Lunes 05 de mayo 2025

Los nombres del mar

Redaccion Avances 02/06/2024 - 06.00.hs

El fotógrafo Robert Doisneau sentencia que “Describir es destruir, sugerir es crear”. La poeta Belén Ahumada nos sugiere un mar en Paraguay y describe desde Helena, desde el Sur, la posibilidad de escribir, de resignificar las tradiciones.

 

Sergio De Matteo *

 

El texto “Los nombres del mar”, publicado por Editora Cultural Tierra del Fuego, desborda en matices y encuentros fuertes de una literatura sentida y pensada, que trasuda cuerpo y alma.

 

Interesante interpolación que podemos concretar, haciendo pie, tanto en la filosofía como en la poesía, respecto a la dualidad occidental y que una teoría puede reunir todo por un instante y concretar la unidad, así como el propio ser deviene en lo terreno y, a su vez, en lo espiritual.

 

Historias.

 

La poeta sobrevuela el mito, la historia, para traernos en un tiempo-ahora sus propias experiencias, contaminadas, matizadas, por todos los símbolos, las tradiciones, las y los precursores, que se anudan a la propia obra de Ahumada. Vida y obra que fluye(n) en tramas significantes, cargándose de sentidos, que dialogan con lo explorado y lo leído, por eso “En un rincón lejano, íntimo,/ justo en medio de la hojarasca y la eternidad/ Helena espera a los hombres,/ a los cíclopes,/ al espanto./ Espera,/ conteniendo en su cuerpo/ una línea negra/ hecha de pura misericordia./ Helena quiso entender el cielo,/ pensó, de pronto, en el cielo,/ recostó su memoria sobre el agua/ y se hizo verde hasta convertirse en sombra./ Conocemos a Helena desde aquel día/ en el que entró en la historia”.

 

En esta obra hay un interesante juego que entremezcla diferentes tradiciones culturales, desde la resignificación grecolatina (Helena), la irrupción de la espacialidad paraguaya (Carapeguá), y la presencia inexorable del mar y el territorio fueguino (Canal de Beagle); donde se destaca una metáfora, que nos muestra y confirma la simbiosis de los lugares que se viven en el propio espíritu y también en la formación cultural; la cual dice: “Me vas a decir que no hay mar en Paraguay…”.

 

Paisajes.

 

Con una fuerte impronta de la atmósfera regional, con sus accidentes geográficos que se perciben en el relato, sobresaliendo esa presencia constante del mar que se anuda a las vivencias de los personajes (así como a la de la autora o autor), sea Rena, Marisa, Dora, la madre y el niño.

 

Por lo tanto, el territorio, en su filiación inmaterial, intersecto de mitos (“Necesito que me descubras los secretos ocultos de/ una tierra sin males”), simbologías y el correlato de la comunidad imaginada, desde donde Benedict Anderson sostiene que una nación es una comunidad construida socialmente, es decir, imaginada por las personas que se perciben a sí mismas como parte de este grupo. En ese sentido, toda comunidad es imaginada y necesita de un mito fundacional y una especie de historia sagrada que justifique su existencia. Esa percepción forma parte de la planificación de la educación y la cultura de un país, y siempre es de carácter político, ungido desde una ideología; porque para Anderson la conciencia (o la memoria) de la pertenencia a una misma comunidad es debido a la difusión de la imprenta, la cual contribuye a crear una sociedad de lectores que se entienden al utilizar las lenguas vernáculas (“escuchas o lees en una publicación de por ahí./ Entonces algo se abre”).

 

Pero el signo se parapeta sobre lo real, tiene anclaje en la misma tierra (paisaje: “Recorro, todo el tiempo, un millón de caminos en/ todo Paraguay”; “El canal de Beagle es/ una inmensidad amorosa de mar/ y casualmente une dos océanos/ perdidos al extremo/ de un planeta que creemos conocer”), que da anclaje a la recreación de linajes (precursores) y herencias (metáforas e imaginarios).

 

Respecto a dicha vivencia simbólica y real del lugar, son precisas y aclaradoras las reflexiones de José Luis Víttori, cuando señala: “Y es aquí donde entra la región: espacio, tiempo y sentimiento.

 

No tanto la región geográfica, sino el territorio vivido, la población frecuentada, el ‘micromundo’ del cual absorbemos infinidad de elementos en forma inmediata y espontánea”.

 

Maternidad.

 

En este libro, empero, la autora articula en su escritura tanto la poesía en su versión tradicional en versos, como así también recupera la prosa poética, al estilo de Baudelaire, Rimbaud o Pizarnik (“Toca escribir./ Resta escribir./ Para levantar algún sortilegio/ que haya quedado suspendido en el aire”). Pero también es necesario destacar el diálogo entre maternidad y escritura, entre mujer e hijos, entre poetisa y texto, donde justifica e instituye su prosapia en la serie literaria, en la cual suma su voz a una dominante como es la escritura sobre el agua, las islas y el propio mar, en la que inscribe: “Podría escribir todo el día sobre el mar”.

 

Y por último, es necesario interpolar la realidad con el dispositivo simbólico en que se convierte un bien cultural, donde ante la situación que padecen las mujeres frente a la omnipotencia del patriarcado, saturado de violencia semiótica y física, hasta el feminicidio, el lugar que ocupa la mujer en esta obra, dadora de vida, protectora de la niñez. Esa idea fuerte y categórica queda resumida en estas palabras: “Un diminuto hombre/ espera allá abajo/ para recordarle/ que sin ella/ la mitad de las cosas del mundo/ quedarían sin suceder”.

