Lunes 15 de abril 2024

Reivindicación de los pueblos americanos

Redaccion Avances 26/06/2022 - 06.00.hs

En el día de ayer se cumplieron 100 años desde el nacimiento del filósofo argentino Rodolfo Kusch. El pensador es reconocido mundialmente por su intenso y profundo trabajo sobre la población originaria de América.  

 

Daniel Pellegrino y Jorge Warley *

 

Filósofo y antropólogo por vocación, en el centenario del nacimiento de Rodolfo Kusch numerosas academias y universidades de América y Europa preparan actos, simposios y homenajes (una manera de reivindicación) sobre la figura de quien se dedicó a explicar –casi desde la intuición– las singularidades de la población originaria de América que la colonización española y los posteriores despotismos intentaron excluir o bien encadenar al proceso de occidentalización.

 

Se graduó de profesor de filosofía en la UBA en 1948 y desde entonces comenzó su actividad de docencia académica en Buenos Aires, Mendoza, Salta, Bolivia, mientras recorría distintos caminos que lo llevaban y traían entre el norte argentino y la Capital Federal. Buena parte de estas andanzas e investigaciones de campo están reunidas en “Indios, porteños y dioses” (1966), que primero fueron dichas en audiciones de radio porteñas. En 1976 la dictadura cívico-militar le quitó sus cargos de la Universidad Nacional de Salta por lo que se fue a vivir a Maimará, quebrada de Humahuaca, Jujuy. Falleció en Buenos Aires en 1979 y desde 1998 sus restos reposan en una apacheta, en el cementerio de Maimará.

 

Kusch era de una “postura democrática y popular, moderada, que encontraba desde lo cultural un referente político en el justicialismo. Pero no fue un hombre de partido, ni un político militante. Su esfuerzo principal estaba en el terreno del pensamiento de los años 70”, comenta Mario Casalla (“Rodolfo Kusch, una implacable pasión americana”, 2011).

 

Durante los años ‘60 y ‘70 se desató el proceso de descolonización de países de Asia y de África, el avatar de la independencia cubana y la revisión de las estructuras económicas dependientes de los países latinoamericanos, que en líneas generales se la reconoce con la denominación de “tercer mundo”, es decir, un conjunto de acciones y pensamientos no alineado con Estados Unidos ni con la Unión Soviética.

 

Estar en la tierra de uno.

 

Carlos Martínez Sarasola (“La recuperación del pensamiento indígena. Un apasionado de América”) señala que en el pensamiento de Kusch se halla “el concepto de ‘estar’ entre los indígenas, opuesto al de ‘ser’ alguien de los occidentales. Kusch encuentra que el término más cercano a la forma de vida india es utcatcha, que se traduciría en ‘estar sentado’, en el sentido filosófico de domicilio, de sentirse amparado en el mundo. Él vinculaba al sistema productivo incaico con la idea de una auténtica ‘economía de amparo’. El hombre occidental soluciona sus males trabajando sobre la realidad exterior, por el lado de afuera. Por el contrario, el indígena está incluido en la totalidad del universo y cualquier desajuste debe ser restaurado con el equilibrio interno de esa totalidad, a través del ritual”.

 

El poeta y ensayista Alberto Julián Pérez (El pensamiento de Rodolfo Kusch: una manera de entender lo americano) completa este razonamiento añadiendo que Kusch leyó diversos estudios de investigadores (Lehmann-Nitsche, Ricardo Latcham, Miguel León Portilla) y analizó “los datos sobre el mundo cósmico y sagrado de los incas, su relación con la tierra y el sentido simbólico de sus creencias. Señala que la idea del mundo que se hacían los incas a través de los yamqui, sus sabios, era resultado de su relación con la vida en esta tierra, desde donde surgía su filosofía. Para Kusch la filosofía no es universal sino regional, refleja las condiciones ontológicas de la existencia de cada pueblo”.

 

Hedor y pulcritud.

 

Una de las ideas más trascendentes de Kusch ha sido la del “hedor” de los pueblos americanos.

 

Alejandro Viveros Espinosa (Enfoques sobre la filosofía de Rodolfo Kusch. El método, lo popular y el indígena como horizontes de pregunta en la filosofía americana) menciona que tal concepto se tensiona dialécticamente con otro, el de la “pulcritud”. Y lo explica: “Metáforas y figuras tales como la irracionalidad, la pobreza, el miedo, la ira, la invalidez, la marginalidad, entre varias otras, permiten a Kusch posicionar una dicotomía que expresa y explaya un dilema de carácter ontológico-identitario. El hedor impregna lo irracional, la pobreza, el miedo, la ira, la invalidez y la marginalidad de lo americano. El hedor presenta un asunto que Kusch identifica inicialmente con lo popular y que deriva en lo indígena como ejemplo paradigmático. Por el contrario, la pulcritud participa de la tensión otorgando una contracara impugnable, un ideal que no se alcanza, una búsqueda externa, foránea. La pulcritud funciona como la metáfora de un ser racional, civilizado, mercantil; un ser que domina su voluntad y transforma su mundo”.

