Lunes 02 de junio 2025

Acá estamos: cuerpo y voz

Redaccion Avances 01/06/2025 - 06.00.hs
Ilustración: Mariela González. Técnica: collage manual y digital (2023-2025)

Se cumplen diez años de la primera marcha convocada bajo la consigna NI UNA MENOS. Las narrativas pampeanas de la última década dan cuenta del camino que aún se recorre contra la violencia y la crueldad.

 

Ángeles Alemandi *

 

Antes de ser bandera, de ser abrazo colectivo, de ser violeta y puño en alto, NI UNA MENOS fue una maratón de lectura. Era marzo de 2015. La violencia de género se había vuelvo insoportable. Sumábamos muertas a diario. Mujeres apuñaladas, asfixiadas, abusadas, desmembradas, sepultadas en patios, tiradas en bolsas de consorcio. Un grupo de escritoras y periodistas de Buenos Aires organizó entonces una ronda para poner el cuerpo y la palabra ante tanta rabia y horror. El flyer de la convocatoria mostraba un conteiner de basura en un baldío, decía: NI UNA MENOS. Fue el comienzo de un movimiento que nos atravesaría como sociedad. Al que nadie pudo ser indiferente. Ese 3 de junio se convocó la primera marcha.

 

Diez años después, y para honrar aquel comienzo, durante todos los domingos de junio Caldenia reunirá poesías, textos literarios, fragmentos de notas periodísticas, breves crónicas íntimas, de autores y autoras de La Pampa. Esta iniciativa de la Red Federal de Periodistas y Comunicadoras Feministas, abierta a quienes se quieran sumar, trae las voces de mujeres, disidencias, varones, que en sus narrativas dan cuenta de quiénes son, qué temas los interpelan, cuál fue el lenguaje que necesitaron inventar, por qué hay cosas que no se pudieron callar más. Textos que reflejan una mirada de estar en el mundo y que de algún modo siguen abrazando la idea de que el futuro es con todas, con todes, con todos.

 

* Periodista y escritora

 

 

Perfectos son los pies Laura Carnovale. En “Dimensiones del jardín (multiverso)”, Ediciones del Dock.

 

perfectos son los pies

 

de la mujer de los brazos rotos

 

cuando sale

 

hacia allá

 

por el sendero de tierra

 

tan bellos son los ojos

 

 

la cintura el pelo

 

y al andar la risa

 

se le enreda en la sombra

 

pero nadie mira

 

a la mujer de los brazos rotos

 

como si sólo fuese

 

de aire o de viento

 

nadie la ve ni ve siquiera

 

el jardín que nace detrás de su paso

 

 

La desgracia de no saber  Cintia Alcaráz. Fragmento de la crónica publicada el 10 Febrero 2021 en Radio Kermés.

 

Algunos meses antes de asesinarla, Purreta ató a Andrea López en el paragolpes de su camioneta y la arrastró unos 200 metros por esa ruta nacional 35. Andrea no quería seguir en prostitución, nunca había querido estar ahí, se negaba, pero tenía miedo. Ella quería criar a su hijo, que había cumplido los 4 y que pronto empezaría el jardín de infantes. Andrea había tenido un trabajo, una familia, un proyecto educativo y ganas. Andrea se negó por última vez ese 10 de febrero de 2004, tal vez creía o estaba segura de que atravesaba una gestación de dos meses. Un rebenque, los puños de un boxeador profesional, las patadas de un hombre feroz, la impunidad gozada, vivida, comprobada, ese último ahorcamiento con los pies de Andrea despegados ya del piso.

 

Una camioneta, un hombre y una mancha de sangre. El dibujo de una camioneta, un hombre y una mancha de sangre. Un niño que habló a los 4 y no fue escuchado; un niño que 3 años después tuvo su primer día de terapia, cuando su abuela materna pudo llevarlo. Un niño que convivió con el asesino de su mamá, con los encubridores del asesino; un niño que a los 8 dibujó y que a los 11 volvió a hablar, a repetir eso que contó a quien pudo el día siguiente del horror: su padre había matado a su mamá.

