Ficciones y realidades, un espejo para la existencia
Existir no es una tarea sólo individual. El paso por la vida conlleva -al menos- un hilo de pensamiento acerca de nuestra continuidad en el mundo. En estos dos cuentos, José R. Villarreal -Jotavé-, quien ya no escribirá en Caldenia, encuentra un espejo donde proyectarse.
José R. Villarreal, columnista de la contratapa de Caldenia desde siempre, falleció el lunes 19 de febrero de 2018 a los 94 años. Maestro normal, profesor de Filosofía y Letras recibido en la Universidad Nacional de La Plata, pero sobre todo periodista nato, José se hizo desde abajo, casi a la fuerza, cuando muerto muy joven su padre, quedo sólo con su madre lavandera y seis hermanos menores que él.
Sus acciones son demasiadas para narrarlas en un breve apartado. Su tarea docente sigue siendo recordada aún hoy por alumnos y alumnas que valoraron su aptitud para la oratoria. El periodismo lo desempeñó de manera sanguínea en General Pico, en Santa Rosa y en Buenos Aires. Vivió para leer los acontecimientos de su tiempo y darles a estos un sentido desde infinitas lecturas de filosofía, política, economía y cultura que a diario ocupaban su rutina. Incluso hasta unos días antes de morir, la preocupación de José era entender el rumbo hacia donde se dirigía el ser humano en la tierra; darle una explicación teórica; leer y escribir; escribir y leer.
La curiosidad es la base desde donde parte el conocimiento. José no lo perdió nunca, y cuando un tema superaba sus lecturas previas, allá se sumergía en los textos que pudieran ayudarlo a saber.
Aunque como periodista se volcó a tratar de entender la realidad, la ficción fue parte de sus momentos libres. De manera que para dedicar un adiós, a la vez que dar un obsequio emotivo al lector, reproducimos un cuento propio de José y otro escrito por su nieto mayor, quien quiso hacerlo en nombre de todos los nietos.
Respirando en la
frecuencia del
que duerme
De chico, sufría de insomnio. Nunca supe por qué. Quizá era la hiperactividad normal de un chico. Vaya uno a saber, pero siempre lo sufrí. Mirar con los ojos bien abiertos el cuarto oscuro desde la cama me generaba nervios, casi pánico, y la vigilia se hacía eterna.
En algún momento de nuestra infancia, con mi hermana, empezamos a ir a dormir a lo de mis abuelos, al lado de casa. Si podíamos, todas las noches. Especialmente en verano. Nos turnábamos en que habitación dormir. Cuando me tocaba con mi abuelo, este siempre me leía algo y opinaba al respecto. Pero luego, con la facilidad del que sabe por experiencia, apagaba la luz y se dormía. Pero yo no. Para mi empezaba la otra parte del día. Esa parte oscura que no se solucionaba con prender un rato más la luz. Esa parte donde todo está quieto y silencioso hasta que algo deja de estarlo y hace ruido desde ahí atrás, desde el vacío... Esa parte del día donde me quedaba solo. Me era imposible encontrar la forma de hacer las paces con la hora de dormir.
Fue un día que, pensando en la facilidad con la que mi abuelo se dormía, calculé que estaba todo en la respiración. Esa noche mi abuelo se durmió como siempre y cuando la oscuridad llegó, pegué mi espalda a la suya y comencé a imitar su respiración. Cada vez que el inhalaba yo también lo hacía y luego lo esperaba para exhalar. Así, repetía el ciclo una, dos, tres… cien veces hasta que en algún momento me dormía. Desde entonces siempre estuve convencido de que la clave para dormir estaba en la frecuencia de la respiración y lo hubiese discutido a muerte.
Ahora pienso que probablemente no haya sido así. Ahora pienso que la tranquilidad que me generaba tener a mi abuelo protegiéndome la espalda hacía que esas horas de oscuridad tomaran otro significado. No me dormía antes. Tardaba lo mismo que siempre pero no tenía por qué preocuparme o estar nervioso. Comencé entonces a usar ese silencio para pensar cosas. Cosas que hice, cosas que podría hacer, repasar caras, imaginar algo. Ahora creo que me gustaría recuperar ese insomnio con tal de aprovechar esas horas para que la mente divague. Ahora creo que hasta durmiendo y sin el nunca saberlo porque no se lo conté, mi abuelo me cuidaba y enseñaba cosas.
Esa es solo una de muchísimas historias que fuimos juntando. Ese fue Jotave para nosotros. Ese fue nuestro abuelo José. Así lo vivimos y así será recordado por quienes tanto lo vamos a extrañar.
Será hasta siempre abuelo querido. Tus nietos, Fausti, Emi, Tomy, Davito, Marce y Ale.
Alejandro Villarreal
Cuento para
contar a los
niños llorones
Cuando Marcela se echa a llorar, de inmediato revolotea sobre su cabeza Bruja Seca, montada en su escoba.
Bruja Seca vive en el país de Nunca Llover, pero ella –con todo y ser bruja- no puede prescindir del agua. La necesita para tomar, para cocinar sus brebajes y para su pequeña huerta. También la consumen sus gatos, sus lechuzas y sus murciélagos.
Últimamente se ha visto a Bruja Seca rondar a Marcela asumiendo el aire que presume más seductor que le es posible intentar. La ha convencido que nada hay más atrayente que un paseo en escoba. Y allá van ambas, perdiéndose en los aires. Cuando mamá Estela sale a buscarla, sólo ve un punto difuso en el cielo. Marcela ha desaparecido.
Marcela ha estado tan alegre en el país de Bruja Seca que ha cesado de llorar. Bruja Seca, desesperada, opta por asumir su apariencia de vieja desdentada, rugosa, jorobada, flaca y sucia. Esto ha conmovido a Marcela y se ha desatado su caudal lacrimoso. El agua de sus lágrimas corre por un canal hacia un depósito. Cuando Bruja Seca recupera su apariencia amable y risueña, Marcela se asusta y cesa el llanto. Bruja Seca se pone severa, pero opta por transar. Marcela cede también porque los cuentos de la lechuza la conmueven y quiere seguir escuchándola, aunque provoque una inundación. Además, la divierten los murciélagos con sus piruetas. Acepta quedarse y llorar si Bruja Seca le da una escoba para uso propio. Y si la deja volar con la escuadrilla de escobas por el cielo de NuncaLlover.
Bruja Seca es ingeniosa y ha creado un mecanismo que le permite ampliar su huerta. Hace que Marcela llore de gusto mientras vuela y sus lágrimas se convierten en fina lluvia, que cae sobre los sembrados.
Bruja Seca vive su mejor momento, pero Marcela comienza a sentir que es su prisionera. Extraña a su madre y hermanos. Sueña con los días en que lloraba de puro gusto o para acaparar la atención de sus padres.
Marcela ha escapado finalmente del país de Nunca Llover. Su dominio del arte del vuelo le ha permitido burlar el control de la bruja.
Ahora, en su casa, llora al recordar a la pobre Bruja Seca. Llora porque su llanto ya no es fecundo y llora por la tristeza de la huerta seca.
(El cuento ha terminado. No llores, Marcela)
José R. Villarreal
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