Lunes 05 de mayo 2025

Los sabañones y el progreso

Redaccion Avances 09/02/2025 - 15.00.hs

En esta entrega de Caldenia, un nuevo relato del escritor, dramaturgo y titiritero pampeano Aldo Umazano. Anécdotas y recuerdos ¿propios? ¿inventados?, la verdad es que no importa.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Todo comenzaba con una picazón; el lugar se ponía colorado y de tanto rascarse se formaba una pelotita del tamaño de un grano de maíz que nos traía incomodidad durante todo el invierno. Los sabañones salían en los dedos de los pies, los dedos de las manos, las orejas. En las orejas, según los mayores, aparecían por el roce de las bufandas de lana.

 

En las mañanas frías, el primero que se levantaba corría y ponía los pies en el fuego de leña y refregaba sus manos como envolviendo el calor; un cosquilleo alegre recorría la sangre por haber encontrado un lugar privilegiado despertando la envidia de los que llegaban tarde. Por esa manera de calentarnos, aparecían los sabañones.

 

Mamá, que había prendido el fuego, nos advertía: - ¡No se arrimen que se van a quemar!

 

Por un lado, quería protegernos y, por el otro, deseaba que estuviésemos calentitos. Recuerdo que nos servía el café con leche con sanguches de chorizo seco y pan untado con manteca casera, que se conservaba dentro de una taza con agua fresca. Terminábamos de desayunar, nos poníamos el delantal, alzábamos los útiles y nos íbamos a la escuela donde los peleábamos por estar frente al fuego que adelante tenía una reja.

 

-¡No hay que dejar apagar el fueguito!-, decía mamá. Y arrimaba las palmas de las manos a las llamas, como midiendo la temperatura.

 

Ese fuego estaba prendido todo el día.

 

Después de cenar, esa lengua movediza, motivaba a que mamá soltara la suya contándonos algún relato que nos atrapaba. Aquellos momentos eran inolvidables; las palabras y los gestos grababan en nosotros imágenes para siempre.

 

Hoy, ya no se cuentan historias frente al fuego: los niños encienden la televisión para ver la imaginación de otro. Lo que aparece en ella no tiene la magia de mamá. Menos el teléfono, que se reduce a pequeñas imágenes con voz chillante que nos aísla del entorno que puede ser una sala de espera, un restorán, la calle con el peligro que nos atropelle un auto: una moto, o uno mismo llevándose por delante un árbol.

 

Mamá cuando hablaba, tenía calor de manta artesanal.

 

Pasó el tiempo, vino el gas, y se llevó todo lo que nos daba aquel fueguito. También se llevó la cocina a leña, y el farol Petromax que fue reemplazado por la lamparita eléctrica; recuerdo que para encender ese farol, era todo un ritual. Había que ponerle kerosene: cambiar la mecha -si estaba vieja- encenderla, regular su intensidad. ¡Lo hermoso de esa luz amarilla es que nos comunicaba de otra manera! También papá nos proyectaba sombras chinescas en las paredes y las acompañaba con relatos improvisados; la estética estaba al servicio de un juego que nacía en las paredes de barro pintadas de blanco. ¡Qué poco se necesitaba para improvisar un hecho artístico utilizando la creación y el entorno que nos rodeaba!

 

Hoy nos quedan dos caminos; detenernos en aquellos tiempos cuando sufríamos los sabañones, recordar esos relatos con sombras chinescas que son tan viejas como la luz, o expresarnos como un artista montando un espectáculo teatral para recordarlas y aceptar la inevitable marcha hacia el “progreso” que nos trajo nuevas comodidades.

 

 

* Dramaturgo, titiritero, actor

 

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