Viernes 26 de abril 2024

Carlos Masera, la emoción del ingeniero

Redacción 06/08/2023 - 00.22.hs

Un Ingeniero vive entre números, cálculos y maquinarias. Una carrera eminentemente técnica que, no obstante, da margen para la emoción. Sobre todo si se hacen obras en lo que fue su barrio de siempre.

 

MARIO VEGA

 

Dicen los que dicen saber que un ingeniero tiene determinadas cualidades. Y a mí se me había ocurrido que su formación, y su forma de pensar, debe ser bien distinta a la de quienes cursan carreras humanísticas. El sólo considerar que se trabaja con números, con algoritmos y cómputos exactos me lleva a confesar que nunca –pero nunca de verdad-- hubiese podido cursar semejante desafío.

 

En esa línea, teniendo en cuenta que el objetivo es construir --edificios, caminos, puentes, obras de gas, cloacas y tantas otras-- mi desconocimiento me hace concluir que ingenieros e ingenieras son personas que todo lo calculan (¿quizás pasa lo mismo con quienes hacen arquitectura?).

 

Me pregunto si es gente que está atada a la frialdad de los guarismos --que deben ser determinados, precisos, sin márgenes para eventuales diferencias, ni las más mínimas--, y si eso influye en su personalidad.

 

Imagino que tal vez –según esta apreciación que enseguida se verá resulta absurda-- podrían forjarse personalidades un poco más indiferentes a ciertos aspectos de la vida cotidiana. Un concepto que ahora sí comprender no tiene nada que ver con la realidad.

 

Un ingeniero o ingeniera –me parece que un arquitecto va más o menos en la misma línea-- es gente común… como quienes siguen Historia, Psicología, Letras, Medicina, o la carrera de que se trate. No tiene nada que ver la profesión con el sentir, con los afectividad, con lo que se lleva en el alma…

 

Así que lo antedicho da por tierra rápidamente con toda mi perorata.

 

Como ejemplo, Sábato.

 

El señor que conversa conmigo –amigo del barrio y hoy prestigioso ingeniero- aporta aún más para descalificar el inicial concepto. En cada frase, en cada recuerdo del lugar que supimos compartir hace muchos años cuando los dos éramos pibes –yo algunos años mayor--, en cada remembranza se advierte su emoción a flor de piel. “Es qué es así… por supuesto que más allá que nos toque trabajar con números duros, no todo en nuestra vida tiene que ver con eso…”, reafirma Carlos.

 

Y continúa: “¿O no te acordás de (Ernesto) Sábato?”. Y tiene razón porque era físico, poco que ver con el notable escritor que después resultó ser. El autor de “El túnel” fue -antes de convertirse en uno de los más importantes intelectuales de nuestro país- un reconocido físico que se desempeñó en centros internacionales como el Laboratorio Curie en París, y el Massachusetts Institute of Technology. Precisamente en París donde iba a abandonar el campo de la ciencia para dedicarse a la literatura.

 

Carlos, el ingeniero.

 

Carlos Daniel Masera (62), que para mí será siempre Carlitos, el chico de Villa Tomás Mason, se recibió primero de Ingeniero en Construcciones y luego de Ingeniero Civil.

 

Se entusiasma en la evocación: “Toda la primaria la hice en la Escuela N° 4, de la que tengo los mejores recuerdos como por ejemplo el vagón de tranvía emplazado en la mitad del patio y en el que funcionaba un aula. La secundaria la hice en la ENET n°1, El Industrial. Después vino la colimba (Aeronáutica en Ezeiza), y cuando pasó me inscribí en la Universidad de La Plata”.

 

Se muestra agradecido de la educación que recibió, “y de haber tenido docentes como las señoritas Alcón, Labriola, Teresa Morán; y a profes como Pedrito Lastiri, Luis Knudsen y Luis Ferrari entre otros y otras a los cuales admiré mucho”, los menciona.

 

Resolver cosas.

 

Y tiene una explicación de por qué eligió Ingeniería: “Lo que me entusiasma es que con el conocimiento, imaginación y practicidad, lo que para la media puede ser un problema complejo se resuelve en forma fácil (!!!)... Es decir, me gusta la posibilidad concreta de resolver cosas”. Y me lo dice justo a mi que no se agarrar una herramienta…

 

Su paso por la Universidad estuvo marcado, en la mitad de la carrera, por el advenimiento de la democracia. “Participábamos de todos los espectáculos con artistas populares como Mercedes Sosa, Vítor Heredia, León Gieco… En el Centro Universitario de La Pampa nos reuníamos los fines de semana en bailes, guitarreadas y asados. Ese lugar estaba de moda y concentraba estudiantes no sólo de nuestra provincia sino también de otros lugares”, completa.

