Abriendo caminos, haciendo patria
MARIO VEGA
"A pesar de todo, la vida que es dura, también es milagro, también aventura. A pesar de todo irás adelante, la fe en el camino será tu constante", canta Eladia Blázquez.
Y viene a cuento. Hay que andar por las rutas casi medio siglo, hay que tener apasionamiento para dedicar toda una vida de trabajo a una profesión, hay que tener vivencias para relatar con tanto ardor cómo se va trazando un camino para ganarle al desierto, a la soledad, a la vastedad de un país tan amplio como el nuestro que necesita, como pocos, una red que posibilite la comunicación, el traslado de las cosechas, de la producción de cada región, el contacto entre poblaciones alejadas a las que antaño era toda una aventura llegar.
Quien transite una carretera, cada tanto, descubrirá a alguien haciendo señas, porque hay un desvío y gente haciendo reparaciones, o encontrará equipos viales y afanosos laburantes de todas las horas -mientras el sol alumbre- pavimentando una calzada. Y por qué no, al viajero se le ocurrirá que eso -abrir caminos- es, de verdad, hacer patria.
Un sentido de pertenencia sorprendente y difícil de entender tienen los empleados de Vialidad Nacional, más allá de que tengan un trabajo más o menos bien pago, que les guste eso de andar cara al viento y en contacto con la naturaleza, yendo y viniendo sin parar. Ingenieros, jefes de obra, sobreestantes, supervisores, topógrafos, laboratoristas, obreros, desde los que hacen el asfalto hasta los que actúan largas horas como banderilleros, saludando a diestra y siniestra a los transeúntes -más saludador que peón de Vialidad, se suele decir-, conforman un plantel que en las mejores épocas llegó a ser conformado por 18.000 trabajadores, y que hoy quedó reducido a 3.000.
Mañana se conmemora el Día del Camino, el viernes último se inauguró la nueva sede del 21º Distrito en Santa Rosa. Son motivos de celebración para una de las reparticiones más importantes que tuvo nuestro país: la Dirección Nacional de Vialidad. Fue en su mejor momento un organismo estatal respetado desde el ángulo que se lo mirara, por la excelencia de su trabajo, por esa tarea ciclópea de ir haciendo caminos uniendo pueblos donde antes sólo había guadales, o no había nada. Y también por la idoneidad de su personal, demostrada desde el ingeniero jefe de que se tratara hasta el último operario que trabajaba en una ruta.
Aquellas épocas.
Tuvo una época gloriosa la DNV, cuando tenía empleados en todo el país. Eso fue hasta que comenzó la oleada privatista, cuando el Estado pasó a ser considerado mala palabra y su gente una carga para el erario público. Así, muchos eligieron irse con el retiro voluntario, otros prefirieron pasar a empresas privadas. Fue al mismo tiempo que se le quitaron a Vialidad Nacional 10.000 kilómetros de red a través de las concesiones de peajes que ya se sabe en que manos quedaron.
Algunos "viejos" empleados resistieron el embate y siguieron. Es el caso de Raúl Aza, un hombre de 67 años que lleva nada menos que 48 por los caminos del país, porque comenzó en Vialidad Provincial y los últimos 41 trabajó en Vialidad Nacional.
En el living de su casa Raúl se sienta en un sillón de tapizado verde musgo, se tira hacia atrás y se dispone al diálogo. Sereno, reflexivo, cabellos blancos y mirada clara, el hombre busca en su memoria, junta sus manos, y se dispone a desgranar recuerdos.
"Es una profesión de locos y para locos", define de entrada eso de andar y andar los caminos, mientras empieza a aportar datos y precisiones que merecen, en todo caso, otra nota, más técnica, que hable de trazas y recorridos, de pavimentación, de tramos y de mantenimiento de rutas.
Mientras el crepitar del fuego preanuncia el asado familiar que se viene "con toda la familia", Raúl va repasando recuerdos. Hijo de un árabe que se afincó en La Pampa, y de Jimena Wilches, "de la zona de Ataliva Roca", está casado con Angélica Teodolina Jensen. Tienen tres hijas, Rosana Inés, estudia abogacía; Iara Cecilia y Anabel Andrea son contadoras, y las tres más Sergio (fallecido a los 32 años) le dieron ocho nietos, Ana Karen, Martín, Milton, Farid Abdel, Ernesto Raúl, Chabelí, Morela y Costanza.
