"Me considero un pampeano más"
Uno va siendo en la vida lo que se propone, y muchas veces apenas lo que puede. De chiquilín uno imagina, fantasea con la vida y el destino, y después la realidad lo va ubicando en el lugar justo. Le guste o no al protagonista de esa historia particular que es la existencia de cada uno. El lugar que se ganó, o el que le tocó, así de simple.
Leonardo Andrés Fernández (41) es un hombre todavía joven, que hoy sentado a la mesa de su hogar, abrazado a la dulce Martina (5), mirando a Nicolás (7) que toma un mate (¡!!), y pensando en Matías (15) en ese momento en el colegio, sabe que lo suyo ha sido agitado, vertiginoso en algún momento. Ahora se permite vivir en armonía, en un sosiego para envidiar. Es que formó con Silvina Gabriela Pérez, destacada ex jugadora de cesto de Belgrano, una familia hermosa, su gran triunfo en la vida.
Leo trasciende la media del futbolista lugareño -sin pretender ni ahí ser peyorativo-, porque sabe de experiencias que muy pocos tuvieron entre nosotros.
Fue jugador profesional, pasó por Ríver -que siempre será el más grande, juegue donde juegue-, donde estuvo un año. Otros cinco en Argentinos Juniors; un paso por Nueva Chicago (con el Pipa Higuaín como DT, quien lo conocía de compartir el plantel millonario), por Ecuador -Emelec y Deportivo Cuenca, donde fue goleador y campeón-, Cerro de Montevideo, Cipolletti, el Panionios de Grecia, y hasta jugó en la Isla de Chipre. Tiene, claro que sí, una mundología diferente.
Familia y fútbol.
Es de todas formas un tipo simple, que hace de la familia y el fútbol su mundo. "Sin el apoyo de Silvina, el de mis hijos, el fútbol, no sería posible. Ella me cambió la vida, porque estuve demasiado tiempo solo, lejos de mi familia, y eso me marcó", dice en el inicio.
Sus tres perros juguetean a sus pies, el agua de la pileta se mueve por el viento de la tarde, y Martina se refugia en sus brazos mientras Nicolás se prende a la "compu". A Leo le gusta hablar de fútbol, se apasiona con el recuerdo de un jugador, de un equipo, de una anécdota. Lo conocí una tarde en la canchita del Estadio Municipal, en un picado del que también formaban parte los hermanos Mac Allister. En un momento, apretado en defensa, no tuvo empacho en tirar la pelota afuera. "¡Pibe! ¡Vos no jugaste en Ríver!", le reproché. No me conocía y apenas atinó a un: "sí señor". Me reí bastante por esa practicidad -¡tirar la pelota afuera en un picado!- tan lejos del fútbol casi de fantasía que siempre caracterizó al equipo de Núñez. Había llegado hacía poco a Santa Rosa para jugar en Belgrano, después de pasar por Chipre. "Con quien era mi esposa, la mamá de Matías, nos volvimos porque decían que los turcos iban a invadir la Isla, y teníamos mucho miedo. Pensaba no jugar más, aunque tenía nada más que 27 años y me había llamado Luis Barrionuevo (sí, el que usted piensa) de Chacarita, y ya no tenía ganas... pero me convocó El Pato Mac Allister -entonces DT de Belgrano- y vine a ver qué era. Llegué un viernes y el domingo llamé a mi casa para decirles que yo no me iba nunca más de Santa Rosa".
Enamorado de la ciudad.
"Sí, me enamoré de la ciudad, y siempre pensé que era el lugar donde quería que crecieran mis hijos... ya tenía a Matías -es ecuatoriano-, y aquí llegaron los otros dos. La gente de Santa Rosa me abrió las puertas, y me siento un pampeano más. Me dieron mi lugar, trabajé con responsabilidad y me adapté... no me voy más", reitera.
Desde hace tiempo trabaja en la Dirección de Deportes: "el profe Lastiri me atendió y le dije que él no sabía quien era yo, pero que tenía ganas de trabajar. 'Sí que sé, vos jugaste en Ríver', me respondió. Así que como carta de presentación claro que me sirvió haber pasado por allí", recuerda.
