Los Sombra, magos de los potreros
¡Un poquito jugaban a la pelota! En un barrio donde ese era el juguete de todos, ellos tenían la destreza y la picardía aprendida en los potreros, y deleitaban con sus fintas, sus gambetas y sus goles.
MARIO VEGA
Siempre me propuse escribir unas líneas sobre aquellos tiempos de muchachitos, cuando apenas nos alzábamos una cuarta del suelo y la pelota era nuestro juguete preferido. El que estaba al alcance de todos, y nos mantenía entretenidos en ese momento en que lo único que importaba era jugar. Sólo jugar.
Días sin celulares, sin internet, sin tablet. E incluso sin televisión, porque ni Canal 3 existía en esa etapa. Tiempos en que otros deportes se nos antojaban extraños, o poco sabíamos de ellos. Porque si bien hoy son alrededor de 40 disciplinas que se practican por aquí, antes sólo conocíamos quizás el básquet en algunos clubes --a los que no todos accedían--; un poco de ciclismo (había que tener bicicleta, claro), y algún otro que, seguro, no era demasiado popular entre los pibes.
Jugar a la pelota.
Era una edad en que nuestras obligaciones sólo pasaban por ir a la escuela, hacer los deberes –no siempre, cabe admitir-- y salir presurosos a la calle a encontrarnos con los amigos del barrio. Y entonces acercarnos al baldío más cercano; o en todo caso --y si cuadraba-- colocar un par de remeras en ambos extremos de la “cancha” que armábamos en medio de la calle polvorienta para pasar horas pateando una pelota. Total sólo esporádicamente pasaba algún que otro auto.
Ya no existe el potrero, ese terreno de tierra despareja con una que otra mata de algún arbusto rastrero, que era el mejor escenario para un grupo de chiquilines que sí, eran felices. No importaban allí condicionamientos sociales, ni diferencias de creencias de ningún tipo.
Era sólo divertirse despreocupadamente. Sólo jugar a la pelota…
Cuna de talentos.
Alguna vez el cantautor Oscar García supo decir que del otro lado de las vías –hacia el norte de la ciudad-- existía un cuadrado mágico. Era en esa geografía –la Villa del Busto y la Tomás Mason-- donde algo extraño y misterioso parecía suceder. Allí, en esa barriada de casitas bajas y humildes, cada tanto solían escucharse los acordes de una guitarra, o una voz afinada que parecía flotar en el aire. “Hay un perfume de glicinas y malvones/en las noches ardorosas del trovero", cantaba Pelusa Díaz (el guitarrero y cantor de miel en la garganta, que pocos saben también era de los que decía presente con su zurda en los picados del potrero).
Yo también creo que algo más tiene que haber, porque no puede ser que justamente en ese suburbio detrás de las vías al norte, se dé esa mágica conjunción. Es allí donde los duendes parecen revolotear produciendo efectos especiales de modo tal que termine siendo, de alguna manera, una cuna de talentos.
Una energía especial.
Alguna vez escribí en estas columnas que en Villa Tomás Mason y Villa del Busto pareciera haber una energía especial que hace aflorar la creatividad. Cantores y guitarreros, pero también deportistas de nota surgieron de ese barrio de casitas bajas.
Musiqueros de los buenos –Leoncio Ramos, los hermanos Díaz, Delfor Sombra, Oscar García, Víctor Hugo Godoy, Paulino, Julio Domínguez, y tantos otros--, deportistas destacados –El Gato Villalba, Golepa, Paladino, Héctor Urquiza--; y además en el campo de la ciencia Ana Caumo, hija de una reconocida familia de la zona que –se recordará-- fue la encargada del proyecto que construyó el Arsat 1 y le tocó apretar el botón que en la base Kourou (en la Guayana Francesa) lo envió al espacio.
Vaya si tiene para mostrar esta barriada.
La de goma o la de trapo.
Pero creo me fui en divagaciones. La intención era sólo volver la mirada atrás para revalorizar nuestros añorados y queridos tiempos de purretes. La Escuela 314 (hoy 201) en cercanías del Club Argentino, y la Escuela 4, eran lugares comunes que nos juntaban en las aulas de la primaria, y sus patios las canchitas donde los más habilidosos se lucían, con la pelota de goma, o la de trapo armadas con medias robadas a la vieja.