 

Lo dijo, lo repitió, lo guardó en su memoria como un tesoro para salvarse y salvar a Andrea de los prejuicios de clase, de la moral clasemediera, de la violencia estatal que le aseguró durante años la libertad a Purreta y que instituyó el sentido común berreta: a las prostitutas no las matan, las prostitutas se van, abandonan, huyen.

 

Esa camioneta, el 11 de febrero, partió hacia Pehuajó con tres mujeres prostituidas por el mismo Purreta, un niño y tres perros galgos en la caja custodiando un bulto envuelto en una alfombra. Esa camioneta iba a un Cabaret donde las tres mujeres fueron depositadas, sin comida ni medios para regresar a Santa Rosa. Esas mujeres, unas horas después, vieron la alfombra secándose en las ramas de un árbol y así lo declararon a los pocos meses de la desaparición de Andrea.

 

Andrea nunca denunció a Purreta. Cuando buscó ayuda en las defensorías, en los juzgados de familia, siempre fue despreciada por ser una prostituta. En cambio, el boxeador era bien visto, un padre que cuidaba a su hijo, un hombre que dos por tres denunciaba a Andrea por abandono del hogar, un varón fuerte que regalaba flores a su mujer, que era prostituta porque quería, porque le gustaba. “La Doctora Baladrón me ayudó mucho”, dijo el femicida en el juicio, refiriéndose a una histórica funcionaria judicial. Lo que no dijo es dónde escondió el cuerpo de la madre de su hijo.

 

La prostitución fue causa y consecuencia del femicidio de Andrea López, las redes de explotación sexual coadyuvaron al ocultamiento del crimen, son cómplices de la ausencia de sus restos. El Estado fue responsable de la impunidad del proxeneta, de los años de pereza que garantizaron impunidad, de la explotación sexual que sufrieron y sufren actualmente otras mujeres que caen en manos de Purreta. La sociedad es responsable de consentir la violencia sexual que sufren las mujeres, las niñas, las travas empobrecidas.

 

La prostitución fue causa y consecuencia del femicidio de María Angélica Gandi.

 

La prostitución fue causa y consecuencia del femicidio de María José Stella.

 

La prostitución fue causa y consecuencia del femicidio de Verónica Feraude.

 

La prostitución fue causa y consecuencia del femicidio de Mirta de Marco.

 

17 años y la desgracia de seguir buscando los restos de una desaparecida en esta democracia boba, clasista, patriarcal, capitalista, brutal.

 

Purreta tiene que hablar. Los gobiernos deben buscar y encontrar.

 

 

Formas tempranas de soberanía Nadia Villegas. Inédito.

 

“Tía, ¿sabes qué? Mi cuerpo es mío y nadie puede tocarlo”. Tanta seguridad en una sola frase. Sencilla y, al mismo tiempo, profundamente reveladora.

 

Una clase de Educación Sexual Integral (ESI) en el jardín y una niña de 3 años que repite lo que aprendió. La certeza, con el cuerpo entero, como si acabara de descubrir algo que le pertenece.

 

Caminamos rumbo al parque, buscando el sol en esta tarde de otoño, y solo me sale pensar en esas formas tempranas de soberanía. “Mi cuerpo es mío”, resuena en mi cabeza, mientras llevo de la mano a alguien que comienza a reconocer sus propios límites. Los empieza nombrar. Respetarse y hacerse respetar.

 

¿Sabrá que a su corta edad ya cuenta con una herramienta concreta de defensa? ¿Que sus palabras tienen filo? Que, si algo le incomoda, ¿lo puede decir? Pienso.

 

Sigo dentro de mi cabeza, y al mismo tiempo, trato de escuchar lo que me cuenta.

