Lunes 05 de mayo 2025

Una reseña de "El cuerpo sabe"

Redaccion Avances 08/09/2024 - 12.00.hs

Compartimos una reseña sobre el libro de poemas “El cuerpo sabe”, de la escritora y profesora en Letras Pilar Alvarez Masi, quien actualmente reside en Santa Rosa aunque nació en Cañuelas.

 

Gisela Colombo *

 

El cuerpo sabe es una reunión de treinta poemas breves, escritos por Pilar Alvarez Masi; y publicada por Enero editorial, cuya labor destaca por la calidad de la selección pero también por la creatividad gráfica con la que acompaña sus productos. Una cualidad que le devuelve la dignidad estética al objeto libro.

 

La autora, nacida en Cañuelas y trasladada a Santa Rosa después, reside hoy en la capital pampeana, donde cursó su profesorado en Letras, después de haberse licenciado en la Universidad Nacional de La Plata en Comunicación Social.

 

En el epígrafe que inaugura el texto ya se anuncia lo que veremos: la visión integradora entre el sentir y el saber. “Primero se siente, después se sabe” es el punto de partida, pero avanza hacia la comprensión del ser, integrándolo. La herramienta con que se hará ese tránsito será, naturalmente, la poesía.

 

Imaginario.

 

Llamamos imaginario al sistema de imágenes que, con su presencia, se hacen significativas en la obra de un autor. Leer un texto poético desde la fenomenología de sus imágenes arroja armas tempranas para comprender.

 

“Se me enreda/entre el pelo y las manos/la libertad de volar/aferrada a mi suelo”

 

Aquí ya se muestran el aire y la tierra como un contrapunto.

 

Gastón Bachelard, desde su labor crítica, practica una primera aproximación por medio de los cuatro elementos. Con ello logra perforar el objeto de estudio para que la luz penetrante suscite una lectura esclarecedora.

 

Tierra y aire.

 

¿Qué son la tierra y el aire de acuerdo con la tradición literaria?

 

La tierra está ligada al cuerpo, al mundo material, pero también a la raigambre, al establecimiento en una geografía que supone cierta búsqueda de estabilidad, de permanencia en el cambio, de seguridad y calma para, luego sí, dar frutos. Como si de un árbol se tratara. Así es como opera el elemento tierra en este texto.

 

No obstante, aquí la necesidad de estabilidad (tierra), encuentra una tensión con el dinamismo de la libertad, del deseo de avance, lo que la autora llama “libertad de volar”.

 

Quizá podría afirmarse que este poemario es, en sí mismo, un despertar a la necesidad de aire porque ya se aprendieron los desafíos primarios del elemento tierra. La tierra es siempre una opción conservadora, atenta a lo material y a las posibilidades de la realidad. No son sus caminos ideales, no son tampoco los más inspiradores, ni los más libres. Sus propósitos no entusiasman como los del aire. Porque el espíritu reclama horizontes más amplios.

 

Sin embargo, las ideas del elemento tierra suelen transmitirse por medio de la educación.

 

“¿Cuántos mandatos deberé desprender/ hasta encontrarme?”

 

La previsión y la seguridad no alcanzan para expresar la identidad. Aquí es donde el poemario introduce el elemento aire. La voz poética va en busca de su propia identidad, más allá de todo mandato.

 

El texto refiere esta inquietud, que no es nueva, pero eclosiona en tiempo presente, dejando sonar un rumor que vibra desde el origen.

 

El árbol.

 

No será Pilar Alvarez Masi la primera poeta que apele a la imagen del árbol para referir la verticalidad, el deseo de conservar las raíces en tierra pero expandirse hacia arriba… destino aéreo, si los hay.

 

Sin embargo, “El río atraviesa la tierra seca…” El plano más visible, el del elemento tierra, se ha hecho insuficiente para expresar la verdadera subjetividad de la poeta. La verdad interior, lejos de estar determinada por lo ya manifestado en la realidad, sigue abierta, al punto de ser “oscura” para la misma protagonista.

 

Así, el olvido de lo que está en ciernes y no ha visto la luz por supervivencia, emerge ahora en el ejercicio de la poesía. Esa región que ya estaba -“cuando afuera no había nada/que tuviera tu nombre”- pujará por decirse.

 

Son las nuevas aguas que alimentan, las que hacen crecer hacia el cielo el árbol. Del mismo modo, el agua metafórica hace fluir una vocación poética que es expresión de la identidad más profunda.

 

En efecto, como en el árbol, cuya información de plenitud lo lleva a crecer verticalmente, el yo poético sólo puede avanzar hacia un destino aéreo gracias al río que hará florecer sus tendencias aéreas.

 

¿Qué podrían representar esas aguas? Pues nada menos que la vocación poética, que se expresa en el tiempo a través del río. El agua sucesiva será imagen de la permanente creación poética de quien ha descubierto, en su raíz, la necesidad de comprender todo lo que ve desde el deseo de trascender la tierra.

 

Si la irrupción de algo nuevo (río) está identificada con la nueva posibilidad de crecer hacia arriba, de trascender el elemento tierra, con sus limitaciones, el poemario nos revela que no será sin dolor. “Como si [el río] tuviera filo”, el nuevo correr de las aguas será doloroso, pero dará sus frutos.

 

Por ello se dice: “Como si el agua supiera que las raíces de tu cuerpo se hunden para buscarla”, lo cual significa que es necesario “hundirse” para desenterrar las heridas. De ellas es que vendrá el florecer, la sabiduría y la esperanza.

