Omar Lopardo, el artista equilibrista
El pampeano se fue de joven a Buenos Aires a llevarse el mundo por delante. Hoy, con el paso del tiempo, dice que "aprendí que la vida te va ubicando y ser feliz depende de la inteligencia de cada uno".
BUENOS AIRES / CORRESPONSAL
"Aplausos y fracasos, ahí están los artistas, poniéndole a la vida el corazón". La estrofa de Víctor Heredia en "Son los artistas, equilibristas" parece retratar casi a la perfección a Omar Lopardo. Actor, director y autor de teatro, el pampeano supo, en silencio, conquistar exitosamente los teatros de todo el país. En un extenso diálogo con LA ARENA, habló sobre su vocación humorística, su relación con la fama, su mirada de la sociedad desde el escenario, su paso por Videomatch y su presente laboral.
Creador de sonrisas.
"Son como niños, buscando abrigo, pájaros tristes, soñando amigos. Entre el delirio y la cordura, juegan sus sueños de la locura".
Así como tantos jóvenes que terminan el colegio secundario y viajan a otra ciudad para ingresar a la universidad, el adolescente Omar Lopardo se mudó a Buenos Aires para estudiar abogacía, pero al mismo tiempo también comenzó a formarse en teatro. Por aquel entonces, el pampeano añoraba convertirse en un actor dramático, quizá, como su admirado Alfredo Alcón, de quien aún conserva un grato recuerdo: "Todavía tengo un libro de Carlos Nino, 'Introducción al Derecho', en el que, en su primera página, está el autógrafo de Alcón".
Sin embargo, con el paso de los años, esas aspiraciones se fueron transformando: "Cuando empecé a trabajar en el humor, me di cuenta del poder curativo y catártico de la risa; fue un hallazgo que no pensaba a los 20, cuando quería ser un 'actor serio'". Así descubrió "lo maravilloso que es hacer reír" y se inclinó hacia la comedia: "Me gusta la idea de divertir al público como lo hacía la gente que yo idolatraba, un (Enrique) Pinti o un (Antonio) Gasalla", afirma con una mirada risueña.
Curiosamente, desde sus inicios en la actuación, a principios de la década del '80, le tocó trabajar con uno de los "grandes" del espectáculo. Desde 1981 a 1996, tuvo el privilegio de compartir escenario con Pinti, con quien realizó 3.065 funciones seguidas, según cuenta el propio Lopardo. Entre las obras más destacadas se encuentran "Pan y circo" (1982), "Salsa criolla" (1985) y "El infierno de Pinti" (1996). Así describe el pampeano a su antiguo compañero: "Es un hombre con mucho sentido común y con mucha inteligencia, sin aires de divo y muy buen trato. Laburar con él fue bárbaro".
La fama, el ego y otras yerbas.
"Fundan tablados, son adorados, son bien amados, son insultados. Son buena gente entre la gente. Pasan a solas sus malas horas."
De joven, confiesa Lopardo, las luces de la fama lo encandilaban: "A los 20, 25, mis ambiciones eran las más grandes, ser un actor internacional, conocido, y estar en un primerísimo plano, no en un segundo nivel como me tocaba". Sin embargo, en la actualidad, el actor se siente "más tranquilo y sabio" en ese aspecto. "Con el tiempo, aprendí que la vida te va ubicando y depende de la inteligencia que uno tenga podrá ser feliz con lo que le tocó", se sincera.
En esta línea, Lopardo agrega: "A pesar de que no soy un actor popular, siempre laburé mucho. Productores y directores me conocen, pero el que no me conoce es el gran público. Hoy, que estoy grande, lo valoro. Cuando estoy con Matías (Alé) o con Cristian U y salimos del teatro, veo cómo los atosigan y tironean. Es en ese momento cuando pienso 'qué suerte que zafé de todo eso'". Igualmente, admite que le gustaría "lograr más trascendencia", no de su figura sino de sus obras.
"En sí, la actuación es una profesión muy dura porque uno trabaja con el amor propio y con el ego", reconoce y continúa: "Yo he ido a cientos de castings, he quedado en algunos y me han rechazado en muchos, y cuando salís de ellos, te sentís una mierda (sic), es muy difícil aguantarlo", expresa amargamente.
Frente a los vaivenes de la profesión, Lopardo asegura que trata de conservar el equilibrio. "Trabajé durante muchos años con Pinti, que era un éxito en las boleterías y pasar de eso a otras actuaciones en las que no hay gente en las plateas es duro. Claro que -aclara el pampeano- el escenario tiene un clima propio y las funciones se disfrutan, no son sólo el público; también influye el mundito que uno genera con sus compañeros y la pasás igualmente muy bien; y además, puede ocurrir, como me sucedió, que me toque actuar para diez personas y que esas diez se rieran como quinientas".
