Los adultos mayores en el Hogar de Ancianos: casi como una familia
Unas 180.000 personas de más de 60 años viven en residencias especiales para ellas en 12 países de América Latina y el Caribe que disponen de estos datos. Son el 0.54% de esa franja etarea de la población.
MARIO VEGA
No hemos visto que suceda tanto por aquí, entre nosotros -aunque algunos casos hay-, pero sí podemos ver muchas veces por televisión el grado de vulnerabilidad en que transitan sus días muchos adultos mayores en otras partes del país.
Se supone que hay una etapa de la vida que debería ser la del jubileo, y a la vez la del sosiego y tranquilidad después de años de trabajo, pasados aquellos tiempos cuando gozaban de una existencia plena transcurrida entre momentos de bienestar y también quizás de sinsabores -como nos debe suceder a casi todos-, aunque sabemos muy bien que no siempre ocurre de ese modo.
Es verdad que hay adultos mayores que tienen una contención familiar y son acompañados en ese lapso que algunos definen como el atardecer de la vida, rodeados del cariño y la dulzura de los suyos… pero no siempre sucede.
Adultos mayores.
Algunos relevamientos han dado cuenta que la población mundial en el siglo XXI se caracterizará por el envejecimiento demográfico, con un aumento poblacional de los adultos mayores. Si bien cabe hacer la disquisición de que el grado de avance y el estado actual de este proceso en cada uno de los países es diferente.
Decíamos antes que cada vez es más frecuente que las personas mayores vivan solas, o con su cónyuge, sin contar con otro apoyo familiar. Y es más, están los que lo hacen sin un entorno que los resguarde, los contenta o les brinde un estado de vida digna como cabe esperar en esas circunstancias.
En lo personal debo decir que siempre me ha llamado la atención ver a los abuelos y abuelas en el Hogar de Ancianos -ubicado precisamente frente a la sede de este diario-, y me he preguntado cómo es su transcurrir allí, de qué manera afrontan esta etapa de sus vidas, y cómo son acompañados en ese trayecto que debiera ser para ellos de verdadera placidez, de descanso y de sosiego.
El Hogar de Ancianos.
Hay que retroceder nada menos que 110 años para ubicarse en el momento del nacimiento del Hogar de Ancianos, llevado adelante por una convocatoria del padre Juan Vaira, a través de la Sociedad Hermana de los Pobres, creada como una agrupación filantrópica integrada por señoras de nuestro medio. Dora Costabel es la actual presidenta de la entidad desde mayo de 2019.
Acotó que «siempre, en su mayoría la directiva estuvo integrada por mujeres, pero con mucha colaboración de varios caballeros aunque no integraran la comisión, ya sean médicos, arquitectos, abogados, contadores y escribanos. Quiero mencionar a Javier Roca, quien se encarga de toda la tarea administrativa desde hace muchos años y es el jefe de personal. Pero además están como revisores de cuentas Oscar Martínez (su esposa era Rosita Dubié, muchos años presidenta) y Luis Dreussi».
Hay 21 internos.
Las instalaciones están preparadas para atender a 28 internos, aunque actualmente son 21. «Sí, tenemos capacidad para algunos más, con este mismo personal de hoy, que está compuesto por 14 personas. La encargada es Mónica Miranda, y a ella y a todas las personas que integran el equipo tenemos que agradecerles el compromiso y la responsabilidad con que realizan sus tareas», reconoció.
El Hogar cuenta con servicio de enfermería permanente, dividido en tres turnos de ocho horas cada uno; y las mucamas colaboran en todas las actividades que se realizan. Dora indicó también que «se festejan los cumpleaños, y siempre hay presencia de músicos para acompañar a quienes viven en el lugar. La música y bailar les levanta el ánimo…», agrega. Mientras nos muestra un momento -llevado adelante por la kinesióloga Lucía Aniño- en que dos abuelas bailan ante la mirada divertida de algunos/as, y la indiferencia del resto.
Cómo se sostiene.
