Viernes 19 de abril 2024

La vigencia de un pionero

Redacción 10/09/2022 - 11.12.hs

“El emporio de las toallas” es uno de los comercios más tradicionales del rubro en la provincia. Ya cerca de cumplir medio siglo, el local de Juan Carlos Salanitro va por su segunda generación de la mano de Pablo. Una blanquería que tiene y ofrece de todo.

 

Suele suceder que luego de la charla en la que se cuenta la historia, los distintos momentos y los cambios que tuvo un negocio o empresa, aparezcan las anécdotas más curiosas o que bien describen la trayectoria o el perfil de quienes se mantienen durante décadas detrás de un mostrador. “Me acuerdo de que una vez viajaba hacia la Patagonia, por la zona de San Martín de Los Andes, y en un operativo policial, cuando me paran, el policía me dice: ‘pero usted es el de las toallas! Soy de Macachín y le compraba siempre’”. “En otro viaje, por el parque Iguazú, el guardaparque era de Toay, me reconoció porque era cliente y me llevó a recorrer todo el parque”.

 

Juan Carlos se ríe con sencillez al recordar esas historias mínimas que describen un camino grande, el de un comerciante que abrió un negocio pionero en Santa Rosa y que casi cinco décadas después se mantiene como referente. Porque “El emporio de las toallas” es eso, un lugar con mucha historia que multiplica su vigencia gracias a su atención, calidad y variedad de productos. Y que se extiende como un legado familiar desde ese local de la céntrica avenida San Martín 356.

 

“Yo nací en Pehuajó pero soy un pampeano más porque a los 21 años me vine para acá como subgerente de tiendas Galver. En ese momento también llegó otro hombre para trabajar como gerente y entablamos una relación que fue más allá de lo laboral. Yo me fui de Galver a los cuatro años más o menos y terminamos haciendo una sociedad con Aníbal Gerendian, con quien abrimos El emporio de las toallas en 1974, en un local de la calle Quintana 87, entre Pellegrini y Avellaneda”, recuerda con precisión Juan Carlos Salanitro, que a sus 73 años luce impecable y no duda en recordar los comienzos difíciles del emprendimiento.

 

“El inicio no fue nada fácil, en la familia vivimos a fideos con manteca más o menos un año. Llegué a viajar a dedo para traer una docena más de toallas y poder llenar la estantería. En esa época eran tiendas más de ramos generales, estaba Santa María, Barreiro, Galver, Textil Santa Rosa, pero tenían de todo y la blanquería era un complemento. Nosotros siempre tuvimos ese solo rubro y por eso somos pioneros, no había negocios de este tipo en ese momento”, destaca Juan Carlos.

 

“El emporio” creció y en 1981 se mudó a su actual dirección, una movida que en principio causaba resquemor en Salanitro.

 

“Compramos esta propiedad que era una casa muy antigua de la familia Camacho; la compramos junto a quienes son los socios de Creaciones Los Dos (una tienda de indumentaria masculina que está al lado) y luego subdividimos y cada uno se quedó con su parte. Acá en la avenida no había casi nada. Enfrente estaba Gómez Rouco y poco más, así que eso me daba un poco de temor porque nos alejábamos de la zona que era bien del centro y comercial, pero con los años nos dimos cuenta de que la re pegamos en venir para acá”.

 

Blanquería.

 

“El emporio”, por supuesto, tiene gran variedad y calidad de toallas, además de sábanas, acolchados, cortinas de baño, repasadores, alfombras y todos los productos que están dentro del rubro blanquería. Junto a Juan Carlos hoy trabajan su hijo Pablo (48) y Cecilia que es empleada desde hace 13 años.

 

“En todos estos años nos han ofrecido agregar de todo: colchones, valijas, variedad de cosas. Pero nosotros nos mantenemos en nuestro rubro, preferimos tener lo seguro y lo que sabemos que funciona porque, más allá de la clientela habitual desde hace mucho tiempo, le proveemos a hoteles, clínicas, sanatorios, cabañas de turismo. Y al gobierno provincial que nos compra para las postas sanitarias y otros lugares”, detalla Salanitro.

 

Pablo parecía tener otros planes muy diferentes a los de la tienda cuando finalizó el secundario. Se fue a Buenos Aires a estudiar Ciencias Políticas, recibió su título, trabajó en distintos lugares y luego de 14 años regresó a la ciudad.

 

“Entré a trabajar al área contable del banco Santander y estuve ahí ocho años hasta que lo dejé, en ese momento estaba viendo qué hacer y mi papá me ofreció sumarme al negocio. La verdad que yo me crié acá, desde que nací que conozco el negocio y fue una buena oportunidad para ir tomando responsabilidades y poder liberarlo un poco a él, para que pueda viajar tranquilo o hacer otras cosas. Igual mucho no se ha desligado”, sonríe Pablo al contar cómo se dio su ingreso y su permanencia en el local. “Hace ocho años ya que trabajamos juntos y no hemos tenido ni una discusión”, sonríe Juan Carlos con una mezcla de tranquilidad y orgullo.

 

Nuevos tiempos.

 

La mañana avanza y aunque al principio el panorama era muy tranquilo, a partir de las 10 el desfile de clientes se vuelve incesante. Mujeres y hombres que ingresan, preguntan, se asesoran y compran. Una constante que también abarca a mucha gente de otras localidades de la provincia e incluso del oeste bonaerense.

 

“Viene desde hace mucho tiempo gente del interior, en muchos casos tienen algún turno médico o algo similar y de paso hacen su tour de compras. Hoy la cosa se ha diversificado mucho, sobre todo por las ventas online, pero si bien eso es cierto yo creo que la gente sigue necesitando la atención personalizada. Nos pasa mucho que vienen y se quejan porque compraron en Mercado Libre pero después la sábana quedó chica o no tenía la calidad que vieron en la foto”, analiza Juan Carlos.

 

El responsable de “El emporio de las toallas” recuerda a quien fue su socio (Gerendian falleció hace unos años) y que en casi 40 años de trabajo “nunca se firmó un papel, fue una sociedad de hecho y no hizo falta nada. De hecho un día nos dimos cuenta de que nunca nos habíamos tuteado pero el vínculo y el respeto entre nosotros era muy fuerte”.

 

Salanitro comienza a recordar anécdotas e historias. Se ríe, charla con su hijo y con la clientela y admite que si bien quiere ir delegando tareas, levantarse todos los días para abrir “El emporio” es un incentivo que no quiere dejar pasar.

 

“Es toda una vida acá adentro y me da una gran satisfacción, se criaron dos familias con este negocio, nos sobrepusimos a todas las crisis y momentos del país y para mí es algo que sigo disfrutando venir y ocuparme del local. Por suerte ahora está Pablo también y eso es una gran tranquilidad”, resalta un emprendedor que supo ser pionero y que hoy, casi medio siglo después, tiene la vigencia pegada en la vidriera.

 

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