Miércoles 27 de marzo 2024

Las costureritas de Carriego y Olivari

Redaccion Avances 28/05/2023 - 06.00.hs

Aunque las épocas cambian es necesario desmontar significantes que se instalan y perduran, para deconstruir estereotipos que moldean sujetividades, como es el caso de las costureritas de Carriego y Olivari.

 

Sergio De Matteo *

 

Ciudad letrada, campo intelectual, son nociones o conceptos que nos sirven para situar una obra artística, en este caso, literaria/poética, en determinada época con sus filiaciones y sus influencias, a la que viene adosado el estilo del autor o de la autora. La idea del artículo es deconstruir el estereotipo de la “costurerita” que se instaló a principios del siglo pasado en la literatura nacional e, incluso, tuvo un fuerte anclaje en las letras de tango y la trascendencia en canciones y películas.

 

Esa profusa serie de bienes culturales surgen a partir de los dos poemas titulados “La costurerita que dio aquel mal paso”, de Evaristo Carriego, incluido en La canción del barrio (1913), así como el de Nicolás Olivari, donde está intertextuado el comienzo del poema de Carriego, que fuera publicado en La amada infiel, en el capítulo “Versos antirománticos” (1924).

 

Deconstrucción teórica.

 

Para dar anclaje a la propuesta y desmontar el estereotipo de la “costurerita” coincido con el planteo que realiza Cornelius Castoriadis respecto a los imaginarios; porque un imaginario social es una construcción sociohistórica que abarca el conjunto de instituciones, normas y símbolos que comparte un determinado grupo social y, que pese a su carácter imaginado, opera en la realidad dando oportunidades como restricciones para el accionar de los sujetos. Entonces, Carriego + Olivari + otras obras impusieron un modelo, un estereotipo que refractó un estado de situación de la mujer a comienzos de siglo e, incluso, la formateó culturalmente. Por eso, con el tiempo surge de esa deriva de significados y elaboraciones simbólicas la necesidad de desmontar un imaginario que ha marcado la visión “mujer” en una parte importante de la literatura nacional.

 

El profesor y semiólogo Oscar Steimberg en el artículo “Tema de las costureritas” plantea: “Por los tiempos de Carriego, una tradición poética había llegado a la construcción del motivo de una costurerita trágica, verosímil por más de una condición: por su historia de pobreza y abandono […] se convocaba también para esa historia un componente de mensaje moral […] No muchos años después, pero impuestas ya otras políticas del discurso, una respuesta poética de Nicolás Olivari se cebó en esos contenidos”. Es decir, la mujer como objeto, el cuerpo de mujer y sus necesidades económicas como divisa de intercambio, la mujer como fetiche del patriarcado.

 

José Amícola en la charla inaugural del XX Congreso Nacional de Literaturas de la Argentina que se desarrolló en la Universidad Nacional de La Pampa (2019), denominada “El oráculo de la calle Posadas”, sugiere dos cuestiones, una que tiene que ver con el funcionamiento del campo intelectual, cuando señala: “las mujeres escritoras que visitaban la casa eran tratadas a lo sumo con condescendencia; así sabemos que en 1967 Borges comentaba: ‘Mirá lo que son las escritoras. Fuera de Silvina no existen: triviales como Lisa Lenson (Luisa Mercedes Levinson), absurdas como Betina (Edelberg), groseras como Silvina Bullrich’” (Bioy Casares. Borges, 2006). El otro responde a los mandatos impuestos, a los supuestos del rol o lugar que ocupan las mujeres en la sociedad, en la familia; nos dice Amícola: “Cuando Borges regresa de su viaje a EE.UU. en 1962 trae dos regalos para sus anfitriones eternos: un marfil chino para Adolfito y un delantal para Silvina. De esta conducta se pueden concluir varias cosas; en primer lugar, un mandato masculino, pero también un menosprecio generalizado del lugar que les correspondía a las mujeres”.