Consultada cómo se solventa el hogar, considerando que son más de veinte personas mayores que necesitan atención permanente, que deben alimentarse de la mejor manera y recibir adecuadamente su medicación, explica la presidenta: «Algunos internos hacen su aporte, pero siempre considerando sus posibilidades económicas. Y un dato es que nadie ingresa sin su propio consentimiento, aunque lo cierto es que el hogar alberga a todos. Nos sustentamos de diversas formas, y recibimos algunos subsidios, tanto provinciales como municipales que es verdad que no llegan con regularidad exacta, pero tenemos que decir que siempre tenemos una muy buena disposición de ambas partes, para darnos una mano en lo que necesitamos».
Tiempos de pandemia.
Dora Costabel responde luego sobre cómo han pasado estos meses de pandemia. «Por supuesto que no quedamos exceptuados de su alcance, pero lo cierto es que tuvimos una colaboración y apoyo incondicional, primero de nuestro personal que es excepcional -se deshace en elogios-, y después de Salud Pública y Adultos Mayores. No tenemos palabras para agradecer cómo nos ayudaron, el doctor Carlos Delgado que estuvo en permanente contacto con nosotros; y también quiero mencionar a la señora Isabel cuando algunos abuelos y abuelas -muchos de ellos-, debieron permanecer en el Hotel UNIT… nos informaba dos veces al día, nos preguntaba sobre las preferencias de los abuelos. ¡Una maravilla!», sostuvo.
Todos colaboraron.
Destacó también la colaboración de Desarrollo Social de la Provincia. «El ministro nos llamó inmediatamente para ponerse a disposición; y el intendente Luciano Di Nápoli igual. Y no me quiero olvidar de la Dirección de Adultos Mayores, a través de Silvia González», puntualizó.
Pero además hubo un gesto enaltecedor que la presidenta se encargó de poner sobre la mesa: «Buena parte de nuestro personal, empezando por Mónica, la encargada, quedó internada en el Hogar los 10 días que indicaba el protocolo».
La presidenta señaló que precisamente en este tiempo hay «algunas restricciones para las salidas, aunque en los días lindos de sol tratamos de sacarlos para que aunque sea den una vuelta a la plaza. E insistimos bastante para que los visiten los familiares», amplió.
El caso de Teresita.
Teresita Homs tiene nada menos que 98 años, y se muestra activa y resuelta, «siempre tratando de colaborar» con los encargados del Hogar. Dicen que cuando advierte que algunos de sus compañeros o compañeras no se ven del todo bien, o se muestran con el ánimo en baja es la primera en alertar sobre la situación.
Es muy lúcida, y relata a la perfección distintos aspectos de su existencia. «Hasta los dos años vivimos en Winifreda porque mi padre era chacarero, después nos fuimos para la zona de Potrillo Oscuro; y a los 7 años ingresé en el Colegio María Auxiliadora, donde hice el primario y también el secundario». El mismo establecimiento donde después sería maestra y catequista.
Una vida en la docencia.
Es inteligente y pícara Teresita («no me pongas Teresa, queda más lindo Teresita», pide presuntuosa), y recuerda que los primeros tiempos de recibida estuvo sin trabajar «porque en este país, y creo que en todos, si no tenés padrinos es difícil», reprocha.
Iba a completar nada menos que 34 años como docente, con pasos por Rucanelo -tierra de aserraderos y acheros-; Uriburu; 14 años en la Escuela 5 de Toay; y otros 6 en la Escuela 1 de Santa Rosa. «Esto era a 20 metros de mi casa, porque con mi esposo (Andrés Corredera) vivíamos en calle Lisandro de la Torre, entre Moreno y Rivadavia. Teníamos el ‘Kiosco Andrés’… ahí terminaba la ciudad, que en aquellos años era muy chiquita», rememora.
Aquella Santa Rosa.