 

Pero esa frase depositó en mí algo que no puedo describir todavía. Aparecen los recuerdos. Me doy cuenta de todo lo que me faltaba en mi primera infancia. Cuántas cosas calladas. Cuántas veces sentí temor y jamás supe que hablar podía ser una forma concreta de protegerme.

 

La ESI se convirtió en ley hace ya varios años. Pero hoy, cuando esta nena me dice que su cuerpo es suyo, rompe con siglos de silencios impuestos, con generaciones de mujeres y niñas que no supimos, no pudimos o no se nos permitió decir que algo estaba mal.

 

 

En el último tramo de la caminata, y mientras conversamos sobre las películas que iremos a ver al cine más adelante, deseo que recuerde esa frase en el futuro. Que la haga propia. Que se vuelva una declaración de principios.

 

“Mi cuerpo es mío y nadie puede tocarlo”, repito en silencio. Y en cierta forma, casi sin querer, siento que me acaba de transferir un poquito de poder. Ese que históricamente nos ha sido negado.

 

 

ELLAS Josefina Bravo. Inédito

 

Ven los secretos detrás de mis ojos

 

y escuchan detrás de mi voz

 

entonces repreguntan

 

o esperan el momento propicio

 

se meten en mis sombras

 

para ordenarme el mundo

 

también

 

son suyas mis dudas

 

juntas las desplegamos sobre la mesa

 

dicen salí de ahí

 

o que lo piense con más calma

 

se tiran a la música conmigo

 

están de acuerdo y no,

 

piensan distinto a mí y eso me enriquece

 

me saca de la calesita

 

ellas levantan en sus manos la piedra del silencio

 

para que pueda andar un poco más liviana

 

para que no me aplaste mi propio peso

 

viven cerca y lejos, mis amigas

 

y eso no desarma la atención

 

ni la ronda

 

de curiosidad y risa

 

entre ellas

 

lo grande y lo pequeño

 

todo encuentra su lugar

 

el amor en sus ojos desconoce de tiempo

 

el abrazo gana fuerza con la edad.

 

 

Le falta hablar Miguel Lell. Fragmento. Inédito.

 

… sabés que me cuesta mucho hablar y más escribir imagínate y ahí mientras te veía soñar ahí pasó que me habló vino muy pancho se subió al sillón y se me acercó por la espalda se me acostó encima y me susurró si te contara esto te estarías riendo seguramente riendo suave obvio pero no sé si te voy a contar esto alguna vez mivi seguro que no simplemente lo necesito escribir para mí para no olvidar para no volver a decirte amor volvamos te quiero te necesito siempre fuiste vos no hay otra y no volver a hacernos mal y quizá tenga que pegar esta carta en la pared acá al lado del monitor o en la puerta del departamento para cuando te quiera ir a ver o pegármela en la frente sí quizá sea eso con unas chinches engancharme con unas chinches esta hoja para acordarme porque un tatuaje nunca me haría lo sabés nunca entendí cómo te animás a hacerte eso y me dijo con un susurro levantate y andate y sentí que me estaba revelando algo me estaba abriendo los ojos para siempre me estaba diciendo dejala de una buena vez no ves que no la querés simplemente querés sentirte bien y estar bien vos porque ella te hace sentir eso porque sí lo sabemos vos y yo lo sabemos tiene algo que nunca vamos a entender ni aunque nos metamos en sus pulmones tiene algo mágico e inexplicable que nos hace mejores y nos alivia el cuerpo nuestro y nos alivia el pecho cuando la vemos pero no la queremos es casi un acto de egoísmo seguir en esto dejala de una vez ya sé que no es fácil que vamos a llorar todo un río como ese poema que fumades leyeron el otro día qué me mirás con esa cara estoy acá todo el tiempo compartimos departamento yo también me fumé compartimos el aire recién te das cuenta cuando me tiro un pedo y ahí me retás porque lo sentís pero el resto del día es igual y las semanas también y ahí desperté como cuando tenés una pesadilla pero distinto me desperté de la risa me desperté riendo de lo que el ñoño me había dicho pero lloraba al mismo tiempo porque sabía que levantate y andá no era bíblico ni metafórico era bien concreto es un gracias por todo esto mivi gracias por todo gracias pero esto es solo egoísmo mío no es amor mi amor y ahora que lo escribo también me doy cuenta que hasta la forma en que te llamo es egoísmo mi vida gracias por última vez y perdón.

