Lunes 05 de mayo 2025

Revaloración de Pincén

Redaccion Avances 29/09/2024 - 06.00.hs

Dentro del constante aporte revisionista sobre la llamada Conquista del Desierto es llamativo que en el último mes hayan aparecido en medios periodísticos tres notas de distintos autores, todas sobre una de las figuras más sobresalientes de aquel acontecer: el cacique Pincén.

 

Walter Cazenave *

 

Dos de las notas fueron publicadas en el diario capitalino Página 12 y la restante en el suplemento Caldenia. Exponen la humanidad de la persona, dejando a un lado la acostumbrada -y falsa- imagen del indio que creó el positivismo del siglo XIX y comienzos del XX. A partir de los trabajos publicados se extraen los datos y trayectorias más significativas en la vida de este sufrido y valiente hombre, según alguna tradición un cristianos criado entre la gente paisana.

 

En la primera de ellas, escrita por Sergio Kieman, dice sugestivamente que “De los misterios que habitan bajo el cielo de esta Argentina, el del lonco y jefe de hombres Pincén es de los más profundos. Fue un patriota de sus gentes, un hombre altanero, un líder carismático y uno de esos tipos que construyen leyendas como si respiraran. Nadie sabe de dónde vino, si era mestizo o indio puro, si era hijo de este o de aquel. Nadie sabe cómo murió ni dónde. La leyenda lo envuelve tanto que hasta es posible que no haya muerto y sea uno de nuestros Lázaros sin consuelo”.

 

La consideración es acertada y hasta podría agregársele que, ante los posibles datos básicos que arriesga el autor en cuanto nominación, ascendencia y posible fecha de nacimiento es imposible no pensar en una condición cuasi homérica de su vida defendiendo la propiedad de una tierra que era suya por tradición y familiaridades y sobre la que los cristianos aplicaron el inmemorial derecho de conquista, ahora por ellos nominado como progreso.

 

Es verdad que el posible lugar de nacimiento del cacique, su origen, alianzas, guerras, relación con los cristianos y derrota remite a un intríngulis denso y fascinante… Con muchísimo menos los estadounidenses crearon una épica (desde luego que favorable a los blancos) que impusieron en casi todo el mundo a través de la radio, el cine y la historieta. Las andanzas de Pincén, y de sus similares, quedaron en el rincón del olvido y las leyendas hasta que una nueva historiografía rescató a las parcialidades autóctonas de aquel nivel de salvajes que les habían adjudicado las burguesías del siglo XIX, de uno y otro lado de la cordillera.

 

Años de malones.

 

Según Sergio Kieman, en esta primera nota, parte de ese redescubrimiento de los rasgos humanos en cuanto a Pincén apunta, un origen familiar trascordillerano, con una posterior radicación entre los ranqueles. Allí ganó prestigio guerrero y diplomático, mediando con la palabra o con la lanza entre los salineros de Calfucurá y su propia gente. Esta referencia hace alusión a esos años en que las alianzas en indios y cristianos tejieron un quehacer histórico denso y sorprendente, que comenzó a ser develado y ordenado por la historiografía recién en el último medio siglo, por darle un límite.

 

Esos son los años de los muchos malones, grandes y chicos, y de tratados entre las partes que se firmaban pero no se cumplían; el avance de los cristianos era lento pero constante, con fundaciones y fuertes que, desde los fértiles campos del oeste bonaerense, desplazaban a los indios a las no tan buenas tierras del suroeste.

 

Fue el comienzo del fin, con un toque de sentimiento a menudo ignorado por quienes historiaban posteriormente: en una incursión militar Pincén es capturado con su familia por quien había demostrado sentir un profundo cariño, y llevados a Buenos Aires como un trofeo de guerra. Después prisionero a Martín García.

 

Una de las famosas fotos que le tomara Antonio Pozzo. Una de ellas conmueve por el desamparo que manifiestan los rostros de la mujer y los niños, súbitamente sumergidos en una cultura ajena, que los despreciaba tanto como los había temido.

 

Un final incierto.

 

Para la consideración de esta primera nota el final de la misma habla por sí solo: “Es lo último que se sabe con certeza. A partir de 1884 reaparecieron los misterios. Unos dicen que se murió y está en la fosa común de la isla con tantos otros. Otros que lo liberaron por pedido de Ataliva Roca, el hermano del ya presidente Roca y uno de los coimeros más famosos de la época. Carlos Martínez Sarasola recoge una versión de los descendientes que dicen que se fugó agarrado a una yegua blanca que nadaba y lo llevó al Uruguay.