Y entre los que jugaban había de todo… los esforzados y entusiastas que no sobresalían pero aportaban lo suyo, y los otros… que ya se veía iban a ser muy buenos.
Los tres hermanos.
Y entre estos los tres hermanos… Los Sombra: Hugo, Lito y Quiche. Siempre los recuerdo llegando a los lugares donde se jugaba baby fútbol acompañados por su hermano mayor, Jaime Montiel, que hacía de suerte de delegado y director técnico, aunque ellos no necesitaban ninguna indicación.
Llegaban juntos, en un grupo con “La Mona” Díaz, Juancito Gauna, Floro Andino y algunos otros... La rompían.
Con los años –un poco más grandes--, se juntaron con otros tremendos jugadores como El Negro Villalba (después le dirían El Gato), Aldo Bafundo, Brujo Cabral al arco… Eran “Los Hippies”, que en la canchita de la Parroquia La Sagrada Familia daban verdaderos espectáculos futboleros. Tenían una sensibilidad especial para tratar la pelota –los Sombra los primeros--, luciendo su destreza para la finta y la engañifa; eran los ilusionistas del nada por aquí, nada por allá... para salir por el lado inesperado dejando parado al adversario con una gambeta, un taco o un sombrero…
La familia Sombra.
Pero quiero volver a los hermanos. Hoy personas grandes, con familia, hijos y alguno con nietos. Ahora ellos pueden decir que han tenido una linda vida, que no sólo fueron de esos jugadores de fútbol que siempre se recuerdan sino que, además, han sido buena gente.
Vivían de muy pequeños en la Chacra 40 –justo detrás de la 314-- con un familión donde también estaban los tíos –Delfor Sombra entre ellos--, hermanos de Luis, el padre de nuestros protagonistas de hoy.
Fue hasta que merced a un crédito del Banco Hipotecario –otros tiempos-- se fueron a vivir a la casita de Santiago del Estero 565, siendo todavía muy chicos. Allí todavía sigue Lito…
La mamá de Hugo, Lito y Quiche era Isabel, que con el tiempo se iba a radicar en Bariloche.
Quién es quién.
Hugo Aníbal es el mayor, casado con Norma Albarracín hace muchos años, tiene tres hijos: Gabriela Viviana (empleada municipal), Fernando Darío (trabaja en la UNLPam) y Federico Raúl.
Trabajó desde muy pibe como cadete en la Farmacia Galeno Gama, muchos años en Neogas (distribuidora de gas en garrafas) donde fue compañero de Brujo Cabral; y finalmente en OCA donde finalmente se jubiló.
Hoy, y desde hace algunos años, es dirigente del Club Argentino, cuya casaca verde con vivos blancos supo vestir alguna vez. Tuvo un amplio recorrido futbolero, porque también se destacó en diversos clubes de pueblo como Ingeniero Luiggi, Embajador Martini, Estudiantil de Castex, y pasó brevemente por Sarmiento.
Pero si algo se destaca de esos años es que se consagró campeón de la Liga Cultural en 1966 en ese equipo en que jugaban los hermanos Rechimont, Páez, Misiro Cabral, Jorge Salas, Ricardo Galera, Lupardo y otros grandes de nuestro fútbol.
Hugo fue un delantero veloz y revoltoso, que además tenía buen manejo de pelota.
Forma parte de la gran historia del Deportivo Uriburu, aquel equipo que destronó a ese All Boys que ganaba torneo tras torneo.
Lito, el “matemático”.
Lito es Miguel Angel, el del medio. Tiene tres hijos: Diego Nicolás (técnico en Turismo que trabaja en el ACA); Mariela Paola (profesora de Música en la Escuela 4); y Cinthia Melina (maestra de grado en la Escuela 180). Es el único con nietos: Juan Cruz (7) y María Pía (6).
