Historias que se cruzan, de Dakar a Toay
Es común verlos en esquinas de la ciudad -y en casi todas las importantes del país-, con sus puestos de venta de bijouterié. Algunos se afincaron y se quedaron, como Mamadou. Pero él no vende relojes.
MARIO VEGA
Hay historias en la vida que se van cruzando con otras historias, y sucede cuando el destino conduce a las personas por senderos impensados. Historias que tienen su escenario en determinados lugares, y a veces se da -cada vez con más frecuencia- que atraviesan el mundo para encontrarse con otras... y más en estos tiempos donde la comunicación es instantánea, inmediata si se quiere.
Por ejemplo, alguna puede desarrollarse en la lejana África, y por alguna circunstancia inesperada encontrarse con otra que transcurría, por ejemplo, en La Pampa.
Todo se relaciona.
Porque de verdad el mundo parece ser, ahora sí, un pañuelo. Con toda la modernidad, con los adelantos tecnológicos, con esa inmediatez para lo bueno y, lamentablemente, también para lo malo que hace que lo que sucede en una parte distante pueda llegar a la otra punta del universo. Al otro lado de la tierra.
Y si no ahí tenemos como ejemplo ese flagelo que fue la pandemia -que todavía nos acecha-, que conocimos se estaba gestando en la lejana Wuhan (China), y que más rápido que lo imaginado un día tuvimos presente entre nosotros con su carga de muerte y de dolor. O esa guerra que ahora observamos en vivo y en directo... y tantas otras cosas.
Por eso, aunque aún nos llame un poco la atención -cada vez menos-, se dan hechos y circunstancias que entrelazan a personas de sitios muy alejados entre sí, para conformar una historia en común.
Los Zelarrayán.
Los Zelarrayán son una familia tradicional afincada en Toay hace muchos años. Una gran familia con muchos integrantes, que comenzó a gestarse con la llegada al entonces Regimiento 13 de Caballería, de José Nicanor (el cocinero del cuartel); e Inés Escudero, que serían padres de ocho hijos: José (El Manco, fallecido), Gladys, Alberto, Carlitos, Mario, Estela, Fabián, y Juan Domingo ("Manija" para todo el mundo).
Se transformaron en un grupo que se constituyó en parte de la historia de la localidad, al punto que cualquiera que llegue a Toay preguntará por allí y arribará sin inconvenientes al domicilio de algunos de ellos.
Los muchachos han sido deportistas, como "El Manco", uno de los mejores bochófilos de la zona; Mario que jugó al fútbol, y "Manija" también futbolista con paso por diversos clubes de la zona. Gladys, por su parte, es conocida también en Santa Rosa, porque por muchos años trabajó en la reconocida tienda Gálver.
"Manija", gastronómico y futbolero.
En el caso de Juan Domingo ("Manija") hay que agregar que, además, resultó muy afamado como gastronómico, porque afrontó diversos emprendimientos hasta que hace 9 años cerró su parrilla "Don Pepe" que funcionó hasta el último día en lo que era el salón comedor del Hotel San Martín, en calle Pellegrini de Santa Rosa.
Heredó de su padre la pasión por la cocina, y además tuvo en Toay primero una Heladería, y después una reconocida pizzería, que en ambos casos llevaron la designación de "La Terminal".
En lo deportivo cabe decir que es fanático de Ríver, y jugó fútbol en Atlético Santa Rosa, General Belgrano, Simón Bolívar, Anguilense, Cultura Integral de Colonia Barón, y también despuntó el vicio en la Liga de Veteranos. Algún tiempo le hizo a las bochas; pero aquí el campeón y el mejor de los Zelarrayán era "El Manco".
La familia.
Con el tiempo Juan Domingo se casó con Mirta Susana García, con quien tienen tres hijos: Juan José, Claudio Marcelo y Cecilia. Los dos primeros hicieron su propia historia y partieron a realizarse en otras ciudades: uno a La Plata y el otro a Cinco Saltos.
Después llegaron los nietos: Felipe (11) y Fermín (9) viven en Cinco Saltos; Allegra (10) y Valentino (7) en La Plata; pero hay un quinto que es el único que vive en Toay, y desvive al abuelo que lo malcría todo el tiempo ante la mirada indulgente de sus padres. Se llama Juan Cheikh y tiene apenas dos años cumplidos.
Volviendo al principio y hablando de vidas que se cruzan, hay que decir que si bien la mamá es Cecilia Zelarrayán, nacida y criada en Toay; su padre viene de una tierra muy, muy lejana...
El hombre de Senegal.
Mamadou Diop (45) es llegado, precisamente, de la distante y misteriosa África. Nacido en Dakar, se decidió a cruzar el Atlántico tras otra historia -que no oculta-, y ya lleva una decena de años en Argentina.
"Manija" (hoy suegro de Mamadou), al que conozco creo que desde siempre -quizás por andar los caminos del fútbol-, se entusiasma cuando cuenta sobre "El Negrito". Un hermoso morenito que no es otro que su pequeño nieto que constituye hoy en día -sin dudas- el centro de su universo... Y con el que andan todo el día juntos.