Nacido en Rosario, a los 10 años fue a vivir a Villa Constitución. "Mis padres se separaron y con mamá, Lidia, y mi hermano Diego, fuimos a lo de mis abuelos. Ella fue padre y madre a la vez...", la recuerda.
"Era analista de sistemas y trabajaba en IBM, mientras nosotros quedábamos con los abuelos. La escuela, y después todo el día fútbol. Hasta 4ª año no me llevé materias y sólo aflojé un poco en 5º porque viajaba a hacer las inferiores a Ñewell's. A los 14 años ya jugaba en la primera de Empalme Villa Constitución. Era bien distinto al jugador que vos conociste -me dice-, hábil y veloz, pero después me cambiaron, me hicieron más práctico, porque querían que me moviera como los delanteros modernos".
Tocar el cielo con las manos.
Un año en Argentinos Juniors y el pase a Ríver: "Tenía 19 años y quizás no lo supe aprovechar. Distinto hubiera sido con 24", comenta. Jugó entre otros con Astrada, Hernán Díaz, Passet, Berti, y hasta se dio el lujo el último mes de compartir prácticas con Ramón Díaz. "Nunca ví algo igual. Él volvía a Ríver después de Italia y Japón. Era extraordinario, la velocidad, y la clase para definir. Desde allí lo admiré, y te digo que ahora quiero que Independiente salga campeón", expresa.
Admite que se pasó de vivo con Ricardo Pizzarotti, el preparador físico, exigente y muy recto, "y eso me jugó en contra. Llegué un martes, el miércoles hice fútbol, metí dos goles, al otro día otro y el sábado a la noche Pasarella (era entrenador) vino a mi habitación y me trajo la camiseta: 'La usaron Walter Gómez, Onega, Francéscoli... se la ganó. Era la nº 9... no dormí en toda la noche y al otro día con Deportivo Español a los 10 minutos del segundo tiempo no podía levantar las piernas. Los nervios me mataron".
Al año siguiente otra vez a Argentinos -jugó cientos de partidos en primera-, luego Nueva Chicago, y más tarde a vivir al exterior. "Tuve experiencias fantásticas, como por ejemplo en Atenas subir al Partenón... en ese momento no te das cuenta, y mientras subía con quien era mi esposa yo iba protestando, aunque sabía que allí estaba la historia de la humanidad. Después fui a Chipre, imaginate qué lugar, y nos vinimos porque había posibilidad de entrar en guerra con los turcos".
"No me voy más".
Tenía nada más que 27 años, y creía que era el final. Una oferta de Chacarita, otra de General Belgrano y se decidió: conocía al Pato Mac Allister, y se vino. "Al segundo día de estar aquí avisé que no me iba nunca más...", y se ríe con ganas abrazando a sus pibes, Martina y Nicolás. No están su esposa Silvina -trabajando en el Banco de La Pampa-, ni su hijo mayor Matías (ahora jugador de Mac Allister) en el colegio, pero sabe que consiguió lo más difícil en la vida de un hombre. Una familia, y la disfruta, a pleno.
"Aquí no rendí ni el 10% como jugador, ya lo sé, pero ahora como técnico quiero reivindicarme. Belgrano me dio mucho, y me gustaría poder darle un título. Fui campeón como jugador, pero estar al frente de un grupo es distinto...", se esperanza. Cuando le pregunto cómo se ve como DT dice que "ni siquiera ustedes los periodistas pueden decir como es un entrenador... los que mejor te miden son los jugadores, hay que preguntarles a ellos. Yo lo que sé es que voy de frente. Eso sí", reflexiona.
Es el final de una charla que podría durar horas. "Me preguntás con qué sueño. Sabés, siempre estuve lejos de mis afectos, de mi familia. Me ilusiono con llegar a viejo rodeado de mi familia, de mis hijos, de la mayor cantidad de familiares. Ser el abuelo de una gran familia. Sí, con eso sueño. ¿Te parezco tonto?". Leo Fernández, el que jugó en Ríver, el que anduvo por el mundo, el que no se va de Santa Rosa ni aunque lo echen... Personaje a su manera.
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