También supo de trabajar desde muy pibe. “Estuve de cadete en la Bombonería ‘Reina’, que estaba frente a la plaza; después en la tienda Delva y también fui lavacopas en el Bar Apolo. Eso hasta que me tocó Aeronáutica en Tandil… ahí fue que jugué en Loma Negra”, rememora.
Con el tiempo logró ingresar a trabajar en Casa de Gobierno, donde estuvo muchisimos años desempeñándose como chofer hasta que le llegó la jubilación.
¿El mejor?
¿Cómo jugaba? Sus hermanos dicen que era el mejor de los tres. Lo recuerdo como un volante hábil, de buena pegada y con gran visión de juego. Uno de esos matemáticos del fútbol… esto es que saben qué hacer en cada momento para poner la pelota de manera exacta en los pies del compañero que va a definir. Sí, un crack.
Lito jugó bastante tiempo en Sarmiento, pero también anduvo mucho por el interior, como en Rolón, Trenel, Ingeniero Luiggi; y en varios equipos del oeste de la provincia de Buenos Aires.
Hoy colabora con Daniel Petrucci en el equipo E&M que participa en los torneos de aficionados, porque allí está su hijo Diego (“Un zurdito que juega lindo”, lo definió Daniel).
Quiche, el goleador.
Luis Alberto es Quiche, el menor. Cuando chiquilín fue cadete de la Tienda Los Sorianos, donde empezó repartiendo volantes por las casas. Luego se fue un par de años a Buenos Aires, donde trabajó en Aerolíneas en Ezeiza, hasta que debió volver para hacer el Servicio Militar.
Confiesa que “al fútbol le debo todo…”. Es que desde que jugaban en los baby le tiraban algunos pesos. “Nos buscaban para llevarnos a algunos pueblos”, agrega sobre esos tiempos de pibe cuando los “contrataban” a veces con “La Mona” Díaz.
Pero sí que el fútbol le dio mucho: “Un día el doctor Rubén Marín (era presidente de la Legislatura) me dijo ‘se que sos bueno al fútbol. Vas a empezar a trabajar aquí, pero tenés que jugar en All Boys de Trenel’”, cuenta.
Y claro, cómo no iba a aceptar. Pero justo se produjo el golpe de 1976, y Quiche y muchos otros empleados de la Cámara fueron distribuídos en distintas dependencias… “A mí me tocó Catastro, y ya sabés…”, me mira y sonríe.
Pasión por el baile.
Es que allí conoció a Norma De Luca, su esposa y madre de sus hijos: “Llevamos 48 años juntos”, ratifica. La familia se completa con Mauro (Analista de Sistemas), y Melanie (recibida en la Universidad Nacional de ls Artes en Buenos Aires; que tiene su salón de Danzas El Bagual, justo al lado de la casa de sus padres).
Hay que decir que Quiche y Norma son amantes del baile, y peña que hay, o lugar donde se arma un bailongo allí están. “La verdad es que no jugué más al fútbol… pero somos de mucho salir y nos encanta bailar… es sanador”, me dice como animándome para que me sume.
Se destacó con la camiseta de Sarmiento, donde debutó en primera división siendo un pichoncito. “Lalo Suárez Cepeda nos subió a todos los que jugábamos en la cuarta porque hubo un problema con los que estaban en primera y ahí arrancamos”, explica.
El goleador.
Después anduvo por todos lados. “Si hasta jugué en Bariloche donde estaba viviendo mi mamá. Me anotaron con otro nombre en Independiente, pero estuve tres meses… no aguantaba el frío y me volví. El presidente del club quería a toda costa que me quede y me ofreció trabajar en un banco, o en la radio, pero me vine”.
Aquí aparecería otra vez Suárez Cepeda: “Le debo mucho… él era muy amigo de Marín y me consiguió el trabajo, pero mientras esperaba para ingresar Lalo me pagaba un sueldo. Así que cómo no voy a estar agradecido a los dos”, expresa.
También anduvo por todos lados: Rolón, Ingeniero Luiggi, Trenel, Pellegrini y Trenque Lauquen, entre otros. Era un temible delantero, pero no de esos que se imponían por su potencia o su energía.
