La derecha ya perdió la rebeldía
El fenómeno se produjo en un contexto muy excepcional, una de esas cosas que ocurren cada 100 años. Había imágenes que parecían de ciencia ficción. Cuatro cuadras de cola para comprar papel higiénico en un supermercado mayorista. Era como una escena sacada de la película Impacto profundo, en la que un meteorito está a pocos días de chocar con el planeta tierra y provocar tsunamis, terremotos, un invierno nuclear. Y en la desesperación las personas salen a acopiar todo lo que pueden.
Eso fue la pandemia de Covid-19. Brindó el marco para que surgieran los rebeldes que se oponían a las políticas sanitarias que consistían en que los seres humanos, animales de manada, no convivieran entre sí. Las medidas de aislamiento anulaban pulsiones muy básicas: juntarse, tocarse. Fue en ese contexto que se potenció la “derecha rebelde”. Ocurrió en varios lugares del mundo. En Madrid, Isabel Díaz Ayuso logró su primera reelección con 44% de los votos en junio de 2021 entre otras cosas por haberse opuesto a las políticas de cuidado impulsadas por el gobierno central.
En el caso argentino, el mileísmo fue una de las expresiones más radicalizadas contra las políticas de cuidado impulsadas por Alberto Fernández. Por una vez, la derecha fue refractaria al control social, al control de la calle, al control de la circulación. Se sumó lo estético: un dirigente despeinado, que hacía actos con canciones de La Renga, con un discurso lleno de puteadas, como suele hablar la gente en la calle. Todo encarnado en un personaje con una vida familiar dura, una víctima de un padre golpeador defendido por la hermana. Sin embargo, el packaging no hubiera funcionado con tanto éxito si no hubiera sido por el contexto, la pandemia.
Un outsider con un discurso de extrema derecha empezó a representar al hombre común que lucha contra el sistema. La rabia se volvió el sentimiento dominante y ganó Milei.
Pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Ese hombre común que luchaba contra la casta es ahora el que apalea a un grupo de ancianos que protesta todas las semanas por mejorar sus jubilaciones. Es el que dice que ya no se puede marchar por la calle, que hay que hacerlo en la vereda. Es el que reforma la policía federal para generar un grupo que se dedica a patrullar las redes sociales y marcar a los disidentes. Es el que no permite que los sindicatos hagan acuerdos salariales por encima de la inflación. Es la derecha de siempre. Desesperada por controlar la calle, por controlar a los abuelos, a los trabajadores, por controlar qué dice y qué piensa cada argentino. Es el gobierno bajo el cual se metió presa a la figura política más importante de las últimas décadas y que hoy es la presidenta del principal partido de la oposición.
Lejos de atacar a la casta, ahora los seguidores de Milei salen en patota digital a destruir a la colega Julia Mengolini. Ella tiene todos los elementos que despiertan el odio del fascismo del siglo XXI: mujer, inteligente, emprendedora con éxito, peronista. Antes tenían la épica de batallar supuestamente contra una casta, ahora atacan en patota a una mujer.
El encarcelamiento de Cristina inauguró una nueva fase del proceso político argentino. El peronismo volvió a ser el perseguido, el prohibido. Por la potencia del liderazgo femenino, hay un particular ensañamiento contra las mujeres peronistas, como lo hubo con Evita. Ahí ingresa también el ataque a Julia.
Como efecto buscado o no, el peronismo vuelve a ser el antisistema. Milei es el presidente de este proceso. Encarna ahora la derecha de siempre: autoritarismo político, desigualdad social, endeudamiento para fugar la riqueza. Adiós derecha rebelde. Fue lindo mientras duró. (Por Demián Verduga en tiempoar.com.ar)
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