 

Concluye Viveros Espinosa: “En suma, cada vez que Kusch utiliza el concepto de ‘hedor’ nos provoca y conduce a una reflexión, no solamente en términos existenciales, sino que también en términos filosófico-políticos, que cuestiona los cimientos de toda construcción identitaria de lo indígena y lo popular, y que apunta a una tensión con el proyecto civilizatorio desarrollista latinoamericano. El enfoque filosófico-político en el pensamiento filosófico de Kusch nos dirige a problematizar y profundizar en el ‘hedor’, todo aquello olvidado, amputado, marginado, para encontrar su ‘aroma’”.

 

Mario Casalla, en el artículo citado, traduce a su modo la dicotomía hedor-pulcritud: “La europea es esencialmente una cultura masculina, de un yo dominador que, munido de su ciencia y tecnología, actúa y modifica el mundo a su antojo. En cambio, la americana es una cultura femenina: de la primacía del estar por sobre el ser; donde lo real prevalece por sobre el sujeto y ese ‘estar abierto’ al juego de las fuerzas de lo ‘real’ es un juego dramático sin certezas. De aquí que, mirado con ojos europeos (o europeizados) esta América resulta horrorosa y casi incomprensible. Ambos tipos de cultura se superponen conflictivamente en el mestizaje (característica básica de lo americano actual) y en él lo profundo actúa ‘vegetalmente’ (devoradoramente) sobre lo europeo superficial. Esto tanto en las ciudades como en el campo: muchos más acentuadamente, por cierto, en este último”.

 

Región y literatura. 

 

Con los aires democráticos de los ‘80 surgieron los denominados estudios “poscoloniales” sobre la cultura latinoamericana y países del tercer mundo mientras que en Argentina algunas ideas de Kusch tuvieron una interesante andadura en el campo literario. Por ejemplo, el sentido de la palabra “geocultura” que posibilitó revisar el viejo paradigma de centro-periferia, de Literatura nacional vs. Literatura regional. Geocultura, brevemente, significa que dentro de un determinado territorio una población configura su propia identidad combinando sus ideas sobre los rasgos distintivos del suelo que habita con los cambios socio-políticos, la tradición (los orígenes históricos) y las perspectivas de futuro; todo ello acompañado de una proyección dinámica, anti esencialista, de intercambio (“negociación”) con otras comunidades.

 

Lo geocultural ha resultado una alternativa para pensar los influjos de la cultura dominante del área metropolitana que colocaba en segundo plano, en una posición subalterna, la producción artística de las regiones argentinas. Así entonces, en distintas universidades del interior del país se empezaron a revisar los planes de estudios de la literatura argentina y a valorar las producciones del área y sus relaciones con los paradigmas clásicos, canónicos, consagrados de la cultura dominante. Tal perspectiva crítica ayudó, junto con otras ideas colectivas de cambio, que en la UNLPam se institucionalizara un Seminario de literatura regional en la carrera de Letras que ha contribuido a que obras de autores pampeanos sean estudiadas, valoradas y puestas en relación con toda la serie literaria argentina.

 

 

* Colaboradores

 

 

Americanización de la cultura (Geocultura del hombre americano, 1976)

 

Todos tenemos conciencia de que en América se están transformando la sociedad, la política, el hombre. Pero la transformación cultural no se ha de entender como una nueva instalación de auditorios, bibliotecas o teatros. Esto es simple labor de funcionarios públicos que siempre harán maravillas en esto, porque al final de cuentas necesitan justificar sus sueldos.

 

La transformación cultural es más honda. Ante todo, queramos o no, la cultura tiene que americanizarse. Pero esto mismo no se entiende totalmente si se concibe la cultura como algo exterior. Podríamos aducir en este sentido que existen grupos de presión que simplemente por inercia no quieren que esto ocurra. Esto es en parte cierto. Por un lado, está la derecha cultural que tiene perfectamente organizada la opinión literaria y artística y que siempre busca serios antecedentes especialmente occidentales para llenar su honda falta de decisión cultural. Pero también existe la izquierda que no ha superado una mala lectura de Politzer, y cree que por ese lado esquemático y elemental habrá de saber qué pasa con la cultura. Ambos son los principales obstáculos de una americanización de la cultura.

 

Pensemos sólo que, si la revolución social triunfara, la izquierda haría lo mismo que en Rusia. Obligará a que el arte sea realista. La izquierda tiene miedo a la revolución de la cultura. No por nada Marx negaba la filosofía. Porque él, al igual que la burguesía europea, no quería que se revuelva la intimidad sucia, esa que ocultamos esmeradamente. Por eso la revolución por las armas es un juego de chicos comparado con la revolución cultural.

 

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