Quiche era el goleador que no levantaba el arco con furibundos pelotazos. Todo lo contrario, lo suyo era la sutileza, el toque certero, el doble amago para dejar desairado al arquero y tocar la pelota con delicadeza hacia la red. No hacía goles feos. Otro crack.
Un poquito jugaban.
Por supuesto en todas las barriadas de la ciudad –Villa Santillán, la Villa Alonso, El Oeste-- había en aquellas épocas extraordinarios jugadores. De esos que primero comenzaron jugando “a la pelota” en los potreros, y después pasaron a ser futbolistas… que hay una diferencia entre ambas cosas. Una es divertirse alegremente con los amigos en el baldío, y otra cuando hay un balón flamante en el medio, las líneas delimitidas de una cancha oficial, reglas claras y un referí…
Por eso muchos se destacaron en partidos oficiales de primera división, y otros no quisieron, o no pudieron y se quedaron para siempre siendo jugadores de potrero… que no está nada mal, por supuesto.
Estos hicieron las dos, porque les daba el paño para eso. Tres craks de nuestro barrio… y de nuestro fútbol.
Han sido laburantes desde pibes, y buena gente sobre todo… El paso del tiempo va metiendo en una nebulosa los recuerdos, y a veces está bueno recordar una historia mínima de por aquí nomás. Como esta de los hermanos Sombra.
Son Hugo, Lito y Quiche… sí, un poquito jugaban mis amigos.
Los récord del goleador.
Quiche Sombra dice que él metía muchos goles porque a su lado jugaban su hermano Lito y Juancito Gauna, otro fabuloso gambeteador en los baldíos del barrio.
Obviamente han colaborado con su juego, pero lo cierto es que Quiche tenía el gol entre ceja y ceja, al punto que en un partido oficial convirtió nada menos que 7 tantos. “Fue en un partido de Sarmiento con Sportivo Toay en la cancha Centenario… Tuve suerte, pero casi meto 8. Cuando la pelota ya entraba Beto Calvo (otro gran jugador del azul) la empujó… ¡Sí, me lo robó!”, se ríe el goleador.
¡25 penales!
Pero hay más en su historia. Antes se disputaba un Torneo Preparación entre equipos de la Liga Cultural, y como se iban eliminando en caso de empate se pateaban penales. Una tarde Quiche de un lado (Sarmiento) y Lucio Pérez (Argentino) del otro, debieron definir por esa vía. El Ruso Bravo atajaba para los de camiseta verde y blanca, y Miguel Calloni para los azules… Fue una serie interminable, porque los shoteadores fueron implacables.
¿Cómo se definió? Quiche Sombra metió 25 penales sin errar nunca, y Lucio marró uno. Sí, ganó Sarmiento 25 a 24. Increíble, pero real.
Futbolistas de potreros
Hay quienes dicen –y coincido-- que una cosa es jugar a la pelota, y otra al fútbol. Porque la pelota es el baldío, la bohemia de un caño o un sombrero tirados por el sólo placer de divertirse, sin que importe el resultado. En el fútbol oficial en cambio –y lamentablemente-- el éxito parece ser casi lo único que importa.
El genial Osvaldo Ardizzone supo escribir unas líneas (dedicadas a Chirola Yazalde) donde se refería al que jugaba en los potreros: “Dueño del baldío/que era tuyo por derecho/poeta inculto de todos los ocasos/erudito botánico de toda la maleza/aterido gorrión de mil amaneceres/sabio pescador de charcas y zanjones”.
Futbolistas de potreros.
Hay quienes dicen –y coincido-- que una cosa es jugar a la pelota, y otra al fútbol. Porque la pelota es el baldío, la bohemia de un caño o un sombrero tirado por el sólo placer de divertirse, sin que importe el resultado. En el fútbol oficial de estos tiempos –lamentablemente-- el éxito parece ser casi lo único que importa.
El genial Osvaldo Ardizzone supo escribir unas líneas (dedicadas a Chirola Yazalde) donde se refería al que jugaba en los potreros: “Dueño del baldío/que era tuyo por derecho/poeta inculto de todos los ocasos/erudito botánico de toda la maleza/aterido gorrión de mil amaneceres/sabio pescador de charcas y Zanjones”.
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