Lunes 05 de mayo 2025

Walt Disney, el espía

Redaccion Avances 24/11/2024 - 06.00.hs

La leyenda creada sobre su persona tuvo su propia responsabilidad pero también contribuyeron a ella organismos oficiales de Estados Unidos, especialmente en tiempos de enfrentamiento con la por entonces Unión Soviética.

 

Faustino Rucaneu *

 

Para los jóvenes de esta generación acaso no sea más que el logotipo que identifica a una corporación de medios que maneja múltiples intereses, el de la televisión uno de los más importantes. Pero para quienes están arriba de los sesenta el nombre personifica el recuerdo de memorables películas de dibujos animados y autor de personajes de las tiras cómicas que quedaron hasta hoy en la memoria. Se llamaba Walter Elías Disney, pero era conocido en todo el mundo por su clásica firma apocopada: Walt Disney.

 

No es el caso de volver en detalle sobre una personalidad que durante el siglo pasado desde los Estados Unidos se proyectó sobre el mundo imponiendo, mal o bien, una creatividad poco igualada hasta entonces. La leyenda creada sobre su persona tuvo, como no podía ser de otra manera, su propia responsabilidad pero también contribuyeron a ella organismos oficiales de aquel país, especialmente en tiempos de enfrentamiento con la por entonces Unión Soviética. Por cierto que fueron necesarios años para que la obra de Disney -personajes y comportamientos- abandonaran su nicho de meros y agudos entretenimientos infantiles para que se proyectaran a través de ellos rasgos fundamentales del modus vivendi en el país del norte, tales como inexistencia de obreros, sacralidad de la propiedad privada, poder del dinero, acción de las fuerzas del orden y, por supuesto, la presencia de “los malos”, imprescindibles a toda narración historietística que se precie de tal. Todo ello -hay que admitirlo- en tiras cómicas tan atractivas en el argumento como en el dibujo.

 

La inteligencia.

 

Aunque al igual que muchos de los llamados “grandes” Disney tuvo comienzos muy humildes en el campo del dibujo animado, pero a medida que avanzó fue innovando en las tramas argumentales de sus personajes al tiempo que se definían sus imágenes y caracteres. Además tuvo la inteligencia de tomar antiguos cuentos y transformarlos en filmes amenos y conmovedores, caso de Blanca Nieves, la Cenicienta, Bambi o Pinocho. Unos años antes de esos logros ya había surgido uno de sus personajes más famosos, el ratón Mickey, una singularidad con la que trasformó un animalito poco querido, y hasta repugnante, en una criatura a la vez amable que llegó a ser simbólica.

 

Cuando su empresa ya estaba consolidada tuvo la suerte de contar entre sus colaboradores a verdaderos genios como dibujantes y argumentistas, caso de Carl Barks cuyo trabajos combinando mitos y símbolos culturales con originales argumentos y espléndidas imágenes todavía hoy son objeto de admiración y estudio.

 

Recién hacia los años sesenta del siglo pasado comenzaron a aparecer ensayos sobre las particularidades -no siempre positivas- de la obra de Disney. En Latinoamérica posiblemente el más significativo fue escrito por Armand Matelartt y Ariel Dorman. El libro, que hasta hoy constituye un interesante aporte sobre las formas de penetración cultural, tuvo su auge en los años setenta del siglo pasado.

 

Macartismo.

 

Años atrás había cundido el rumor que Disney no se reconocía hijo de quienes figuraban como sus progenitores y procuraba saber quiénes eran sus verdaderos padres. Al parecer el rumor (o la información) llegó a conocimiento del FBI -el todopoderoso organismo de control e Inteligencia de los Estados Unidos- que le habría ofrecido cambiar la búsqueda filial a cambio de información sobre infiltrados de izquierda en el ambiente artístico norteamericano. Y Disney aceptó.

 

Por entonces transcurrían los años de posguerra en los que el senador Joseph Macarty llevaba adelante su ferviente campaña anticomunista que, según él, defendía abiertamente el modo de vida norteamericano contra las nuevas ideas que se filtraban desde la Rusia Soviética a través de artistas e intelectuales. El proceder del senador sembró el miedo y las referencias y delaciones más o menos forzadas entre la comunidad artística de ese tiempo. Figuras famosas en todo el mundo occidental (era la época del esplendor de Hollywood) se vieron desprestigiadas y degradadas ante el público por la delación y la sospecha ante el temido Comité de Actividades Antinorteamericanas; entre los perjudicados, que debían demostrar su inocencia, los casos más conocidos fueron los de Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Lauren Bacall, Gregory Peck, Burt Lancaster, Kirk Douglas, John Huston, Orson Welles, Thomas Mann y Frank Sinatra, junto con periodistas y guionistas de nota, quienes pasaron a integrar una verdadera “lista negra” que en buena parte los inhibió en su trabajo. La dimensión de aquella paranoia anticomunista la ejemplifica el hecho de que Charles Chaplin, figura emblemática del cine mundial, se hizo sospechoso ¡¡por haber usado en un escrito la palabra “camaradas”...!! Por el contrario hubo colaboracionistas para con el Comité, caso Gary Cooper, Ronald Reagan y Robert Taylor que adornaron su acción con discursos patrióticos de tono anticomunista. Se censuraron decenas de miles de libros que fueron retirados de bibliotecas y accesos al público; semejante actitud comprometió algunos clásicos de la literatura lo que, al margen de acción tan nefasta, cubrió de ridículo la campaña.

