Simulación
El escritor pampeano Aldo Umazano nos trae un nuevo cuento teñido de humor, risas y ternura. La historia de Felipe, el payaso con un solo diente.
Juan Aldo Umazano *
Recuerdo aquel compañero de teatro que se llama Felipe que tenía un solo diente y hacía de payaso. Para camuflar ese espacio vacío, sacaba frente al público un lápiz negro y simulaba pintárselos: con una mano se tapaba la boca y con la otra pintaba. Menos, al incisivo central izquierdo, que era el que tenía. Terminado de simular el maquillaje, regresaba el lápiz al bolsillo. Finalmente, mirándose en un espejito, hacía las caras de la farsa y la tragedia. Después lo escondía debajo del moño colorado, que le cubría el pecho.
El público disfrutaba con grandes carcajadas todas las escenas donde entraba Felipe. Terminada la función, se agolpaban para felicitarlo.
Muchos se preguntaban de dónde sacaba esas ocurrencias que nacían de tan pocas palabras y ausente dentadura. Otros, calculaban que podrían venir de una gran soledad personal. No faltaban los que hacían responsables a sus padres asegurando que tendrían gran sentido del humor, y eso se heredaba. Pero la más acertada, era la que decía ser el resultado de un largo trabajo de creación para construir el personaje; de esa manera, la risa andaría por todo el cuerpo del espectador reduciéndole el estrés. Seguramente habría otras justificaciones que nadie las decía.
El caso, que finalizado su trabajo, Felipe se quitaba el maquillaje con la inmensa satisfacción de haber hecho reír a la gente.
Lo que nadie sabía era que su desdentada boca, venía de cuando corría en bicicleta y en una curva donde el adoquinado estaba roto, se dio de bruces contra el piso y arriba de él quedó enredado el pelotón formando una montaña de ruedas girando, ciclistas, y malas palabras; en ese momento un manubrio le pegó en la boca dejándolo con un solo diente y una pierna quebrada.
Su recuperación fue lenta. Tan lenta, que perdió el empleo de reponedor de mercadería en las góndolas de un supermercado.
Una tarde, anoticiado en un bar por los amigos que siempre le pagaban el café, fue a la casa de un director de teatro que montaba una obra para niños y, aunque nunca había subido al escenario se ofreció para trabajar de payaso por la cama y la comida. Y se quedó sonriéndole.
El director pensó lo difícil que sería para una persona así, hacer reír a la gente. Pero también le llegó la necesidad que tenía de trabajar; le pareció una actitud más que honesta y desprejuiciada, ofrecerse como payaso con esa sonrisa tan original. Entonces pensando que lo podía ayudar a colocarse la dentadura completa, lo tomó.
Felipe conservaba la musculatura de ciclista y cuando actuaba al saltar rebotaba como una pelota. Cuando se elevaba, parecía detenerse en el aire, y con la máscara de la farsa, contestaba.
A medida que transcurrían las funciones, fue construyendo un payaso original y desopilante, que sembraba su fama al pasar por distintos pueblos.
Hubo un momento inolvidable que viví con Felipe. Y fue aquella tarde cuando por falta de lugar, habíamos actuado en un salón de usos múltiples que remodelaba. En el escenario, los camarines estaban ocupados con bolsas de cal y cemento. Por distintos lugares había arena de río: granza, ladrillos, hormigoneras: tablones, palas, cucharas de albañil, baldes.
Esa tarde, cuando el público después de la función vino a felicitarlo, el director, para que no vieran que Felipe no tenía dientes, le pidió que se lavase la cara donde nadie lo viera. Entonces, cuando nos estábamos desmaquillando, en medio del escenario, me decía por lo bajo: -Trae el balde de albañil, ese que tiene agua y que se lave la cara allá lejos, detrás del telón de fondo, donde nadie lo vea-, y me señalaba-. Si descubren que no tiene dientes, se van a desencantar-, y reíamos.
* Titiritero, dramaturgo, actor
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