Palabras y música en el Pacard
Las anécdotas de Umazano siempre suman dinamismo y risas a este suplemento. Compartimos con los lectores un recuerdo sobre las giras artísticas rodeadas de libros y músicas.
Juan Aldo Umazano *
Cuando tomábamos algunos días de descanso, cada uno regresaba a su casa sabiendo qué día volveríamos a encontrarnos para comenzar otra gira. Nos citábamos en la plaza de un pueblo a determinada hora y ahí nos esperábamos. Yo siempre llevaba un libro. Estoy hablando de cuando no había teléfono celular. Tal vez hoy, hubiese sido más entretenido esperar. Recuerdo una vez haber llegado con el dinero justo y mientras esperaba a mis compañeros, comía pan y tomaba agua. Gran alegría cuando llegaba el primero. Éramos tres. Ni hablemos cuando aparecía David en el Pacard. El Pacard era igual al que utilizaban los protagonistas de la serie Los Intocables. Creo haber hablado de ese auto en otra nota. Tenía un motor de ocho cilindros en línea, lo que lo hacía largo de capot, poderoso y cómodo.
Ya en la gira, no teníamos tiempo para nada. Llegaba la noche y estábamos tan cansados, que sólo queríamos cenar y acostarnos a dormir.
El único momento que yo podía leer, era cuando viajábamos.
En aquellos años la Editorial Losada sacaba libros que tenían el tamaño justo para guardarlos en el bolsillo. Antes le ponía un señalador para indicar la página que dejaba de leer. Uno de mis compañeros del elenco, que era muy lector, tenía la mala costumbre de señalar la página, quitándole con un pellizco la punta de la hoja. Un día se lo dije. Además, a los libros los compraba yo, los libros eran míos, aunque estaban para ser compartidos. Después de leídos nos entreteníamos charlando sobre el libro.
Recuerdo haber leído poetas como Neruda. Ese Canto General adquiere la dimensión poética cuando le canta a Machu Pichu. Bajo la luz que entraba por una ventana, en El Bolsón, y frente a la Cordillera de Los Andes, leí Memorial de Isla Negra. Hermoso libro autobiográfico. Tenía otros autores como García Lorca, Amado Nervo. Incluso poetas que no sé por qué, dejaron de publicarse. El caso de Attila Jozséf, poeta húngaro revolucionario. El que más recuerdo es a César Vallejo, autor de Los Heraldos Negros. A ese libro solo entendí el primer poema que lleva el nombre del libro. El resto, los disfruté musicalmente pero siempre me pareció hermético. Las Flores del Mal, de Baudelaire, Horacio Quiroga, Rubén Darío, y otros, que hoy no recuerdo.
Los libros iban con nosotros en el asiento de atrás donde estaban a mano para disfrutarlo en cualquier momento del viaje. Casi todas las semanas, yo compraba un libro, que una vez leído formaba parte de esa biblioteca con cuatro ruedas tirada por el Pacard. Pienso que las funciones, se nutrían de esos poemas y cuentos que leíamos. Cuando entrábamos a escena más allá del personaje que interpretábamos, algo de lo leído terminaba incorporado en el hecho estético, aunque no los utilizábamos en ese instante, en otro seguro aparecía. La espontaneidad, creaba escenas que debíamos detenerlas para que tuviesen fin; como la vez que a David se le ocurrió decirles a los chicos que escucharan música clásica. Por razones que no recuerdo, había quedado a un costado del escenario el toca-disco que utilizábamos para escuchar nosotros. Entonces, en medio de la función, David, pidió silencio a los niños, y puso Chaikovski que era el disco que más cerca tenía. Podría haber sido Beethoven, Vivaldi, Mozart, Mendelssohn, Coro y Banda del Ejército Soviético, donde estaba Medianoche en Moscú. Y mientras ponía en marcha el toca-disco, decía que el silencio forma parte de la música. Incluso, hacía silencio deteniendo su cuerpo, y cruzando el dedo índice en su boca para que los chicos escucharan la nada. De esa manera los acercaba a la palabra silenciosa de la pantomima. Después le regalaba una flor imaginaria a un niño o niña, que subía al escenario y se la hacía oler. El niño o niña, la tomaban con tres dedos, y la guardaba en el bolsillo del delantal. Contento bajaba del escenario, iba a su asiento, y continuaba viendo la función con la flor en el bolsillo. Mucho he pensado, si aquello no era un montaje nacido de las giras por las repetidas funciones que hoy ya no se hacen por el costo que llevaría realizar una gira. Todos los días un hotel distinto, comidas, nafta. Sería imposible. El caso qué terminada la gira, la obra ya no era la misma porque las improvisaciones le habían incorporado otras escenas. Aunque los personajes eran los mismos y el argumento también. Aquellos gags, aparecían en los momentos justos. Me acuerdo cuando el personaje central que lo interpretaba David, nos retaba a nosotros dos tratándonos de “vagonetas”, porque nunca estudiábamos, ni cuidábamos la ropa. Primero nos miraba la presencia desde lejos, después venía, me revisaba las orejas y me decía: “-¡Y las orejas también se lavan!”. Y en una función le contesté: “-Sí, pero no se planchan”. La risa fue tremenda.
Otro momento que recuerdo, es cuando David exclamaba:
“-¡Imagino las notas que tendrán en la escuela!” Y levantaba un dedo diciendo “-¡Nunca un diez!”
En esos tiempos, a los alumnos se los clasificaba con números.
Entonces nos uníamos con mi compañero para responderle que entre los dos sacábamos la nota más alta.
-Yo, decía ¡uno!
-Y el otro, decía ¡cero!
Los dos juntos:
-Y como somos muy amigos, entre los dos siempre armábamos el número diez.
Aprovechando el momento de la risa, David, nos decía por lo bajo: “-Bien. Esto queda”
Regresando a la biblioteca y al toca-disco. Llegó el momento que teníamos muchos discos y muchos libros, y cuando encontrábamos algún lector entre quienes nos habían contratado, David, que además era director y autor de la obra, regalaba libros diciendo que en el Pacard teníamos una biblioteca móvil y un toca-disco con muchos discos.
Dejamos de hacer giras y no sé qué pasó con los libros que llevábamos en el Pacard. Algunos, hoy están en mi biblioteca. Al toca-disco con los discos que eran de David, se los llevó él porque necesitaba poner música de sala al primer espectáculo montado por el “Nuevo Teatro de Cámara de la Ciudad de Buenos Aires”, institución que él mismo había terminado de fundar.
* Escritor, dramaturgo, titiritero
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