 

El FBI.

 

En ese contexto siniestro se desenvolvió la figura de Disney quien, en un decir latinoamericano, chivateó también a figuras conocidas en el ambiente de la animación cinematográfica y la actuación artística. Al mismo tiempo se comenzaban a conocer otros aspectos de su personalidad, además de la de delator. Fumador empedernido, también con cierta afición al alcohol, la relación con sus empleados no era propiamente lo que se dice cordial y trascendió la intemperancia con su equipo de dibujantes quienes, por los bajos sueldos, iniciaron una huelga que amenazaba deteriorar su imagen; además se dice que el propio FBI le recomendó a Disney una gira por el extranjero -Sudamérica-mientras la institución oficial (se ignora de qué forma) se hacía cargo de la huelga.

 

Ese viaje fue el origen de otra de sus notables producciones: Saludos, amigos, donde los personajes más relevantes eran el gallo Panchito (Méjico), el loro José Carioca (Brasil) y un gauchito más o menos intrascendente que personificaba a los argentinos y que rápidamente desapareció de las tiras dibujadas y pasó al olvido.

 

Como se advierte la agudeza del creador (y la del FBI) apuntaban alto: a los tres países más extensos y de personalidad definida de América Latina.

 

Pasados esos años conmocionantes, consolidado su imperio, con sus Disneylandias repetidas en otros países, a Disney solamente le quedó mantener su fama y conservar la corporación sobre medios audiovisuales que hasta hoy se identifica con su particular firma.

 

Y, por supuesto, aguardar la muerte que de algún modo lo redimiría y que, al parecer temía. Según los rumores, que ya tenían algo de leyenda, Disney pidió mantener congelado su cuerpo apostando a que hacia el año 2000 el progreso científico permitiría revivirlo. Ahora se sabe que no hubo tal cosa: las cenizas de Disney, arrastrando su doble fama de delator y genio del dibujo animado, yacen como un muerto más en un cementerio de California. Su deceso fue en diciembre de 1966 y cuando ocurrió tuvo trascendencia mundial. Aquí, en La Pampa, un periodista piquense, acaso exagerando sus nostalgia de infancia, escribió que “era como si hubieran muerto los reyes magos”.

 

Otra lectura de las historietas

 

Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman (argentino - chileno) y Armand Mattelart  (belga), es un libro clave de la literatura política de los años setenta. Es un ensayo -o un “manual de descolonización”, tal como lo describen sus autores- que analiza desde un punto de vista marxista  la literatura de masas, concretamente las historietas cómicas o cómics publicados por Walt Disney  para el mercado latinoamericano.

 

Fue publicado por primera vez en Chile en 1972, se convirtió en un éxito de ventas en toda América Latina y todavía se considera un trabajo fundamental en el campo de los estudios culturales.

 

Su tesis principal es que las historietas de Disney no solo serían un reflejo de la ideología dominante -el de la clase dominante, según los postulados del marxismo-, sino que, además, serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología.

 

El mundo que se muestra en los cómics, según la tesis, se basa en conceptos ideológicos, lo que resulta en un conjunto de reglas naturales que conducen a la aceptación de ideas particulares sobre el capital, la relación de los países desarrollados con el Tercer Mundo, roles de género, y otros.

 

Como ejemplo, el libro considera la falta de descendientes de los personajes. Todos tienen un tío o un sobrino, todos son primos de alguien, pero nadie tiene padres ni hijos. Esta realidad no parental crea niveles horizontales en la sociedad, donde no hay un orden jerárquico, excepto el dado por la cantidad de dinero y riqueza que posee cada uno, y donde casi no hay solidaridad entre los del mismo nivel, creando una situación donde lo único que queda es la competencia cruda.

 

Otro tema analizado es la necesidad absoluta de tener un golpe de suerte para la movilidad social  (independientemente del esfuerzo o la inteligencia involucrada), la falta de capacidad de las tribus nativas para administrar su riqueza, entre otros tópicos.

 

* Colaborador

 

 

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