Lunes 05 de mayo 2025

Una pampeana en África

Redaccion Avances 13/04/2025 - 06.00.hs

Su fuego interno por África permanecía dentro suyo como un sueño que no la soltaba. “Me dije que se me estaba pasando la vida sin hacer realidad mi sueño de ir a África”, reconoce Jimena Moyano González.

 

Alexis Daurelio *

 

Jimena, desde chiquita, tenía un sueño. Y, de grande, lo pudo cumplir. No fue un sueño fácil. No fue un sueño cómodo. Todo lo contrario. Ni tampoco fue un anhelo común. Era, nada menos, que conocer África. Pero no como turista. Sino desde adentro, desde la raíz y con el fuerte objetivo de ayudar. En lo que pudiera.

 

Su nombre es Jimena Moyano González, nació en la localidad de Catriló y vivió una infancia y adolescencia feliz como cualquier otra chica. “Desde chica tenía el sueño de conocer África, pero no como turista”, rememora la joven en conversación con Caldenia. Quería ver cómo era vivir en un continente que parece estar olvidado por el resto del planeta.

 

Cuando terminó la secundaria, estudió y luego comenzó a trabajar en la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Pampa.

 

Africa.

 

Sus días transcurrían como los de cualquier otra joven en la capital pampeana. Sin embargo, ese fuego interno por África permanecía dentro suyo como un sueño que no la soltaba.

 

“Empecé a buscar contactos, conocí a alguien que vivía en Sierra Leona, pero la cosa es que tenía que pasarme allá como mínimo dos años. Yo tengo un trabajo al que no puedo renunciar, vivo de mi trabajo. Tenía que ser un tiempo acotado, limitado a un período de vacaciones de un mes. No era sencillo”, recuerda.

 

Hasta que un día, leyendo el diario La Arena, Jimena encontró lo que sería la punta de lanza que marcaría su destino.

 

“Me enteré de que había una religiosa de estos pagos, Gisela Klundt, que vivía en Zambia”. Esa hermana era pampeana, de Ataliva Roca. Sintió que había dado en la tecla. La iba a contactar. Recién empezaba el año 2020. Y Gisela, había sido enviada a una misión a Zambia, por tres meses.

 

“Su congregación depende de Italia y la envió a misionar durante tres meses a Chirundu, un pueblito en el sur del país, en la frontera con Zimbabue. Tenía Instagram y decidí escribirle por ahí y contarle lo que quería hacer. Apenas empezamos a hablar comenzó la pandemia y no pudo hacerse nada. Pero seguimos en contacto. Su misión de tres meses se transformó en residencia permanente. Ella vive allí desde entonces y dice que decidió entregarles a esos africanos su vida. En 2024 yo cumplía 40 años y enfrentaba un dilema existencial. Hacer lo que siempre había deseado. Me dije que se me estaba pasando la vida sin hacer realidad mi sueño de ir a África. Quería concretar ese voluntariado con ese grupo de hermanas. Insistí, volví a hablarle a Gisela y ella lo consultó con su superiora y ¡me autorizaron a ir!”, recuerda.

 

Fue al día siguiente cuando Jimena, “Jime para sus amigos”, sacó los pasajes para arrancar lo que define “un gran proyecto”.

 

Salió de Santa Rosa el 26 de diciembre del 2024 y el 27 ya tenía el pasaje para Zambia.

 

El vuelo fue de Ezeiza a San Pablo y de San Pablo a Etiopía donde pasó una noche para el día siguiente ir a Lusaka, la capital de Zambia, donde llegó el 30 de diciembre.

 

 

-¿Qué te movilizó hacer el voluntariado?

 

-Siempre me llamó la atención África. Su cultura, tan opuesta a la nuestra. No es un continente tenido en cuenta. Recuerdo, lo más lindo que vi fueron las misas católicas que eran hermosas, con mucha gente, danzas, vestimentas hermosas. Estuve, por ejemplo, en las misas de año nuevo, donde bailan, cantan y todo es alegría.

 

Zambia está emplazado en el profundo corazón africano, entre países como República Democrática del Congo, Angola, Mozambique y Tanzania. Sin salida al mar, con una población de unos 19,5 millones de habitantes (de ellos solo unos 70 mil son blancos o descendientes de europeos), una tasa de nacimiento de 5 hijos por mujer y un nivel de alfabetización del 80 por ciento.

 

Es un país independiente del Reino Unido desde el año 1964. La república es una excepción en África porque ha tenido pacíficos traspasos de poder. Eso la convierte en uno de los países más estables del continente.

 

 

En el territorio.

 

Jimena cuenta todo lo que vio al llegar a la aldea africana donde iba a empezar a trabajar.