Pero al siempre afable "Manija" últimamente le ha surgido una preocupación que le estruja el alma, aunque la dibuje un poco detrás de esa sonrisa que lo acompaña casi siempre... Es que Mamadou tiene pensado en algún tiempo más regresar a su tierra. Obviamente con Cecilia y el pequeño Juan...
Historias cruzadas
Hace algún tiempo ya lo encontré a "Manija" en el centro de la ciudad, y como todo el día habla de su pequeño nieto esa vez no fue la excepción. Y así contó que su hija se había casado con un muchacho senegalés que "se dedica a las artesanías", simplificó.
"Es una linda historia... tal vez te sirva para una nota", sugirió. Y ciertamente me interesó eso del cruce de culturas y de historias originadas en lugares tan distantes: el hombre que venía de África, y la muchacha que siempre vivió en Toay. En estas épocas a lo mejor no tan extraño como antes, pero quizás una experiencia para ser conocida.
Y allí fuimos. "Manija" y su familia nos estaban esperando -al fotógrafo y a mí- y vinieron las presentaciones de rigor. "Mi esposa, Cecilia mi hija, Mamadou... y él es Juan", lo señala al pequeño y se le ilumina la cara con una sonrisa.
Oriundo de Senegal.
El hombre de África es amable y simpático, conversa en un castellano fluido y claro y acepta contar de su vida delante de sus suegros y Cecilia, mientras Juan Cheikh anda por allí a toda velocidad correteando -si hasta me pareció un poquito peligroso- con su minúscula bicicleta.
Mamadou relata que es "nacido en Dakar, la capital de Senegal", que es hijo de Tidiane, un militar francés; y de Awa, que es comerciante pero también se dedica a la política y es concejal en su ciudad. Admite, ante mi pregunta, que viene de una familia acomodada y en la que no pasaron dificultades, aún cuando Senegal es un país que tiene un alto porcentaje de pobreza y muchas carencias en su población. No es el caso de los Diop.
Mamadou y sus hijos
Mamadou Diop (45), tiene tres hijos: Fatou (22), una jovencita que tiene 22 años producto de una relación en su país, quien es profesora de Historia en Francia; Galatea (7), de la pareja que formó con una chica pampeana que estudiaba Abogacía en Buenos Aires (y con quien llegó a Santa Rosa); y luego, ya separado de ella, tuvo con Cecilia a Juan Cheikh (2).
Cuando arribó al país tuvo cuatro años en que se dedicó a montar obras de arte, hasta que sobrevino el divorcio de la mamá de Galatea. Luego de eso un tiempo en Mar del Plata, hasta que decidió que quería conocer Santa Rosa, donde una vez instalado dio clases de francés y tallado en madera en el Centro Municipal de Cultura.
Viviendo en París.
A los 18 años decidió marchar a París, donde vive una de sus hermanas y permaneció una década porque había comenzado la carrera de Abogacía. Eso hasta que dejó de estudiar porque se dio cuenta que lo suyo no eran las leyes, sino el arte... . "Me gustó la historia de las máscaras africanas y su significado", explica
Y después agrega que su origen y existencia -la de las máscaras- se remonta a la Edad de Piedra. Durante miles de años, los africanos han incorporado máscaras tribales en sus ceremonias, rituales y celebraciones culturales. "Son 3.465 máscaras", precisa, "y cada tipo tiene su poder o significado... Se piensa que son para protección del hogar, se usa en los bailes tribales, para agradecer", y son talladas en madera.
Galerías de arte.
Mamadou antes de partir a América supo tener una galería de Arte en la Isla de Gore, que es considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ubicada a pocos kilómetros de Dakar, la isla durante décadas mantuvo el triste privilegio de ser el lugar desde donde en el siglo XVIII -y aún antes- partían los esclavos hacia otras partes del mundo. Hoy, para saber de aquella triste realidad muchos turistas van a conocerla.
Diop es conversador, inteligente y no tiene problemas en dar detalles de su vida, de lo que hizo, y de sus planes futuros. Dice ser musulman, pero que no es un practicante fanático de la religión.
Nuestro amigo africano además instaló en Dakar un cyber, local que aún conserva pero que, obviamente, ahora permanece cerrado. Lleva recorrido casi toda Europa -porque no es difícil moverse por allí de diversas maneras-, y sostiene que Berlín es la ciudad más bella para vivir, e incluso la elige por sobre otras grandes capitales del viejo continente.
"No vendo relojes".
Cuando llegó a Argentina rápidamente se relacionó con el mundo del arte e hizo conocer las máscaras talladas que son su especialidad. "No vendo relojes... yo soy profesor de Arte Africano", reitera por si hiciera falta, mientras explica que vende su trabajo a través de páginas de internet. No obstante en Toay también restaura muebles, ventanas de madera y hace distintos trabajos con el material que mejor conoce.
Cuando le pregunto cómo es que los senegaleses en general se dedican al comercio en puestos callejeros -hay alguna que otra excepción-, un poco elude la respuesta.