 

Belén Ahumada es poeta y docente de Literatura y Artes. Nació en Morón (Buenos Aires) en 1979, pero su infancia y adolescencia transcurrieron en Reconquista (Santa Fe). Reside desde el año 2004 en la ciudad de Río Grande (Tierra del Fuego). Ha publicado “Dos mitades de la herida” (Rangún, 2019) y “Los nombres del mar” (2021). Coordina talleres de escritura y lectura.

 

 

Antología poética

 

 

En un rincón lejano, íntimo,

 

justo en medio de la hojarasca y la eternidad;

 

Helena espera a los hombres,

 

a los cíclopes,

 

al espanto.

 

Espera,

 

conteniendo en su cuerpo

 

una línea negra

 

hecha de pura misericordia.

 

Helena quiso entender el cielo,

 

pensó, de pronto, en el cielo,

 

recostó su memoria sobre el agua

 

y se hizo verde hasta convertirse en sombra.

 

Conocemos a Helena desde aquel día

 

en el que entró en la historia.

 

Era niña aún

 

y su madre ya había definido su destino.

 

Nunca deja de lavar cada centímetro

 

del terror que le perdura.

 

No sufre,

 

sólo mira

 

como quien mira el transcurrir del agua oscura

 

después de haber perdido todo

 

en una inundación.

 

 

Pensé que las mujeres podemos

 

estar siempre alrededor de algún fogón.

 

Alimentando el fuego,

 

echando ramitas o azuzando

 

la llama para darle oxígeno.

 

Es una buena imagen:

 

una mujer

 

en la noche

 

frente al fuego.

 

Siendo fuego.

 

Amándolo.

 

Creándolo desde su pie.

 

 

En el pueblo de Carapeguá tras el baño,

 

salgo a la vereda con quien,

 

en ese entonces, fuera mi madre.

 

Itá, mismo ritual.

 

Esperamos juntas, a que camines ante nosotras

 

convertido en un dragón de luz.

 

No recuerdo los contornos de las calles

 

que dibujan Paraguay

 

al calor del verano.

 

Las horas en que la incandescencia remite y

 

permite respirar un aire menos turbio.

 

Esperamos juntas que atravieses la tardecita

 

en San Juan o San Ignacio.

 

Necesito que me descubras los secretos ocultos de

 

una tierra sin males.

 

 

Recorro, todo el tiempo, un millón de caminos en

 

todo Paraguay,

 

-me dijiste un día en el invierno inconcluso y advertí

 

que vos no esperabas verme llegar doblando la esquina-.

 

Todas las horas se tiñen

 

de un color dorado rojizo, y

 

todas tienen la misma melodía de sol.

 

Nuestra espera se va difuminando

 

hasta que llega un punto en que

 

se desdibuja por completo y

 

se funde con el mar.

 

Me vas a decir que no hay mar en Paraguay.

 

Hay.

 

Es verde y rojo como tu corazón

 

pasando por la tarde.

 

 

Podría escribir todo el día sobre el mar y sus profundidades.

 

Podría escribir sobre los seres que lo habitan

 

y la oscuridad aparente en sus abismos.

 

Podría decir muchas cosas marinas y acuáticas

 

que a cada rato se me vienen a la mente

 

(…pienso en la palabra ‘memoria’ en lugar de ‘mente’)

 

y debo esquivarlas para que no me hechicen.

 

Sonidos de alguien que habla bajo el agua.

 

Una voz diciendo las canciones maravillosas

 

que pertenecen a las profundidades del océano.

 

Imagino que me cantan, sin pronunciar mi nombre.

 

Justo a mí, que nací terrena y no doy paso sin grabar en el polvo mi huella...

 

Justo a mí, que vuelo y suspiro quitándole al aire un milímetro de más,

 

me cantan desde el corazón del mar sortilegiándome.

 

Intento hacer de cuenta que no escucho, pero,

 

en las noches quietas cuando los árboles mecen

 

sus hojas al son de otras canciones,

 

suele pasarme que me crecen branquias

 

todo a lo largo de mi corazón.

 

 

Volveremos a estar frente al mar. Eso mágico y atrapante que se extiende más allá de la imaginación o más allá de las cosas que nos duelen de este mundo. Así se extiende hacia adelante, más allá y más allá, esas ganas que tendremos de que todo se suceda como en una película de fantasía. Con escenarios y paisajes inverosímiles y seres mágicos y a la vez cotidianos. Se dilata un poco la incertidumbre y creeremos que está bien que ella esté entre nosotros. Su color dará ese toque de vértigo a la vida... a veces demasiado doloroso, pero no por ello imprescindible. También se agrandará el miedo y la angustia, dos señoras grandes y poderosas tomadas de la mano y ataviadas de negro. Ojos febriles y labios coralinos. Nos harán hablar de un futuro que no llegaremos a ver. Se extenderá la desolación y la rabia, textura rugosa y de llanto. Tendrán un puñal por el mango y no se sabrá, con certeza, cuándo darán el golpe.

 

Todo esto ante mí que, iré y me acercaré de a poco a la orilla del mar.

 

Un viento acompañará meciendo levemente la desdicha, sacudiendo el horror y convirtiéndolo.

 

Mar y viento limpiarán todo, para que baje la mirada y halle, sin querer, una piedra mágica que cabrá en la palma de la mano.

 

Medirá unos 2,5cm y será completamente blanca. Ha de brillar e irradiar sutiles haces de luz diminuta y certera.

 

¿Ella habrá llegado hasta mí? o ¿yo habré llegado hasta su orilla para ver cómo se extiende su hermosura?

 

 

* Colaborador

 

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