 

“Esta misión, a la que fui yo, es en una aldea donde la idea es ir hacer lo que sea para ayudar. Esta misión, por ejemplo, depende de Italia, y Gisela, otro chico llamado Lolo y yo fuimos los tres primeros argentinos en estar en el lugar”, dice.

 

 

-¿Con qué te encontraste en África?

 

-La verdad que lo que más recuerdo es que hacía mucho calor, húmedo y lo sufrí un montón. Al principio lo viví todo con mucha ansiedad. Me fue a buscar Gisela, con una voluntaria de Italia, y ahí empecé el año nuevo aunque allá no se festeja nada.

 

 

-¿Ahí empezó el trabajo en el territorio?

 

-Sí, ahí mismo. Al día siguiente que llegué fui a conocer a las nenas del hogar. Yo vivía en Chirundu, frontera con Zimbabue, a 140 kilómetros de Lusaka. Teníamos un predio grande, una casa de voluntarios, el hospital de la misión, el hogar de las niñas, nuestra casa, y la casa de cinco hermanas que viven ahí a unas cinco cuadras de la iglesia. Los primeros días que conocí a las nenas iba viendo casos terribles, extremos, a veces veía cosas que me paralizaban.

 

 

-¿Por ejemplo?

 

-Nenes con discapacidad mental, retrasos, desnudos, como no hay agua, andan desnudos. Si se ponen ropa, no tiene sentido, porque no tienen cómo lavarla. Vi nenes piel y hueso, sin agua ni comida, una pobreza extrema.

 

 

-¿Vos ayudabas en lo que podías?

 

-Sí. Cuando llegué empezaban las clases. Gisela maneja distintos programas de entrega de útiles y familias del pueblo venían a buscarlos. Una de las cosas que más me impactó es que de una goma tuve que cortarla en tres para dársela a tres chicos. Allá la subsistencia es total, los adultos para sobrevivir siembran maíz blanco, hacen una comida que se llama shima que es similar a la polenta nuestra y eso comen desde que nacen. El agua viene del río y no es potable sino que la toman directo del río. Yo me bañaba con ese agua. Allá no hay Estado ni presente ni ausente. En el pueblo, por ejemplo, el camión de la basura nunca pasa.

 

 

El impacto de Jimena al ver todo lo que veía en la aldea le generaba todo el tiempo cambios en su manera de ver las cosas. “Me empecé a dar cuenta que nos quejamos por cualquier cosa, cuando vas allá y ves lo que vi, te das cuenta que somos muy afortunados y no nos damos cuenta”, destaca.

 

 

-¿Los adultos allá a qué se dedican?

 

-La mayoría de los chicos va a la escuela y los adultos siembran maíz a mano. Y venden verduras, hacen carbón y lo venden.

 

-¿Qué fue lo que más recordás o lo que más te impactó?

 

-Empecé a valorar todo al 100 por ciento. Por ejemplo valorar abrir el agua y tomar, tener un orden, que las calles tengan asfalto. Sin dudas, que en todo el mundo hay pobreza pero allá por ejemplo no conocen ni sus derechos. Están todos en la misma y el hambre es real. Ellos (por los chicos) te piden comida. Recuerdo que íbamos en la camioneta de Chirundu a la aldea y había dos nenitos al borde de la ruta que nos hacían la seña de comer con las manos. Yo casi me muero. Y Gisela me decía que era así todo el tiempo. Ellos no te piden plata ni nada solo comida y agua. Hubo momentos en Zambia donde la cabeza no me paraba y yo no podía hacer nada y me preguntaba cómo puede ser. Allá se come todo, hasta las piedras, que tienen minerales por eso me da cosa siempre cuando la gente se queja.

 

-¿Alguna vez sufrieron algún tipo de trato hostil?

 

- No, jamás, todos fueron muy amables. Cuando la ven a Gisela, por ejemplo, es como si vieran a Dios caminando. Nunca vi violencia aunque hay que tener ciertos recaudos. En la capital, sin embargo, me aconsejaron no ir sola.

 

 

Jimena ríe, se emociona, trata de recordar cada una de las vivencias en África. “Voy a volver en unos cuatro o cinco años, me gustaría ver a las nenas, cómo crecieron y cómo están”, sostuvo entre lágrimas de emoción.

 

Jimena trata de rescatar cada una de las experiencias y personas que el camino le cruzó aún en las condiciones más extremas.

 

Ella lo vivió, lo palpó y hasta lo sufrió en carne propia. Trajo consigo una mochila llena de sentimientos, recuerdos y ganas de volver para ayudar a quienes más lo necesitan. Como siempre lo pensó. Como siempre lo quiso. Como lo hizo. Sin dudarlo ni un segundo.

 

* Periodista

 

'
'