 

La investigadora y poeta Alicia Genovese nos ilustra con su gran trabajo La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas (Editorial Biblos, 1998) cuando señala que “La respuesta a la metáfora femenina elaborada por hombres ha ido construyendo a su vez otro discurso, un discurso de mujer que podría seguirse a través de diferentes voces en Hispanoamérica”. En La Pampa ha emergido una serie de obras contundentes bajo dicho registro, destacando la escritura de Águeda Franco, Lisa Segovia, Daniela Pascual, Alicia Santillán, Micaela Alonso, Laura Carnovale, Agostina Paradiso, Romina Costilla, Valentina Nicanoff o Soledad Castresana, entre otras. El texto de Genovese ejemplifica: “Dentro de un mapa heterogéneo, donde coexisten diferentes concepciones acerca del trabajo poético, puede individualizarse un discurso diferente, un discurso de mujer que, más allá de la multiplicidad de sentidos que articula, se manifiesta con una doble cara, una doble voz, un doblez caracterizador: una articulación que para constituirse necesita desarticular, para escribir necesita reescribir. Un discurso donde cada escritora parece retomar e incorporar elementos a un nuevo imaginario que se conforma de una manera particular, desde el discurso poético”.

 

Deconstrucción periodística.

 

La poeta y periodista Patricia Rodón en el artículo “La costurerita que dio aquel mal paso” (MDZ Online, 2011), resalta: “En el último tercio del XIX, el trabajo a domicilio capta la enorme fuerza laboral femenina en el hogar y, por ejemplo, tener una Singer propia se convirtió en el sueño de no pocas amas de casa. Lo curioso es que el hecho de coser para otros y vivir de la costura confinaba a las mujeres a los estrechos límites de una habitación. A pesar de todo, esta modesta gestión financiera fue la base de matriarcado presupuestario que significaba independencia. Y estas mujeres humildes, de barrio, sólo lograban su promoción social mediante el trabajo, sacrificándole incluso su vida privada. Porque los hombres preferían un ama de casa hogareña”.

 

Laura Cecilia Bedoya Ángel titula su nota “La costurerita que dio aquel mal paso” (elmundo.com, 2019), en donde infiere: “Hablar de la costura como un acto de resistencia de las mujeres, porque a ellas les dieron hilo, aguja y tela, para que se quedaran cosiendo en la casa y marginarlas de la vida pública y así del poder”.

 

La literatura siempre nos ofrece paradigmas, formas, estilos, críticas y críticos, maneras de decir y dejar entrever. El lenguaje muta al son de la época, pero las intenciones pareciese que son universales y atemporales. Todes de una u otra manera hilvanamos circunstancias en el camino de la propia existencia. La vida está llena de imponderables que pueden o no determinar los pasos a seguir. Sin dudas las mujeres saben de luchas, de postergaciones e incluso de estigmas que les han impulsado a coser con punto grueso otras realidades por la opresión patriarcal.

 

La periodista Ana María Caliyuri va hilando, o hilvanando en el artículo “Costuras al bies”, entre lenguaje y conceptos, estereotipos instalados en la sociedad, donde agrega que “Las mujeres somos, en algún punto, costureras del devenir. El paso del tiempo ha demostrado que muchas mujeres han sido capaces de llevar a cabo sus más caros sueños en el bies de las estructuras sociales que les tocase vivir, siempre hubo una primera que se animó a romper viejos paradigmas para hacer uso de su libertad o para hacer valer sus derechos”.

 

Esa máquina de coser Singer nos identifica con las costureras, las costureritas, las modistas, las diseñadoras de modas, pero con una lectura otra, distante de la cosificación, de la enajenación, y es posible a través de otra visión del mundo, ajeno al simbolizado por el patriarcado.

 

Mujeres movilizadas.

 

En el texto Mi historia de las mujeres, de Michelle Perrot, se destaca el capítulo “La invisibilidad”, donde se registra: “En principio porque a las mujeres se les ve menos en el espacio público, el único que durante mucho tiempo mereció interés y relato. Ellas trabajaban en la familia, confinadas en casa (o en lo que hace las veces de casa). Son invisibles. Para muchas sociedades la invisibilidad y el silencio de las mujeres forman parte del orden natural de las cosas. Son la garantía de una polis pacífica. Su aparición en grupo da miedo”.

