"Aprender tu nombre te saca del anonimato"
LA HISTORIA DE JORGE Y SUS GANAS DE ALFABETIZARSE
Cuando era niño comenzó a trabajar y nunca pudo avanzar en la escuela primaria. Hoy, a sus 72 años, Jorge disfruta de la posibilidad de cumplir con su alfabetización, al igual que su compañera Mabel.
“Me siento mal si un día no puedo asistir, llega el lunes y quiero venir a la clase”. Es viernes a la tardecita y en la Escuela “i” del barrio Esperanza de Santa Rosa finalizó el turno tarde. Salen chicos, chicas y afuera esperan madres y padres. Hay docentes que se van y en las que quedan se observa el cansancio acumulado de la semana y la espera de la necesaria pausa. En el edificio la actividad no se detiene. Se brindan talleres y otras iniciativas como el “Después de hora”. Y en medio de ese bullicio hay un aula con un silencio y una quietud que se diferencia del resto. Ahí está Jorge, en una clase en la que aprende a escribir su propio nombre. Se está alfabetizando. A sus
72 años.
“Mi nombre es Jorge Pastor Ávalo, nací en Rivadavia, en la provincia de Buenos Aires, y cuando era chiquito mi madre y mi padrastro se fueron a Timote (un caserío cercano a Carlos Tejedor). Recuerdo que a los 8 años fui un solo día a la escuela porque al día siguiente me mandaron a trabajar. Y después nunca podía avanzar con las clases. Por suerte hice el servicio militar y ahí fui a la escuela, aprendí a sacar cuentas, a manejar la plata, al menos lo básico. Cuando tenía 10 años se dio la chance de ir a trabajar a una estancia.
Tuve una infancia dura y a los 16 mi madre me dijo: ‘Hijo, usted ahora es un hombrecito, siga el camino en el que va, ya no necesita que yo lo corrija, va a ganar su plata y se va a manejar usted’”. Así se presenta el único alumno que tiene la Escuela de Adultos que funciona en ese establecimiento educativo del Barrio Esperanza donde Jorge concurre para cumplir los pasos del Plan Provincial de Alfabetización que impulsa el Ministerio de Educación de La Pampa.
“Trabajé toda la vida y hace un año que dejé. Fui petisero con caballos de polo. La vida para mí ha sido dura en una parte y en otra parte no. Perdí una hija de 21 años, se la llevó la leucemia y me dejó los chiquitos, era una chica que amaba a sus hijos pero no se pudo hacer nada. Hasta hace un tiempo yo vivía en General Pico y hace nueve meses que estoy en Santa Rosa. Yo me doy con la gente, saludo a todos, y me conocen por lo que me gusta charlar. Me siento feliz de sembrar amistad”, dice Jorge sembrando simpatía.
- ¿Y por qué se anotó para aprender a leer y escribir?
- Había algo pendiente en mí porque siempre quería aprender, pero por una cosa u otra no podía. En la Corpico (Cooperativa de General Pico) daban clases y pude ir un tiempito pero no alcanzó porque luego dejé. Me cuesta mucho juntar las letras, una vez me fui a anotar y cuando llegué a casa me llamaron porque me necesitaban de sereno así que me fui a trabajar, pero ese día le dije a otra hija que iba a empezar la escuela. Le pregunté a una señora que me parecía que era maestra y le dije que quería ir al colegio nocturno. Me dijo que no, que no había, pero no me quedé con eso y un día encaré acá en la Escuela y pregunté, era pato o gallareta, y ahí nomás me dejaron acá adentro. Y yo lloré, me puse a llorar, yo buscaba esto.
Jorge quería aprender a desenvolverse en las cuestiones cotidianas. Y comprobar en cada clase esos avances lo impulsan a más. “Quería tener una base, a esta edad me cuesta porque la memoria no es lo mismo de cuando uno es joven, pero en un mes aprendí mi nombre y estoy aprendiendo a escribir los días de la semana. Me gusta como enseña Yanina, su dedicación. Y la paciencia que me tiene”, se ríe cómplice.
-¿Qué le genera ese aprendizaje?
-Uno se da cuenta de que en la vida nunca se termina de aprender. Y aprender el nombre te saca del anonimato, te ubica en la sociedad de otra manera. Por eso me siento mal si un día no puedo venir, llega el lunes y yo quiero venir a la escuela.
El celular.
Jorge cursa en la Escuela “i” y Mabel en Pico. En estos días ella está en Santa Rosa y no duda en acompañarlo en el proceso de aprendizaje. Un plan que realizan en conjunto y que pueden llevar adelante más allá de la ciudad o en la escuela en la que estén.
“Yo tenía 11 años cuando me enamoré de él, nos juntamos, nos casamos y hasta ahora seguimos juntos. Yo voy a la Escuela de Pico y estar en estas clases es un incentivo para los dos, me encanta esta posibilidad de aprender. Gracias a eso ahora manejo el teléfono celular, antes no podía hacer nada, y gracias a que voy a la escuela sé muchas cosas. No importa que una sea grande, lo poco que pueda aprender es lo mejor que te puede pasar, al menos para manejarse. Voy al banco y hago un trámite. Ahora puedo leer, mandar mensajes”, valora Mabel.
La charla se extiende y como el tiempo avanza, hay que poner un punto para que la clase no se pierda. Jorge sonríe y acepta sin problemas posar para las fotos. Saluda afectuosamente y vuelve a su pupitre. Quizás termine la semana escribiendo “viernes”.
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