Lunes 15 de abril 2024

Una paloma para Guernica

Redaccion Avances 07/05/2023 - 09.00.hs

En la nueva entrega de la columna literaria La Maga, presentamos un relato de Guillermo Pilía, un escritor platense graduado en Letras y autor de más de 30 libros de poesía, cuento y ensayo.

 

Gisela Colombo *

 

Un hombre, un caballo y un toro. El hombre es macho, es hembra, es niño al que no le ha llegado aún el género. Es pueblo y es también humanidad. Más atrás, en la sombra, una paloma.

 

Un hombre alza las manos y el rostro hacia el cielo, como quien ruega. O como si se rebelase contra el odio de Dios, como si gritase Señor, ¿hasta cuándo te propones probarnos? A veces lo vemos así, otras veces lo vemos envuelto en lenguas triangulares de fuego, como aquellas que acariciaban sin quemar el cuerpo de los santos, en las piadosas leyendas de la infancia.

 

El caballo tiene la boca deformada por el dolor y está a punto de desplomarse: herido de luz, como el corcel del apóstol en el camino de Damasco. O mejor aún, como aquellos caballos de pica que a principios de siglo morían sin gloria en las plazas. Solo que esta plaza es toda la aldea. Y la redonda aldea es el mundo.

 

El toro brama junto a una mujer que muestra a su hijo muerto. La mujer tiene un pecho desnudo que ya no va a amamantar; y el hijo la cabeza exangüe, la nariz fláccida como un sexo. El toro la envuelve con su cuerpo, mitad en la sombra, mitad en la luz.

 

Ha perdido su tercera dimensión, es un ser plano, como si lo hubieran reducido a su sola piel. La piel de ese toro es España.

 

Debajo del caballo ha caído otro hombre con los brazos desmembrados en cruz, sin tiempo siquiera para los clavos y la corona de espinas. Una mujer corre hacia el yacente, no se sabe si va al auxilio o si es que huye. Su pie izquierdo se ha agigantado, y es como si quisiera quedarse delante del que implora. Nosotros preferimos, a veces, darle ese pie desproporcionado al que ha caído en cruz. Es para nuestro corazón un pie grande de hombre que ya no llevará al trabajo ni a la fiesta, ni pisará las uvas para el vino ni la tierra para el baile. Ese pie tal vez vivo y en carrera, pero al que vemos a veces muerto, ese pie al que no taladró el clavo del verdugo ni la flecha del troyano, sino un desprecio de siglos, nos provoca siempre una temprana tristeza.

 

Nuestra historia, en contraste con aquella otra, es simple, casi inexistente. Se reduce a que mi marido y yo hemos querido colgar este cuadro en nuestra sala.

 

Compramos la reproducción en Madrid, en el Museo Reina Sofía, y cuando volvimos a nuestra patria lo hicimos enmarcar. Como vivimos en un apartamento de dos ambientes, ahora cenamos, conversamos y leemos bajo el ojo del hombre, del toro y del caballo. En ocasiones, también hacemos el amor debajo de tanto odio.

 

Yo hubiera preferido otro cuadro, otro tema para este lugar. No digo una naturaleza muerta, pero por ejemplo, la corrida del mismo autor que pusimos junto a la entrada, donde también hay hombres, toros y caballos. Casi todos los que vivimos en estos pueblos, ya se sabe, llevamos heridas debajo de las ropas. Y para seguir adelante, a veces nos fingimos un país estable, donde todo ha sido desde siempre como en los tiempos bíblicos, como si aquí las mujeres no hubiéramos llevado nunca hijos muertos en los brazos, o lo que es peor, sólo nombres y recuerdos en los brazos.

 

Un hombre, un caballo y un toro. Más atrás, en la sombra, una paloma. El hombre alza las manos y el rostro hacia el cielo, como quien ruega. El caballo tiene la boca deformada por el dolor y está a punto de desplomarse. El toro brama junto a una mujer que muestra a su hijo muerto. La piel de ese toro es España. La plaza de esta singular corrida es toda la aldea. Y la redonda aldea es el mundo.

 

¿Debemos olvidar? ¿Debemos recordar? ¿Cuál de los dos remedios podrá garantizarnos que ya no haya más mujeres con un pecho desnudo que jamás va a amamantar, hijos con la cabeza exangüe, la nariz fláccida como un sexo? ¿Cuál nos asegurará que ya no veremos ese pie grande de hombre que no llevará al trabajo ni a la fiesta, ni pisará las uvas para el vino ni la tierra para el baile?

 

El ambiente en el que hemos colgado el cuadro tiene un gran ventanal, por el que se desborda el cielo. Un cielo celeste y tenso, como un paño de bandera. Así, a veces, me imagino el cielo de ese día en que los hombres se habían ido a sus labores de campo y la aldea se había quedado con sus mujeres, sus viejos y sus niños. Hay días en que también mi esposo se marcha hacia el trabajo y yo me quedo como aquellas mujeres, sentada debajo de ese cuadro. Y suena una sirena, una alarma en la calle, en algún sitio, y corro al ventanal por si de pronto el cielo se ennegrece de aviones, de bombarderos negros y zumbantes como langostas de una peste bíblica. Pero la sirena se aleja, no se escucha ninguna explosión. Y por el cielo de bandera sólo vuela una paloma.

 

Guillermo Eduardo Pilía nació en La Plata en 1958. Se graduó en Letras y es autor de más de 30 libros de poesía, cuento y ensayo. Obtuvo numerosos premios en la Argentina y el exterior.

 

Pertenece a la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, a la Academia de Buenas Letras de Granada y a la Academia Española de Literatura Moderna. Es secretario general de la SADE Nacional, presidente de la SADE La Plata y consejero titular de la Fundación El Libro. En 2016 fue declarado Ciudadano Ilustre de La Plata.

 

 

* Docente y escritora. Compiladora

 

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