Emmanuel Blain: "yo soy un pampeano más"
Llegó el 21 de noviembre de 1978 y ya lleva 35 años "como pampeano". Se siente un hombre querido y respetado, es médico en la CPE hace 20 años, y también atiende en su consultorio muchas horas al día.
En este espacio ya me he referido, más de una vez, a lo que me produce saber que muchos de mis amigos decidieron irse -quizás para siempre- a lejanos países. Una sensación de cierta pena, de nostalgia indescifrable. Pero debo confesar que no me sucede lo mismo con quienes pasan por parecidas circunstancias, pero al revés: esto es que alguien haya decidido venirse de algún sitio remoto a quedarse definitivamente entre nosotros.
Me gusta, lo valoro como un gesto que supone que se trata de alguien que siente nuestra tierra y valora nuestra gente. Porque que esta es una provincia, y una ciudad, compuesta por muchísimas personas llegadas de otros lados, es una verdad incontrastable. A veces, en grupos de amigos y obviamente en tono de broma decimos que si no estuviéramos tan "invadidos" los pampeanos autóctonos podríamos vivir cómodamente con lo que a la provincia le toca de coparticipación federal.
Naturalmente -y nadie tiene que enojarse por ello- es nada más que una broma, que no contiene una pizca de xenofobia. Pero en una rápida mirada se puede decir que son contadas las personas que tienen como característica que sus ancestros nacieron en estas tierras y tienen la condición de pampeanos o santarroseños "puros". No obstante, y en el mismo tono de broma, sabemos comentar que debe considerarse "un verdadero pampeano" a quienes dieron hijos a nuestra tierra querida.
Familia de profesionales.
Conocemos porteños, bonaerenses, cordobeses, mendocinos, etc., que llegaron y vieron crecer sus familias en esta ciudad. Pero no deben ser tantos los extranjeros que alguna vez eligieron esta tierra para quedarse, tener hijos y vivir aquí hasta el final. Y mucho menos venidos de Haití.
Por eso, si de tener hijos pampeanos se trata, hay un caso que resulta muy especial. El médico cirujano Jean Francois Emmanuel Blain (63), con su esposa también médica, cordobesa, Carlota Braceras, tuvieron siete hijos Blain proviene de una familia numerosa y nació en Croix-Des-Bouquets, a 20 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití (Tierra de montaña). Sus padres fallecieron cuando aún era chico; él es el octavo de nuevo hermanos y casi podría decir que ellos lo criaron.
Varios de los hijos del matrimonio Blain también tomaron el rumbo de la medicina. Emmanuel, el mayor, ya es médico y también Florencia, y siguen la carrera Mauricio y Otilia Eva. Gabriel es ingeniero agrónomo, y esta carrera sigue también Juan María; en tanto Fanely ("se llama como mi mamá", aporta Blain), estudia ingeniería química. "Todos pampeanos y deportistas, pero además estudiosos, porque los haitianos somos muy 'librescos' (sic)... en nuestro hogar todo el día se lee y estudia mucho", completa el médico.
El reconocido médico explica que "es muy exigente la educación en Haití. El secundario es de 7 años, e incluye latín y griego, y se hace complicado, pero siempre fui un buen estudiante".
Según el cristal...
Aunque no es el objetivo de la charla cuenta sobre su tierra, y cuando le digo que lo que se conoce es que es uno de los países más pobres de América me da la impresión que le cuesta confirmarlo. De alguna manera lo reduce a un contexto de inequidad "entre los que tienen mucho, y los que tienen muy poco". Una situación por lo menos complicada en un país donde, informa, "reina el amiguismo y la corrupción. Hay mucha corrupción. Los que mandan son ricos y corruptos", admite. ""Haití es eso, el país de los contrastes", lo definirá. Y me quedo con esa impresión, que se niega a admitir que es de los más pobres, quizás por eso de que todo es según el cristal conque se mire. Y él tiene claro su afecto por su patria, como lo tiene por Córdoba, y también por La Pampa, que se lo dio todo, según accede.
También argumenta que uno de los graves problemas de Haití -que no hace más que acentuar aquella pobreza- tiene que ver con los "huracanes, que se dan entre julio y octubre" y que todo lo arrasan. "Me ha tocado vivirlo, y son días de estar encerrados, sin ir a la escuela y resguardados" de la violencia devastadora de los vientos y el agua. "Eso torna la tierra infértil, y también se produce una enorme y anárquica deforestación, porque la leña se utilizaba como combustible. En un tiempo se exportaban aviones de carne de pollo a Estados Unidos, y también la explotación de la caña de azúcar era muy importante, pero hoy todo eso casi no existe", agrega.
De Haití a Córdoba.
De todos modos me deja la impresión que se queda con un hálito de esperanza, "porque se ha descubierto que hay mucho petróleo", y quizás eso pueda cambiar las cosas.
Entiendo que, de todos modos, la familia de Blain era en Haití de las que permitieron que sus hijos se capaciten, aunque Emmanuel afirma que "es un país muy 'libresco', donde todo el mundo puede estudiar. Cuando alguien quiere estudiar en una familia, si no son los padres, quizás un tío, pude aportar para que un joven lo haga. En mi caso uno de mis hermanos fue el que pagó mis estudios", completó.
En su familia, entre sus hermanos hay varios profesionales, y su propio padre lo fue. "Era agrimensor, y después cuando falleció el cargo que tenía lo ocupó mi hermano mayor. Yo dije que quería seguir medicina y vine con otros 40 estudiantes a Córdoba. ¿Por qué Córdoba? Porque el embajador argentino en mi país era cordobés, así que ese era el destino de casi todos los que queríamos estudiar". Tenía claro que quería ser médico, y allá por 1972 llegó a la provincia mediterránea.
