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En esta página compartimos un nuevo relato de Aldo Umazano, reconocido colaborador de Caldenia. Con su humor e imaginación, alimenta nuestras ediciones domingo a domingo.
Juan Aldo Umazano *
Debía regresar a su casa, encerrar los terneros y los chanchos. Como la lluvia era monótona y permanente, se refugió en unos tamariscos. Era la rutina de todas las tardecitas. Esperó como una hora. Regresaría por el sendero que había venido, pero sería una caminata muy larga. Miró la laguna, los chanchos esperaban en la costa. Se habían revolcado en el barro para quitarse el sudor. Según los viejos campesinos, los chanchos transpiran mucho.
Esperó cómo una hora.
Miró la lluvia haciendo globitos en el agua, cada vez eran más tupidos los globitos. Miró el reloj como acelerando la espera.
Menos mal que era verano. Se quitó la camisa mojada que se le había pegado al cuerpo. Así estaba mejor.
Decidido a llevar los chanchos rodeando la laguna, se acercó al primero que encontró. Estaba entre los que carnearía para hacer factura casera. Desde mañana quedaría encerrado para que engorde junto a otros. No debía caminar. Entonces tendría pancetas y chorizos. Siempre venían los parientes del pueblo para comer con un buen tinto. Pensando en eso, quiso rodear el animal para que salga del agua. Pero el animal hizo unos pasos y quedó flotando como un corcho. Lo acompañó unos metros y cuando el agua le llegó casi a la cintura, lo montó. El animal rezongó: -“¡Ong ong!”.
Parecía saber que debía ir al chiquero que estaba en la otra costa, y siguió nadando.
Su abuelo le había dicho que todos los animales nadan, que los chanchos cuando nadan se desguellan con las patas de adelante. Muchos, sólo lo hacen en caso de supervivencia. También le había contado que los indios, cruzaban los ríos y lagunas ondas, tomados de la cola de su caballo. Recordó a su pequeña tropilla, giró el cuello, y en la loma que estaba a sus espaldas, tres caballos dándole el trasero a la lluvia soportaban el temporal.
Acarició el cogote del chancho como si fuese un caballo, y el animal se animó. Parecía saber que era una caricia. Recordó a su bayo, que lo montaba en cualquier lugar del campo y sin riendas lo hacía galopar, y con la palma de sus manos acariciándole el cogote, lo hacía doblar para cualquier lado. Si quería detenerlo, lo chistaba, y en silencio del campo sólo escuchaba el jadeo del animal. Pensar que cuando iba al pueblo el silencio se llenaba de ruidos.
La lluvia le había empapado los pantalones. Juntando fuerzas, fue hasta el chancho y lo montó como si fuese un caballo. Para su sorpresa, el animal levantó un poco el hocico, y comenzó a nadar. Apenas hizo unos treinta metros la lluvia se detuvo. Sonrió pensando que montado en un chancho podía cruzar la laguna y encerrarlo junto con el resto para engordarlo y carnearlo. Tardó unos veinte minutos en cruzarla. En ese tiempo la lluvia se detuvo, y ya en tierra lo encerró.
Buscó el alazán oscuro, le puso el cojinillo, y fue a buscar al resto de los animales con los perros. Antes de cerrar la tranquera del chiquero, soltó al chancho que lo trajo y se hizo una promesa. No lo carnearía, lo dejaría suelto siempre. El chancho tomaría agua de la laguna y comería pasto. No lo engordaría como a los otros, sólo lo encerraría por las noches. Lo premió con esa libertad que al hombre condiciona de alguna manera por la que luchará siempre. Es una regla que la comunidad debe luchar, y una vez conseguida debe respetarla.
* Escritor, dramaturgo, titiritero
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