 

Pero allá en el sur cuentan que lo vieron saludando parientes en Trenque Lauquen años después, o que terminó asentado por Bordenave, cerca de Puán, a orillas de una laguna que por algo se llama Pincén y que tiene buena vista de las sierras de Curamalal, sagradas ellas.

 

Y quien te dice que no ande por ahí todavía, ofendido por la misma idea de firmar un tratado con la parca, que por algo es blanca.”

 

El siguiente tratamiento del personaje, escrito por Carina Carriqueo (un nombre que sugiere mucho respecto al tema) desde el mismo título apunta al meollo de la nota: “Pincén en la isla de la muerte”. El párrafo inicial es definitivo: “La isla Martín García guarda uno de los episodios más crueles de nuestro siglo XIX. Hoy nada indica que por allí pasaron cientos de hombres, mujeres y niños de las Primeras Naciones, apresados por los grillos civilizatorios. Apenas queda un horno que se consumió a los enfermos y a las mujeres blancas que habían tenido hijos con indígenas. Por considerarlas “impuras”.

 

La isla de la muerte.

 

El escrito despoja a la isla de su condición poco trascendente, turística en los últimos tiempos, para exponerla como lo que realmente fue: un campo de concentración para con los indios vencidos, tratados con una crueldad que hasta incluía un horno crematorio donde “se consumió a los enfermos y a las mujeres blancas que habían tenido hijos con indígenas. Por considerarlas ‘impuras’, detalle este último muy poco conocido. Hasta se podría hablar de la similitud con ciertos procederes de los nazis medio siglo después de la concentración de la gente paisana en la isla.

 

En 1881 el teniente Rohde justificaba el genocidio diciendo que “para convertir a los indios en trabajadores, única condición bajo la cual pueden reclamar derecho de existencia, es menester desacostumbrarlos con un rigor inexorable y continuo de su vida de jinetes errantes y obligarles a trabajar”. Con semejante criterio no extraña que las familias “fueron separadas, regaladas, entregadas como servidumbre. Hasta el presidente Avellaneda solicitó niñas de entre 10 y 12 años, y “una india sana y robusta que tenga 20”.

 

La nota de Carriqueo abunda en recuerdos y situaciones infamantes para con Pincén y los suyos, desde los engaños en los tratados con los cristianos hasta las humillaciones en la isla Martín García. Evidencia, claro está, la influencia de la etnia de la autora, y acaso escribe con el respaldo de detalles no conocidos, como que uno de los párrafos de su escrito comienza diciendo “Cuentan los mayoes…”.

 

En la toponimia.

 

Carriqueo difiere con la nota de Kieman en una apreciación fundamental ya que, según ella, no se sabe cuándo ni dónde murió. Destaca la que acaso fuera la mayor injusticia para con Pincén: culparlo injustamente del asesinato del estanciero escocés William Mc Clinton y sus peones en Luan Lauquen (un episodio no demasiados difundido en nuestra historia regional) y llevado nuevamente a la isla, castigado. Ironías de la historia: quizás ignora que aledaña a esa Laguna del Guanaco, la toponimia brida un recuerdo al cacique: el Bajo de Pincén, donde muy posiblemente tuviera su toldería.

 

La tercera de estas recientes consideraciones sobre Pincén pertenece a nuestro comprovinciano José Carlos Depetris quien, desde muchos años atrás, viene estudiando lo relativo al cacique y su dinastía.

 

Con relación a las otras notas el aporte de Depetris es notable. Señala que sobre los últimos años y destino final del cacique Pincén existen varias suposiciones sin poderse confirmar ninguna de ellas, pero aporta el dato que oficialmente se registra su nombre como “Pancho Pincen Catrunao, de 55 años, natural del Carhué y de estado cacique indio”, por lo tanto que se debe suponerlo como nacido hacia 1825 en el lugar indicado, e “…hijo del finado Ayllapán y la finada Amuypán, ambos del Carhué”.

 

También está documentado que pasó algún tiempo detenido en la isla Martín García como consecuencia de su captura en La Pampa por el ejército de línea. Acompañaban al prisionero en su ingreso a prisión otros indígenas de su dependencia, la mayor parte con niños de corta edad.

 

Una carta conmovedora.