Y sigue evocando: «Si en ese tiempo hasta la Avenida Luro era de tierra, y donde ahora está el Hotel Calfucurá estaba la quinta de Pascual, donde nosotros íbamos a buscar fruta». Con el tiempo bajaron el médano que había en el lugar, y a pocos metros se hizo el profundo pozo donde más tarde se iba a levantar la Casa de Gobierno… «Ahora Santa Rosa es una ciudad muy linda, que progresó, que tiene muchas escuelas como el Normal, la EPET, el Nacional, escuelas primarias… Pero era una linda época: con Andrés nos gustaba salir, ir al cine, y a tomar algo a la confitería, sobre todo al Bar Pampa», dice.
«Una gran familia».
Pasaron 20 años desde que quedó sola, y por algún tiempo vivió con una señora que la ayudaba con las tareas de su casa. «Pero hace un año y medio o un poquito más me decidí por venir aquí. Y la verdad es que el hogar es como una gran familia, donde nos sentimos muy protegidos», reconoce.
Hace algunas semanas un brote de Covid afectó a quienes residen en el Hogar, y Teresita junto al grupo de mujeres tuvieron que ser asistidas en el hotel UNIT, en algún caso por prevención; «pero yo no sentí ningún síntoma en ese momento… como si nada», afirma. No obstante, con posterioridad, sufrió una bronquitis espasmódica. «Me asusté pero por suerte no pasó nada», sonríe.
Se extraña no salir.
En algún momento, apenas si parece ponerse un poco triste porque «con todo esto no puedo salir… me gustaba ir a mi casa, tocar mis cosas, estar un rato allí… Era una alegría, y espero que eso se pueda recuperar», se esperanza. «¿Sabe una cosa?», me dice y se contesta: «A mí siempre me gustó estar en mi patio, tejer, bordar, coser, cocinar… Un poco de todo. Ah!, y ponga que siempre leí LA ARENA», pide.
«Voy a votar».
Le menciono que el domingo (hoy) habrá elecciones y me hace un gesto pícaro, con los cinco dedos de su mano derecha juntas como diciendo «¡de qué me habla! Esta es de mentirita… la que vale es la de noviembre (tiene claro que las PASO no son las definitivas y que las próximas son las que servirán para elegir legisladores nacionales). ¿Si voy a votar? Sí, por supuesto», sostiene. ¿Y a quién?, le insisto. Su respuesta no deja lugar a dudas sobre su inteligencia: «A usted lo voy a votar… ¡A usted!», repite. Y es Dora Costabel la que me hace notar que «de ninguna manera le van a sacar para quién vota». Y se ríe con ganas Teresita, que afirma que a sus 98 años va a cumplir con su deber cívico.
Raúl, otro caso.
Otro caso en el Hogar de Ancianos es el de Raúl. Se llama Máximo Raúl Ramos Cámpora (72), y casi se puede decir que está de paso. Tiene que ser operado de una hernia, y mientras permanece en Santa Rosa -vive en Quemú- ha pedido que lo alberguen.
Es un personaje inquieto, casi podría decirse impaciente, que necesita todo el tiempo estar haciendo alguna cosa. Y si algo le gusta es leer el diario por la mañana, por lo que cada día se cruza los 30 metros que hay hasta la sede de LA ARENA para llevárselo y repasarlo hoja por hoja en un sillón del hogar, un poco más tranquilo. «Sí, me gusta leer… así que cuando no puedo agarrar el que traen acá le pido uno a Pablo (trabajador de la Distribuidora) y me lo traigo», dice.
Un tipo inquieto.
Mientras me saluda mete la mano en el bolsillo para sacar un billete… «Andá, compráme cigarrillos», casi me ordena. Le explico que no estoy allí para hacer mandados y se interesa por la nota periodística.
«Soy nacido en Burzaco, provincia de Buenos Aires, pero hace mucho vivo en La Pampa donde llegué porque mi papá era ferroviario. Trabajé con Bocha Brahim en un aserradero, un tiempo en la construcción con Laurenzano, algo en la CPE en la fábrica de columnas y estoy jubilado desde 2015», reseña.
