Viernes 26 de abril 2024

“Confunden popularidad y legalidad”

Redacción 20/10/2023 - 09.23.hs

El historiador Alan Marcelo Henríquez Chávez (Universidad de Princeton, Estados Unidos) llegará a Santa Rosa para brindar una conferencia magistral en la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam. El encuentro, denominado “Corrupción, pandillas y autoritarismo: El régimen de Nayib Bukele como institucionalización de la violencia en El Salvador”, se llevará adelante hoy viernes a las 19 horas en la sede de Coronel Gil 353.

 

LA ARENA habló con el investigador, quien anticipó la conferencia.

 

- ¿Cuál será el tema central de la exposición?

 

- Hablaremos sobre los problemas sociales, políticos y económicos que le dieron al actual presidente de El Salvador las condiciones necesarias para llegar al poder. El Salvador, hace no muchos años (2015), fue reconocido internacionalmente como el país más violento del mundo por tener la tasa de homicidios más alta en el planeta. Esta crisis de violencia estaba asociada al ahora mundialmente conocido fenómeno de las pandillas, sin embargo, la violencia, incluyendo la violencia homicida, habían sido una constante en la historia del país después de 50 años de dictaduras militares y casi 20 años de conflicto armado interno. Por otra parte, es también importante decir que no era el único problema. El Salvador enfrentaba también grandes problemas económicos y sociales que los miembros de la clase política del país, tanto de la derecha como de la izquierda, después del fin de la guerra en 1992, se encargaron de empeorar con cada gobierno. Es en esta crisis de credibilidad de los principales partidos políticos, una profunda crisis económica que no terminaba de hundir al país por el salvavidas de las remesas de los migrantes en Estados Unidos, y la imparable ola de violencia de pandillas que la figura de Nayib Bukele se presenta al país como un líder con pretensiones mesiánicas, de salvador y redentor. El pueblo, votando con la sabiduría de la desesperación, le da altísimos niveles de voto, aceptación y popularidad que él ha usado y sigue usando como una carta blanca para hacer un uso arbitrario del poder, aunque sus decisiones vayan en contra del orden democrático o, incluso, de la Constitución.

 

Sobre lo que conversaremos en la universidad es sobre las condiciones históricas que crean el terreno fértil para este voto desde la desesperación y el deseo de castigar a los partidos tradicionales, este voto desde la crisis y desde la idea de que es más importante “hacer las cosas” que respetar el orden democrático, ese voto que da el espacio de oportunidad para que despunten figuras como la de Bukele o, en el caso presente de Argentina, la de Milei, quien ya se ha pronunciado en términos muy favorables del régimen de Nayib Bukele.

 

- ¿En qué medida Bukele como modelo de los líderes mesiánicos en América Latina puede ser el espejo del futuro de Milei?

 

- Aunque parezca obvio, es importante reconocer que no sólo estamos hablando de dos países profundamente diferentes, sino también de países con problemas muy disímiles. Lo que comparten, como muchos países en América Latina en este momento, es una situación de crisis de credibilidad de los partidos políticos tradicionales que se han probado incapaces de resolver los problemas que tocan las fibras más sensibles de las realidades de sus países. Por mucho, el problema de la violencia era el más sentido y Nayib Bukele entendió dos cosas claves: primero, que por su sensibilidad, el problema de la violencia era un generador de opinión pública que podía ser el elemento crítico que podría mover una elección para un lado o para el otro; y, segundo, que como problema de opinión pública, el tema con la violencia no radicaba tanto en resolverla como en extirparla de la cotidianidad y visibilidad de los espacios de las amplias mayorías. Una red de crimen organizado enquistada en el Estado no es para nada igual de visible y real para la mayoría de la población como lo es la criminalidad que invade sus barrios y sus calles. Esta es la violencia que Bukele atajó y los réditos de la estrategia se pueden ver en sus niveles de aceptación y, por supuesto, en lo atractivo que ha resultado para otros líderes políticos seguir este modelo para escalar rápidamente en las encuestas de intención de voto o de popularidad ya en el poder. En el caso de Argentina, la situación crítica de su economía hace medianamente fácil para líderes como Milei perfilar el problema que hay que atajar y los culpables de llevarlo hasta este punto. Él entonces sólo tiene que vender su imagen, principalmente en redes sociales como lo diametralmente opuesto a esos culpables, como el anti-político que está dispuesto a hacer “lo que sea necesario”, y a hacerlo rápido, para reordenar la mesa y darle una nueva oportunidad a un país que está empantanado en las mentiras de su clase política. El peligro de esto, por supuesto, es que ese “lo que sea necesario” pasa generalmente por procesos que desconocen la importancia del orden democrático, de la ley y, en el caso de Bukele, incluso de la Constitución. Es un pragmatismo político que confunde la popularidad con legalidad y que hablando en nombre “del pueblo” hace un uso arbitrario y antidemocrático del poder con la justificación de que el cambio implica tomar una “medicina amarga”, que pasa por el sufrimiento de poblaciones en graves situaciones de vulnerabilidad y por un reordenamiento de los poderes del Estado que les permita a estas figuras mesiánicas un uso totalmente discrecional del poder.

 

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