 

Valga esa alusión al miedo que causan en el sistema de poder armado por el patriarcado, por el temor a que rompan el techo de cristal, porque en los últimos tiempos las multitudes movilizadas han sido generadas por las mujeres, sea el 8M, el Ni Una Menos, etc. En ese sentido apelamos a estos análisis que deconstruyen el sistema instalado y legitimado por el campo literario dominante de hombres. Justamente, en el artículo “El ciclo de las costureritas: trabajo, género, política y modos de leer entre 1920 y 1930”, de Florencia Angilletta, puede leerse que los días de las costureras “transcurrían de manera penosa en el llamado ‘trabajo de aguja’ entre dedales, tijeras y sueños”. Angilletta señala en “La costura, fábrica de nación”: “Aquí se proponen cruces entre la lectura de la tecnología a través de las instituciones y los medios de comunicación, así como a través de las transformaciones domésticas. Los cambios de los electrodomésticos ordenan las mediaciones tecnológicas [...] pero la lectura de las formas de vida precisa yuxtaponer los cambios en los medios de tecnificación de lo viviente. Uno de estos elementos es la máquina de coser”.

 

Una herramienta que preveía la liberación o independencia económica de la mujer pero que, a su vez, la esclaviza, modificando las formas de vida a través de la tecnología, pero en el correlato capitalista sólo es posible por medio de la producción, de la venta de la mano de obra o la fuerza de trabajo. Resalta Angilletta: “En la Argentina del siglo XX, la construcción entre costura, mujeres y escritura adquiere una inflexión específica con la costurera y la costurerita. La domesticidad es un territorio de intervención, un espacio al cual tecnificar, eficientizar, dotar de sentidos singulares vinculados con una posición distinta de las mujeres, no solo fuera de sus casas sino dentro de ellas”.

 

Lo público, lo privado, lo político, lo personal, en ese clima de época, en ese contexto, todo estaba subordinado bajo el dominio patriarcal.

 

Mujer política y poética.

 

Recordemos que “lo personal es político”, también “lo privado es político”; es un argumento utilizado como lema del movimiento estudiantil y de la segunda ola del feminismo. Esta frase busca poner de relieve las conexiones entre la experiencia personal y las grandes estructuras sociales y políticas.

 

La frase fue popularizada por un ensayo de Carol Hanisch, de 1969, bajo el título Lo personal es político, publicado en 1970. Hanisch escribe: “Una de las primeras cosas que descubrimos en estos grupos es que los problemas personales son problemas políticos. No hay soluciones personales en este momento. Solo hay acción colectiva para una solución colectiva”. Esas acciones colectivas se expresan, como resalté, en el 8M, en Ni una menos, por ejemplo.

 

La escritora y activista estadounidense Kate Millett documenta la consigna “Lo personal es político”. En su libro de 1970 Política sexual propone “demostrar que el sexo es una categoría social impregnada de política”. La frase también es mencionada en Una declaración Negra Feminista por parte del Combahee River Collective en 1977, en la antología Este puente llamó mi espalda: Escritos, por Radical Women of Color, editado en 1981 por Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, y también en el ensayo “Las herramientas del amo nunca van a desmantelar la casa del amo”, de Audre Lorde, recogido en el libro La hermana, la extranjera (1984).

 

Adrienne Rich, poeta y teórica feminista, refirió en 1968 que “El instante en que un sentimiento penetra en el cuerpo: es político”. Aurora Luque publica en 2015 su libro Personal & Político, bajo el mismo lema feminista.

 

Siguiendo con estas consideraciones, podríamos decir que la respuesta a la metáfora femenina elaborada por hombres fue construyendo a su vez otro discurso -como apunta la poeta Alicia Genovese-; un discurso de mujer que podría seguirse a través de diferentes voces. Por ejemplo, Rosario Castellanos titula su obra poética Poesía no eres tú, a modo de devolución lúdica e invirtiendo el “significado” que les propinara a las mujeres hace poco más de dos siglos Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas, “21, XXI”). La poeta y ensayista Adrienne Rich, en su libro El sueño de un lenguaje común (1978), nomina a un capítulo como “Veintiún poemas de amor”, en obvia alusión a los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Al deconstruir el sentido de una de las tantas líneas de la obra del poeta chileno (“Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”), le presenta batalla al patriarcado y cuestiona, a su vez, la tradición literaria, notablemente masculina. Con dicho ejercicio sentencia que la mujer no debe callarse. Rich busca devolver su valor a la deslegitimada palabra de las mujeres.