En otras ocasiones, es aún más difícil tolerarlo, sobre todo, cuando se lleva adelante un teatro independiente: "Cuando ponés mucho esfuerzo, creatividad, dinero para la producción y para la prensa, y no lográs que la gente venga a verte, a veces es muy frustrante. Pero sabemos que el negocio es así y que hay que trabajar igual. Ahí está el escudo del profesionalismo".
Tiempos de transformación.
"Sin los artistas, equilibristas, en el andamio de sus engaños".
Tanta suela gastada sobre las tablas, le permitió a Lopardo contemplar la metamorfosis que iba sufriendo el país: "A lo largo de los años, haciendo las obras con Pinti, vimos cómo la sociedad iba cambiando, notamos cómo en el '84 la audiencia estaba ávida de humor político y cualquier chiste o sutileza ideológica era festejado y muy entendido", rememora melancólicamente.
En cambio, hacia la década del 90, "el público empezó a cambiar, se embruteció". En este sentido, puntualiza: "Con la corriente menemista la gente se cansó de lo político y comenzó a reclamar un humor más llano e incluso más grosero, tilingo. Por ejemplo, en 'El infierno de Pinti', él hacía unos monólogos exquisitos con una fineza ideológica importante, pero el público ya no los entendía, se quedaba afuera". Fue por ello que con su prestigioso compañero se sentaron a conversar y decidieron que "había que vulgarizar y simplificar los monólogos".
"En esto tuvieron mucho que ver los programas televisivos de humor, mucho chiste fácil que prendía y prende en la gente; incluso ahora, aunque las cosas han cambiado, todavía la mayoría de los programas son muy simples en comparación con lo que se veía antes", sugiere.
Proyecto del día al día.
"Vienen y van sin descansar, magos del aire, bufones, frailes de un Dios de cristales de color".
El presente es auspicioso para Lopardo, que está colmado de proyectos. En relación al circuito comercial, está de gira nacional con la obra de su autoría, "14 millones", en la que actúa junto a Matías Alé, Grecia Colmenares, Cristian U, René Bertrand y Paula Volpe. Fue por esta creación que el pampeano recibió el premio Carlos -que se otorga durante la temporada de verano en Carlos Paz- como mejor comedia.
Asimismo, tiene cuatro obras en cartelera de su grupo teatral "El Huésped", que fundó y dirige con Darío Quiroga y Amparo Fernández, hace siete años: "Lo que aconteció cuando el Fortunato demandó a la Juana", "La postergación", "Pasionarias" y "Freno de mano".
"De la risa al dolor y del llanto al amor, del drama a la comedia, hay de todo en la feria, cuando levanta un hombre su telón". Víctor Heredia. O tranquilamente podría decirlo Lopardo.
Un teatro en su casa
Lopardo está entusiasmado con la idea de armar un teatro en el centro de Santa Rosa, en Escalante 453, en la mismísima casa que heredó de sus padres. Su proyecto apunta a construir una sala pequeña, para 40 o 50 espectadores, donde distintas compañías de la provincia tengan la posibilidad de presentar sus obras y sus propuestas. Además está por estrenar un unipersonal en Buenos Aires, "La Monstrua", sobre la mujer barbuda del circo, de Ariel Mastandrea y dirigida por Marcelo Mangone.
Videomatch, un mal recuerdo
Si bien Lopardo realizó participaciones en populares ciclos como "Chiquititas", "Agrandadytos" y "Muñeca Brava", posiblemente lo que más se recuerde fueron sus apariciones en las cámaras ocultas de la "prehistoria" de Videomatch. Hoy reconoce que no tiene los mejores recuerdos de su paso por el programa conducido por Marcelo Tinelli: "Me costaba mucho integrarme a ese grupo porque era un humor que no me gustaba, que tenía que ver con la cargada y que, a veces, era muy agresivo, a mí como ser humano me hacía mal". En este sentido, dice: "No me daba la cara. Había que ser desinhibido y tener mucho desparpajo para bardear a otras personas, había que ser un tipo sin escrúpulos; por eso un día dije 'esto no es para mí' y no seguí más".
Una de las cámaras ocultas, según cuenta, se la hizo al humorista conocido como "Carna" (Roberto Ramasso). La situación fue la siguiente: Lopardo contrató al comediante, como dueño de un boliche, para que animara una reunión. Como el público lo conformaban extras pagos, nadie se rió de los chistes. Entonces, cuando "Carna" fue a cobrar, Lopardo le dijo que iba a abonarle sólo la mitad dado que nadie se había reído. Así lo recuerda el actor: "Yo hacía de un personaje muy hijo de p... y él no se la bancó, me quiso trompear y se generó una situación complicada".
"Cuando hacía las cámaras recibía lo mismo que daba, mucha agresión -expresa el actor-. Es más, después se empezaron a pautar porque eran demasiado fuertes. En fin, era el precio que había que pagar para figurar en ese momento y yo decidí que no lo quería", sentencia a la distancia.
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