 

 

Respondemos todas Gabriela Bonavitta. Inédito.

 

“Gaby querida, ¿dónde puedo conseguir un pañuelo verde?”, me escribió una amiga desde CABA. Era mayo del 2015, se estaba preparando para el Ni Una Menos a 620 kilómetros de acá. Yo, en Santa Rosa, también me estaba preparando, todas hablábamos de esta convocatoria, de la violencia creciente, estábamos alertas, nos informábamos y nos formábamos, nos replanteábamos con fuerza los vínculos laborales y afectivos. Ya no somos las mismas.

 

En ese momento contacté a mi amiga con compañeras de la Campaña por el Aborto Legal que iban a estar en la movilización. El 3J me mandó una selfie: hermosa, sonriente, en plena Plaza de Mayo, con el pañuelo al cuello, todavía la conservo.

 

Era una manera de estar juntas en ese abrumador presente.

 

En esta ciudad, unos días antes de la marcha, hubo un intento de femicidio.

 

Quisieron asesinar a una mujer, y sus hijas iban a la misma escuela que las mías: fue en pleno centro, un día de semana, su ex marido a cazarla con una escopeta y la encontró, le disparó por la espalda, pero no logró su objetivo. Ella vive.

 

El 3 de junio de 2015 salí de trabajar y fui directo a la plaza San Martín, estaba colmada de gente de todas las edades: mujeres, niñas, niños, adolescentes, también hombres. Pensé en qué otra situación podría coincidir toda esta gente tan diversa.

 

Estaban desbordadas las esquinas, nunca vi así la plaza, nunca nos abrazamos tanto. La piel erizada, la mirada agotada de tanto buscar los rostros amigos para fundirnos en abrazos, los ojos húmedos, todo el tiempo.

 

Tomé fotos con el celular. Hoy, pasada una década, rastreo aquella publicación donde las compartí en Facebook y las vuelvo a ver. Algunas son borrosas, no reconozco a nadie en casi ninguna de ellas. El grupo de madres de la escuela está en el monumento de la plaza, con carteles, todas juntas. Se me hace de nuevo un nudo en la garganta, la mayoría de esas mujeres no había ido antes a manifestarse a la Plaza. Era un acto de amor y desesperación.

 

En otra de las fotografías veo una gran bandera que con la inscripción Ni Una Menos tapa buena parte de la fachada de la catedral. Alguien comenta en mi muro, como hablándole a la iglesia: “Muy simbólica la foto. Culposa y apañadora te tuviste que bancar que el ni una menos esté por delante tuyo”. En otras encuentro banderas y carteles hechos de manera artesanal, se leen frases como “del derecho al hecho hay dos muertes de distancia”, “No te calles”, “Ni puta ni santa, solo mujer”, “Si tocan a una nos organizamos todas”. No eran solo consignas, era nuestra necesidad de decir, de ocupar el territorio, de accionar. En un cartel en el centro de la plaza, ahora leo “Los golpeadores necesitan” pero no llego a leer qué necesitan, la leyenda esta tapada por la gente. Se me ocurre pensar que debería decir impunidad o complicidad. ¿Qué necesita un golpeador para serlo? Ahí estábamos. No era la primera vez que íbamos a la plaza, antes estuvieron otras, después llegamos nosotras y vendrán más. Pero ese día algo pasó, fue un grito muy fuerte y comunitario, sobre todo comunitario. Dijimos basta.

 

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