 

Hélène Cixous resalta que “la escritura femenina debe romper con la tradición del pensamiento logocéntrico basado en oposiciones binarias”. La forma de ruptura es la de volverse hacia el cuerpo -como resalta Genovese-, hacia la sexualidad femenina que la sociedad patriarcal (o sea, nosotros, los hombres) ha reprimido instalando la censura, la culpa y la violencia. En la escritura la mujer debe regresar al cuerpo, reconocerlo, escuchar sus propios deseos. Por eso Cixous dirá: “Escríbete: tu cuerpo debe ser escuchado”.

 

“Leer es también crear, leer es también reconocer y otorgar territorio”, afirma Alicia Genovese. El territorio de los géneros, de los lenguajes, de la construcción de la subjetividad, de la deconstrucción de estereotipos se proyectan desde los discursos socioculturales y políticos, e irrumpen con propuestas disruptivas como la de Gabo Ferro, reconocido por militantes feministas como “La Gabo”. El periodista Demian Orosz destaca “que el músico, escritor, historiador y performer empezó a sacudirse mandatos y a incrustarse en el mundo de la canción con letras y discos que tocaban la cuestión de género, proponiendo una deserción de las masculinidades y las femineidades obligatorias”.

 

He aquí un ejemplo de las claras y profundas transformaciones en las subjetividades por medio de bienes culturales, de los bienes simbólicos; en el disco Todo lo sólido se desvanece en el aire (2006), en obvia alusión a la línea de Marx, “La Gabo” nos canta: “Ella será sabia y sabrá sonreír/ cuando le griten niño costurera/ dirá que nada importa si estamos enteros/ niño costurera y niña carpintero/ niño costurera y niña carpintero”.

 

Ese es otro lugar de la disputa de sentidos, la ampliación de los registros de identificación, la elección libre de la sexualidad, la consolidación de un discurso en la escritura de las mujeres que ya no dependen de la legitimación del sistema patriarcal, de los perimidos linajes de la literatura argentina, y por sobre todo, la lengua, el lenguaje, la herramienta esencial de la batalla cultural.

 

La lengua amputada.

 

La confiscación de la lengua por parte del poder real, la imposición de sus únicas reglas gramaticales hegemónicas; en consecuencia, el silenciamiento se impone para invisibilizar a través de las reglas, también por la tortura y la desaparición. Esto no sólo ha sucedido en la última dictadura cívico militar, sino porque esto ha venido sucediendo desde la conquista, desde el colonialismo, al inicio, y con la violencia estatal después. Porque como infería Benjamin: “No existe documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”, por lo tanto, si las poéticas, las narrativas han estado en disputa, en este territorio que entrecruza e interrelaciona cuerpos y textos, donde se alude y elude la escritura de las mujeres, quizás uno de los hechos más representativos de la persecución, de la negación al derecho a decidir y hablar sea el de Micaela Bastidas Puyucahua. Esta coronela, compañera de vida y de lucha de José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru II, fue la estratega de la resistencia contra los realistas, levantando en defensa a su pueblo, conduciendo un ejército de mujeres, entre ellas, a Gregoria Apaza, Bartolina Sisa, Cecilia Tupac Amaru, Tomasa Tito Condemayta; las cuales fueron retratadas por el artista cusqueño Antonio Huillca Huallpa.

 

Todas ellas fueron torturadas y asesinadas. Y vuelvo al valor de la lengua, del poder hablar, del poder del hablar, del orden del discurso; a Micaela Bastidas, después de decir sus últimas palabras: “Me perdí de ver a mis hijos seguir creciendo todo por mi patria, por la igualdad y por la libertad”, los verdugos, en su propio territorio ancestral, acometieron contra su cuerpo y lo primero que hicieron fue cercenarle la lengua. He ahí uno de los silencios impuestos a nuestra historia latinoamericana, a todas nuestras literaturas sureñas.

 

* Colaborador

 

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