Lunes 05 de mayo 2025

La Esquina del Mundo

Redaccion Avances 17/11/2024 - 09.00.hs

En este nuevo cuento, el autor describe el momento en que se encontró con una llamativa y emocionante esquina de Uriburu. Los dos astros argentinos del fútbol juntos. Maradona y Messi, Messi y Maradona.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Ya en el acceso, la Municipalidad está presente en los cordones pintados de blanco: en el arbolado, en las señalizaciones que ordenan el tránsito cuando los fines de semana viene la gente de los pueblos vecinos a disfrutar de esa laguna espejeada por el agua y la sal que está a unos cuatro kilómetros de Uriburu y que yo, deseaba conocer. Ya en el pueblo, iba por una calle que nacía del lado oeste y mientras leía los nombres en las flechas de las calles, hasta que al toparme con las vías debí doblar hacia la izquierda que era mano, y al terminar la cuadra, la vi. No lo podía creer. Bajo del auto para sacarle algunas fotos. Busco distintos ángulos. Pienso que esta esquina es única en el mundo. Y si no es la única, seguro es la primera. Trato de recordar otros nombres universalmente conocidos como éstos. Pero no los ubico. Aunque pensé en Japón, en China, en India, en países africanos; pero en todos esos lugares los próceres argentinos son totalmente desconocidos.

 

Cuando le estoy sacando fotos, escucho el bullicio de niños y niñas, y una pelota me golpea en el talón. Uno me dice: -¿Le gusta?. Sonrío diciendo sí con la cabeza: -“Cómo no me va a gustar”. Las dos señales de tránsito forman un ángulo de noventa grados para después ir a perderse en la lejura donde ya no señalan nada, aunque esos nombres sí giran por todo el mundo.

 

Otro niño va por la pelota que rueda en la dirección de una de las flechas indicando hacía donde debe ir el tránsito.

 

Todos los chicos se miran. Hay en esas miradas una alegría instalada por el juego. Las caras cambian por las palabras que reciben. Algunas son órdenes, otras indicaciones. La picardía de uno, hace que lleve la pelota, y no para hasta hacer el gol. El equipo se abraza; festejan formando una montaña de zapatillas viejas, medias rotas, y distintas camisetas. Gritan y gritan.

 

La Cancha, en medio de la calle, tiene marcado los arcos con camperas y pulóveres de los que juegan.

 

Retoman el partido y me hacen un pase. Es evidente que la esquina los motiva. El haberme hecho participar rompe las reglas, y pasamos a tener en segundos, un equipo de doce integrantes.

 

-Démela señor- dice uno sin pensar que somos más.

 

-A mí-, dice una nena.

 

-No; a ella no, porque es mala-, dice otro.

 

Risas.

 

-Igual le doy el pase a la nena como dando a entender que eso no me importa. Las niñas también juegan al fútbol y por momentos lo hacen mejor que los varones.

 

La pelota va de un lado a otro: vuela, pica, gira, rueda en la dirección que indica una de las flechas. La niña la levanta, y con la rodilla se la pasa a uno que hace jueguitos repartiendo alegría.

 

-¡Pasala Dieguito!-, grita uno de ellos.

 

Lo miro, y recuerdo cuando ganamos la copa con el Diego. Éramos un solo grito por las calles, una canción inédita. Esa vez se eternizó la frase “Barrilete Cósmico”. Deben de haber sido los días más felices del pueblo argentino.

 

También recuerdo cuando ganamos la tercera; el país se detuvo.

 

También se pronunciaron las palabras, campeones: camiseta, Maradona, Argentina, pelota y Messi; reemplazando al Diego con su zurda.

 

Cruzo enfrente, miro la flecha que señala la llanura extendiéndose por La Pampa y deduzco que si alguien pensó que la tierra era plana sostenida por cuatro elefantes y una tortuga, pudo haber sido por haber contemplado una llanura como ésta.

 

Años atrás, vine a Uriburu para hacer una función de títeres en la escuela que está del otro lado de la vía. Aquel día llegué temprano; quería armar el teatrillo con tiempo, para que el cobertor de tela se desarrugara.

 

Como la escuela estaba cerrada, dejé el auto a la sombra, y comencé a caminar por una de las calles. En esos años, no se colocaban en las esquinas flechas con nombres de las calles; en pueblo pequeños como estos, los carteros repartían la correspondencia por los nombres de los vecinos porque sabían dónde vivían.

 

Ese día, caminé unos minutos, y no vi a nadie. Sólo un perro cruzó la calle a lo lejos. La soledad humana del entorno me hizo acordar el día que vine con mis padres a visitar unos parientes que vivían en este pueblo. Al lado estaba la iglesia donde se sentaba en una sillita un cura gordo mirando lo que no pasaba; era tan pequeño Uriburu que el cura parecía un desocupado esperando una limosna. De aquellos parientes, sólo recuerdo algunos nombres. Eran personas simples; trabajaban en una tosquera para compactar el pavimento de la ruta cinco. Pasan los años y esos parientes terminaron siendo desconocidos; los años como una goma de borrar hizo desparecer sus nombres. Digo esto, porque suele pasar que desde algún barrio pequeño suele trascender el nombre de algún vecino a la inmortalidad, por algo que hizo en la vida. Como Delfor Cabrera, nacido en la provincia de Santa Fe, que en 1948, en Inglaterra, ganó la maratón de los 42 kilómetros, y se trajo la copa de oro. A veces, es tan fuerte la hazaña, que su nombre junto con el de su pueblo pequeño y su provincia giran por el mundo.

 

Dejo la que siento y pienso, lo pongo a mí lado como si fuese una maleta que nunca olvidaré, y advierto a los chicos: - No jueguen en la calle -, lo digo fuerte; tengo incorporado el peligro de las grandes ciudades.

 

Pasa un señor, y me contesta: -¿Dónde van a jugar habiendo una esquina como esta que los motiva, les enseña y los dirige?- después sigue caminando y continúa el picadito que jugaban los chicos. Los nombres de las calles dicen: Diego Armando Maradona, y la otra Leo Messi: nombres que aportan un aire de libertad y juego que sólo existen en las calles de los pueblos pequeños, mientras apartan por un momento, los chicos de los celulares. Subí al auto y continué viaje a conocer la laguna de Uriburu.

 

FIN

 

* Escritor, dramaturgo, titiritero

 

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