Jueves 28 de marzo 2024

Tomas Mason y La Malvina

Redacción 24/04/2022 - 00.05.hs

A través del testimonio de Martita Lanari, bisnieta de Tomas Mason -fundador de Santa Rosa- conoceremos más sobre este hombre, su historia y cómo llegó a estas tierras.

 

Raúl Peralta *

 

Que me perdonen los pampeanos; no me gustan las tierras áridas, ¡quiero agua en abundancia y pasto verde!

 

Todos los años en noviembre íbamos a Santa Rosa con mamá. El campo me parecía horrible, muy seco con unos tamariscos rodeando la casa y un bosque de caldenes grandes, de formas retorcidas y llenos de espinas.

 

La Malvina ya no era una estancia. Seguían jugando al estanciero con unas cuantas ovejas, un capataz que no hacía mucho y la mayor parte de las 10.000 hectáreas que en tiempos de mi abuelo se dedicaban a la cría de ovejas, estaban ahora arrendadas por centavos.

 

La casa era vetusta: una serie de dormitorios con el baño en un extremo y el comedor y la cocina en el otro, dos simpáticas galerías y por cierto algunas arañas y vinchucas... Años más tarde la demolieron y construyeron el chalet, pero cuando yo era chica no era más que una tapera.

 

En cambio, llegábamos a Santa Rosa en vagón reservado con su comedor: y dependencias lo cual me daba una sensación de superioridad. Era una atención especial que el ferrocarril Oeste (propiedad inglesa entonces) ponía a disposición del fundador de Santa Rosa y su familia.

 

Como en toda estancia argentina había dos galgos, llamados Coludo y Perdida, eran blanco el primero y negra la segunda. Esta tenía una particularidad que nunca he vuelto a ver. Mientras Coludo nos saludaba moviendo su larga cola, Perdida sonreía. Levantaba los labios mostrando amistosamente los dientes.

 

Aprendimos a andar a caballo en La Malvina. Pipo tenía un lindo petizo. El Quico y yo un caballito negro que lógicamente se llamaba Negro, pero yo era miedosa y no gozaba mucho con la equitación. En La Malvina cacé mi primera y última pieza. Papá nos enseñaba a manejar el rifle e indicando una rama donde había un churrinche me dijo que tirara. Nunca olvidaré el horror que sentí al ver que el precioso pajarito caía muerto. No tenía consuelo, quería que viviera y saliera volando. Mamá como siempre trató de consolarme y juntas pusimos al pajarito en una caja de caramelos y lo enterramos entre unas flores, pero nunca más cacé en mi vida y me resulta desagradable matar hasta las moscas y los mosquitos.

 

La laguna de Santa Rosa ahora llamada Don Tomás nos separaba del pueblo. Casi siempre estaba seca y cruzábamos con los múltiples coches que tenía Tata. Él me enseñó a manejar. En años lluviosos la laguna tenía agua y nos bañábamos en las tardes calurosas.

 

Alberto.

 

Al atardecer la laguna parecía rosada. A veces un grupo de flamencos se instalaba en el lugar y era un espectáculo extraordinario con el fondo de nubes de todos los colores, porque si la vegetación era escasa, el cielo y las nubes tomaban colores nunca vistos.

 

Tengo un parentesco con Santa Rosa. Mi bisabuelo Mason fue el fundador y él y mi bisabuela Rosa Funston fueron enterrados en la Catedral, pero no deseo volver.

 

De nuestros tíos preferíamos a Alberto, el menor. Rómulo, a quien aprendí a conocer más tarde, era muy serio.

 

Alberto era alto, flaco, buen mozo, siempre bien vestido y jugaba mucho con nosotros.

 

Estudiaba medicina y tenía en su dormitorio un esqueleto colgado de un soporte clavado en la pared, de modo que los pies quedaban a cinco centímetros del suelo. A veces se divertía en ponerle al esqueleto la robe de chambre o el sobretodo. Las mucamas no apreciaban esas bromas macabras y nunca limpiaban a medio metro del esqueleto dejando una espesa alfombra de polvo.

 

A nosotros en cambio no nos impresionaba. Alberto nos había dicho que esos huesos eran verdaderos, pero la muerte a esa edad era sólo una palabra cuyo sentido no interpretábamos. A veces mamá nos llevaba a la Recoleta. La bóveda de mi abuelo estaba ubicada frente a otra hecha en profundidad, como un dolmen, sobre la cual armábamos los floreros para adornar la nuestra. Nunca se me ocurrió hasta más tarde que estábamos trabajando sobre varias generaciones de muertos. Mamá nos hacía rezar por su padre y volvíamos a casa muy alegres y contentos con el paseo.

 

En 1918 dos acontecimientos quedaron marcados para siempre en mi memoria: el 21 de junio una nevada copiosa que subrayó con blanco árboles, casas y automóviles. Un espectáculo inolvidable. Y luego en el mes de agosto murió nuestro tío Alberto a los 23 años. El día del entierro no nos dejaron acercar al primer patio. Pipo me dijo que a Alberto lo habían llevado al cementerio, en un cajón de madera del mismo color que los muebles del dormitorio de Mamá, y yo por primera vez en mi vida encaré ese terrible misterio que es la muerte.

 

A Alberto, ese tío tan joven que pocos días atrás jugaba con nosotros, ¿lo habían encerrado en un cajón? ¿Se lo habían llevado? El mismo nos había dicho que el esqueleto de su cuarto era un muerto... ¿Eso era Alberto ahora? No podía comprender el cambio y me fui a la cocina a preguntarle a Juana la cocinera que siempre nos traía vaquitas de la Martona y nos dejaba jugar cortando zanahorias y papitas. La acribillé a preguntas hasta que se cansó y me dijo: "Pero sí, Martita, el pobre niño Alberto se ha muerto como moriremos todos cuando nos llegue la hora".

