Viernes 06 de junio 2025

¿Hay algo más lindo que hacer el pan?

Redacción 14/09/2014 - 04.26.hs
MARIO VEGA - Podría suponerse que todos los oficios tienen sus cosas lindas. Seguramente debe ser así, más allá de contrariedades pasajeras. Pero hacer pan para las familias santarroseñas parece ser algo especial.
El aroma a pan recién horneado llegaba traído por la brisa tibia del mediodía. Casi podría decirse que el olfato, y el gusto del pan recién horneado es, sibilinamente uno de esos placeres de la vida. Esos que no tienen explicación porque son, al cabo, esencias que a nadie pueden caerle desagradables.
Eso me pasó cuando apenas pisé la vereda de ese pequeño comercio que está ubicado en avenida Belgrano y Tucumán, frente mismo a la cancha del tricolor. Un escaparate modesto, un mostrador de cristal, una vitrina exponiendo exquisiteces y la boca que se hace agua casi inexplicablemente.
Entrar a la "cuadra" donde se elabora la mercadería es ingresar a un lugar donde también se huele de una manera especial... no es sólo la fragancia del pan y las facturas puestas al horno, sino también la visualización de un clima de trabajo alegre, casi festivo, de la mano de quienes amasan y combinan la harina con algunos ingredientes; en tanto la repostera va dando forma y color a las delicadezas que, luego, irán a parar a las bandejas y a las estanterías del local del frente.

Emprendimiento familiar.
La panadería Los Vasquitos es un pequeño comercio familiar, un emprendimiento que resume amor por una tarea que, se me ocurre, no es como todos los trabajos.
Elaborar el pan, me parece, tiene algo mágicamente artesanal que remonta a muy viejos tiempos. Y tiene algo... que no sé qué es.
José Aníbal Bengochea (56), "El Vasquito", es un bonaerense que hace años se afincó en Santa Rosa, siempre desempeñando su profesión de panadero. Ahora, jefe de una pequeña empresa que integran también dos de sus hijos y sus nueras (Romanella y Eugenia) -artífices en la elaboración de pan, facturas y tortas-, se lo ve un laburante feliz de la vida. Desempeña la tarea de la que se enamoró hace mucho, y tiene la suerte de hacerlo con los suyos, y eso no es poca cosa.
Casado con Patricia Angerami, tienen tres hijos: Sebastián (29), Gonzalo, "El Colo" (27) -radicado en Córdoba. licenciado en Ciencias de la Educación-; y Diego -"me dicen Messi", se presenta con esa desfachatez que pareciera ser su marca registrada-. El Vasquito y Patricia tienen dos nietos, Valentina y Benicio, que andan por el año de vida.

 

El inicio del panadero.
Aníbal -el nombre de pila que a veces reemplaza al Vasquito- nació en Carhué, pero desde chiquito fue a vivir a la villa de Epecuén. Papá Julio era cocinero de un hotel, y su mamá Alicia -que aún vive en Carhué- se dedicaba a sus hijos: el mismo Aníbal, Héctor y Carlos.
El Vasquito siempre tuvo espíritu emprendedor y de pibe nomás empezó a vender el diario La Razón a los turistas que, en la Villa, estaban ávidos de saber qué estaba pasando en Buenos Aires.
Un día Quique Córsico, un hombre de Gualeguaychú, dueño de la panadería del pueblo lo invitó a trabajar: "A los 13 años empecé como ayudante, a embolsar pan y limpiar latas; y después quemaba el horno para que al otro día estuviera caliente para ser usado. Vivía en una piecita al fondo de la panadería, y aprendí a hacer pan, facturas, biscochos, galleta, y también algo de repostería", dice.
En medio tuvo que hacer "la colimba en Colonia Sarmiento, en Chubut. Ahí fueron dos meses de instrucción y después me mandaron a hacer lo que sabía: a la panadería. Enseguida del servicio militar fui un tiempito a una panadería en Río Gallegos, pero me corrió el frío y me volví".
Obviamente fue a trabajar a la panadería La Francesa, que estaba ubicada frente a la plaza. "Patricia atendía en la panadería y yo trabajaba en la cuadra, y bollito va, bollito viene... llevamos más de 30 años de casados y tenemos una hermosa familia", se ríe con ganas.
Por supuesto el fuerte del comercio estaba en temporada, de diciembre a marzo, cuando multitudes se congregaban alrededor del lago Epecuén, ubicado a 15 kilómetros de Carhué.

 

La gran inundación.
Tiene un afecto especial por aquella zona del lago Epecuén, a cuya vera se alzaba la villa del mismo nombre y el Carhué que lo vio nacer. "Allí fui a la escuela, jugué a la pelota -pasión que despuntó en la reserva del Rácing de su pueblo, y todavía practica con sus hijos y amigos-, y también aprendí mi oficio", dice con nostalgia.
Alguien debió hacer construir un canal aliviador para que el agua de Las Encadenadas -sistema de lagunas que ocupa un amplio sector del sudoeste de la provincia de Buenos Aires- no se llevara puesto a Epecuén... pero no se hizo y se realizó sólo un terraplén. "Una noche de mucho viento las olas castigaron tanto que el terraplén se cortó y el agua llegó hasta la mitad de la Villa. Fue un desastre y comenzó la evacuación.. Los vecinos hacíamos lo que podíamos, ayudábamos a evacuar, pero a los siete días el agua tapó todo Epuecuén".
Y cuenta una anécdota, una más de aquellos momentos difíciles: "Un tano que era albañil, no quería sacar los muebles y no se quería ir... había puesto sus muebles arriba de unos tirantes puesto sobre tambores. Se quedó un día en mi casa, y cuando volvimos a Epecuén en su casa sólo se veía el cañito de estufa de la salamandra. Terrible, y triste".
Pasaron 25 años para que el agua bajara, "y lo que se ve es un pueblo fantasma. En el verano va gente a bañarse porque las aguas tienen mucha sal y siguen siendo curativas... Se hace el 'Rock Epecuén', hay alguna actividad turística y la gente va volviendo de a poco".