Raúl tiene tres hijos: Matías (37), Gonzalo (35) y Facundo (33); y además dos nietas, Priscilla (14) y Ambar (12).
Le hago notar que -marcando diferencias con el resto de los internos- es sumamente inquieto, como que siempre tiene la necesidad de estar haciendo algo, y se ríe este flaco que no parece tener la edad que acusa… «Es cierto que aquí no me pueden parar… y a veces se enojan un poco conmigo. Pero les hago un chiste y se les pasa», admite.
Un retiro espiritual.
Ha hecho de todo un poco, y se jacta de conocer mucha gente: «Fui conocido de Rubén Marín, de Pildoro Gazia, de Heriberto Mediza… también de muchas personas vinculadas con la música, porque estuve en el coro polifónico de monseñor Zabaleta, en el de Alberto Carpio, y un poco fui a aprender con Silvia Zabzuck… También soy amigo de Tito Rosales», completa.
«¿Por qué vine el Hogar? Tengo que esperar que me llamen para la operación, me acordé, pregunté y me aceptaron… Y la verdad es que aquí te tratan de maravillas -reconoce-; esto es casi como un retiro espiritual para mí. No hay nada igual que esto», sostiene elogiando el funcionamiento de la institución de beneficencia que es la más antigua de la ciudad.
La etapa de la placidez.
Son 21 personas, cada una con su historia… gente que tal vez extraña a sus nietos, a los amigos, a otras épocas cuando podían mostrarse plenos y con todo por delante… Hoy tienen una edad que -es posible- pueda llegar a hacer creer que no tienen aún sueños por cumplir… Y quizás se equivoquen los que así piensen. Conversando con ellos se podrá advertir que les queda aún la etapa del sosiego bien vivido, la de la placidez, la del merecido regocijo que en el Hogar, de alguna forma, se les pretende entregar.
Es Dora Costabel la que sintetiza este pensamiento: «Todos ellos, todos los que están aquí tienen muchas, muchas, ganas de vivir…».
Payamédicos y chicos para el entretenimiento.
En tiempos «normales» algunos músicos llegan hasta el Hogar para entretener a los abuelos y abuelas; y también se ha procurado generar un ida y vuelta con los chicos del Jardín de Infantes del Colegio María Auxiliadora. «Antes que pasara esto de la pandemia venían al Hogar, y también nosotros los acompañábamos a los abuelos a la escuela y la verdad es que era una actividad que les gustaba muchísimo…», cuenta Dora Costabel.
Ante la imposibilidad de continuar con esa rutina de visitas, surgió la idea de que los chicos les escribieran cartitas que dos integrantes de la comisión, Analía Fitte y María Elisa Sánchez, se encargaron de leerles a los abuelos y abuelas. «¡Había que ver los felices que estaban! Ahora tenemos que tratar de que las contesten, o hacerlo nosotras con las respuestas que ellos nos dicten», dice Analía.
«No tengo abuelos, así que voy a disfrutar mucho conocerla y charlar… espero que esto no quede sólo en estas notas», indica una de las pibas que, además agrega que ella va a estudiar Profesorado de Matemáticas. Se manifiesta «re timbera» y le dice a su interlocutora (identificada como «Negrita») que espera que le guste jugar a las barajas, truco, chinchón y escoba.
Otro chico le envió a un abuelo una foto para que lo reconozca cuando lo vea: «Tengo rulos desordenados, hermanos en la universidad, y me gustaría saber de qué trabajabas cuando eras joven», le dice.
Otro directamente señala: «Te adopté como mi abuelo del corazón, voy a escribirte y espero me contestes para acompañarnos en este momento tan difícil».
Analía, como otras personas, se acercó al Hogar de Ancianos cuando los payamédicos, que hicieron un hermoso trabajo, fueron a jugar y estimularlos. «Entré hace 7 años y me enamoré de ellos», confiesa. En aquel grupo estaban Ana Vaira, Griselda, Patricia, Giuliana, Gladys, Oscar y muchos más.
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