No debe haber sido fácil su vida, porque su profesión lo obligó a trasladarse por todo el país y junto a los suyos concretó nada menos que catorce mudanzas. Porque un trabajador de Vialidad Nacional de "aquellos tiempos" podía llegar a pasar hasta 30 días fuera de su vivienda, y obviamente eso podría resentir la vida familiar. "Era difícil, sí, pero hay que saber tomar decisiones, porque cuando uno está alejado tanto tiempo claro que tiene tentaciones, pero hay que saber evitarlas porque de otra manera así son las consecuencias", reflexiona con una firmeza que parece ser una característica de su personalidad.
Por las rutas.
"Casi medio siglo realizando tareas en el quehacer vial", sugiere el título, Raúl, un poco largo por cierto para las rígidas exigencias gráficas de un diario. En los apuntes que preparó para no olvidarse de nada -y que podría volcar en un libro, por su extensión- dividió por décadas su tarea en la repartición. En los '60 apenas se podía trabajar "tres horas por día, porque los caminos polvorientos impedían la visibilidad". Los vientos eran tan fuertes y la orientación de las rutas de tal forma que sólo se podía trabajar entre las 9 y las 12 del mediodía, lo que da idea de lo arduo y complicado de las labores.
Fue cuando se pavimentó la red troncal de la provincia. Aza hace una larga enumeración de las obras en que participó: ruta 35 tramo sur, ruta 1 Catriló-General Pico; nacional 143 (hoy provincial 102), y también la Circunvalación de Santa Rosa, que llevó adelante la empresa Codi; la nacional 154, y tantas otras. Más tarde concursó y accedió a la supervisión del peaje en el tramo Luján-Santa Rosa.
Pero anduvo por todos lados, porque al ser designado supervisor de la Primera Región, tuvo que moverse en las seis provincias patagónicas, incluída Tierra del Fuego. Y este es un caso particular para Raúl, porque allí fue en 1978, en el apogeo del conflicto con Chile, para hacerse cargo del tema vial bajo las órdenes de los militares, y le tocó construir más de una pista de aterrizaje por si el conflicto se desataba.
Después estuvo por Mar del Plata, Bahía Blanca, hasta que llegó el momento del regreso para afincarse, definitivamente, en Santa Rosa.
Han pasado 48 años desde que aquel muchachito ingresara primero en la repartición pampeana, y luego en Vialidad Nacional. "Me lo dio todo, estabilidad, mi familia, amigos... pero nosotros también le dimos mucho, le pusimos toda nuestra dedicación", completa orgulloso ampliando a sus queridos compañeros el ida y vuelta, porque está convencido de que, a su manera, ellos también hicieron patria por los caminos del país. A pesar de todo.
Por los caminos de la vida.
"Yo no quería ir a General San Martín, pero me lo había pedido sin darme muchas alternativas el que fue el hombre rector de mi paso por Vialidad, el ingeniero Enrique José Sabatino. Y fui, sin nada de ganas, pero al poquito tiempo nomás no me quería volver más... Es que allí conocí a mi esposa, Angélica", sonríe hoy a la distancia.
Raúl Aza tuvo muchas de las buenas, tiene una familia hermosa, pero la vida también supo asestarle un mazazo. "Mi hijo Sergio falleció cuando tenía 32 años, era remisero y le dio un ataque cardíaco... Nadie se recupera nunca de algo así". Un pesado silencio se produce y es complicado salir, pero aparecen las angelicales Chabelí y Morela, dos de sus nietas, y se produce la distensión. El abuelo, ahora sí, sonríe indulgente con Morela, de cinco añitos, quien le confiesa al periodista: "Tengo novio, se llama Sebastián". Y todo vuelve a su cauce.
Pero no sólo eso, sino que además, tanto andar y andar los caminos supone riesgos. Y vaya si lo sabe "El Turco", o "Samoré", como le dicen sus amigos. Es que en su trabajo fue protagonista de dos accidentes, uno en el '85 frente a Colonia Santa María, y el otro el 4 de octubre de 2006, cuando viajaba con un compañero por la ruta 35. "Nacimos de nuevo", recuerda ahora, aunque en su momento el accidente le dejó secuelas que pudo superar.
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