"Me voy a quedar cuatro inviernos".
Cuando fue recibido en la embajada haitiana en Buenos Aires la mujer que lo atendió le pronosticó que la carrera le demandaría 8 años. "Son 6 años de estudio, pero con el castellano que tenés te va a demandar mucho más tiempo", le anticipó. Blain, con una seguridad que es parte de su personalidad le respondió: "No. Si puedo rendir materias libres no voy a pasar más de cuatro inviernos aquí".
"Tenía la firme idea de finalizar su carrera y volverse, pero me conoció a mí y ya lleva 35 inviernos", se ríe con ganas Carlota Bracenas, la médica que lo enamoró y que hizo que "Mano" -como lo llaman sus amigos haitianos- se quedara "para siempre. Nosotros en casa le decimos Pancho. ¿Por qué? Porque un profesor le preguntó su nombre... 'Jean Francois', le respondió y el profe le dijo: 'Te vamos a decir Pancho'. Y le quedó...", resume Carlota.
"¿Qué me enamoró de él? No, él me sigue enamorando.. y eso hace la diferencia. Y digo que lo volvería a elegir", plantea Carlota entre risas. Y después lo halaga: "Es un hombre sumamente honesto, muy inteligente y con mucha capacidad de trabajo y estudio... pero quiero destacar un rasgo muy especial: su generosidad imperceptible. Imperceptible porque la desarrolla tratando de que nadie se dé cuenta... él, a casi todo lo que se le pide dice que sí", completa.
"Carlota es otro contraste de mi vida", dirá con una sonrisa enorme Pancho, aludiendo a su piel oscura y a la condición de rubia de ojos celestes de su esposa.
La Pampa "verde".
"¿Cómo llegué a La Pampa? Había estado paseando en Embajador Martini, en casa de un amigo, y después de ir a La Rioja y Catamarca me decidí por La Pampa, porque para mí era verde. Si, está bien que los ríos están lejos, o no corren como el Atuel, pero yo la veía verde, y eso me decidió. Así que después de ver el mundial de fútbol de 1978 -hubo una subsede en Córdoba- me vine a Santa Rosa. Me gusta mucho el fútbol, y jugué bastante en los equipos de médicos en Córdoba... jugaba como delantero porque era rápido. Hoy me invitan a jugar, pero ya no", dice este hombre que -¡cuando no!- se confiesa hincha de Boca. "Es que Boca es garra, es pasión y moviliza", se justifica.
Llegó a Santa Rosa el 21 de noviembre de 1978 -se cumplieron hace días 35 años "como pampeano", precisa-, y nunca más se iría. En todo caso algún viaje -en realidad muchos- por distintas partes del mundo, pero siempre el regreso a la que ahora es su tierra. "Soy pampeano, claro que sí", afirma casi con orgullo, aunque nunca quiso votar: ""Hago el aporte a través de mi esposa", dice mientras muestra esa sonrisa que es una constante en su rostro.
Es un hombre pleno Pancho Blain. "Elegí una profesión que siempre me gustó, tuve grandes profesores que me enseñaron no sólo de medicina y me ayudaron a ser lo que soy. Sí, me siento una persona querida, que camino por la calle y veo que la gente me saluda con afecto, y eso no se paga con nada. Por eso soy feliz... y sigo estudiando. En mi casa siempre se estudia".
"Nunca me sentí discriminado".
Emmanuel Blain tiene la piel morena, y responde claramente a los ancestros africanos de su raza. A veces, en algunos lugares, eso ha determinado una discriminación que "Pancho" no ha sufrido nunca, "en ningún lado. Es así, nunca me pasó, y eso que anduve por distintas partes del mundo".
Analiza que cuando "alguien tiene un bagaje cultural importante es bien recibido en todos lados. Entiendo que el color de la piel no es una barrera... salvo cuando alguien se enoja y en medio de una discusión puede saltar el tema del color. Pero nunca me pasó".
Agrega que sus hijos tampoco sufrieron ningún tipo de segregación. "Ellos, todos, son deportistas. Los varones, los cuatro, son cinturón negro de karate, y las chicas hicieron de todo: natación, voley. En nuestra casa de estudia y se hace deporte. El episodio que le tocó vivir a uno de los chicos, atacado por un grupo de adolescentes Blain lo atribuye precisamente a que era deportista, y "lo quisieron patotear, pero no fue un acto de discriminación", sostiene.
"¿Discriminado? Para nada, si mis amigos me dicen 'mi negro querido'. Así que nada que ver...", completa.
Carlota, su esposa, destaca el grado de compañerismo que los une después de 32 años de matrimonio. "Pancho es de cuidarse mucho, de comer sin sal, de salir a trotar, pero ahora alguna vez lo veo preparándose huevos fritos y poniéndole sal y le digo 'qué estas haciendo'. Se ríe y me dice que lo controlo mucho porque no están los chicos para atenderlos y que entonces me ocupo de él. Pero enseguida me dice que "me ama, y nos reímos mucho", termina.
"Parecía el Rey Pelé".
El doctor Blain es muy futbolero, y no sólo es fana zeneize sino que además jugó y bastante en los torneos que se realizaban en Córdoba y donde tuvo por compañeros, entre otros, a (Agustín) Olmedo. Es el médico traumatólogo el que cuenta la anécdota: "Lo hemos invitado a jugar ahora, pero no quiere saber más nada. En Córdoba teníamos un lindo equipo, pero nosotros metíamos miedo porque lo llevábamos a Blain, que vestido con la camiseta amarilla que usábamos y con su piel morena, parecía el Rey Pelé... Todos creían que teníamos un brasileño en el equipo y nos respetaban mucho", se ríe Agustín.
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