 

Tomas Mason.

 

Tomas Mason nace en Buenos Aires el 1 de febrero de 1842 en casa de su abuelo en la calle Catedral 66. Fue bautizado en la Catedral Anglicana de San Juan el 3 de mayo de 1842.

 

Sus padres eran James Mason hijo de Guillermo Roberto y Ann Mason, americanos de Baltimore, vecinos de Buenos Aires desde el año 1825 en la calle Catedral 64 y 66 y Sarah Taylor antes viuda de Hapland de Liverpool, Inglaterra.

 

Los hijos mayores de Guillermo Roberto Mason: Guillermo, Enrique y James, fueron enviados por el padre a Inglaterra a raíz del asesinato de Carlos Mason, también hijo de Guillermo Roberto, muerto por la mazorca en 1840. James, padre de Tomas, el único que no tenía militancia política, vuelve con Sarah Taylor y vive en la casa de sus padres en Catedral 66. El abuelo Guillermo Roberto muere en 1843 y tal vez por ese motivo Tomas Mason siente en su educación mayor influencia inglesa que americana.

 

Aprende sus primeras letras en el Colegio San Juan anexo a la Catedral del mismo nombre ubicada en la actual calle 25 de Mayo 250 a 200 metros de la casa de los Mason, Catedral 66.

 

Pese a su ascendencia americana de marinos y corsarios, James, el padre de Tomas Mason, se siente más atraído por la industria e instala en su propia casa una fábrica de cepillos que prospera y le permite sostener su familia en aumento.

 

Tomas Mason es enviado a terminar su educación a Inglaterra, probablemente a Liverpool de donde era oriunda su madre, y vuelve a los 18 años. A los 19 años se casa con Rosa Agustina Funston. La industria no le atrae. En cambio, la herencia Mason, raza de marinos es más fuerte, y ayudado por los socios de su abuelo: Patricio Ford y Patricio Lynch en la empresa naviera Mason Ford y Lynch que recorría el Paraná desde Buenos Aires a Asunción, comanda el Venice, el Susan y el Verb, durante la guerra con Paraguay. La casa de la calle Catedral se había llenado de niños: hermanos de Tomas Mason; Guillermo, Diego, Isabel, Elisabeth, Clemente Augusto y por último, Juan Ricardo.

 

Por su parte del matrimonio de Tomas y Rosa Funston nacía primero Malvina Magdalena, un año menor que su tío Clemente y dos años mayor que su tío Juan, luego Tomas, que murió de niño y por último Guillermo. Bajo la influencia de la madrina de Malvina, Tomas Mason y Rosa su esposa se separan de la Iglesia Anglicana y abrazan la fe Católica. Fueron los únicos católicos en esa generación y los únicos que educaron a sus hijos en la fe.

 

Fuera de su actividad naviera, Tomas Mason hizo inversiones a veces desastrosas como una compra de Cédulas hipotecarias cuando no eran respaldadas por el Estado y que carecieron de valor alguno. Tomas Mason lo tomó con filosofía y en vez de lamentar su ruina empapeló una habitación con las cédulas, comentando alegremente que tenía la habitación más costosa.

 

Había comprado dos casas en la calle Santa Fe 1965-67 y las reformó y unió. Allí fue mi abuela Malvina cuando tenía 5 años y la casa de Catedral resultaba chica para los hermanos Mason. Allí nació mi madre y también nací yo en 1911 y salí de ella para casarme.

 

Cuando el gobierno argentino concedió tierras a los expedicionarios al desierto y a Remigio Gil le correspondieron muchas hectáreas en Toay, se ocupó de ellas Tomas Mason hasta que el Coronel Gil se retiró. Mason vendió su casa de Santa Fe a su yerno e invirtió el dinero en la colonización de Santa Rosa. Desde ese momento fue Santa Rosa la razón de su existencia. Perdió a su esposa Rosa muy joven, mantuvo una excelente relación con su yerno y su hija Malvina. No así con su hijo varón Guillermo, de quien se distanció. Habiéndolo conocido de cerca, no se quien tuvo la culpa. Tomas Mason era muy autoritario y para un hijo varón la relación era más difícil que la que podía mantener con su Malvina a quien adoraba y mimaba. Cuando estaba en Buenos Aires vivía en Santa Fe 1965. En Santa Rosa variaba: construía casas en las que vivía, luego se mudaba y vendía o alquilaba la anterior.

 

Los últimos años.

 

Martita Lanari dice sobre Tomás Mason: "siempre alegre y activo, a veces infernalmente incómodo, trabajador incansable, de una salud de hierro, arbitrario, tierno, autoritario tenía un empuje, un tesón, que desgraciadamente no abunda. Trabajó en la administración de Santa Rosa hasta sus 80 años. Recuerdo que el día 1º de febrero, en el que cumplió sus famosos 80 años y en el que hizo una gran fiesta en Mar del Plata para nosotros sus 3 bisnietos, pues según decía todos sus amigos estaban en el cementerio. Tres meses después llamaron a mi padre y a Rómulo Gil, mi tío, desde Santa Rosa, diciendo que 'Don Tomas estaba muy raro'. Había perdido totalmente la cabeza. Murió 8 años después, siempre alegre, pero dando a su enfermera un trabajo terrible, pues se escapaba, se subía a un tranvía y mismo unas veces a un tren en Mar del Plata. Lo encontraron en la estación Camet. En casa mi abuela Malvina desesperada lo hacía buscar temiendo que hubiera caído al mar".

 

* Colaborador

 

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