 

Una carta que Pincén escribiera en 1882 conmueve y da cuenta de los sufrimientos que tuvieran: “…aquí me tiene Vd padeciendo enfermo. Un hijo murió de pena y mi compadre Pichihuil. Mis hijos Luisa y Manuel quedaron ciegos de las Viruelas de aquí. Pueden pedir un informe al medico yo me siento morir, al ver mis hijos tan desgraciados. La unica que esta buena es Ygnasia que se la he dado a nuestra Madrina por conservar su honor hasta que se me saquen de este presidio porque estamos todos entreverados …”

 

Después de su liberación ocurrió el ya señalado asesinato del estanciero escocés William Mc Clinton y sus peones, en abril de 1883. Rápidamente salieron patrullas punitivas de los recién fundados cantones militares de Victorica y General Acha para restablecer la calma en la frontera y básicamente aplacar la opinión pública porteña, acicateada por la prensa que suponía que la tragedia de los estancieros podrían afectar los intereses y ánimos de inversionistas de tierras y capitales extranjeros. Como consecuencia Pincén es llevado nuevamente preso a Martín García imputado como reo relacionado al hecho.

 

Después de esa injusticia Pincén fue un paria en su propio país. Electo Urquizo, antiguo bolichero de los campos de la tribu de Coliqueo, señala en sus “Memorias de un pobre diablo”, que hacia 1890, Pincen aun solía llegar en compañía de algunos de su tribu a la comarca como zafrero transhumante para la juntada de maíz, y aventura que su muerte debe haber acaecido en la casa de los Cayún en la tribu de Coliqueo.

 

La diáspora.

 

Los casos citados son cabal demostración de la diáspora que debió sufrir la familia merced a extrañamientos de sus integrantes en distintos puntos del territorio nacional y siendo reducidos a servidumbre en familias acomodadas de ciudades o campaña. También destinados por leva para servicio militar impuesto por el Estado Nacional. La estrategia del Gobierno Nacional, consistía en la dispersión de las tribus con el fin de evitar la posibilidad de reclamos grupales, borrando en poco tiempo todo atisbo de indigenismo y fundamentalmente de reagrupamiento en torno a los caciques.

 

Peregrinación y vuelta.

 

El proceso de ciudadanización de los grupos dispersos que se asientan tras las campañas militares descriptas, va unido a un paulatino desplazamiento hacia los márgenes de las tierras menos habitadas, donde la radicación en determinados puntos se hace más llevadera en su condición legal precaria de intrusos en las extensas propiedades sin la ocupación efectiva aún de sus nuevos -y poderosos- dueños.

 

En este peregrinar hacia las tierras ancestrales de sus mayores, su hijo Nicasio Pincén, su familia y algunos allegados de la tribu, arriban a la zona de Anguil hacia 1897. La presunción se basa por algunas manifestaciones de una bisnieta que refiere “…los iban corriendo de los campos y en Anguil los dejaron tranquilos. Llegaron poco antes que el ferrocarril…”, podríamos establecer que desde entonces se radican en una chacrita de 10 hs. con un piño de ovejas y alguna hacienda menor. Silvano Pincén, a su condición de nieto del viejo cacique y aún de cierta contemporaneidad con el mismo, traería aparejada una niñez acotada dentro de los parámetros de la propia cosmogonía de su pueblo y de la lógica y el pensamiento de las últimas comunidades paisana de la llanura.

 

Claramente expuestas a la exclusión y el desamparo por la atomización orquestada que devendría en la más formidable y acelerada pérdida y amputación de buena parte de su indigenismo en las generaciones inmediatas.

 

Con los años, la familia se desgrana y queda en la casa paterna, don Silvano Pincén, hijo de Nicasio. Nieto del cacique. Consciente de su origen. Sintiéndose portador de una prosapia hondamente americana. Respetado por sus contemporáneos pueblerinos desde la perspectiva de su significación a la hora de enmendar olvidos y exclusiones.

 

 

¿Y la Constitución?

 

Para con los indios vencidos, de los que una gran mayoría eran nacidos en el territorio de la República y potencialmente ciudadanos argentinos, no regían los textos del Preámbulo y los artículos 5º y 15 de la Constitución. El trato dispensado a ellos quedó documentado ampliamente en los documentos burocráticos e incluso en el periodismo de la época, donde se anunciaba desvergonzadamente la entrega de indios -niños especialmente- para el servicio de las “familias acomodadas”. No son muchos los historiadores que han advertido sobre esta monstruosidad legal y “patriótica”.

 

Preámbulo

 

(…) y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.

 

Art. 14.

 

Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.

 

Art. 15.

 

En la Nación Argentina no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución; y una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración. Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán responsables los que lo celebrasen, y el escribano o funcionario que lo autorice. Y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República.

 

* Investigador. Colaborador.

 

 

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