 

Aquel chalet de la esquina.

 

Los que siguen esta columna saben que tengo por mi barrio, y particularmente por la calle Jujuy donde estaba mi casa paterna, un recuerdo que nunca se va a diluir en mi mente, y en mi corazón. Por eso todo lo que tenga que ver con ese terruño cuenta con mi especial afecto.

 

Tengo muy presente –y miro con detenimiento cada vez que visito esa zona (muy seguido)- ese chalet estilo californiano ubicado justito en la esquina de Jujuy y 1º de Mayo. Era, sin dudas, la vivienda más linda del lugar, la que se llevaba todas las miradas en comparación con ese escenario de casitas bajas que –si bien dignas y confortables- no tenían la belleza de esa construcción que culminaba con las tejas rojizas que le daban una particular fisonomía.

 

Tiempos de niñez.

 

Regresa con la mente a sus primeros años. “Siempre viví en la misma casa, en nuestro barrio frente a la estación, y en la playa del ferrocarril jugábamos al futbol con los amigos… Luisito García, los Maggio (hermanos de Adriana, la secretaria de Cultura, cuyo padre también era ferroviario y vivían en una casa dentro del predio), Daniel Hepper… La canchita estaba entre los galpones en los que se guardaba cereal, y además jugábamos en el embarcadero para el ganado (en la esquina de 1º de Mayo y Antártida Argentina, y los corrales daban a una manga en la que se conducían los vacunos al tren que los llevaría hasta el mercado de Liniers).

 

La playa del ferrocarril dividía la ciudad y no estaban los cruces de calles actuales, salvo el paso a nivel del Molino Werner, y varias cuadras más allá la Almirante Brown… todo el resto del perímetro estaba cercado por un alambrado y las veredas con las plantas cargadas de mora. “Todo alrededor de la playa de la Estación”, indica.

 

“¿Los recuerdos más presentes? Varios: por un lado el de la sirena del Molino Werner que marcaba el ritmo de la ciudad… la llegada de los operarios, la fila de camiones para ingresar que iban perdiendo parte del cereal lo que hacía que se llenara de pájaros… Es cómo si lo estuviera viendo: el paso de un auto Valiant creo que era, y una nube de pájaros volando espantados…”. Son imágenes que persisten como huellas indelebles.

 

Vida en la naturaleza.

 

No puede dejar de mencionar “el paso por los Scout de la mano de Marcel Hubelle, de la Agrupación Trutruca. Allí vivencié experiencias de fogones con cielos estrellados, campamentos en el monte pampeano mientras se nos inculcaba amor y respeto por la naturaleza”, reflexiona.

 

El deporte también lo atrapó desde siempre: “Y me gustaba tanto que cuando me fui a estudiar barajé la posibilidad de ser Profesor de Educación Física, porque en la escuela practicaba cajón, colchoneta y vóley en un tiempo que también jugaba rugby. Y eso me quedó porque hoy hago cicloturismo y trekking con un grupo de amigos”.

 

“¿Las primeras salidas? Y… eran los bailes de la primavera en el Club Estudiantes, los cumple de 15 en algunos invitado y en otros colado. Y los boliches de ese tiempo: Kascote, Maurice y algún otro. Con amigos que coincidían con ser compañeros del colegio, como Quitito Guaycoechea, Gogui Garrigó, Omar Seibel, Miguelo Muñoz, el Loro Fernández de Macachín. Épocas hermosas”, añora.

 

Un padre ferroviario.

 

Carlos “Coco” Massera, el papá, era ferroviario y luego ya retirado se dedicó a la venta de áridos. Un hombre de pocas palabras y “de muy buen corazón… Mi abuelo Juan también era ferroviario, y desde que comenzó en Trenque Lauquen anduvo por distintos destinos… en Luan Toro papá hizo la primaria; hasta que con el paso del tiempo empezó a trabajar de Telegrafista en Anguil, donde el abuelo llegó a ser intendente y se jubiló”, cuenta Carlos.

 

No puede evitar perturbarse cuando va hacia atrás en el tiempo. “¿Sabés que tengo una foto de mi abuelo, el padre de mi madre, en la escalinata del barco, llegando de Europa con sólo 16 años? Está con una gorrita y se llamaba Raymundo Fernández… Después con el tiempo y mucho trabajo dispuso de un buen pasar, y tuvo aserradero también ahí en nuestro barrio (en Antártida Argentina y 1º de Mayo)”.

 

“Pampi”, querida maestra.

