Falleció Alberto Torroba
El navegante y aventurero pampeano Alberto Torroba falleció en un campo de Anguil a los 73 años de edad. Padecía un una larga enfermedad.
Torroba, socio honorario de la Asociación Deportiva Argentina de Navegantes (Adan), nació en La Pampa en 1952. Pasó dos décadas recorriendo el mundo antes de regresar a La Pampa. En 1989 cruzó el Pacífico en un bote de vela, sin instrumentos y guiado sólo por las estrellas.
Antes de emprender su primer viaje, Alberto estudiaba matemáticas en Buenos Aires. "Descubrí que la vida de un matemático gira siempre en torno de la universidad, y empezó a dejar de interesarme. Era 1977 y te llevaban preso por tener pelo largo. Las cosas eran cada vez más difíciles y me fui", contó en una entrevista. Vendió una moto y llegó a Madrid con 50 dólares en el bolsillo. Pasó algún tiempo en Ibiza y un año en Berlín. Atravesó el viejo continente hasta la India, donde se quedó dos años. Vivió en Taiwán, Sri Lanka, Katmandú y recorrió el Himalaya a pie antes de llegar a Japón, donde armó su primer velero y se hizo a la mar.
Ver el mundo.
Sus aventuras llegaron a plasmarse en un libro, denominado "Relato del Náufrago y el Ave Marina. De cómo un pampeano vio el mundo y cruzó el océano tropical en canoas a vela y remo".
En el prólogo de la publicación se sintetizó una vida de aventuras, que incluyó el cruce del océano para llegar a la Polinesia. "En la época de los hippies conoció Europa con la mochila al hombro. Pasó bastante tiempo en la India y en el lejano Oriente. Desde Japón, con nociones autodidactas de navegación llegó a Borneo. Repatriado por falta de visa, zarpó de Buenos Aires con otro barquito elemental, que perdió a los pocos días. Sin amilanarse armó un bote a vela y remo que bautizó Náufrago, con el cual a veces solo y a veces -joven enamoradizo- acompañado de alguna novia, llegó a Panamá".
Luego se destacó que "pasó su bote por tierra al otro lado del istmo y tras otro periplo construyó en Colombia el “prao” Ave Marina, que navegaba bien pero era inhabitable. Entonces, del tronco cavado de un árbol de la selva del Darién hizo otra Ave Marina. En esa canoa de 4,50 metros por 1,50 metros a vela y remo y sin ningún instrumento, cruzó el océano hasta la Polinesia. Todo esto fue posible merced a su inspiración y fuerza de voluntad, gran resistencia física y conocimiento y aptitudes inusuales".
En este libro también se puede encontrar la transcripción fiel del diario del pampeano desde el Río de la Plata hasta la Polinesia, "pero su historia va más allá y en la nota final del editor reseña las interesantes andanzas de este viajero extraordinario".
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