Porque es verdad que a muchos nos extraña que se dediquen a lo mismo, y en voz baja se suele comentar que "tiene que haber alguna organización" que cuando llegan al país los ubican en ese oficio con puestos callejeros. Los vemos aquí mismo, donde cada día son parte de la postal de la ciudad.
Pidió la mano de Cecilia.
Cecilia, como quedó dicho, nacida en Toay, es docente, maestra jardinera, y hoy se desempeña en el Instituto Visión Tecnológica, en Santa Rosa.
"¿Cómo nos conocimos con Mamadou? Creo que fue en una muestra en el Medasur", lo mira y un poco pide confirmación. Comenzaron a hablar, surgió el amor y un día él se decidió a hablar con "Manija" y Mirta, los padres.
"Sí, vino, se sentó a esta misma mesa y me dijo que estaba enamorado, que quería estar con Cecilia", admite el suegro.
Y por supuesto le dijiste que sí, le apunto. "¡No! ¡Le dije que no!", responde serio "Manija".
"La verdad es que yo no quería... pero. Aquí está", señala a su yerno y se resigna, aunque se le nota que ahora le tiene afecto. Y lo disfruta con ganas Mamadou mostrando su amplia y blanca sonrisa. Y sí, le ganó al escepticismo del ex gastronómico.
"Quiero volver a Senegal".
Mamadou sostiene que nunca se sintió discriminado por el color de su piel, y lo que pareciera es que en realidad no le da ninguna importancia a eso. Después dice que si bien le encanta Toay, por la tranquilidad, y por la seguridad "sobre todo", tiene un deseo que no oculta: "Mi plan es volver a mi tierra definitivamente... afincarme allá unos 9 meses al año y otros tres venir a pasarlos aquí junto con mi familia", expresa, mientras "Manija" se revuelve inquieto en su silla.
"El Negrito no se va".
"Ellos se podrán ir, Cecilia y el Negro (Mamadou), pero 'El Negrito' se queda acá. Juancito no se va, desde ya les digo", afirma en un tono casi de sentencia.
Y seguro debe ser algo que le mueve el alma a Juan Domingo y a Mirta, que hoy disfrutan de la cotidianeidad del único nieto que tienen al alcance inmediato de su amor, y que quizás en algunos meses parta a África junto a sus padres.
Cecilia no parece dudarlo demasiado. "Yo quiero que Juanchi conozca a su abuela paterna, que sepa de las costumbres y la lengua de Senegal... porque Mamadou casi no le habla en su idioma", dice en tono de reproche la madre del pequeño.
Es notable advertir que Cecilia se ha interesado por la cultura senegalesa -me habla de eso con conocimientos-, porque sabe qué dialecto se habla, cómo es el modo de vida de su gente, y quiere que su pequeño Juan también conozca todo eso.
Gente de aquí y de allá.
Por ahora, y en razón de que Mamadou no pudo conseguir su pasaporte -al parecer por razones burocráticas-, la partida de la familia se está retrasando (ya había sucedido por la pandemia). Pero cuando todo se normalice es probable que el viaje se produzca, y es un poco triste pensar en "Manija" y Mirta sufriendo por la ausencia del "Negrito", como le dice su abuelo.
Como se ve, una historia ínfima de por aquí nomás. Una más, como tantas... En este caso involucrando a gente de acá con otra de más allá... De mucho más allá.
Y habrá que entender que todo cambió de tal manera que, en estos tiempos, el universo casi no reconoce fronteras. Para bien, y para mal, "Manija". ¡Qué le vamos a hacer! Así son las cosas...
El deseo de volver a Senegal.
Mamadou Diop ingresó al Aeropuerto de Ezeiza una oscura noche del 2010 a las 22.35, según cuenta con absoluta precisión. Lleva instalado en Argentina casi 12 años, y desde entonces no ha regresado a su tierra, que es lo que ahora anhela fervientemente.
"Mi padre falleció hace algún tiempo, pero tengo muchas ganas de ver a mi madre y mis hermanos. Que conozcan a Juan...", dice el hombre moreno poniéndose un poco serio.
En un momento ha contado que generalmente quienes abandonan Senegal son hombres. "Sí, hay muy pocas mujeres senegalesas que van solas a la inmigración. La mayoría lo hace después que su marido tiene residencia en otro país. Lo habitual es que sea el hombre el que se va para poder llevar luego algo para la familia", completa.
Agrega que la mayor fuente de ingresos de la economía de Senegal está dada por el comercio; "porque tiene una Aduana en el puerto más importante de África". En cuanto a la lengua apunta que "se habla como primer idioma francés, pero el dialecto y segunda lengua es el Wolof".
El país africano del que proviene Mamadou cuenta con casi 17 millones de habitantes, en tanto la capital es Dakar que tiene algo así como un millón 200 mil pobladores.
Su bien tiene un rico legado colonial francés y muchas atracciones naturales; su población, mayormente, no tiene un buen nivel de vida.
El PBI por cápita es de 1.390 euros, por lo que se encuentra en los lugares más bajos de la tabla; y si bien es un país estable eso no puede ocultar la pobreza predominante. Más del 50% de sus 17 millones de habitantes -según datos de la ONU- vive por debajo del umbral de pobreza.
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