 

Carlos va contando y habla de “Pampi” –así la conocía todo el mundo-, que era su mamá, una querida maestra. “Se llamaba María Elda, y era Maestra Normal Nacional que luego estudió para Maestra Jardinera. Un tiempo se desempeñó en Ataliva Roca, luego en la Escuela Hogar, en la Escuela n.º 4, en el JIN 6 y en el Jin3 de Santa Rosa”.

 

Y sigue: “Somos cuatro hermanos, soy el mayor y después viene Oscar que es abogado; Silvina es empleada pública y Leticia es profesora de Educación Física. Con mi esposa Viviana Yáñez (docente de Nivel Inicial recientemente jubilada), tenemos dos hijas: Mariana que es médica gastroenteróloga; y Paula que es licenciada en kinesiología y fisioterapia. Con Viviana nos conocimos en Embalse Río Tercero hace 38 años, cuando su familia y la mía estaban de vacaciones, nosotros desde La Pampa y ellos desde Buenos Aires… Cuando fui a estudiar a La Plata nos empezamos a ver porque podía visitarla y al mes éramos novios. En el ‘89 nos casamos y no nos separamos más…”, dice sonriente y feliz.

 

El maldito Covid.

 

Enseguida se pone serio, porque le viene a la memoria la desaparición de sus padres… “Y sí… son trances dolorosos. Fijate que cuando fallece mamá fue en 2020, plena pandemia, estaba alojada en una residencia de contención de personas mayores, al lado de nuestra casa… esa residencia había sido justo la casa que construyó mi abuelo. Mientras estuvo enferma no pude verla sino desde lejos, y cuando se produjo su muerte el cortejo era el coche fúnebre y un solo auto… en el camino nos paró la policía y nos preguntó donde íbamos: ‘A enterrar a mi madre’, contesté, y nos dejaron seguir”, se sitúa en esa situación. “Sí, todo muy loco y muy absurdo, pero todas esas cosas pasaban en ese momento”, reflexiona.

 

Las cosas que le gustan.

 

El ingeniero, además de una profesión a la que ama y le dedica buena parte de sus días, tiene una vida. Y sonríe Carlos: “Claro, con mi esposa disfrutamos del cine… nos encantaba ir a Amadeus, y ahora a Milenium. En televisión más que nada veo deportes, y un poco algún programa de política. En deportes nada más que lo que tenga que ver con selecciones… Donde haya un equipo argentino defendiendo los colores argentinos ahí estoy. Dejé mis simpatías partidarias por todo lo que tenga que ver con selecciones nacionales”, confiesa.

 

Agrega que además les encanta “viajar con amigos, compartiendo… lo hicimos durante años con mi compadre Gustavo Cobo y su familia”.

 

Haciendo cicloturismo.

 

“Seguimos a veces en viajes convencionales o haciendo cicloturismo, armando viajes para conocer La Pampa y Argentina en toda su extensión. En bicicleta recorrimos la zona del Oeste: Algarrobo, La Humada, Cerro Negro, la Cueva de La Halada… y también hicimos de Realicó a Fortuna, Larroudé a Intendente Alvear, de Ingeniero Foster a Arata, Castex, Victorica… y para el sur Jacinto Arauz hasta Hucal, Macachín a Anchorena y 25 de Mayo. Y en el país hicimos el Camino de los 7 Lagos, los Esteros del Ibera, Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy, Salta, y el camino de Santiago de Compostela en España”, puntualiza.

 

Sostiene que con el grupo de ciclismo “se hace una actividad, cultural, social y deportiva. Antes de viajar nos informamos de la idiosincracia del lugar en el que vamos a hacer unos 60 kilómetros por día”.

 

Optimista incorregible.

 

Se define como una persona que confía en que las cosas van a funcionar: “Mi deseo es que Argentina pueda albergar a cada uno de sus habitantes y que no sientan la necesidad de irse para concretar sus sueños y proyectos. Porque aquí suceden cosas que no ocurren en otras partes del mundo”.

 

Obviamente sus deseos más genuinos tienen que ver conque sus hijas sean felices, “que se desarrollen con plenitud tanto en lo personal como en lo profesional y que puedan concretar sus sueños”.

 

A Carlos algunos le dicen que es “muy utópico porque creo en una Argentina pujante que evidencie toda su potencialidad productiva, cultural y humana. Me parece que una demostración de mi utopía fue la cancha de hockey del Club Estudiantes… mi hija menor jugaba y surgió la ilusión de tener la cancha de césped sintético para seguir creciendo. Con el compromiso de los dirigentes e integrantes de la subcomisión de hockey, empresas del medio y familias de las jugadoras hicimos té bingo, rifas, polladas y sorrentinos. A los pocos meses inauguramos la cancha en el predio Victor Arriaga teniendo como padrino a ‘Cachito’ Vigil, nada menos”.