 

Panadero, en casa.
Después cuenta cómo llegó a Santa Rosa en 1986. "Me había puesto en contacto con Hilario San Pedro, pero había problemas con el correo y todo se demoró un poco, pero al final me vine a vivir. Nos impactó cuando pasamos por el Bajo Giuliani porque vimos una laguna enorme, y justo nosotros veníamos escapando de eso", hace relación a aquella circunstancia que habría de marcar su vida: la desaparición bajo las aguas de la Villa Epecuén.
Trabajó un tiempo con San Pedro, pero después comenzó a amasar bolas de fraile en su propia casa, en Sarratea 1539. "Ahí con mi esposa y los dos chicos más grandes hacíamos el producto y vendíamos a negocios de alrededor".
Tenía inquietudes y sólo esperaba la oportunidad para poder crecer. "Una vez, en 1993, volvimos de vacaciones de Santa Rosa de Calamuchita y encontramos un local en Uruguay 420 (al lado del famoso bar El Chispazo), y ahí iniciamos la actividad podríamos decir 'oficial'. La compra del horno, la sobadora, la elaboración de pan, el reparto de masas en bandejas envueltas en celofán y nos empezó a ir mejor. Mi señora que es docente a la mañana daba clases y a la tarde colaboraba, y también los hijos".

 

Trabajar y ser feliz.
Hace siete años surgió la posibilidad de alquilarle la panadería a Faito Baraybar -allí mismo donde está ahora- y empezó un trabajo más intenso, que comparten con el otro local ubicado en Escalante 279, que es manejado por su hijo Sebastián. "A él al principio no le gustaba pero ahora está recontento y agradecido de haber aprendido el oficio", sostiene.
Aníbal es un tipo alegre, que revolea la masa, que anda de aquí para allá entre la harina y los elementos para hacer el pan, y que disfruta de lo que hace. "Pero claro que es así, no tengas dudas", admite sin tapujos.
Y no le importa tener que acostarse a las 12 y media de la noche y levantarse todos los días a las 5. "Trabajamos, mucho, pero tenemos tiempo para disfrutar... para jugar al fútbol con mis hijos, para salir con mi esposa, o para dedicarme al folklore, otra de las cosas que me gustan. Si hasta tenemos un conjunto, 'Los Panas', con Sebastián, que toca el bombo; un amigo, Paco, que toca la guitarra y canta, y Rubén Miranda que también canta". El Vasquito toca la guitarra y canta zambas, chacareras y "además recito. Me gustan Jorge Rojas, y soy fana de Los Caldenes, que a veces vienen a comer a casa. El Salta (uno de sus integrantes) me enseña a cantar".
"Agradezco a Dios haber aprendido este oficio, porque veo muchos padres buscando trabajo para sus hijos, y por suerte a nosotros no nos pasa", reflexiona.
El aroma a la manteca, el pan horneado y caliente... el olor inconfundible de la cuadra de una panadería, y la risa a carcajadas del Vasquito y de su hijo Diego... Si eso no es la felicidad, se le parece mucho.

 

Epecuén, el pueblo sumergido.
Bengochea, "El Vasquito" cuenta que es hincha de Belgrano, y hoy estará en la tribuna tricolor alentándolo contra Independiente de Neuquén. Más allá de su buen presente no deja de recordar a su pueblo: "Me da tristeza cuando voy a Carhué, y me acuerdo cuando íbamos al Club Gaucho Epecuén...".
La madrugada del 10 de noviembre de 1985 una sudestada precipitó el desenlace y la fuerza del agua traspasó un terraplén que protegía a Epecuén de un lago que estaba colapsado por los 1500 milímetros de lluvia caídos ese año.
Dos semanas después Epecuén estaba totalmente bajo el agua y sus pobladores debieron dejar casas, hoteles y comercios. La mayoría se afincó en Carhué, ubicada a 15 kilómetros donde el agua del mismo lago no causó ningún problema.
La Villa Epecuén era, desde su fundación en 1921, un destino turístico, sobre todo para personas que buscaban alivio en sus aguas saladas para los problemas en huesos, articulaciones y la piel. Cientos de familias judías lo habían elegido como lugar de veraneo por las similitudes de las propiedades del agua con las del Mar Muerto. Al momento de inundarse tenía una capacidad hotelera de 5000 camas distribuidas en 220 hoteles, pensiones y residencias.
Nada de eso quedó en pié.

 

El pan sin sal es mejor.
El Vasquito tiene 43 años de panadero, y no pierde la oportunidad de reprocharle a su hijo Diego que no lo puede dejar solo. ¿Por qué? Cuenta: "Una vez nos habíamos ido de vacaciones a Córdoba y él quedó a cargo de todo. Resulta que esa vez lo fue a ayudar el profe Néstor Córdoba (preparador físico de distintos equipos de la zona, hoy en Deportivo Mac Allister), y se mandaron una de aquellas...".
Los nóveles panaderos "se olvidaron de echarle sal a la masa. Sí, vendieron pan sin sal. Especial para hipertensos. Sí. no los puedo dejar solo", reafirma Aníbal su indudable autoridad en la materia.

 


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