La Peña El Camaruco
Los autores comienzan hoy con la entrega de varios artículos que tendrán como objetivo rememorar hechos, personas y vivencias que existieron en la peña El Camaruco, un lugar donde coincidieron decenas de artistas, poetas y personalidades destacadas de la cultura pampeana.
Aldo Umazano y Toto López *
Según Edgar Morisoli, fue acertado ponerle Camaruco a la peña que hubo en la avenida Ameguino. Más al sur, el hombre de la tierra, al Camaruco le llamó Guillatún: una “antigua ceremonia que hacían para pedir bienestar y fortalecer la unión, el bien de la comunidad, y agradecer los beneficios prestados”. Muy probablemente esta observación de Edgar tenía que ver con alguna de las visitas a Santa Rosa, del investigador y amigo Rodolfo Casamiquela. El propietario El Camaruco fue Oscar Zalazar.
Trataremos de recordar sus noches guitarreras, consciente que, a muchos de aquellos concurrentes, no los nombraremos. Pero tengan la seguridad, que será un error involuntario. Como dijo García Márquez: “La historia, es lo que uno recuerda”.
Lugar de encuentro.
El Camaruco funcionó desde 1969 hasta 1976. Ahí se encontraban poetas, dramaturgos, músicos, cantoras y cantores, actrices y actores; decimos actrices y actores, porque el Teatro Estable dirigido por Guillermo Gazia, estaba en plena actividad y los sábados y domingos, después de las funciones, sus integrantes caíamos en bandadas.
Al Camaruco, también fuimos después de presentar Las Elegías de La Piedra que Canta y Aura del Estilo; ambos libros de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Ambas presentaciones se hicieron en el Consejo Deliberante de la Municipalidad de Santa Rosa. En las Elegías, estuvo presente una delegación de Mar del Plata, invitada por los organizadores; en esa delegación estaba Pichi Benítez, y otros escritores y guitarreros que lo acompañaban. Esa noche Edgar Morisoli leyó aquel poema a su padre que dice: “Rosarino de veras /Me enseñaste a amar un río”.
Cantaron Chiquito Diaz y la Negra Alvarado (la calandria canora); dos jóvenes que recién comenzaban sus carreras. Esa noche, hubo tanta gente, que muchas debieron volverse porque no había lugar.
Resumiendo; a los que les gustaba el folklore, lo disfrutábamos en ese lugar.
El Tata.
Otro acontecimiento fue, no recuerdo quién lo invitó, pero en plena guitarreada apareció Juan Carlos Cedrón, “El Tata”; que después se fue a Europa a cantar tangos con esa forma personal de interpretarlos. Eran años duros para los militantes políticos, para los gremialistas, y para todos aquellos que se expresaban en cualquier disciplina artística. Pero la sociedad tenía claro que había que volver a la democracia. Recuerdo, que todos los meses venía Zarrautti a visitar un hermano que estaba preso por política. Una nochecita, pasé por el Hotel Santa Rosa para saludar a mi amigo David Ratner que estaba alojado, y en el hall de entrada, estaba Zarrautti charlando con él. Me sumé a la conversación y como David no me podía acompañar al Camaruco, lo invité a Zarrautti, que recién lo había conocido.
Llegamos, nos acomodamos en una mesa, y le presenté a mis amigos. En medio de la noche, Zarrautti pidió la guitarra y cantó Domingo de Agua, de Osiris Rodríguez Castillos. Cedrón, después de escucharlo, lo fue a saludar.
Ahí supo que estaba desocupado. Su oficio de dibujante y escritor de historietas, no le daba de comer. Por otro lado, en esos años, les pasaba a todos los que trabajaban en cultura. Zarrautti, le contó que viajaba seguido a Santa Rosa porque tenía un hermano preso por militante político y venía a visitarlo seguido. Entonces, Cedrón, después de escucharlo, le propuso que aprendiera el contrabajo porque necesitaba un contrabajista. De esa manera, Zarrautti, se sumó al Cuarteto de Cedrón.
Esas noches, Foreto Chávez, deslumbraba a Cedrón tocando la guitarra, pisando las cuerdas con un vaso.
Atrás del salón, en el patio trasero, Oscar tenía un horno de barro donde se cocinaban empanadas santiagueñas. Aquí, debemos aclarar que Oscar Salazar, era hijo de padres santiagueño, por eso las empanadas tenían ese gusto tan especial que todos queríamos comer. En ese horno, se hacían también asados, y en la cocina las empanadas fritas.
Carlitos Amigo, que vivía apenas a tres cuadras de ahí, recién comenzaba a cantar y tuvo la posibilidad de hacerlo en el salón de esta Peña; su voz potente cosechaba merecidos aplausos. Intérprete que nos representó en distintos lugares del mundo.
Hoy, mientras recordamos con el Toto aquel Camaruco, se nos vienen también divertidos momentos como la noche que a Juan Carlos Bustriazo se le metió un sapo en el viejo portafolio. Decimos viejo, porque más adelante, tuvo uno nuevo que Gustavo Pérez le trajo de Estados Unidos. Resulta que Bustriazo, al sacar algunos poemas para leer, lo había dejado abierto y el sapo, quizás por ser lector de su poesía, se metió en el portafolio. Lo que nunca supimos es dónde lo guardó al viejo portafolios; seguramente quedó entre la gran cantidad de flechas: raspadores, moledores de sal, morteros, cuchillos de piedra, que le rodeaban la cama en su dormitorio. Juan Carlos, siempre llevaba un cuchillo de piedra en el portafolio. En los asados, lo solía utilizar orgulloso, para mostrar como cortaba…
Continuará…
* Colaboradores
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