 

“Y fue un acierto, porque a partir de allí explotó la actividad no solo en Estudiantes sino también en La Barranca, en clubes de Pico, y se pudo reactivar la Asociación Pampeana de hockey de la cual formé parte”, concluye sobre el tema.

 

Me mira y enfatiza al decir: “Tengo la idea fija que nuestra comunidad es tan fuerte como la madera del caldén… aquí llueve poco, todo cuesta, tenemos una región semiárida, y eso nos obliga a meterle… porque sino no salís. Y tengo fe, y me esfuerzo para que esto suceda”, señala.

 

Volver al barrio.

 

Lo cierto y concreto hoy es que el ingeniero Carlos Masera vuelve al barrio… Y vaya si será especial para este hombre volver a esa esquina que lo vio crecer. “Recorrer estas calles me retrotrae a vivencias de mi infancia y mi adolescencia… No me olvido que soy hijo de trabajadores: un ferroviario y una maestra… y que fue la educación pública, la que lleva a la famosa movilidad social, la que me permite después de haber estudiado volver a mi barrio para hacer obras que llevarán a mejorar la calidad de vida de los vecinos. Es fuerte si lo pienso así…”.

 

Sí, es fuerte… y se me ocurre a mí reversionar: “Caserón de tejas/¿te acordás hermano, de las tibias noches sobre la vereda/cuando un tren cercano/nos dejaba viejas/raras añoranzas/bajo la templanza suave del rosal?

 

¿Te acordás Carlitos?

 

En la esquina de los años felices.

 

Va y viene entre las máquinas y los operarios. Los trata con afecto y se muestra afable mientras sigue dando órdenes: “Muchachos… el casco”, recomienda mientras los trabajadores sigue moviéndose en esa esquina que tanto conoce.

 

Allí su empresa llevará adelante la Obra de Renovación de Red de Agua Potable y Cloacas que se hace en Villa del Busto y Villa Tomás Mason, contratada con el Gobierno de La Pampa.

 

CM Construcciones emprendió tareas en 70 cuadras donde se hace recambio de la red cloacal y la de agua. “Está todo detonado en esas dos barriadas, colapsó el sistema porque cumplió su vida útil: es un cuadrado que abarca calles Santa Cruz, Spinetto, Antártida Argentina y 1º de Mayo. En tres meses vamos a hacer la 1º de Mayo hasta la Cooperativa de Electricidad, y ahí nomás la Raúl B. Díaz, que es eje de tránsito de ese sector de la ciudad y nos obliga a trabajar rápido”, admite.

 

Su barrio de ayer.

 

Precisamente en las inmediaciones de esa esquina de 1º de Mayo y Jujuy, Carlos transitó algunos de sus años más felices. Y ahora volvió a ese mismo sitio para llevar adelante obras imprescindibles para los vecinos que –en su gran mayoría-- ya no son aquellos con los que él y su familia compartieron nada más ni nada menos que la vida cotidiana.

 

Ahora en la cuadra queda solamente Horacio Lambert (“Cuchuflito”) –quien se acercó a saludar--, y con quien se conoce desde que eran pibes. Los demás ya no están… Algunos se fueron, y otros ya no están entre nosotros…

 

Su empresa.

 

CM Construcciones –su empresa- se constituyó en 2005, y ha venido trabajando en diversos pueblos, haciendo centro básicamente en Macachín y llegando a Ataliva Roca, Doblas, Riglos, Lonquimay y Uriburu. “Alguna vez también anduve haciendo redes de gas y obra pública en Castex… y te digo, nunca en mi vida vi a alguien con tanto amor por su pueblo como Livio Curto”, reconoce.

 

“Anduve en general en la construcción de viviendas. Mi primer trabajo ya recibido de ingeniero fue en el IPAV, también fui Ingeniero jefe en Vialidad Provincial; hasta que luego a contramano de la lógica deje un trabajo seguro y formé la empresa, que hoy al parecer está consolidada”.

 

Uno vuelve siempre.

 

Y sigue: “Y sí... ahora volviendo al barrio donde frente a mi casa jugaba con los autitos con masilla en el cordón de la vereda… ¡Cómo no me va a emocionar que esto me haya tocado en suerte!”, dice y se le ilumina la mirada.

 

Pero lo cierto es que ahora regresa... y a mejorar la calidad de vida de los vecinos. Aunque si bien su vuelta está vinculada a llevar adelante una obra, Carlos hace cierto aquello de que “uno vuelve siempre, a los viejos sitios donde amó la vida…”.

 

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