido por Stalin (Acero) gobernaba con terror y embriaguez.

 

Era frecuente que llamara a su Consejo de Ministros y los invitara a cenar, invitación que no podían rechazar. Durante la cena Stalin los hacía beber una y otra vez; no podían negarse. Khrushchev, posteriormente alto funcionario, recordaba: “Volvíamos a casa al amanecer y de todas formas teníamos que ir a trabajar… Las cosas no terminaban bien para la gente que se dormía en la mesa de Stalin…”.

 

El propio Stalin no bebía mucho. O al menos bebía mucho menos que sus invitados. Corría el rumor de que el vodka que tomaba era en realidad agua.

 

Acaso estas anécdotas podrían no ser más que entretenidas (y abundantes) historias sobre las debilidades de autócratas empapados de alcohol destilado, pero han perdurado y no habría nada extraño en ello.

 

Al otro lado de “La cortina de hierro” (la famosa expresión que él mismo inventara) hacía de las suyas quien fuera Primer Ministro inglés durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill. Sus colaboradores cercanos aseguraban que estando en el ejercicio de sus funciones nunca faltaba sobre su escritorio un vaso de whiski, obviamente lleno. Émulo de Pedro el Grande se dice que matizaba el desayuno con un par de copas de buen tinto o blanco y que en los bombardeados amaneceres de Londres consolaba sus pesares y recargaba sus energías con algo de champagne de calidad.

 

El secretario de Estado norteamericano -cuenta una tradición- le dijo al presidente Franklin Delano Roosvelt: “Churchill es un borracho”.

 

 

(Fuentes: Investigación propia y tomada de Internet)

 

 

* Colaborador

 

 

Callejones y anécdotas

 

Las borracheras y sus protagonistas han marcado no solamente a personas: también a lugares. Hay al menos tres ciudades en el mundo que ostentan la misma denominación original y definitoria: Callejón de los borrachos. Tan curiosa denominación aparece en Shibuya (Japon), México y Cádiz. Respecto a esta última hay recuerdo en España de uno de sus genios pictóricos, Francisco de Goya.  Goya era conocido por su vida bohemia y su amor por la bebida. Se dice que el artista español era un gran aficionado al vino, y que incluso pintaba con una copa en la mano. Al parecer, no tenía inconvenientes en producir sus grandes obras mientras consumía alcohol, especialmente buen vino de Andalucía.

 

Los artistas tocados por el genio o la calidad resultaba muy frecuente que empinaran el codo. Entre los escritores quemados por el alcohol hay una larga lista de bebedores irresponsables pero también gigantescos narradores. Entre ellos Francis Scott Fitzgerald, William Faulkner, Jack London… así como lo mejor de la literatura francesa de finales del XIX, con Baudelaire a la cabeza.

 

Se cuenta de Dylan Thomas que cuando llegó a su dieciocho whisky seguido dijo algo así como “he batido un record”. Luego cayó en coma.

 

Louise May Alcott, que escribía libros para niños y adolescentes, al parecer era adicta a los opiáceos y también al trago…

 

Otro personaje histórico que no podía faltar en esta lista es Ernest Hemingway . El famoso escritor estadounidense era conocido por su amor por el alcohol. Hemingway era un bebedor empedernido. Se dice que incluso llevaba una botella de whisky a todas partes donde iba.

 

Malcom Lowry, autor del trascendente libro Bajo el volcán, produjo la primera novela en ser escrita con el tema principal del borracho y la borrachera.

 

Raymond Chandler, el autor de la famosa novela policial El largo adiós, se sinceraba diciendo que “El alcohol es como el amor. El primer beso es magia; el segundo, intimidad; el tercero, rutina. Después de eso lo único que hacemos es desvestir a la chica”.

 

Edgar Allan Poe, uno de los gestores de la novela policial moderna, en el relato El tonel de amontillado, narra una terrible venganza situada en una bodega para sepultar a un amigo del que quería vengarse por un insulto.

 

Pero no sólo a los actores y literatos los llamaba el alcohol. No fueron pocos los políticos que también empinaban el codo. Era sabido que Kim Jong-il, que fuera comandante del Ejército Popular de Corea del Norte, que derrotó a los norteamericanos, tenía gastos significativos en pro del coñac, específicamente de marca Hennesy. Y hasta la circunspecta reina Victoria de Inglaterra no le hacía ascos al whisky y al buen clarete.

 

La lista de borrachos empedernidos y sus frases más o menos originales sería interminable, pero cerramos con dos anécdotas de valores nacionales, que también los hemos tenido.

 

Leopoldo Galtieri fue otro borracho mucho más lamentable que embarcó al país en la estúpida Guerra de Malvinas. Se había creído el elogio, acerca de su condición de “majestuoso general” que, por conveniencia a intereses políticos, le habían hecho los estadounidenses y no ocultaba su preferencia por el buen whisky, del que se apilaban las botellas vacías en los fondos de la Casa Rosada.

 

Charles de Soussens, un protagonista de la bohemia porteña de principios del siglo pasado, salía del exclusivo club del Progreso con una sbornia más que respetable. Al llegar a la puerta se dirigió una persona con galones diciéndole con voz pastosa: -Che, portero, llamame un taxi.

 

La respuesta del uniformado fue fulminante y airada: -Borracho inmundo… No soy el portero ¡Soy un almirante de la Marina Nacional…!! De Soussens meditó unos instantes y contestó: -Ah, entonces llamame un acorazado…

 

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