 

Esta dinámica recuerda un poco el tópico de la catábasis o descenso ad ínferos, según lo concebían los antiguos y el propio Dante Alighieri. Es condición para ascender, primero descender al propio infierno personal, sentir la grieta entre lo que se es y lo que se podría ser.

 

A partir de entonces existe un despertar a una conciencia diferente, mucho más honda en las raíces. Lo que se hace acto es la necesidad de abrir el panorama de la verdad esencial, no hacia el espacio y lo físico, sino hacia lo emocional, hacia lo “inefable”.

 

El campo de Marte donde se librará la batalla es el propio ser de la poeta, su identidad compleja e inacabada. Esa oscura región sólo resulta iluminable mediante la poesía, mediante el acto creativo; “como si supiera que tus manos de plumas/ volarían siglos/ solo para mirarla correr.”

 

Y luego se explicita la identificación de la tierra seca con esa apetencia de liberar la identidad, dejando correr las aguas de las emociones.

 

“¿De dónde vienen mis manos/ sino de la tierra que pare historias?”

 

Esta interpretación del agua no es una impresión personal, sino una metáfora universal, un símbolo de la tradición artística.

 

Cuando mencionamos el río como imagen de la actividad creativa no hacemos sino seguir la guía de Bachelard. La poética de las aguas corrientes. El río representa el tiempo, aquello que se nos escapa, pero también, la realización que solo puede ocurrir en el tiempo. En la transición del no saber al saber, del silencio a la expresión de las potencialidades personales.

 

El cuerpo.

 

Lo húmedo vive, la sequedad es muerte, silencio. Salud o fluidez dependen de ese “cantar”. “Bajo esas cadencias/ construyo mi pulso.”

 

Cuando el platonismo renacentista explicaba la enfermedad como la desconexión entre unos órganos y otros, que provenía y, a su vez, provocaba el estancamiento de la sangre, estaba en la misma tónica que nuestro poemario: “Como una arteria, / el cauce seco/ me pregunta quién soy; mi rostro me mira intrigado/ desde el espejo…”

 

Aquí también se labran las imágenes que relacionan salud y fluidez con la expresión de la identidad más profunda por medio del “cantar”.

 

 

El cuerpo sabe”

 

El cuerpo sabe porque toda herida queda plasmada en él. Pero también: “El cuerpo sabe /que eso tan vivo que nació de tus manos/ está siendo/ rosal en su balcón.”

 

Si hay enfermedad, de la mano de la poesía vendrá la comprensión y la cura.

 

La autenticidad del acto de escritura, que viene genuinamente de la raíz vocacional, de la condición natural de poeta que tiene la autora, es apenas visible desde la distancia. Como una flor en un balcón. Una flor que pertenece aún al mundo privado, pero ya se deja ver a lo lejos desde el afuera. Aunque aún no haya tierra amplia donde brotar llanamente, a los ojos del mundo, el rosal ya “florece en el balcón”.

 

 

“Un cuerpo de raíces heladas/ a pesar de todo/ espera la luz.”

 

 

Pero entonces, esos primeros florecimientos traen los miedos. El sujeto lírico teme la recepción. Es esto lo que explica esos versos que denuncian el temor a la caída.

 

El cuerpo sabe/ y se prepara para saltar/ Afuera, el mundo, /la ventana abierta…”

 

El temor a la caída, tópico literario en correspondencia con el imaginario que hemos descrito, retrata quizá la mirada de los demás, el discurso de la razón.

 

Lo racional y lo intuitivo.

 

En el fondo, se transparenta aquí la discusión clásica entre razón e intuición. Lo que se enseña y se aprende es el pensamiento racional. Pero la sabiduría apela a un conocimiento intransferible que se experimenta en el interior de cada ser.

 

“El lenguaje nos proporciona:/ deícticos,/circunstanciales/adverbios de tiempo/pero falla irremediablemente/cuando nos sorprende el olor de la infancia.”

 

Como si la voz poética se preguntara cómo habrá de tomar el mundo académico, la comunidad científica, el sentido común, su palabra nueva. Cómo tomará aquello que no puede explicarse empíricamente, o por medio de la lógica.

 

Fuera de las artes, la intuición es sofocada por el ejercicio de la razón. Por el contrario, nos entrega certezas inmediatas a las que suele apelar la actividad artística. Lo que sentía el yo poético, antes de saber con la razón, antes de dominar disciplinas racionales, es producto de la intuición.

 

“Me da miedo el cielo/ la tensión del recuerdo que viene de la infancia/ la que fue mi casa. / Mantengo entonces / el ritual de lavar en el río/ el peso de mi pavor.”

 

Ese miedo se resiste, paradójicamente, por medio de la poesía, que es la misma que genera el salto. La palabra literal se esconde en el traje metafórico y se puede decir a sí misma. El mecanismo de la autora defiende el valor de la poesía desde otro lenguaje, el de la misma poesía.

 

Es que la lírica está signada por ese modo oscuro de saber. Y estos poemas son una forma de retratar el redescubrimiento de aquello que la voz conoce de sí y se ha cansado de ocultar.

 

En suma, una primera aproximación al texto, junto con los aciertos estéticos que provocan una lectura gozosa, permiten percibir que la autenticidad del libro es una de las mayores virtudes que posee.

 

El libro, más que ninguna otra cosa, es dueño de una coherencia profunda. Así lo acredita la correspondencia entre el imaginario y los peldaños del proceso interior que revela.

 

Y si el epígrafe es genuino, sólo manifiesta la mitad de la evolución, que va del sentir al saber, pero también nos propone -incluso con más fuerza- el viaje del saber al sentir.

 

* Docente y escritora

 

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